Tenía planeada con un amigo una escapada rural hace ya tiempo. Uno es un urbanita irreductible y se pone muy nervioso en cuanto no pisa asfalto pero también cae en el tópico y opina que el otoño es la estación más favorable para el paisaje en Asturias, la más plena de colores peculiares, la más sugerente. Y si a eso se suman la temporada de setas y caza, más las abundantes jornadas gastronómicas que se organizan por esta época en la zona central interior, ya hay excusa para dar cuenta de algún plato con enjundia en alguna población pequeña y con encanto; podré vivir unas horas con menos losetas que en Oviedo.
Después de recibir avisos en nuestro blog sobre decepciones en Cuérigo, que era la primera opción, decido tomarme muy en serio vuestra experiencia y cambiamos los datos en el navegador para buscar otro destino. Esta vez vamos en el coche de mi amigo, que ya va para clásico a sus veintidós añitos (el coche, no mi amigo), así que el navegador soy yo, y le voy indicando “métete por ahí, donde el camión de la Central Lechera” o “para ahí delante, donde aquel paisanín, que vamos a tomar un café”, con una voz mucho más cálida que cualquier TomTom (no hagáis un chiste fácil, por favor)
Y aquí estamos, en Santa Marina, un poco después de pasar Bárzana, para probar la cocina del Bar-tienda El Rubio. Si vais, cuidado en el último paso. Al pasar Santa Marina, atención a un cruce pequeño al lado de una casa recién restaurada y pintada de verde, porque este sitio está ahí detrás y es fácil pasarse, aunque lo ves justo entonces y puedes arreglarlo sin dar muchos rodeos.
El local es, de alguna manera, “ahijado” de otras empresas de hostelería de Gijón ya consolidadas, cosa que ayuda para moverse entre bambalinas en estos negocios. Lo conocí casi por accidente cuando se inauguró el verano pasado y tenía gana de venir en cuanto ya estuviera en marcha. Aún ahora te encuentras detalles que se están rematando, así que es riguroso estreno.
Y a estas alturas mi acompañante me revela que su pareja y otra amiga común tienen interés en venir (hay truco: vieron las fotos que hice entonces y les gustó el sitio) si nos convence. Qué cosas, somos gastro-cobayas; esto es nuevo para mí pero en fin, me sacrificaré por las amigas, qué menos.
La carta incluye un apartado de picoteo clásico (quesos, embutidos, morcilla, tortos) y otro con ensaladas y platos más contundentes, apoyados en la carne y la caza, además de los postres. Todo bien detallado en cuanto a elaboración u origen y con precios entre los 4 y los 16 euros, IVA incluído. Habéis leído bien; quedaos con ese dato porque es relevante. Los postres, entre 3 y 4’50. Aparte figuraba un menú de caza compuesto por tabla de embutidos y patés y dos platos más (con dos opciones en cada caso) con frisuelos de postre por 24 sin bebida. Decido “sovietizar” nuestras siglas favoritas para ampliarlas a RCCP, es decir, relación calidad-cantidad-precio porque también voy a necesitarlo así esta vez. Carta de vinos que supera a la de muchos “de ciudad” en interés y referencias y con precios bastante ajustados.
Optamos por compartir una tabla de quesos asturianos y unos callos como entradas. Nos advierten que quizá sea prudente pedir sólo media de quesos, porque con lo que hemos escogido puede ser suficiente. Menos mal, como luego veréis.
La “Tabla de quesos” -media- incluía seis variedades acompañadas de dulce y avellanas. Destacaron sobre todo un buen Cabrales y un Afuega’l pitu coloráu, aunque todos eran correctos y fueron ganando en cuanto se atemperaron en la mesa. En cantidad, sin detalle del peso, igualaba a algunas enteras que he pedido en otros sitios. La presentación, el corte, bien y sobre todo práctica para comerlos, que no siempre es así.
[Detalle según el “método Toni”: 6 eurillos la media tabla]
Los “Callos” vinieron emplatados por separado en dos cazuelitas. Todo el menaje era de alta calidad, dicho sea de paso. Lo recuerdo ahora porque me hicieron especial gracia aquellas cazuelas de diseño moderno en un entorno tan tradicional. Nuevamente ración abundante. Cada una de nuestras mitades pasaría en muchos sitios por una completa. Los callos en trozos pequeños y de tipo que voy a denominar rústico: condimentación fuerte, bastante jamón picado como añadido y textura ruda, más intensidad que gelatina. Como sé que lo vais a leer declarados devotos del producto, no sé si acierto a describíroslos así para que los diferenciéis de muchos otros que han salido a colación últimamente por nuestra tertulia. Vamos, que son callos pa paisanu, pa un quirosanu o alguien que se deje asimilar, no para tapita de moda en vinatería al uso. Y por supuesto, que ninguna se me enfade, también pa paisana si lo tiene a bien; era sólo un recurso expresivo. Aparte, un plato con patatas fritas en taquitos, bien hechas.
[10 grados-euro en la escala Toni]
Mi amigo escogió “Lomo de venado con puré de avellanas”, con una hermosa presencia a la que no hace justicia la foto. Punto logrado, sabroso, textura firme y el puré, una delicia; para pedirse un plato sólo de aquello. Pura crema de avellana que acompañaba de maravilla al venado. Se vio algo perjudicado por cierta falta de temperatura en la que tuvo que ver bastante la necesidad de acompasar su plato con mi arroz, que requería algo más tiempo del que le dimos con los entrantes. De todos modos se solucionó solo, porque otra vez la abundancia convertía aquella ración en una y media de muchos sitios, así que mi acompañante -ejercitado fartón, doy fé- no le aguantó el combate completo. A la mitad del penúltimo asalto mi amigo se fue a la lona y no terminó el venado cuando podía empezar a ser crítico el enfriamiento del plato. Tampoco pudo llegar al postre. Ganador por KO, el venado.
[15 euros la ración]
Mejor me fajé yo con el “Arroz con setas y venado”. Lo escogí después de que nuestra anfitriona alabara los arroces de su cocinero y acerté. Punto correcto con una capa fina de granos, nada que ver con la mayoría de los que encuentras por Asturias, donde las preparaciones secas y melosas no suelen salir bien paradas. Las caldosas se salvan más veces. Este era un plato intenso con sus trozos de carne y sus setas con pleno sabor y el grano impregnado de tanto otoño. Había un ligero exceso de picante por culpa de unos pimientos que no eran los que el propio cocinero pretendía usar, como nos contó después. Con otro acompañamiento quizá hubieran estropeado el plato pero esta preparación era lo bastante vigorosa para aguantarlos bien; lo pudo enmendar. La ración eran tranquilamente dos y apenas tuve ayuda de mi acompañante, que probó un poco, pero aguanté el tipo y llegué a los postres; con dificultad, pero llegué.
12 euros en este caso.
¿Qué bebimos? El primer vino fue un “Ferrer Bobet 2005”, Priorat de un proyecto reciente por el que tenía especial interés y que nos gustó bastante. Nariz media pero agradable, nada agresiva. Una extracción más domada que lo que marca la tendencia reciente. Fruta negra, un punto dulce, sedoso, que hacía un buen paso de boca. Quizá menos persistente de lo que cabía esperar pero más asequible que otros vecinos suyos para sus varietales, sus 14’5 grados y su todavía poca botella. Muy satisfactorio. Nos plantamos en ese límite donde una botella es poco pero dos va a ser demasiado y decidimos lo que nos es propio: pedir la segunda. “Casalobos 2004”, un tinto de La Mancha que nos decepcionó. Duro, durísimo. Taninos agresivos, astringentes, que anestesiaban el paladar al primer contacto. Cerrado, poco expresivo en nariz e intratable en boca. Prolongamos la sobremesa con él pero no nos ofreció nada más. El primero, 27 euros; el segundo, 22.
Yo todavía me atreví con un postre. “Espuma de requesón y compota de manzana”, copa con una compota de manzana muy fluída que envolvía uvas, (hasta aquí la parte fresca y ligera) avellanas y pistachos enteros (aquí la parte potente) todo ello base para la espuma de requesón, suave y sabrosa. Presentación vistosa y combinación muy agradable, aunque todavía dudo cómo podía caberme algo más en el cuerpo. Este postre, 4 euros.
Con agua, pan y cafés, 101’60 en total. Así asusta un poco pero vamos a desbastar. Pongamos un humano más normal, más comedido, que hubiese evitado la segunda botella de vino, y pensemos que además no será un caprichoso y evitará la compulsión de probar uno de los más caros de la carta, ya que puede encontrar cosas convincentes y conocidas por debajo de los 20 euros. Así que, clik, clik, clik, le damos a la calculadora y nos sale que tranquilamente se pone tibio uno por 35 euros por cabeza con todo. Y retomamos lo dicho antes: miramos el parámetro RCP que aún permitiría aliviar más la factura y el perímetro abdominal y nos sale una propuesta redonda.
Al final de la comida nos presentaron al cocinero. Desde mi condición talluda y mi talle orondo me voy a permitir llamarle cariñosamente chaval, ya que él mismo se considera muy joven para ciertas cosas. Ha estado trabajando en bastantes sitios ya, ha mirado la cocina desde varias caras del prisma a sus 24 años (los Loya, Martino, entre otros) y lo tiene muy claro: no será él quien se lance tan pronto a hacer esa cocina innovadora que le han mostrado antes de saberse el ABC de fogones, perolas y cucharas, antes de saber cocinar lo tradicional. Aun así, se aventura a dar pinceladas de sutileza, de combinaciones nuevas, en ese entorno de costumbres fijas. Y parece que va convenciendo. Así que joven pero con la cabeza bien amueblada, la mirada honesta y lo que quiere hacer en su trabajo bien definido. Síganle la pista, porque si todo le sale bien puede que este “chaval” nos dé buenas alegrías emplatadas. Ese arroz, ese puré de avellanas, esa compota de manzana… Me suenan muy bien y mejor me saben. Enhorabuena.
Entramos a las dos, nos sentamos a comer a las dos y media, nos han dado las cinco y parece que ha sido un suspiro. Qué bien se está allí con aquella chimenea encendida. Todavía hay gente, podríamos seguir, pero nos moveremos porque lo pide la lógica del reloj, no por nuestro gusto.
Bueno, qué más contaros. Que esta crónica es de un sitio tan casero, tan acogedor que casi pide ser escrita al modo Fartones, en asturianu, porque ganaría matices. Pero la dejaremos así en aras de la difusión porque merece la pena. A quien le gusten los sitios de este estilo creo que le va a compensar darle una oportunidad. Saldrá satisfecho.
En fin, a vuestra salud.
Datos:
Bar-tienda El Rubio
Santa Marina
Quirós
Tfno. 985768481
Después de recibir avisos en nuestro blog sobre decepciones en Cuérigo, que era la primera opción, decido tomarme muy en serio vuestra experiencia y cambiamos los datos en el navegador para buscar otro destino. Esta vez vamos en el coche de mi amigo, que ya va para clásico a sus veintidós añitos (el coche, no mi amigo), así que el navegador soy yo, y le voy indicando “métete por ahí, donde el camión de la Central Lechera” o “para ahí delante, donde aquel paisanín, que vamos a tomar un café”, con una voz mucho más cálida que cualquier TomTom (no hagáis un chiste fácil, por favor)
Y aquí estamos, en Santa Marina, un poco después de pasar Bárzana, para probar la cocina del Bar-tienda El Rubio. Si vais, cuidado en el último paso. Al pasar Santa Marina, atención a un cruce pequeño al lado de una casa recién restaurada y pintada de verde, porque este sitio está ahí detrás y es fácil pasarse, aunque lo ves justo entonces y puedes arreglarlo sin dar muchos rodeos.
El local es, de alguna manera, “ahijado” de otras empresas de hostelería de Gijón ya consolidadas, cosa que ayuda para moverse entre bambalinas en estos negocios. Lo conocí casi por accidente cuando se inauguró el verano pasado y tenía gana de venir en cuanto ya estuviera en marcha. Aún ahora te encuentras detalles que se están rematando, así que es riguroso estreno.
Y a estas alturas mi acompañante me revela que su pareja y otra amiga común tienen interés en venir (hay truco: vieron las fotos que hice entonces y les gustó el sitio) si nos convence. Qué cosas, somos gastro-cobayas; esto es nuevo para mí pero en fin, me sacrificaré por las amigas, qué menos.
La carta incluye un apartado de picoteo clásico (quesos, embutidos, morcilla, tortos) y otro con ensaladas y platos más contundentes, apoyados en la carne y la caza, además de los postres. Todo bien detallado en cuanto a elaboración u origen y con precios entre los 4 y los 16 euros, IVA incluído. Habéis leído bien; quedaos con ese dato porque es relevante. Los postres, entre 3 y 4’50. Aparte figuraba un menú de caza compuesto por tabla de embutidos y patés y dos platos más (con dos opciones en cada caso) con frisuelos de postre por 24 sin bebida. Decido “sovietizar” nuestras siglas favoritas para ampliarlas a RCCP, es decir, relación calidad-cantidad-precio porque también voy a necesitarlo así esta vez. Carta de vinos que supera a la de muchos “de ciudad” en interés y referencias y con precios bastante ajustados.
Optamos por compartir una tabla de quesos asturianos y unos callos como entradas. Nos advierten que quizá sea prudente pedir sólo media de quesos, porque con lo que hemos escogido puede ser suficiente. Menos mal, como luego veréis.
La “Tabla de quesos” -media- incluía seis variedades acompañadas de dulce y avellanas. Destacaron sobre todo un buen Cabrales y un Afuega’l pitu coloráu, aunque todos eran correctos y fueron ganando en cuanto se atemperaron en la mesa. En cantidad, sin detalle del peso, igualaba a algunas enteras que he pedido en otros sitios. La presentación, el corte, bien y sobre todo práctica para comerlos, que no siempre es así.
[Detalle según el “método Toni”: 6 eurillos la media tabla]
Los “Callos” vinieron emplatados por separado en dos cazuelitas. Todo el menaje era de alta calidad, dicho sea de paso. Lo recuerdo ahora porque me hicieron especial gracia aquellas cazuelas de diseño moderno en un entorno tan tradicional. Nuevamente ración abundante. Cada una de nuestras mitades pasaría en muchos sitios por una completa. Los callos en trozos pequeños y de tipo que voy a denominar rústico: condimentación fuerte, bastante jamón picado como añadido y textura ruda, más intensidad que gelatina. Como sé que lo vais a leer declarados devotos del producto, no sé si acierto a describíroslos así para que los diferenciéis de muchos otros que han salido a colación últimamente por nuestra tertulia. Vamos, que son callos pa paisanu, pa un quirosanu o alguien que se deje asimilar, no para tapita de moda en vinatería al uso. Y por supuesto, que ninguna se me enfade, también pa paisana si lo tiene a bien; era sólo un recurso expresivo. Aparte, un plato con patatas fritas en taquitos, bien hechas.
[10 grados-euro en la escala Toni]
Mi amigo escogió “Lomo de venado con puré de avellanas”, con una hermosa presencia a la que no hace justicia la foto. Punto logrado, sabroso, textura firme y el puré, una delicia; para pedirse un plato sólo de aquello. Pura crema de avellana que acompañaba de maravilla al venado. Se vio algo perjudicado por cierta falta de temperatura en la que tuvo que ver bastante la necesidad de acompasar su plato con mi arroz, que requería algo más tiempo del que le dimos con los entrantes. De todos modos se solucionó solo, porque otra vez la abundancia convertía aquella ración en una y media de muchos sitios, así que mi acompañante -ejercitado fartón, doy fé- no le aguantó el combate completo. A la mitad del penúltimo asalto mi amigo se fue a la lona y no terminó el venado cuando podía empezar a ser crítico el enfriamiento del plato. Tampoco pudo llegar al postre. Ganador por KO, el venado.
[15 euros la ración]
Mejor me fajé yo con el “Arroz con setas y venado”. Lo escogí después de que nuestra anfitriona alabara los arroces de su cocinero y acerté. Punto correcto con una capa fina de granos, nada que ver con la mayoría de los que encuentras por Asturias, donde las preparaciones secas y melosas no suelen salir bien paradas. Las caldosas se salvan más veces. Este era un plato intenso con sus trozos de carne y sus setas con pleno sabor y el grano impregnado de tanto otoño. Había un ligero exceso de picante por culpa de unos pimientos que no eran los que el propio cocinero pretendía usar, como nos contó después. Con otro acompañamiento quizá hubieran estropeado el plato pero esta preparación era lo bastante vigorosa para aguantarlos bien; lo pudo enmendar. La ración eran tranquilamente dos y apenas tuve ayuda de mi acompañante, que probó un poco, pero aguanté el tipo y llegué a los postres; con dificultad, pero llegué.
12 euros en este caso.
¿Qué bebimos? El primer vino fue un “Ferrer Bobet 2005”, Priorat de un proyecto reciente por el que tenía especial interés y que nos gustó bastante. Nariz media pero agradable, nada agresiva. Una extracción más domada que lo que marca la tendencia reciente. Fruta negra, un punto dulce, sedoso, que hacía un buen paso de boca. Quizá menos persistente de lo que cabía esperar pero más asequible que otros vecinos suyos para sus varietales, sus 14’5 grados y su todavía poca botella. Muy satisfactorio. Nos plantamos en ese límite donde una botella es poco pero dos va a ser demasiado y decidimos lo que nos es propio: pedir la segunda. “Casalobos 2004”, un tinto de La Mancha que nos decepcionó. Duro, durísimo. Taninos agresivos, astringentes, que anestesiaban el paladar al primer contacto. Cerrado, poco expresivo en nariz e intratable en boca. Prolongamos la sobremesa con él pero no nos ofreció nada más. El primero, 27 euros; el segundo, 22.
Yo todavía me atreví con un postre. “Espuma de requesón y compota de manzana”, copa con una compota de manzana muy fluída que envolvía uvas, (hasta aquí la parte fresca y ligera) avellanas y pistachos enteros (aquí la parte potente) todo ello base para la espuma de requesón, suave y sabrosa. Presentación vistosa y combinación muy agradable, aunque todavía dudo cómo podía caberme algo más en el cuerpo. Este postre, 4 euros.
Con agua, pan y cafés, 101’60 en total. Así asusta un poco pero vamos a desbastar. Pongamos un humano más normal, más comedido, que hubiese evitado la segunda botella de vino, y pensemos que además no será un caprichoso y evitará la compulsión de probar uno de los más caros de la carta, ya que puede encontrar cosas convincentes y conocidas por debajo de los 20 euros. Así que, clik, clik, clik, le damos a la calculadora y nos sale que tranquilamente se pone tibio uno por 35 euros por cabeza con todo. Y retomamos lo dicho antes: miramos el parámetro RCP que aún permitiría aliviar más la factura y el perímetro abdominal y nos sale una propuesta redonda.
Al final de la comida nos presentaron al cocinero. Desde mi condición talluda y mi talle orondo me voy a permitir llamarle cariñosamente chaval, ya que él mismo se considera muy joven para ciertas cosas. Ha estado trabajando en bastantes sitios ya, ha mirado la cocina desde varias caras del prisma a sus 24 años (los Loya, Martino, entre otros) y lo tiene muy claro: no será él quien se lance tan pronto a hacer esa cocina innovadora que le han mostrado antes de saberse el ABC de fogones, perolas y cucharas, antes de saber cocinar lo tradicional. Aun así, se aventura a dar pinceladas de sutileza, de combinaciones nuevas, en ese entorno de costumbres fijas. Y parece que va convenciendo. Así que joven pero con la cabeza bien amueblada, la mirada honesta y lo que quiere hacer en su trabajo bien definido. Síganle la pista, porque si todo le sale bien puede que este “chaval” nos dé buenas alegrías emplatadas. Ese arroz, ese puré de avellanas, esa compota de manzana… Me suenan muy bien y mejor me saben. Enhorabuena.
Entramos a las dos, nos sentamos a comer a las dos y media, nos han dado las cinco y parece que ha sido un suspiro. Qué bien se está allí con aquella chimenea encendida. Todavía hay gente, podríamos seguir, pero nos moveremos porque lo pide la lógica del reloj, no por nuestro gusto.
Bueno, qué más contaros. Que esta crónica es de un sitio tan casero, tan acogedor que casi pide ser escrita al modo Fartones, en asturianu, porque ganaría matices. Pero la dejaremos así en aras de la difusión porque merece la pena. A quien le gusten los sitios de este estilo creo que le va a compensar darle una oportunidad. Saldrá satisfecho.
En fin, a vuestra salud.
Datos:
Bar-tienda El Rubio
Santa Marina
Quirós
Tfno. 985768481