domingo, enero 29, 2012

En brazos de la Chenin Madura.



La Chenin Blanc tiene parte de la culpa de mi afición al vino, en el mejor sentido de la expresión. Más concretamente un la Lune de Mark Angeli. Un torrente de fruta y naturalidad que no se parecía a nada de lo que había probado antes. Una frescura que invitaba a seguir copa tras copa. Y desde entonces hasta hoy he trasegado cientos de vinos, descubriendo un mundo que solo en aquel momento empezó a vislumbrase. Y por supuesto he recaído con frecuencia en la Chenin Blanc, una uva que siempre se muestra asequible y amistosa. He bebido muchos Chenin Blanc y , salvo alguna botella más decrépita que madura, nunca he dejado de disfrutar ninguna botella compuesta por ella. Es deliciosa en sus vinos jóvenes, cargada de fruta y aromas francos, frecuentemente con un final dulce que enmascara defectos. Pero debajo de ese carácter amable, muestra una sequedad de acero , un otoño de miel y lluvia, y una acidez frecuentemente afilada. Conforme pasa el tiempo, como le pasa a cualquiera , va perdiendo esa inocencia primera y pasan a dominar los caracteres secundarios. Aunque hay tantas Chenin Blanc como vinos , productores y zonas en una zona tan amplia como la que recoje el curso final del río Loira, tiene fama la Chenin Blanc de no tener la capacidad de envejecimiento en vinos secos de la chardonnay. Por eso hablo de chenin madura con vinos de cinco años (aunque luego me encontrase que alguno de ellos era todavía realmente joven). Sin duda le viene bien soportar las inclemencias del tiempo cobijada en un manto de azúcar. Alguna Chenin Blanc he tomado dominada , en el mejor de los casos, por la manzana asada, y en el peor , por los olores de espárrago verde y de cubo sucio de fregar. Pero en manos de buenos productores, es capaz no solo de envejecer bien , sino de conseguir vinos extraordinarios.

He tenido la suerte, recientemente , de tomar alguno de ellos. Uno fue hace ya al principio del verano. Pero intento que no se me borre de la memoria . Un Clos Rougeard Bréze 2000 , en La Cigaleña. Apoteósico. Un vino que reunía lo mejor de los Coulée Serrant que he probado, su fondo atlántico, su susurrante variación , sus notas de otoño, botritys y hojas secas, pero que en lugar de darlo de una forma deslavazada y decadente, se ofrecía con una pujanza integradora, ofreciendo de forma clara y vigorosa cada faceta de la misma. Un vino en el que vibraba esos el “terroir”, una identidad única. Un vino de emoción, delicioso para cualquiera, del que disfruté cada sorbo. 96.

Paco Berciano les dedicó un post. Y estos galos con pinta de Astérix y Obélix algún vídeo dedicado en Youtube de enorme interés para los que amamos el vino

Quizás un paso por debajo quedaron los siguientes, lo que en este caso no significa mucho, porque estaban estupendos. Los tomé con poca variación de fecha.

Uno de ellos fue un Domaine de Bellivière Jasnières Calligramme 2004, un vino del vigneron Eric Nicolás, del que , rebuscando por el interné, me encuentro que es propietario de una serie de parcelas de viñas en Lhomme y Ruillé-sur-Loir, las dos comunas de Jasnières, y también en Chahaignes, Marcon y Dissay-sous-Courcillon, todas las comunas de la denominación Coteaux du Loir, con viñedos de varias décadas de antigüedad, cultiva solo en órganico, con viñedos de alta densidad foliar (y poda severa), arado en caballo de hierbas superficiales (para fomentar el enraizamiento profundo),….todo lo cual se hace notar en el vino, en el cual diría se puede apreciar la tan manida mineralidad. El vino estaba en un momento de fantástico equilibrio, dando con finura lo mucho que tenía: notas leves de manzana asada , de miel, pero con la fruta todavía presente , sostenida por una firme columna de acidez cítrica y por un frescor de piedra caliza. Un vino otoñal en una espléndida madurez. 90

También me encantó revisitar un viejo conocido: La Lune 2006 de Mark Angeli, , enriquecido por un paso del tiempo que transformaba su fondo dulce en mieles , manzanas asadas y diría que un matiz de botrytis, pero sin que le hiciese perder su fondo franco, puro, lleno aún de la vitalidad que me enamoró en nuestro primer sorbo, pero que encuentro más alicaída en las últimas añadas.88.

Radicalmente distinto es su hermano mayor , el Vignes Françaises 2006 de Mark Angeli, el último año antes de perecer asfixiada por la filoxera de una plantación de Chenin Blanc sin injertar. Seco, austero, afilado, compacto, necesitará años para hacerse accesible su acerada y brillante materia. Lo recuerdo invariable en los dos años que me separa de la anterior toma. Lo malo es que me va a ser imposible seguir esa evolución, porque solo tenía dos botellas.88.

Paradigmático en mostrar esa doble personalidad de la Chenin Blanc fue un Domaine du Clos Naudin 1989 Vouvray Moelleaux, elaborado por Philippe Foureau. Por una parte , después de la oxigenación pertinente para un vino que lleva 22 años esperando, muestra un Dr Jeckyl denso , dulce , con abundantes mieles y flores marchitas, botritys, notas de sobremadurez, de uva pasa, incluso de Px, casi un vino de postre,.…pero por otra, muestra un fondo fresco, mineral, una acidez vivaz, y un contrapunto final en boca amargoso,….siendo este Mr Hyde, contra todo el que va apoderándose del vino, haciendo de él una melodía deliciosamente armónica y vibrante. Un Vouvray de los grandes. 94.

jueves, enero 19, 2012

Banyoles: aguas tranquilas, comida tranquila. Ca l’Arpa. Por Jorge Díez


Seguimos con el relato del pasado verano por tierras de Girona. Tras la mala experiencia de sobrepoblación, tráfico insufrible y demás aspectos desagradables, quedaba descartado el litoral para buscar mesa a mi gusto; tal vez en otra época del año. Sí me permití de todas maneras una buena excursión y alguna compra interesante. Sant Pere de Rodes, el monasterio y las vistas del camino, El Port de la Selva, la ruta hacia Llançà… Una costa como yo la entiendo, parecida a la mía, con una mar viva aunque menos inquieta, con un paisaje curtido. Y también una frontera, la memoria de Machado, de un exilio sin justicia; una Francia vecina a la que apenas pasé a saludar.

En cuanto a esas compras se centraron en las agrobotigues de Pau y Vilajuïga, del grupo Empordàlia. Este modelo de tienda ya me había llamado la atención hace unos años en Gratallops, en el Priorat. Me parece una iniciativa muy buena que quizá deberíamos intentar en Asturias. Parten de cooperativas locales y se dedican a comercializar sus distintos productos, y luego pueden reforzar su oferta con otros productores de la zona, pero casi siempre hablamos de proximidad y de modelos artesanales y pequeñas cantidades. Los precios son más justos para ambas partes y la calidad no desmerece en ningún aspecto, incluidos la presentación comercial y los puntos de venta. Por ejemplo, Ónix, mi vino de chateo habitual, está producido por una agrupación de cooperativas locales y lo vendían en esa agrobotiga de Gratallops a la que me refería antes. Así que de Pau y Vilajuïga salí cargado con vino, aceite, miel, mermelada…

Pero las condiciones me impulsaban a buscar refugio en el interior, a encontrar mi locus amoenus particular en aquellas tierras. Todas las informaciones previas que llevaba, conjugadas con mis planes personales y mis exigencias, me hacían apuntar a Olot y sus alrededores como objetivo. Y sin embargo al final no llegaría a parar en Olot, sólo a cruzarlo varias veces. En ocasiones para eso hacemos planes: para no cumplirlos.

En el primero de esos recorridos hacia adentro me dediqué a disfrutar del paisaje suave de la ruta entre Banyoles y Olot, que sería aperitivo para otros posteriores. El asturiano que lo haga seguro que cae en la tentación de parar en Mieres, no podrá resistirse a la coincidencia. Poco que ver con la localidad del Caudal, desde luego. Más interesante puede ser parar en Santa Pau, con un bonito casco antiguo. Y por fin Banyoles, una población que me transmitió calma sobre todo. Con un tamaño considerable y el atractivo del lago temía otra villa con población multiplicada y explotación turística exagerada. En cambio encontré unas calles limpias, tranquilas, unos vecinos a lo suyo, algún edificio singular, serenidad.


Esa misma imagen es la que da la fachada del restaurante (y hotel) Ca l’Arpa. La trayectoria de Pere Arpa y Montse Lao ya era notable antes de ocupar este edificio actual y las referencias eran buenas, merecía la pena conocerlo, así que allí me planté dispuesto a disfrutar. La sala del restaurante es diáfana: mucho cristal, tonos suaves en la decoración, la mantelería… El servicio fue también así, pendiente en todo momento pero sin apurarte nunca. En este caso, y supongo que por desgracia para ellos, no fue difícil, pues durante un tiempo fui el único comensal y luego sólo compartía atenciones con otra mesa; pero se nota bien cuándo hay profesionalidad, cuándo ese ritmo es un método de trabajo, no el azar de un día.

Una primera visita casi siempre me lleva a escoger un menú degustación si lo hay. Y este empezó con una gelatina de Bloody Mary con anchoa, un ravioli de manzana y una terrina de cabeza de jabalí con pimienta como aperitivos. Me pareció un conjunto muy acertado, mezcla de (casi un) cóctel, producto fresco y ácido y bocado más graso y consistente.

Arrancaba el menú propiamente dicho con sardinas marinadas y puré de garbanzos, acompañados de confitura de frutas rojas y de pasta de oliva negra. Os recuerdo que era verano, así que era un plato de temporada con una peculiar y afortunada combinación, de paso fácil pero recio de sabor y saciante. Después, terrina de foie caramelizado, con dos confituras de frutas. Un tratamiento solvente para un producto que goza de prestigio, aunque no sea mi favorito. Pero los amantes del foie disfrutarían con este plato. Y cerró el conjunto de los que podemos denominar entrantes un mar y montaña, qué menos en estas tierras. En concreto, codornices y berberechos con nido de pasta. Aquí ya estamos ante verdadera orfebrería culinaria, valga la metáfora. Desde la combinación hasta la presentación era un gran plato, una demostración clara de buen oficio.

Aprovecho y hago un alto para hablar del vino. De su carta, parca pero escogida con sensatez, elegí el Ctònia 2008, un blanco muy peculiar, estructurado, que llena la boca, capaz de enfrentarse a muchos platos sin desfallecer. Garnacha blanca con algo de crianza sobre lías. Su nariz es muy peculiar. Podéis pensar que estaba sugestionado pero anoté mentalmente “nariz de brandy”. Graso, equilibrado, redondo en boca. Muy satisfactorio.

El menú seguía con una dorada con verduras que no necesita mucha más explicación. Buena ración y buen punto, tanto en el ingrediente principal como en su guarnición. Y terminó el pase salado con el cochinillo con naranja. Tampoco este necesita más comentarios y se le puede aplicar el del anterior. Me pareció que la intención era ofrecer en bocados menores las combinaciones más audaces y las presentaciones innovadoras, y reservar recetas más conocidas para el final en cantidad algo mayor. Un equilibrio para tratar de contentar a los comensales más vanguardistas y a los más clásicos. Lo considero una buena opción.

Después vendrían dos postres. Un timbal de frutos rojos, con un punto de acidez y frescura muy apropiado para cortar la secuencia salada y grasa, y una Sacher que se presentaba despiezada, con sus distintos componentes y texturas desplegados en el plato. Otra vez muy sensata la idea de poner un primer postre fresco, para cambiar el paladar, y otro más fuerte detrás. Los postres se alineaban entre las recetas más clásicas aunque con algún guiño actual, como ese “despiece” de la Sacher.

Lo mismo se podía decir de los petit fours: bombón de chocolate blanco con pistacho y frutos rojos, galleta de chocolate con leche y frutos secos y trufa de chocolate negro. Una escala de cacao que para un adicto como yo es casi una escalera al cielo. Sólo un lunar encontré en esa comida: el café. Y seguro que fue un típico caso de expectativas no satisfechas. Con tanta sensación de calma, con tal serenidad esperaba un cierre para la sobremesa igual de plácido y ahí faltó un puntito. Pero cómo iba a criticar por tan poca cosa esa experiencia tan grata.

Rematé esa jornada -después de pasear y de ingerir más cafeína- acercándome a Besalú, otra localidad con bastante interés. Callejeando por allí encontré unas enigmáticas sillas colgantes que no sirven para descansar pero que permiten a la fantasía sentarse a pensar en nuevas propuestas para el viaje. Aunque para ese día, y para esta narración, me puse ahí el límite, ya que lo mejor todavía estaba por llegar al avanzar por esa ruta. Lo contaré en la siguiente entrega.


martes, enero 10, 2012

Miami Park y Miami Gastro (Ciudad Real), por Toni



Si algún ciudadrealeño lee esto que no se enfade. Ciudad Real capital no es precisamente un apetecible destino turístico por sí misma, pero sí está muy bien situada para escogerla como base para visitar un montón de los atractivos turísiticos que ofrece la provincia como el castillo de Calatrava la Nueva que se puede ver en la foto de arriba, las Tablas de Daimiel, por fín con agua después de años de sequía, el impresionante palacio del Marqués de Santa Cruz, archivo general de la Marina en Viso del Marqués, la plaza de toros cuadrada de Las Virtudes o los conjuntos históricos de Moral de Calatrava y sobre todo Almagro. Excepto las Tablas que las visitamos el día de llegada, todo lo demás se puede hacer perfectamente en una excursión de un día gracias a las buenas carreteras de interminables rectas de La Mancha.

Aunque no suelo hablar de hoteles, ya que empezé con pistas turísticas, sigo. Si alguien quiere hospedarse en Ciudad Real le aconsejo el Hotel Guadiana, un 4 estrellas de amplias y cómodas habitaciones, a menos de 10 minutos andando de la plaza mayor, WIFI de 20 megas y parking incluído en el precio y con un desayuno buffet de bastante buena calidad para lo que acostumbran los hoteles urbanos al sorprendente precio de 5,50€. Todo un hallazgo.

En la habitual investigación gastronómica previa a los viajes no encontré demasiada variedad de teoríco nivel en la ciudad. El restaurante del hotel, El Rincón de Cervantes tenía una carta con unos platos de enunciados bastante más modernos que cualquiera de los vistos en otros restaurantes de la ciudad, pero al final no lo probamos.


Sí probamos el que es al parecer el restaurante más famoso de la ciudad: Miami Park. No tiene página web, algo imperdonable para un restaurante hoy en día, por lo que no íbamos con una idea de lo que nos encontraríamos aunque nos imaginábamos que sería un sitio clásico como así resultó. Decoración clásica pero curiosamente con cocina a la vista aunque al estar más elevada que las mesas no se ve gran cosa. Y como opinión personal, el nombre me recuerda más bien a ciertos establecimientos a pie de carretera con luces de colorines que a un restaurante de alto nivel.

La carta nos sorprendió ya que tenía en los entrantes pocos platos típicos de la gastronomía manchega, aunque tampoco fue mucho problema porque de los duelos y quebrantos, gachas, migas, asadillo, tiznao, etc, ya dimos buena cuenta los dos días a la hora de la comida. Precios con IVA incluído.

Los entrantes estaban casi monopolizados por el marisco. Evidentemente nada típico de La Mancha, pero probablemente la mayor parte de la clientela del restaurante es local y seguramente será ampliamente demandado.

Tomamos un plato de cecina de ciervo al aroma de tomillo, 15€, que aunque estaba cortada más gruesa de lo deseable resultó bastante buena y la flor de calabacín en tempura rellena de queso de cabra y hierbas frescas, 9€, plato al parecer emblemático del restaurante y que nos recomendaron. La verdad es que mal no estaba pero ni fu ni fa.

Para los principales nos decidimos por el hojaldre de pato con uvas pasas y salsa de moscatel, 17€. Pensábamos que el magret vendría hojaldrado pero no, el hojaldre era en forma de un par de palitos bastante ricos que adornaban las tiras de un buen magret sabroso bien acompañadas por la salsa de moscatel y las pasas, contrapunto dulce a la fuerza del pato. Bien.

Bastante peor fueron las manos de cerdo deshuesadas y rellenas de foie, 19€, que aparte de tener que buscar el foie con microscopio, se les quedaron algo duras, un poco quemadas por el exterior y tenían un sabor extraño, como metálico. Plato fallido.

De postres tomamos un pastel de chocolate con helado de naranja, 6,50€. Por la velocidad con la que lo trajeron probablemente el coulant era de estos preparados para hostelería pero hay que reconocer que estaba muy logrado y sabroso aunque muy pequeño de tamaño al igual que el helado de naranja, rico pero sin ser de los mejores probados.

El otro postre fue una tarta de queso manchego,7,50€. Estaba bien la tarta pero desde que comí hace años una impresionante tarta de queso manchego en el restaurante Seto de Motilla del Palancar (Cuenca), todas las que probé posteriormente sufren con la comparación. Acompañamos los postres con dos tintos dulces de La Mancha de los que no me acuerdo exactamente. Uno de ellos creo que era Pago del Vicario Merlot. Uno costó 3,50€ y el otro 3€. Carillos para el nivel que dieron que no bastante discreto.

La carta de vinos bastante aceptable con bastantes referencias de Castilla-La Mancha y precios altos, bastantes a más del doble de lo que se encuentran en tienda aunque algunos algo más ajustados como el que tomamos, un Calzadilla Syrah 2006 a 28€. Sorprendente la carta de vinos dulces con unas cuantas referencias de Castilla-La Mancha, inencontrables por otros lares.

El personal de servicio, dos chicas muy amables, rápidas y eficaces.

Otro cliente que pidiera a base de marisco es posible que se marchara con otras sensaciones del restaurante. En conjunto estuvo discreto. Bueno, tal vez no discreto por la cena en sí sino por la suma de lo comido y de las expectativas ya que con otros platos y como siempre digo, la sensación global hubiera sido diferente.


En la actualidad se están poniendo de moda los llamados gastrobares y en este caso el Miami Park tiene una segunda marca llamada Miami Gastro en el que estuvimos previamente tomando algo y que decidimos visitar para picar algo la noche siguiente. El sitio tiene todos los mimbres para el éxito pues combina una situación totalmente céntrica en la ciudad, decoración moderna, cocina desenfadada de bocados pequeños y precios no muy altos y una aceptable carta de vinos de los que se pueden tomar todos por copas. No puedo hacer una crónica exhaustiva ya que solo probamos tres cosas pero para quien esté interesado hay suficiente información y fotos en la red.

La hamburguesa gourmet de buey, gorgonzola y rúcula, 3€, sería más adecuado ponerle el "mini" delante ya que se come en dos bocados algo que se deduce por el precio. La carne de ¿buey? estaba bien de punto, sabrosa y el pan realmente bueno, parecía que estaba horneado poco antes. Al parecer es lo que más éxito tiene en el local. Las comparaciones son odiosas pero a veces son inevitables y en este caso estando bien a mi me gusta más la del Naguar.

Más nos gustó el montadito de sobrasada con miel y piñones, 3€. Sencillo pero la combinación resultó estupenda. Lástima que como dije antes en dos bocados se terminara.
Para acompañar estos dos pinchos pedimos unas patatas bravas DeLuxe, 7€. Las sirven con piel y unas pinceladas de salsas de tomate y mayonesa ligeramente picantes. Estaban bien pero volviendo a las comparaciones también me gustan más las del Naguar.

La carta de vinos bien escogida con vinos no excesivamente caros aunque llamara la atención que algunos venían bastante más marcados que otros. Tomamos un Raventos i Blanc Gran Reserva de la Finca 2007. 24€. Como ya apunté todos los vinos se pueden tomar por copas.

Todo un contraste las dos visitas. Está claro que actualmente lo que triunfa es la propuesta del Miami Gastro por la combinación de elementos que comenté anteriormente. Con el panorama económico tan negro que tenemos es una buena opción para salir a comer o cenar fuera sin dejarse la cartera aunque rascando un poco la relación calidad/precio de estos sitios puede que no sea tan ventajosa como podría parecer. Puede ser un buen tema de debate.


Miami Park
Ronda Ciruela,48, 13004 Ciudad Real
926 22 20 43

Mimi Gastro
Avenida del Rey Santo, 3, 13001 Ciudad Real
926 92 19 43 www.miamigastro.es
926.22.20.43926.22.20.43
926.22.20.43
Toni

martes, enero 03, 2012

Girona, a pesar del verano. Por Jorge Díez



Con bastante retraso, como se deduce del título, y con otras prioridades para mi tiempo y mis recursos, escribiré esto, no obstante, por varias razones. Lo haré porque así me había comprometido y eso me importa. Lo haré también porque fue una experiencia muy grata y no nos viene mal tener alguna que recordar de vez en cuando. Y lo haré porque esa pequeña alegría (y algunas cosas más importantes) creo que también se la debo a esa tierra, y ahora que vienen tan mal dadas el hedonismo de nuestra afición no soluciona nada, no es recurso, pero no tiene por qué callar y otorgar, también puede ser una forma de reivindicar a unas gentes, un paisaje, un trabajo y el derecho a pequeños (y grandes, por qué no) placeres.

En este primer post habrá un resumen general de lo que fue ese viaje y referencia a tres restaurantes en la misma ciudad. Luego haré otros dos, monográficos de dos comidas singulares.

Cada día considero más el verano, sobremanera agosto, como un tiempo de letargo, de anormalidad, cuando todo el ambiente se transforma, las ciudades esconden su vida y la sustituyen por un bronceado artificial de terrazas invasoras y carteles de cerrado por vacaciones justo en los sitios que suelen interesarme. Pero son fechas a veces obligadas, así que he de adaptarme a lo que queda.

Bueno, pues era ese mes de agosto tan poco simpático para mí cuando me instalé en una residencia a las afueras de Girona. El primer paseo vespertino ya me dio pistas: ciudad pequeña, accesible para caminar; buen comienzo.

Girona es su casco antiguo, elíptico, intrincado, encerrado, delimitado por la ciudad que le creció alrededor y por el río Onyar. Girona son puentes, varios puentes para pasear también por encima de ese río que no separa, que sólo marca una línea, un antes y un después en el tiempo. Al otro lado, calles comerciales modernas, islotes peatonalizados, edificios modernistas y en especial dos plazas, dos núcleos de actividad. Para mis planes, el Pont de Pedra y la Plaza de Cataluña como referencia para ordenar mis intereses de cada día. Para los de casi todo el mundo, por la mañana pero sobre todo por la noche, la Plaza de la Independencia, sus soportales hosteleros y sus terrazas.

Tardé poco en encontrar mis sitios: dónde desayunar, dónde leer prensa, dónde estar, sin más. Tardé poco en ajustar las medidas del café y en pedir “un tallat”. Tardé poco en sentirme en casa. Y así le cogí el gusto a la Granja Bescuit (la de J. Maragall), al café y la música de El Café, así, sencillamente y por antonomasia, o a la primera cerveza en El Cercle, donde me faltó coincidir con una actuación en directo. Y es que el carrer dels Ciutadans, donde están estos dos últimos, fue uno de mis ejes en esos días.

No encontré en cambio otro tipo de ofertas, bien por falta de tiempo o información, bien por ese letargo de agosto y su “tancat per vacances” que me recibió en tantas puertas. Por lo que toca a este blog alguna proposición golosa y alguna enológica quedaron pendientes por eso. De las que pude aprovechar me quedo con los turrones de Victoriano Candela, caros pero realmente buenos, deliciosos. ¡Lo que daría ahora mismo por conservar una tableta de aquellas! Y la misma tienda es digna de ver. Os aconsejo buscar alguna foto.

Pero paseos aparte, compras y rincones con encanto –que son muchos- seguro que queréis saber qué hubo de comer.

Empezaré por Occi, restaurante céntrico, pequeño e informal donde proponen un menú del día por encima de la media, en mi opinión. Mi experiencia tuvo luces y sombras. Trato agradable y facilidad para cualquier ajuste que quisieras un poco eclipsado al final por las prisas para doblar la mesa, aunque no llegó a cogerme el toro. Y platos conseguidos al lado de alguna elaboración menos fina. Lo dicho, buena comida con algún lunar. Pero el balance es favorable para su precio y el tipo de oferta. Incluso me animaría a repetir probando a la carta, corta pero con propuestas coherentes. En concreto yo tomé una croqueta de pie de porc –aperitivo- que resultó fallida (muy grasa y reblandecida) pero la cosa mejoró con el gazpacho de melón y anchoa, fresco aunque con sabores marcados y en buen contraste, y con el bacalao con verduras, correcto y abundante. Un surtido de quesos como postre también estuvo bien. Acompañó un sencillo Coll de Roses blanc (D. O. Empordà) que cumplió su cometido frente al calor dominante y a algún sabor difícil (la anchoa).

En realidad Occi era la única elección ya decidida, por comentarios leídos en blogs. Los demás días que comí en Girona improvisé, sin reserva ni muchos detalles previos y con el presupuesto limitado; los “lujos” me los permití por los alrededores. Y menos mal que fue el primero, porque a los dos días de llegar también ellos cerraron por vacaciones (allí los dejé haciendo alguna reforma). De paso, frente a Occi, en la esquina, pude ver la oferta de Nu, propuesta que me hizo dudar hasta el último momento pero que me resultó cómoda, por su situación y porque había sitio.

El restaurante Nu, según pude averiguar luego, es un “hermano menor” de Massana, uno de los más reconocidos de la ciudad -los Roca son otro mundo- que había descartado por presupuesto y por una información confusa sobre su cierre por vacaciones. Y así me vi comiendo en una barra un menú degustación con inspiración oriental, cosa que a los que me conocéis os parecerá extraña. Pero el ánimo bien predispuesto en ese viaje permitió la excepción.

Me presentaron como aperitivo unas cortezas de yuca con una salsa que ya no recuerdo bien pero que me gustó, eso sí lo tengo claro. Y la degustación empezó con una sardina marinada, casi cruda, con frambuesa. Muy buena. Después, bombón nacarado de tomate con caviar vegetal. Me quedé pensando cómo conseguían ese nacarado, qué técnica se usa. En todo caso es un estupendo y fresco cortante para alternar platos. En tercer lugar, langostinos en tempura con mayonesa templada al curry. Sabrosos y suaves a un tiempo. El cuarto plato era de muslitos de codorniz. Este me dejó menos huella pero tampoco me decepcionó. A todas estas, todo ese tiempo tenía delante al aplicado cortador de sashimi limpiando las piezas, sacando partes y elaborando platos, así que la dorada marinada que vino después me resultó familiar, la vi “hacerse” ante mí. Por cierto, un manazas y nada devoto de tanta orientalidad como yo agradeció las pinzas que venían para enfrentarse a los trozos de pescado en lugar de los canónicos palillos. Seguimos. A continuación, un “corte” de brandada de bacalao con naranja. Corte porque era como los cortes de helado, entre galletas. También agradable, ligero. Séptimo bocado, el tataki de atún con arroz basmati, nido de pasta (de pasta de arroz, claro) y wasabi. ¡Horror: mi enemigo mortal, el wasabi! Bueno, pero tenían la precaución de preguntar primero si se quería y de servirlo apartado. Incluso permití que me lo pusieran para hacer experimentos con microgramos del mismo (y para seguir siendo enemigos). Y para terminar el desfile salado, secreto ibérico, cebolla confitada y pimiento de Gernika. Hubiese estado muy bien de no ser por el excesivo punto dulzón de la sobreabundante cebolla.

La piña colada con espuma de coco volvió a hacer la función de cortante para cambiar al dulce. Fresca y rica. Y para que todo el mundo me entienda y no me llame pedante, del xuxo de crema con helado de vainilla y crujiente de cacao sólo diré una palabra: cojonudo.

Un par de copas del cava rosado de Raventós i Blanc (otra excepción a mis gustos dominantes) hicieron juego con todos aquellos bocados.

Por último voy a hablar de La Penyora, pequeño local con un punto bohemio. Yo comí a la carta pero hago ahora el comentario inverso al que hice sobre Occi: vale la pena su menú, a juzgar por el aspecto de lo que vi en otra mesa. Como aperitivo me ofrecieron una crema fría de soja. Los canelones de carne no destacaron especialmente; en cambio, el taco de solomillo de ternera con salsa de anchoa y olivas negras estaba bastante bien. Acompañaban unas patatas fritas chips que seguramente no eran hechas allí pero que responden a una tradición aún no perdida en algunas ciudades: las patatas que yo llamo “de churrería”, esa elaboración antigua, casi desaparecida, pero tan grata donde todavía sobrevive. Y no es que las llame yo así, es que de ahí proceden. Estas, o lo eran o eran una imitación industrial muy lograda.

El postre merece capítulo aparte aunque sólo sea por su abundancia. El milhojas de la casa trataba de encerrar entre dos láminas de pasta nata montada con almendra picada, una salsa templada de chocolate, piñones y avellanas, además de trozos de fruta fresca (sandía, melocotón y plátano). Con hambre no podías quedar. Recuerdo también un café digno.

Como apunté al principio, las mejores mesas las busqué fuera de la ciudad. A la capital le reservé muchos paseos, mucha arquitectura, museos (en el Museu d’Art estaba la exposición temporal Art i gastronomía, casi como un guiño para aficionados), cervezas con amigos… Y esa relación íntima que establezco con las ciudades que me gustan, también con aspectos que no contaré.

En fin, que Girona me cautivó, me ganó con su encanto. ¿Cómo no iba a hacerlo una ciudad que tiene su ayuntamiento en la Plaça del Vi (plaza del vino, si alguien necesitaba traducción)? Una ciudad amable, dulce, donde te contestan merci en lugar de gràcies, lo que dio para una pequeña polémica filológica. Una ciudad a la que me gustaría volver en mejor época del año.

Más adelante os contaré dos comidas especiales y su contexto. Tocará hablar de un interior atractivo frente a la fama de la costa. Tocará hablar de gastronomía mayor. Será todo también agradable.

Pero eso no evitó el surrealismo del verano, el que hacía que las carreteras (si se pueden llamar así, que lo dudo) en torno a Cala Montjoi estuvieran transitadas como si llevasen a un gran centro comercial, el que hacía que la policía local cerrara literalmente pueblos salvo que fueses residente porque ya no cabía un coche más, el que me hizo recorrer un día buena parte del litoral sin que pudiese parar en ningún sitio hasta la caída de la tarde. Esa locura terminó cuando llegué a Cadaqués y me refugié en el Casino, que tiene un encanto especial para mí. Después de recuperar mi humor fui hasta el Cap de Creus, el finis terrae de oriente que tiene incluso más magia que el occidental (que me disculpen mis amigos gallegos). Este es un punto en el que animaría a perderse a cualquiera, a desconectar, a contemplar sin más aquel mar sin perspectiva y dejar que te sugiera cosas. Tiene el poder de hacerlo.

Tocaba volver. Había que soportar otra vez el pago obsceno de peajes irritantes. Había que esquivar como fuera las horribles áreas de servicio y apañárselas para comer en un sitio digno. Hubo que atravesar el pluscuaninfierno de Zaragoza, con 42 grados inverosímiles, insoportables. Aún hubo tiempo para hacer noche en La Rioja y visitar al día siguiente la bodega de Marqués de Riscal. No es pequeña la parte de su negocio, con todo el vino que producen, que proviene de estas visitas turísticas. A su favor he de reconocer que el precio de los vinos en su propia tienda es ventajoso (ya me lo agradecerán los amigos cuando compartamos ciertas botellas).

Poco a poco miraba con placer el termómetro, para ver cómo caían los grados según avanzaba hacia el oeste. Así hasta casi llorar de emoción cuando Cantabria me recibió incluso con una leve llovizna. No fui el único: a mi lado en una gasolinera alguien puso su cara hacia arriba para recibir aquella bendita agua. Y eso que seguro que su coche tenía aire acondicionado, no como el mío. En fin, volvía a mi tierra, pero con recuerdos muy gratos. Y un maletero cargado de productos que tienen mucho que ver con nuestra afición común.