lunes, agosto 31, 2009

Restaurante Solla. (San Salvador de Poio, Pontevedra), por Jorge Díez


Hacemos un paréntesis en la visita a Santiago y nos desplazamos a Pontevedra. Mala idea querer disfrutar del paseo cuando media ciudad está invadida por una obra de envergadura y por el montaje de las barracas para las fiestas. Incluso así, Pontevedra resulta acogedora, fácil de abarcar y de apreciar.

Este gastrónomo errático todavía no había comido en Solla, la gran referencia local y con una trayectoria amplia y reconocida, así que era cosa de poner remedio a esa carencia.

Toca un día de calor, mucho calor, y hay que combatirlo generando corrientes en la sala a base de abrir ventanales. Esto nos traerá la visita de alguna abeja y otras incomodidades que restaron encanto al comedor. Para quien no lo conozca, se encuentra en una casona antigua y tiene unas vistas hermosas, además de estar muy cuidado su diseño; por eso señalo el pero de lo anterior, porque es una sala de las que valen la pena para disfrutarla en condiciones óptimas.

Seguí la misma práctica que en otras primeras visitas durante este viaje y escogí el menú degustación para probar varios platos. Me pareció lo mejor ante la expectativa de encontrar una gran cocina que tenía. Y ya puedo adelantar que fue un gran error, tan grande como para permitirme sugerir a quien lea esto que no lo haga, que apunte a la carta donde sin duda encontrará algo que le satisfaga. (Sabéis que no suelo hacer sugerencias tan categóricas) Esa sigla ampliada que ya hemos adoptado en el blog, la RCCP, salió francamente perjudicada con esta elección. Mientras iba llegando a esta conclusión durante la comida pude observar otras mesas y los platos a la carta que se servían, generosas raciones y aspecto muy apetitoso, por lo que creo que hubiese sido la mejor opción.

El servicio es bueno aunque hubo alguna demora ocasional, achacable a una sala llena un día de semana para el almuerzo. Cinco personas dirigidas por el propio Pepe Solla, que mimaba especialmente las elecciones de los vinos, y un cristal oscuro al fondo a través del cual veías las siluetas del personal de cocina.

Antes de haber pedido llegó un primer aperitivo de tres, una espuma de gin tonic cuyo frescor agradecí con aquella temperatura pero que tomé algo devaluada, ya caída, por seguir distraído con la carta de vinos. Pude dedicar mejor atención a la sopa de melón con jamón, versión líquida del plato veraniego, una sabrosa sopa fría, y a la combinación de patata y cebolla, también tan clásica; esta vez era cebolla caramelizada con puré y escamas de patata. La impresión que te dan estos anticipos es la de buena técnica, apuesta por las bases culinarias tradicionales y ligereza en los platos. El comienzo promete.

El primer plato del menú son las Navajas con espuma de limón y mayonesa, presentación sencilla y fresca para acompañar a un producto de primera. La combinación también es conocida y el sabor del limón suele acompañar bien a este molusco. Me gustó mucho.

Seguimos con la Sardina marinada con helado de gazpacho. Ya hablé estos días de tal mezcla y me agrada. El marinado era sutil y el helado estaba perfecto, sin cristalizaciones, pleno de sabor. Seguían siendo entradas ligeras y frescas, muy adecuadas para las altas temperaturas. Sin embargo aquí empieza lo que me hizo concluir que no acerté con la fórmula del menú. Por más que discutamos sobre las cantidades en estos casos, estaba ante cuatro cuadrados de lomo de sardina pequeña (no me quiero perder en la nomenclatura regional al respecto) del tamaño de una uña cada uno, y una cucharada de helado. Dejé apuntado en el aperitivo de cortesía de El Mercadito que me volvería a referir a aquello y era porque aquel detalle gratuito igualaba si no superaba el tamaño de este plato. La segunda ce de nuestras siglas se tambalea.

Otro entrante fue la Croqueta, que juega a las deconstrucciones. Gambas troceadas bañadas en una bechamel finísima y ralladura del “rebozado” para adornar. Sabroso, ingenioso… otra vez mínimo. Croqueta y media de pequeño tamaño, mirando con buenos ojos (Si traducimos la cantidad a bolitas tradicionales)

El Salmonete con guisantes es de nuevo una exhibición de producto de primera, aspecto que suele alabarse en esta casa. Lomo bien sabroso acompañado de tres consistencias de guisante: entero, crema y espuma. También el sabor del guisante se aprecia y se disfruta. Pero nuestra triste segunda ce sigue sin levantar cabeza, ya que el trozo de pescado es un cuadradito de tres centímetros y medio de lado como mucho.

La pobre sigla podrá reparar su orgullo con la Lubina en escabeche templado con vegetales. Aquí sí estamos ante una buena ración y a la vez el listón de la calidad del producto sigue bien alto. Sabrosa y coherentemente acompañada de triguero, zanahoria y judía, puntos de ácido, amargo y dulce. La consistencia firme, al dente, de las verduras; su suavidad, igual que la delicadeza del escabeche, completan un plato redondo.

Cierra el capítulo salado el Pichón: pechuga y muslo, sacado en el punto que solicitas, muy bien tratado. La pieza era sabrosa y también era una ración correcta. Otro tanto para nuestra letrita, para que al menos empate el partido.

Antes de los postres te ofrecen una degustación de queso del país con membrillo y confitura de manzana. Te lo sirven desde un carrito auxiliar de tipo antiguo, de madera, con el queso batido en lo que en Asturias sería un duernu. (Si algún voluntario me da el término gallego para eso mismo, para esa especie de mantequera, yo agradecido) Otro guiño a los usos antiguos. Muy sabrosos el queso y sus compañías.

A la comida la acompañaron tres panes, blanco, moreno y de pasas, todos apreciables, y de combustible líquido, Tomada do Sapo 2004, decantado por sugerencia del propio Solla. Me comentó datos sobre la elaboración y estuvo pendiente de que no fallase la temperatura de servicio pese a la del ambiente. Un poco reducido al principio, pronto se empezó a expresar en toda su amplitud, rico, graso, complejo. Fruta blanca madura, notas tropicales y de vez en cuando un deje de hidrocarburos. Se encaró con el menú con éxito.

Como primer postre, Tarta de cerezas. Seguimos pegados a las raíces, a la tradición. Sin embargo no me emocionó. Rica, sí, pero no decía mucho. Además también pecó de escasa ración.

El segundo me convenció más. Postre de avellana, que combinaba un bizcocho, un helado y una crema, con avellana picada, todos de buena factura y sabor intenso.

El café también tuvo escolta: una crema de chocolate blanco y (más) café, una espuma de chocolate y una trufita. El cacao siempre es bienvenido en mi mesa.

Total, que como tantas veces se ha dicho y yo esperaba, encontré una casa sólida, asentada, con excelentes productos y con técnica depurada. La queja viene por esas raciones a veces exiguas que dejan el menú de seis platos realmente en tres y los otros tres como pinchos a lo sumo. Para 68 euros sin IVA me parece mala imagen, sobre todo ante el prestigio merecido del restaurante. No sé, hasta un simple cambio de enunciado daría una impresión mejor (degustación de nuestros clásicos, miniaturas de temporada, qué sé yo; le pones algo así y dices que esos tres mini-platos son tres fases sucesivas de uno y la percepción cambia) En suma, que volvería -que volveré, sin duda- pero procuraría evitar el pleno verano y pediría a la carta, no el menú.

Al margen de este lunar fue una buena comida en un entorno precioso y Pepe Solla resulta un estupendo anfitrión, al que se la da bien lo de las relaciones públicas, con naturalidad, con simpatía, hasta hacerte sentir como si comieses en el salón de su casa, yendo de la sala a la cocina a observar cómo marchan las cosas, cuidando los detalles, dando conversación pero breve, sin entrometerse. Gran profesional.

El vil metal: 68 euros del menú, 28 del vino, 1’50 del café, calcúlele usted el 7% de IVA y le saldrán 104’33.

Un nuevo paseo por Pontevedra y retorno a Santiago a modo de excursión tranquila, pasando por Padrón. A veces se echa de menos el encanto de las antiguas rutas. Pero aún queda viaje.


Restaurante Casa Solla
Avda. de Sineiro
36005 Poio (Pontevedra)
Tfno.- 986 872 884

miércoles, agosto 26, 2009

Santiago de Compostela, verano de 2009 (II) Restaurante El Mercadito. Por Jorge Díez

*


En la parte gastronómica de este viaje me apetecía visitar El Mercadito, del que había leído opiniones muy buenas. Las informaciones que encontraba en distintos sitios eran contradictorias sobre su cierre por vacaciones y no estaba seguro de que estuviese abierto. Y ahí empezó una indagación que aún ahora me tiene despistado; bien podría titular esta entrega “El restaurante fantasma”.

Varios días, desde mi alojamiento, tras sentir cierta tristeza al ver cerrado Toñi Vicente y después de cruzar La Alameda, desembocaba en la calle Galeras y pasaba en vano por delante del local cerrado, sin ninguna indicación al respecto. Había perdido la esperanza de comer allí hasta que un folleto sobre el grupo Nove que tampoco daba más datos me volvió a tentar; había que llamar y asegurarse. Y hubo suerte: me contestan rápido y reservo mi mesa sin ningún problema. La llamada la había hecho al mediodía y la casualidad quiso que tuviera que modificar la hora, así que esa noche volví a hablar con ellos para arreglarlo y el fondo era el de un local bullicioso, sí, pero ¿qué local? Porque poco después pasé por delante de lo que esperaba fuese un restaurante abierto y lleno y encontré la misma persiana blanca bajada. La explicación que me quedaba era que se hubiesen trasladado así que la noche del viernes llegué con margen de tiempo para, en su caso, enterarme de la nueva dirección y acercarme a donde fuera. Pues no; esa noche el local estaba abierto y en perfecto funcionamiento. Casi olvidada ya esta anécdota, el sábado al mediodía, camino de Pedro Roca, del que ya hemos hablado, vuelvo a encontrar el local cerrado a cal y canto. Aún hoy pienso si no habré estado en una de esas cenas privadas que conciertas casi en secreto, si no habré ocupado el asiento de otro comensal ausente con nombre parecido. Así entenderéis lo del restaurante fantasma.

Al margen de esta curiosidad entraremos en lo que fue una grata cena que pudo haber sido magnífica y perdió unos cuantos puntos por un fallo creo que bastante previsible. Pero vayamos por orden. Llegué el primero a una sala interior aunque muy cálida, muy acogedora. Un camarero de profesionalidad impecable me acomodó y me facilitó las cartas y todas las explicaciones y apuntes pertinentes. Escogí su menú degustación que me pareció muy interesante. Me iba dando hasta el mínimo detalle de cada plato pero con una elegancia y una agilidad que descartaban ese síndrome del “restaurante con instrucciones”, de la “cocina del discursito”. Pendiente de rellenar las copas, de cambiar cubiertos, de marcar un ritmo que no dejase huecos en el menú. Claro que, a medida que fueron llegando mesas de más comensales hasta completar siete (creo que quedaba una libre) y el mismo único camarero hubo de atender a bastante gente, cada uno con tiempo de entrada diferente y combinados carta y menú, aquello empezó a parecerse al camarote de los hermanos Marx. Con casi toda la sala reservada y ese tipo de servicio ¿quién creía que no se iba a resentir? Hay que elogiar de todos modos la capacidad de aquel profesional para mantener el tipo incluso así pero se fueron eliminando datos sobre los platos y el servicio de la bebida perdió el paso por completo. Para mi desgracia, el vino que había estado en la mesa al principio ya no estaba a mi alcance cuando hubo que pasarlo a una cubitera para mantener su temperatura. Y tampoco el agua, que por segunda vez en este viaje estaba en jarras de servicio que maneja el personal de sala. No sé si es el método que empleaban en Los Tres Caracoles, donde vertían el contenido de la botella en un recipiente más bonito para la mesa, o la tendencia ecológica de reducir envases y usar agua del grifo filtrada y decantada para que el cloro y algún sedimento no den mucho la nota. En todo caso esa jarra tampoco estaba a mano.

Si hubiesen sabido evitar este problema hubiera sido la estupenda cena que paso a detallar.

Como aperitivo de cortesía vino una Sardina marinada con gazpacho muy buena aunque el marinado era algo fuerte.

[Vamos a recordar este aperitivo porque en la siguiente entrega de este viaje nos será útil referirnos a su tamaño y condición]

Empezamos con la Vieira tibia con mahonesa de soja y sopa de maíz. Unas láminas de vieira con una textura tierna en buena armonía con salsas con personalidad pero suaves. No había excesos en la soja y era muy sabrosa la sopa de maíz, que combinaba muy bien con el molusco.

La Ensalada de tomate marinado y brandada parece que es plato de éxito de la casa. Es un tomate mediano entero –muy sabroso, por cierto- marinado con suavidad y relleno de una brandada muy ligera, que es su rasgo distintivo. Así resulta efectivamente una ensalada, un plato sabroso pero fácil, nada pesado.

El Pulpo a nosa feira presentaba la textura firme típica de la tierra, que yo también prefiero, y reposaba sobre una cama de espuma de patata que a su vez tenía debajo una lámina de aceite. Todo sencillo, tradicional y tan rico como aparentaba. Me quedo con el detalle del pimentón, cuyo ahumado llenaba de aroma el plato, le ponía un perfume exquisito. Era lo primero que te llegaba, antes incluso de posar el plato en la mesa, y ya te pedía saliva para saborearlo.

Después, Huevo cremoso con espuma de patata, pisto y pan. Una presentación moderna de plato clásico que ya se ha hecho demasiado habitual. Absténgase quien no aprecie el huevo a baja temperatura. Eso, huevo a baja temperatura, espuma de patata, un rico pisto y unas migas ralladas para mezclar a la antigua usanza. Sabroso pero quizá me he encontrado ya demasiadas veces con esta propuesta.

A continuación llega la Merluza de Celeiro al vapor con su pil-pil que se describe sola y a la que únicamente hay que preguntarle por la calidad del producto. Como la respuesta es “alta” el resultado tiene que ser bueno. Un hermoso taco de merluza con base gelatinosa muy bien conseguida (si tenía truco este pil-pil estamos ante un gran mago) y un aceite de hierbas, de un bonito verde intenso, pero tenue, que respetaba el sabor del pescado.

La carne tenía su representación también: Ternera del país estofada en vino de Monterrei. Buena ración de carne suave con una salsa reducida de vino correcta pero no destacable. Es un plato más convencional, menos impactante. La parte “cantidad” del menú, para saciar pero con menos complejidad técnica, con la que se jugó en las entradas, ni producto excelso (ese era el papel de la merluza) Para que nadie diga que en los restaurantes modernos se queda con apetito, que hay mucho hambrón con mal humor por ahí.

Como se puede ver, un menú bien compensado y variado pero perfectamente reconocible, de aire tradicional. Si acaso, abuso de las espumas, que volverán a los postres, pero satisfactorio.

El primer postre fue Espuma de arroz con leche y tofe. Cuenco con base de tofe suave y encima la espuma, presentado sobre una bandeja de pizarra en cuyo margen había más tofe y almendras picadas para mezclar al gusto. Fácil de tomar pero me dijo poco. Flojo de sabor.

Y terminamos con Mil hojas de hojaldre con crema de vainilla también sencillo. Sabroso pero muy simple. Los postres bajaron un poco el listón, al margen de las circunstancias de servicio ya comentadas.

El vino que acompañó, mientras le dejaron hacerlo, fue Mar de envero 2007. Estaba bastante cerrado, con cierta reducción. Color dorado y nariz escasa, no obstante apuntaba buena acidez, buena estructura, pero en conjunto no llegó, no convenció.

Por no dejar detalles, el estándar del café lo marcó Illy y el pan era bueno. Con el café fue aquí donde por primera vez me ofrecieron alternativas de cantidad de agua para el solo.

Nota para contables: 45 euros el menú (con IVA) y 18 el vino, que sumados al café, pan y servicio hicieron 66’50. Lo considero RCCP bastante buena.

Un último elogio para el sufrido encargado de la sala, que bien lo merece. Todavía tuvo tiempo, con el mejor de los gestos, para imprimirme la copia del menú en aquel torbellino en que se le había convertido el elegante servicio. Gracias y mucha suerte.


Dirección: Calle Galeras, 18
Santiago de Compostela

Tfno:- 981574239


* foto tomada del blog del Gourmet de Provincias

domingo, agosto 23, 2009

Santiago de Compostela, verano de 2009. Restaurante Pedro Roca. Por Jorge Díez


La sala de Pedro Roca es funcional, casi minimalista. Colores neutros y ambiente tan tenue te hacen pensar que estás en otro restaurante a la moda y dudas si serán de los que aciertan a mantener la cocina bajo las presentaciones o se habrán quedado sólo en la buena apariencia. Pero la entraña del local no tiene nada que ver con eso. Bajo el aspecto descrito se esconde una fórmula mucho más clásica, más familiar.

Por lo leído por ahí sé que, aunque último en llegar a ese nuevo camino culinario de Santiago alrededor de la calle Galeras, se trata de un profesional veterano que ya ha demostrado su buen hacer de sobra.


El comedor se articula en dos zonas, la del fondo abierta a la cocina pero con una organización de espacios que no la hace incómoda. Allí me senté tras una acogida amable y allí leí una carta breve dividida en “Compartidos”, “Raciones” y “Postres”, como equivalentes de los habituales entrantes y principales. La bodega es mediana. Ofrece un “Menú plaza de abastos” que recorre bien su carta y que resulta más favorable que esta en cuanto al precio. De hecho, me parecen altos los de los platos pero el menú es una apetecible propuesta por 40 euros sin IVA.


Me traen a un tiempo una bandeja con cuatro tipos de pan, que resultaron todos sabrosos, y un aperitivo, Helado con anchoa y queso, fresco, ligero y con contraste acertado de salado y (poco) dulce. No llego a diferenciarlo, pero intuyo que en el helado hay notas de algún vino dulce para conseguir ese rasgo.


Y empieza el menú con Almeja fina en gazpacho que es lo que su enunciado dice. Probé estos días combinaciones de gazpacho con sardina que me gustaron más pero tampoco le falta armonía a esta propuesta. En todo caso es rica y fresca y la calidad de la almeja está fuera de dudas.


Sigue el Bogavante con remolacha, de una pieza no muy grande pero con buena textura y buen sabor. La remolacha se presenta en una crema y en dados, y está tratada de manera que no se marque demasiado su sabor para dejar protagonismo al marisco. Entiendo este plato sobre todo como guiño clásico al producto de prestigio.


Tercero de los platos de tipo ensalada y a base de mariscos: Navajas con judías. Navajas correctas, de calidad media, y judías muy finas y al dente, todo con un aliño muy suave. Estupenda ensalada templada.


Continuamos con Choco con fideos en tinta, también idea tradicional, sabrosa, con producto digno y ración abundante.


Un segundo plato de pescado, Merluza con berberechos, nítido, sin afeites, sabor a oleadas, mar en el plato. Muy buen producto y excelente el punto, textura perfecta.

Y si el pescado había marcado un crescendo llegó el Cabrito de Allariz con molleja, riñón e hígado para subir el menú a un nivel soberbio, con mayúsculas. Las carnes no habían brillado en otras comidas de este viaje pero la de aquí compensaba cualquier carencia. Un buen corte de cabrito en perfecto punto acompañado de una panoplia de sus propias entrañas, de sabor potente, bien glaseado. No será un plato veraniego pero fue memorable.


Creo que si repasamos el contenido se ve que, con la presentación que piden las tendencias actuales, la oferta es clásica, intemporal, segura. La evocación de la cocina de siempre es inmediata.


Me sirvieron un Sorbete de limón y frambuesa sencillo que hacía un buen corte refrescante antes del postre. Y aquí viene otro detalle interesante de esta casa. En algún momento de su trayectoria el cocinero sin duda trabajó a fondo la repostería, que tantas veces queda como pariente pobre en las cocinas modernas sin personal especializado. Lo digo porque la propia oferta es una exhibición de seguridad en sí mismo; no hay postre predeterminado para el menú, sino que puedes escoger cualquiera de los seis o siete –todos muy sugerentes- que figuran en la carta.

Elegí la Kinafa, base de queso tratada en dulce con pasta hilada y horneada. Sobre el conjunto iban unos pistachos garrapiñados. Exquisito. Texturas complementarias, crujientes y cremosas, sabores bien domados y dulce controlado, suave, elegante. Los postres, en carta, se cotizan a 7 euros. Los valen.

Con el café te ofrecen un detalle, llamado así, en castellano, nada de petit fours (no me acaba de gustar este término y por eso me atraen sus alternativas) que vuelve a ser una exhibición de repostería a escala: un pequeño bombón, una mini-magdalena rellena, un bizcocho con confitura de melocotón fina y unas almendras garrapiñadas con una cobertura blanca impecable, que no es a la que estoy acostumbrado y que supera a la típica por su acabado aterciopelado. Al lado de sus pequeñas creaciones golosas, una mora fresca hermosísima.

El café era bueno y por segunda vez en este periplo gallego diferenciaron para el expreso dos tipos, entre el más concentrado al modo del ristretto y la mayor cantidad de agua que solemos emplear en España para el solo. ¿Influencia de los visitantes extranjeros?

El Eidos 2007 fue un vino de amplio espectro, se amoldó a (casi, estaba por ahí el cabrito) todo, pero no me emocionó. Por cosas que he leído quizá le faltó tiempo para expresarse o le perjudicó la inevitable, subjetiva comparación con un Contraaparede que había tomado unos días antes. En todo caso un Rías Baixas no manido, interesante, expresivo, que no es poco tal como anda la D. O. Su precio, 20 euros.

En resumen, una comida bastante clásica, muy satisfactoria, bien provista de producto y sobrada de técnica, en un entorno agradable. Para la contabilidad, con el pan, el agua y el café, más el IVA, 70 euros en total.

Méritos tienen para que les vaya bien, sin embargo, había poca gente. Esperemos que la crisis no se cobre otra víctima inmerecida. Desde luego yo quedé con ganas de volver.



Restaurante Pedro Roca
C/Domingo García Sabel , 1
Tfnos: 981585776 / 616780673

martes, agosto 18, 2009

El Almacén (Ávila), por Toni

Después de la visita anterior a La Pera Limonera tocaba ir a probablemente al clásico de Ávila: El Almacén.

Tiene el handicap, ¿ó ventaja? de estar situado fuera de las murallas de la ciudad, al inicio de la carretera de Salamanca, pero a un corto paseo de 15 minutos desde el centro de la ciudad vieja.

Por el aspecto exterior de la casa no esperábamos un comedor de cierta elegancia, amplio, tanto que pienso que tenía más de 100m2 y en cambio se permitía fumar.
Tiene una carta bastante grande y los precios como de costumbre sin IVA incluído.

Mientras esperábamos nos trajeron como aperitivo de la casa, que por lo menos no venía incluído como concepto en la cuenta, una crema de garbanzos con curry. El puré de garbanzos no es que sea uno denuestros platos favoritos precisamente (ecos de la infancia) pero este estaba bastante bien ya que el curry le da una dimensión totalmente distinta a lo habitual.


Esta vez sólo pedimos de entrada un caramelo de Avileño. 14,98€. Se trataba de tiras de carne de la raza avileña caramelizadas con unas tiras de puerro en tempura, sobre una sala aparentemente de PX aunque no lo aseguraría y rodeada de otra salsa que no identificamos y que tenía un gusto picante que sumándose al toque dulce anterior conformaba un conjunto muy sabroso y casi goloso.
Una original composición de la carne que nos gustó mucho.




Para los platos principales fuimos a lo seguro. Magnífico el lomo de avileño con hongos y foie, 20,33€. Carne de gran calidad, perfecta de punto y con un generoso acompañamiento de hongos y foie y una reducción de vino dulce nada empalagosa.
Nada nuevo, pero totalmente satisfacorio.







Y como estábamos en la tierra, también probamos el solomillo a las uvas, 22,47€, al que se le puede aplicar la descripción del plato anterior. Incluso el puré de patatas de guarncición tenía un notable sabor. Muy bien.





Aunque íbamos forzados todavía quedó sitio para los postres. Estupendo el helado de oloroso dulce, 6,42€, de buena textura y sabor.






También muy rica la galleta de almendra rellena de manzana sobre salsa de yogurt, 5,35€, muy efectiva la combinación del dulce y agrio de sus ingredientes.





La carta de vinos impresiona sobre todo en los tintos. Lo tienen casi todo y de las novedades mediáticas se puede decir que todo. Lo malo es que estas cartas se notan luego en los precios, bastante elevados. Tomamos Dominio del Bendito 2005, 29,96€, algo duro todavía pero con buena materia.

Con los postres pedimos sendas copas de Fondillón 1964 y Moscatel Emilín Lustau, a 4,28 c/u.

El pan lo cobraron a 2,14€ c/u. El servicio veterano en su mayor parte y con dominio del oficio.
Extrañamente no tienen página web en los tiempos actuales.

En conjunto fue una cena satisfactoria que a fuerza de ser pesado hubiera sido perfecta sin la compañía del humo. Cocina tradicional aunque con el toque algo innovador del entrante y estupenda materia prima perfectamente tratada. Es la primera vez que íbamos pero queda apuntado con seguridad para la próxima visita a Ávila.

Nota general: 6,25

Emoción: 7


El Almacén

Ctra. de Salamanca, 6, 05002, Ávila
920 254 455


toni