Estos días se han conjurado duendes para hacerme pensar en el hábito de contar cosas en un blog, eso que yo entiendo como tertulia de nuestro bar virtual, ni privada ni pública del todo. No es privada precisamente porque se desarrolla en un espacio público, porque cualquiera puede seguirla y puede sumarse, como pasa con una conversación abierta en un bar real. Pero tampoco es una tribuna pública, porque no creo que aquí ejerza nadie el magisterio gastronómico suficiente como para ponerse a impartir doctrina, como para que alguien se obligue a leernos y a tenernos en cuenta; no asumimos tanta responsabilidad. Y no pienso que haya quien prefiera cerrarla, hacerla sólo para los que ya se conocen; perdería la gracia.
Tengo mis estudios, mi título, y tengo mi trabajo, que se quedo muy por debajo de aquel, pero ninguno de los dos es “bloguero”. Entonces, ¿por qué se refieren a mí de esa forma, incluso en un periódico? Quien esté pensando en la opción más común que la descarte: aunque firmara con seudónimo, Asturias es demasiado pequeña y la hostelería es un pañuelo. Te acaban conociendo. Volvemos pues al “bloguero” Jorge Díez. No tengo forma de sacarlo de mi cuerpo, de ejercer a tiempo parcial dado que no es una profesión, así que lo llevo puesto. Lo llevo puesto, por ejemplo, cuando voy con unos amigos a comer fuera, a pasarlo bien. Pero alguno es hostelero y lo conocen en el sitio al que vamos, y cuando nos presenta a los demás, cuando dice mi nombre, alguien de la casa pone un rictus de duda, le suena de algo… hasta que se da cuenta y hace un gesto como de escribir en un teclado. “Esto es una encerrona, en menudo compromiso me pones, Fulano”. No sé si exageraba, si había algo de broma, pero si de verdad aquello le puso nervioso, le hizo sentir incómodo, puedo asegurar que a mí, bastante más. No es eso lo que yo espero cuando salgo a comer con mis amigos, no es lo que pretendo, cada vez menos.
Cada uno es como es, cada quién es cada cual.
Los que cambiamos impresiones por aquí, los que incluso nos conocemos en persona, en fin, este pequeño grupo reúne profesiones diversas, edades distintas, distinta residencia… En común, poco, aparte de la afición a hacer algo más de la comida y la bebida, a darle más vueltas que la mayoría. Una afición blanda, nada visceral, que permite la convivencia de gustos dispares sin mayor problema. Una afición poco trascendente que no nos exige demasiado ni nos lleva a mucha discrepancia. Porque si este blog tratara de literatura, de pintura, de cine, de urbanismo, la exigencia sería mayor, la discrepancia tendría otra categoría. Hace poco alguien elogiaba el respeto que mantenemos en este foro, la armonía que se observa. Bien, mientras cuidemos ese hilo fino que pasa por las manos de todos sin sernos extraño, porque si damos un paso fuera del tema, si alguien se mete en honduras, enseguida veríamos las líneas rojas, las que no hay que sobrepasar. Así que me gusta quedarme con esa informalidad, evitar la trascendencia que no le conviene a esta tertulia, cada vez menos.
En cualquier caso en los blogs hay de todo, en general y en este nuestro en particular. Hay quien busca influir con su opinión y quien lo evita, hay quien hace una guía de establecimientos o productos con detalle y quien prefiere contar impresiones más vagas, hay quien esquiva las experiencias negativas y quien las incluye…
De todos modos hemos creado la etiqueta, tenemos nuestros códigos, nuestro lenguaje, somos blogueros, ¿incluso a nuestro pesar? No sé. Cada uno tiene su estilo y tiene una intención. Muchos empezaron en esto porque las guías les quedaban cortas, en la era de internet ya no eran lo bastante ágiles. También se rechazaron los intereses económicos o el juicio de los críticos. Faltaba independencia. Y aquí entrábamos nosotros, se supone, aquí venían las virtudes de los blogs. Con todos los defectos que podamos señalar y todos los méritos que podamos aportar nunca un medio humilde como este podrá abarcar la amplitud de una guía, nunca los recursos de un simple aficionado alcanzarán a los de un profesional para probar todo lo que aparece nuevo por ahí.
Personalmente no tengo formación para hacer análisis gastronómicos detallados ni información para redactar guías amplias. La ignorancia se atreve a dejarse ver en lo escrito y sueles reconocerla cuando lo relees con posterioridad. Y el paso del tiempo deja sin valor aquella crónica que redactaste en su día. Por honestidad me obligo a declarar que lo que escribo sólo cuenta lo percibido en ese momento. No puedo pretender ni quiero que tenga más trascendencia, que alguien lo tome como referencia, que busque lo mismo. Cada vez menos.
Los blogueros somos gente inquebrantable.
Se nos suele ver… Bueno, a cada uno se le suele ver por su barra y con su copa. Quiero decir que hemos asumido la etiqueta o nos la han colgado sin que hayamos podido negarnos pero eso tiene varios significados. Los blogueros somos independientes. Vale, pero hay quien pretende algo distinto, quien busca que hables en su favor o en contra de tal o cual cosa. Contamos lo que nos pasa como nos pasa. Sí, pero ¿tiene tanto alcance la experiencia individual? Nuestra opinión, nuestra subjetividad, las circunstancias concretas de esa comida, de esa botella, de ese día. Demasiado voluble para que otro lo tome y lo use. Poco más que palabras. Ah, pero, cuidado: si te excedes con el verbo, si adornas mucho el asunto habrá quien desenfunde aquello del escritor frustrado (¿cuántos hay por los blogs?) quien diga que es exhibicionismo, mero ejercicio de estilo. Es mejor no hablar de las malas experiencias. Caray, es mejor no sufrir malas experiencias; lo de contarlo luego o no es secundario. ¿Por qué evitar hablar de ello? ¿Por mantener “buen ambiente”? ¿O hay algo más? Pues yo, si algo me parece mal, lo digo. Estás en tu derecho, claro, pero suele generarse polémica y no siempre sincera. Es que con el trabajo de los demás no se juega. Tampoco yo permito que jueguen con el mío. Pero el mío no es un servicio no esencial, con oferta al público, que ha de gustar más que otro para que te elijan. La hostelería y yo somos así, señores. Y escojo lo que me gusta más para comer y beber y dónde lo hago. ¿Tanto poder tenemos por decir lo que no nos gusta? Más bien hay quien se lo quiere creer así, desde los dos lados: críticos y criticados.
En fin, que no me gustan esas poses, que no quiero hacer de una afición placentera un pleito. Cada vez menos.
Ahora que estamos solitos, vamos a contar mentiras.
Venga, hablemos claro. ¿No hay blogueros que han querido –que quieren- ocupar el lugar de esa crítica a la que tanto reprochan? ¿No hay quien parece hacer de esto una profesión? El tono, los acontecimientos que se reseñan, los vínculos, la participación en actos… ¿No contestamos a la ligera cuando nos piden recomendaciones? ¿Cuántos post son primeras o únicas experiencias y ahí lucen como criterio? El que esté libre de pecado que tire la primera croqueta (Sí, hombre, de esas que son un mazacote) Yo desde luego he cometido unos cuantos. Pero hay otro tópico que supera a estos: si hay que criticar algo, se hace, aunque sea a un amigo. ¡Butifarra! Y no de las de comer. Ni el más ácido de nosotros. Las personas somos así, no le demos vueltas. Tenemos nuestro corazoncito y la hipocresía es el cemento social por antonomasia, así que a los allegados no les decimos lo que no nos gusta o nos parece peor de ellos, sobre todo en público. Se puede leer entre líneas, claro, y se deducen cosas más por los silencios elocuentes que por lo (no) dicho.
¿Cuántas veces os habéis sorprendido “cazando” novedades, con prisa para ir a probar lo último abierto o sacado al mercado? Prisa para probarlo y contarlo, claro, que no se adelante alguien. ¿Nunca os ha condicionado este hábito para escoger? Vamos, que os crece la nariz. Y como yo ya la tengo bien grande quiero desintoxicarme, no quiero engancharme, cada vez menos.
¿Ya no hay dónde huir?
Sin embargo este mundillo me ha permitido conocer gente agradable, me ha llevado a actos que me interesaban, me ha aportado cosas, así que no reniego ni quiero renunciar a esa parte. Pero necesito replantearme cosas, necesito recobrar una naturalidad que estaba perdiendo.
Ni soy ni quiero ser profesional de esto, así que puedo ahorrarme ir a cada cata, cada charla, cada inauguración, cada feria… Escogeré las que de verdad me atraigan, no las que me fatiguen sin aportarme nada. No soy periodista así que contaré lo que quiera contar, lo que me apetezca compartir o difundir sin que me obligue una agenda. Y lo haré a mi modo, como prefiera en cada caso, sin libro de estilo. Soy demasiado parcial, por lo tanto no soy idóneo para jurado de ningún concurso. Soy demasiado parcial y defenderé siempre a los amigos, hablaré de mis sitios, de los entrañables, de los que me hacen sentir a gusto; pero no estoy en una ONG, esto no es Blogueros Sin Fronteras, así que evitaré apadrinar productos y establecimientos. Lo siento, el que quiera publicidad que no me busque, que pregunte en una agencia. En fin, que debo revisar muchos vicios que amenazaban con convertirse en crónicos y volver por donde empecé, por la pasión sin compromiso ni riesgo que supone compartir esta mesa, esta barra virtual. Y si en ese camino en algún momento no tengo sitio en este blog o en esto de los blogs pues sólo quedaría decir buenas noches, amigos… y enemigos.
A este post le quedarían bien unos cuantos enlaces musicales, los mismos a los que hay guiños en el texto, pero esa es otra habilidad que no tengo, es otra cosa que no soy, bloguero de pro, con su cuenta y sus recursos informáticos. No, no lo soy, cada vez menos.