Después del anterior post que le había dedicado, mi primero en este blog el verano anterior, volví a los pocos meses a este restaurante con un amigo y el supuesto mismo menú se transformó para la ocasión de tal manera que apenas coincidieron tres platos. Aunque aquello tuviese mucho que ver con la cortesía de José Antonio Campoviejo para que probásemos algo diferente es también una prueba de su buen hacer en los fogones y de su creatividad.
Otra vez en la terraza cubierta, con una lluvia que quiere disfrazarnos la época en que estamos, y una exquisita manzanilla pasada como aperitivo. Pido sin dudas, con confianza plena en la cocina. Eso es todo un lujo, si os paráis a pensarlo. ¿En cuántos sitios podemos hacerlo sin riesgo?
Y llega la compañía sólida de la manzanilla. Espárrago blanco y verde en vinagreta, donde se juntan yemas de espárrago verde y una crema fría de espárrago blanco, sobre una vinagreta deliciosa. Me da por pensar en que concedemos poca importancia a esa salsa tan veraniega. Qué fácil es encontrar vinagretas que dan pena y dolor y qué placer cuando están bien trabajadas, como en este caso. El segundo aperitivo es su conocido Tembloroso de foie-gras con manzana ácida. No sé qué extraña asociación de ideas me recordó el turrón blando, por la peculiar textura del foie que estaba más denso que otras veces. Un ápice menos de frescura para ganar un puntito en el juego entre consistencia y elementos de corte ácido y frío. Después, Queso de cabra, flores, estivium y frutos secos, presentación muy atractiva gracias a los pétalos de colores vivos para suavizar el impacto de una buena crema de queso fuerte con trufa y avellanas. Como último aperitivo unas Croquetas de pollo que vuelven a demostrar que la buena cocina se detecta en los detalles menores. La intensidad de su sabor, la finura de la bechamel y la suavidad del rebozado, el tratamiento justo de fritura nos ponen ante algo que parece muy sencillo pero es un compendio culinario en pequeño formato. Todo esto con la manzanilla pasada de La bota nº. 10.
Empezamos la parte grande del menú con Menestra de primavera con jugo frío de verduras asadas. Habitas, guisantes, perrechicos, espárragos blancos, bien tersos, con sabores finos acomodados en un fondo muy concentrado, también de elementos vegetales pero mucho más fuertes (intuyo la magia del pimiento por ahí) A modo de sopa fría, agradable al principio de esta gran escala que vamos a recorrer. Por cierto, algo que comentamos por foros habituales hace poco: tenía desde el principio una hoja con el menú impreso para guiarme en el viaje gastronómico, para ir haciéndome una idea de lo que vendría después. Muy útil, sinceramente.
Otro viejo conocido es Vaca y toro (recordando un Vitello Tonnato), la combinación de tacos de ternera y atún apenas tocados por la plancha sobre una salsa de anchoas, que esta vez estaba en su punto de sal, sin excesos que tapasen la textura de las carnes.
Y llegamos al plato que siempre nos engaña, ese que se mantiene en el menú pero nunca es dos veces el mismo, el de los tubérculos y la vieira, en esta ocasión presentado como Papa asada, vieira, tallos y verdura. Esta versión es más bocado y menos ensalada, es más denso y aprovecha la presencia de entradas frescas y ligeras para crecer. La combinación de los distintos vegetales con un punto ácido y crujiente se entiende de maravilla con la textura de la vieira y su deje dulzón y la cremosidad de la papa lo envuelve todo como un sabroso regalo.
De aquí en adelante el menú se volverá más contundente. El Patatín relleno de jarrete glaseado, perrechicos y tupinambo es puro guiso clásico, amable, acogedor; te hace sentirte en casa. La carne estaba perfecta y la combinación de sabores no requiere comentario, es cocina de tradición, asequible para cualquiera.
Nos propone después Recuperando una sopa de gallina (canelones de pollo de aldea, gnochis y maíz) que continúa la línea del paseo por lo tradicional con otros ojos. Un canelón de pollo de sabor intenso envuelto en cebolla, pasta de queso Gamonéu, yema de huevo y maíz en grano sobre un caldo delicioso, para ir fundiendo en él los ingredientes y resistirnos a volver de esos recuerdos donde nos había dejado el patatín relleno. En este momento casi le agradecemos a la primavera su mala cara (dice el refrán que cuando marzo mayea, mayo marcea) para dejar que esta sopa nos entone, nos regale calor por dentro.
Es el turno del pescado, de que lo mejor del mar suba por el Sella hasta Arriondas haciendo el camino inverso. Salmonete, su esencia tratada como una sopa de fégadu [hígado, en castellano] es un plato soberbio. Declaro mi debilidad por el salmonete y he podido probarlos muy buenos de muchas formas, pero este apunta a lo mejor. Un fondo exquisito reducido con cuidado muchas horas que será el caldo base para una tradicional sopa de hígado, en este caso el del propio salmonete, y hará la mejor compañía a los lomos limpios y tersos del pescado, además del trocito de pan frito flotando para completar el decorado clásico. No quiero que se acabe.
Galleta crujiente de virrey, esencia de picual y fabones de mayo es otro plato sobresaliente en sabor pero que resulta ligero por su tratamiento. Corte muy fino de virrey plancheado intensamente, que nos aporta tostados, con el carácter fuerte de esa oliva y la delicadeza de las habas para equilibrar el triángulo.
Costilla de la borona, ahumada y adobada, y bizcocho de maíz es un plato clásico de esta casa y fue el único que me desbordó un poco por exceso en este menú de primavera. El tratamiento de humo y adobo da un resultado muy intenso, mejor compañero de potajes de tiempo frío (su fabada o su pote, por ejemplo) que del dominio vegetal y de pescado de la temporada. También estaba como siempre el bizcocho esponjoso de maíz que engaña bajo esa apariencia aireada, aligerada, sí, pero solo en textura porque no pierde nada de su sabor profundo, tiene una densidad que sorprende, que no sabes bien de dónde procede.
El Queso artesano de pasta blanda “Valles del Oso” venía perfectamente atemperado, con un membrillo casero y un crujiente leve. Ya hemos hablado más veces por aquí de esta quesería y de sus productos y sólo quiero reafirmar que es una elaboración asturiana con mérito para figurar con nombre propio en una buena mesa, al margen de la agitación de otras denominaciones. Para quien todavía no conozca nada suyo, es un queso de leche de vaca pasteurizada con fermentos de kefir, con fina acidez y un sabor pronunciado para su corta maduración. Amantes del queso, no lo dejéis pasar si lo encontráis.
Las Fresas en su jugo con helado de pimienta de Sechuan, además de ser un postre de temporada idóneo, muestran un excelente dominio del equilibrio. Ni una arista picante de más, perfectamente limado ese helado para fundirse con la acidez de la fresa y con el dulzor de su madurez bien escogida. Otro triángulo absolutamente compensado.
El Chocolate frito con helado de mantequilla noisette, exquisito. Qué más puedo pedir, adicto al chocolate como soy. Quizá algún purista hubiera reclamado más intensidad en el helado de mantequilla, más tostado, pero a mí me pareció bien que fuera un poco tímido y le dejase el protagonismo al chocolate, elaborado al modo de la leche frita y con relleno fluido. Potencia, aroma profundo, el amargor sutil y delicioso del buen cacao… No se me ocurre cómo acabar mejor un menú excelente.
Los detalles complementarios, o no tanto, son los habituales y tan buenos como siempre. El aceite Castillo de Canena Picual, primer día de cosecha, el surtido de tres sales, el espléndido pan de Cea y una buena torta de aceite, el bombón de té con cuajo de queso de Los Beyos, membrillo y frutos secos para acompañar al café… Y la estupenda atención de Yolanda, la eficiencia de la camarera (cuyo nombre no sé, perdón), las explicaciones del propio José Antonio.
Nos hemos dejado por el camino los vinos. Al menú le hizo frente con solvencia un riesling alsaciano, Trimbach Cuvée Frédéric Emile, cuya añada soy tan diletante que ni recuerdo ni tuve la precaución de apuntar. Algo reducido, cerrado al principio, con un punto que evocaba a un vino generoso, fue ampliando su paleta de aromas y sabores a lo largo de la comida. Otra de esas joyas blancas que en este caso mira hacia Alemania desde un balcón con otra bandera pero que proporciona tantos placeres como sus parientes y vecinos. Riqueza aromática, graso, bien estructurado, con reciedumbre para darle el pase preciso a cada plato y para graduar todo lo que guarda en una entrega progresiva, delicada, de cambios sutiles. Habíamos abierto con la manzanilla pero la altura del Trimbach ponía difícil el cierre, así que buscamos la solución ligera, el atajo de un modesto Casta Diva para la copita de dulce con los postres. Cumplidor sin intención de medirse con nadie. Los tres estupendos en su respectivo trabajo.
Una vez más sólo puedo agradecer tan magnífica fiesta, porque comer en El Corral del Indianu siempre lo es, siempre es una celebración de la pasión por la gastronomía. En la sobremesa hubo ocasión para conversar sobre ello, sobre productos, sobre tendencias, sobre problemas, algún anuncio interesante. La sensación con la que sales es ante todo confortable. Sales satisfecho pero con ese placer que te deja la buena compañía, la confianza, la complicidad desde tu puesto de cliente.
Fuera huele a goma quemada, a gasolina. Otros apasionados están a lo suyo, entre acelerones atronadores que sueñan con el mejor tiempo en
Nos queda Arriondas.
Salud.