sábado, julio 24, 2010
El comensal solitario, por Jorge Díez
Motivado por la lectura de un artículo del Sr. Vilabella, publicado recientemente en El Comercio, me lanzo a reivindicar al comensal solitario, que no salía bien parado en tal escrito. Decía el gastrólogo que resulta triste, patético comer solo. Yo le aseguro que cuando lo hago no estoy nada triste ni resulto patético, y puedo aportar testigos. Claro que yo no soy gastrólogo. Ni inspector de la Michelin, que también recibían lo suyo; no sé si eso influye. Actividades enriquecedoras y placenteras que requieran la compañía y ganen con ella sólo se me ocurren dos a bote pronto: la conversación y el sexo. Los aficionados quizá apunten los juegos de mesa pero a mí no me atraen. Por lo demás la compañía la soportamos como buenamente podemos (vecinos, compañeros de trabajo, taxistas, el pesado del autobús…) o le damos una importancia circunstancial (ese trato improvisado en la barra de un bar, por ejemplo). Y en los casos que una mayoría tendrá en mente ahora para darme réplica yo les invito a pensárselo bien: el goce, como la procesión, va por dentro y cada cual busca el suyo aunque comparta la actividad. Lo que pasa es que hay demasiada gente con un miedo extraño; no tengo claro si es miedo a la soledad o a sí mismos y por eso no quieren quedarse a solas consigo. Creo que en parte por esto tienen actualmente tanto éxito las redes sociales, las formas cibernéticas de relación, que sustituyen el contacto con “calor humano” por una ventajosa ilusión de vínculo aséptica y perfectamente controlable por uno mismo (y su mecanismo: ordenador, móvil, iPad o el chirimbolo que cada uno use). Compartir, sí, pero poco. Lo que compartimos es la crítica -¿será que al final todos llevamos un crítico omnímodo dentro?- la valoración de la experiencia, y para eso tenemos que saber que nuestro interlocutor ha visto el mismo partido, leído el mismo libro o comido la misma tapa. Entonces es cuando podemos lucir nuestras dotes de entrenador, que superan al seleccionador nacional y a quien se cruce, cómo no; nuestro talento literario oculto, y no nos arredramos en dar o quitar galardones al escritor más curtido; o nuestros amplísimos conocimientos gastronómicos para poner en solfa al cocinero por tan pobres aportaciones a la historia universal de la cocina. (Qué vamos a decir sobre eso en blogs como el nuestro que no sepamos y encontremos a menudo). Pero el partido lo ha sufrido uno como si las patadas se las dieran a él mientras su amigo ante el mismo televisor lamenta que la selección concentre tantos jugadores del mismo equipo… sobre todo por ser ese equipo precisamente, hombre, que no han podido convocar a no sé quién del rival. El libro ha aburrido a fulanito pero se lo ha tragado entero, que no puede quedar mal y no presumir de conocerlo, mientras que a su pedante cuñado le ha gustado de verdad, será triste el tío. Aunque luego los dos alabarán lo profundo de tal o cual aspecto y el ritmo ágil de la narración, claro (O lo que carajo haya dictado el suplemento cultural del períodico que lean, vamos, que la autoridad sigue haciendo falta para que nos lleve hasta donde no llegamos por nuestros medios.) En cuanto al bocado y el trago, ah, eso es otro mundo. El mismo vino que exhibe sus catorce grados de alcoholazo como mínimo, que hoy día con menos no se va a ninguna parte en el mercado español, a uno del grupo le da torrefactos en nariz y a mí me da pie para despotricar contra ese descriptor, que considero bastante vacuo y en su caso negativo (y es que odio el café torrefacto, oiga, qué le voy a hacer). El dichoso plato con wasabi hace las delicias del comensal que sigue a paso ligero la moda oriental en la cocina, mientras yo echo pestes y reclamo nuestras tradiciones (eso porque el wasabi es de los pocos sabores que no tolero ni en pequeñas dosis). En fin, que cada uno saca lo que saca de la copa o el plato y cuando disfruta es a la hora del concurso, de “acierte usted el ingrediente clave o el aroma básico”. A lo que iba, que me estoy perdiendo (Será porque escribo esto solo, y no hay nadie que comparta conmigo este placer o dolor y me corrija a tiempo: “Jorge, que te vas por los cerros de Úbeda”). Y donde iba, a donde quería llegar es a que cuando como y bebo disfruto de la comida y la bebida; no me aburro y miro alrededor para criticar la decoración o a los demás comensales. Me aburrirá en su caso –o algo peor- la mala comida o bebida, pero eso no lo van a remediar mis acompañantes; si acaso, a amplificarlo cuando lo comentemos. No produce monstruos la soledad en la mesa, los monstruos están ahí y nadie los frena cuando rugen. No van a ser mis acompañantes quienes eviten el humo desagradable de una mesa vecina, no va su conversación a tapar el bullicio molesto del grupo de al lado, no será su calidez la que compense las groserías que se oyen o se observan en público tantas veces. Distinto es que las cosas que me gustan esté dispuesto a compartirlas con la gente que también me gusta, pero aunque sigamos el mismo camino cada cual anda el suyo y carga su morral. Y en ese caso, por respeto a mis acompañantes, que para eso los habré citado o habré aceptado su invitación, el centro son ellos, en ellos me fijo y con ellos hablo o hasta discuto, y lo demás es decorado. Así que perderán protagonismo comida y bebida y objetivamente las disfrutaré menos que solo, las aprovecharé menos. Y si guardo buen recuerdo de tales citas insisto, es por la compañía, difícilmente recordaré con tanto detalles platos y copas. La compañía es una cosa y los placeres de la mesa son otra; que suelan juntarse tantas veces es sólo circunstancial. Aún diré más: la compañía fomenta esa observación, esa crítica que se achacaba al comensal solitario. Porque si tú no te has fijado en ese detalle cutre de la decoración alguien de la mesa lo habrá hecho y lo comentará; si tú solo no ibas a decir nada de la parejita pintoresca del fondo, el colectivo sí sentirá la tentación de despellejarlos y le dará rienda suelta. Total, que sigo defendiendo al comensal solitario (sin que tenga nada contra los que no lo son, por supuesto) y lo hago con convicción, no por justificarme. No, no hay nada triste ni patético en comer o beber solo; lo triste y patético que se pueda observar en alguno lo llevará puesto o será la vida misma, oiga, pero no culpe al infeliz comensal. Puestos a describir, más triste y patético es quien se come su soledad al lado de otros “bultos”. Quien no haya visto alguna pareja en esa situación, ningún amigo “invisible” dentro de un grupo, que tire la primera piedra. Un último detalle respecto al artículo que me llevó a escribir esto. Apuntaba el Sr. Vilabella a un servicio de acompañantes para que a cambio de un modesto estipendio aliviasen al comensal solitario con su conversación y compartieran comida y bebida. Oiga, la idea ahí queda, que habrá quien la agradezca e incluso quien vea en ella una alternativa laboral. Por lo que a mí respecta, el día que prefiera un interlocutor mercenario a mi propia soledad, apago y me voy. Y por hoy dejo vuestra agradable y electrónica compañía. Nos vemos (cuando entremos y salgamos en el blog) virtualmente, que yo ahora me voy a comer. Solo, como suelo hacer.
lunes, julio 19, 2010
Un menú de Ca Suso con vinos de Germán Robles Blanco Por Jorge Díez
Vamos a juntar a personas a las que conozco y aprecio y a sus respectivos trabajos, que también me han dado satisfacciones. O, para ser precisos, vamos a contarlo, que juntar se han juntado ellos solitos. Germán es persona asequible para aquello de difundir los vinos que elabora o distribuye –lógico por otra parte- y en Ca Suso preparan de vez en cuando estos encuentros, cenas con alguna bodega como invitada y con alguien de la misma que explique, como ellos mismos dicen, “el cómo, el dónde, el cuándo y el por qué de sus caldos”.
Y así, después de algún aplazamiento, apurados por el verano, todavía hubo ocasión para juntarse y disfrutar de ese encuentro. Con poco tiempo para pensárselo el local se llenó (Salvo la mesa de los desconsiderados de turno, que no aparecieron, sin explicaciones, y dejaron a gente sin sitio. Pero de esos parece inevitable que haya siempre.) Clientes habituales, amigos de cada cual, aficionados en distinta medida… un poco de todo, algo de calor y una noche agradable por delante.
Mínimas presentaciones, introducción breve y empezamos a beber, que lo primero es lo primero. Y lo primero fue el curioso Altos de San Esteban rosado. Como Germán nos explico, la idea era hacer un rosado dulce, así que en el momento que creyó oportuno aplicó frío para parar la fermentación. Pero a las levaduras nadie les había hablado de estos planes, parece ser, y un tanto brutas ellas siguieron comiendo azúcar hasta producir casi diecisiete grados de alcohol (¡Toma ya!) Pues con todo no acusaba ese alcohol, resultaba fresco y tenía presencia frutal. En los platos, mientras tanto y como aperitivo, el Royal de foie, sidra, manzana verde y ablanes. Acidez y frescura abundantes que venían muy bien con aquel calor, dominio de la manzana y la sidra y ligeros los otros ingredientes, muy adecuado. Alguien empezó a mezclar los aromas y le sacaba notas de esa manzana verde al vino, lo que asustó un poco a Germán.
Seguimos con el Rara de raro nº. 2 “El año del desastre”, de 2007. Nos contaron su historia, que quizá ya conozcáis: la helada arruinó buena parte de la añada y Germán optó por salvar lo que quedaba y empeñarse en sacar un vino digno de ahí. Extracción alta y once meses en barrica. Cuando lo conocí no me dijo tantas cosas pero resultó una muy grata sorpresa ver la evolución de este vino. La otra noche estaba estupendo. Maduro, equilibrado, la madera discreta e integrada, potencial, fruta… Como compañía la cocina nos ofreció una reinterpretación de su empanada abierta: Sardina, infusión de lechuga de mar y empanada. También plato muy fresco y en el que esa todoterreno que es la sardina rara vez defrauda, siempre encuentras en ella algo que te gusta. Se entendieron bien vino y plato.
Entramos aquí en los que fueron definidos como vinos más “normales”. Hasta ahora habíamos probado experimentos o vinos arriesgados, del Bierzo o de Ribera del Duero, pero aquí íbamos a tomar uno de Dominio de San Antonio, la bodega (también de R. de Duero) de la que salen los más convencionales de los vinos de Germán, los más reconocibles para la mayoría. Pese a esto tienen un rasgo diferencial, su frescura mayor que la media de la zona. Las Favoritas 2007 procede, como todos los de ese nombre, de la selección de parcelas que más han gustado cada año al enólogo. Tuvo gran aceptación en las mesas, aunque yo me quedo con sus vinos difíciles, con las apuestas más personales, pero tiene que haber para todos los gustos, ¿no? Y desde cocina Iván F. Feito nos proponía el Arroz negro con chipirones, brotes de liliáceas y espuma de alioli. Sabroso y bien presentado, plato vistoso, combinación que resulta familiar y con el arroz en buen punto. Y por ahora la gente seguía con apetito, podía bien con la comida.
Vicente F. Feito volvía a reclamar nuestra atención en la sala, peleándose con una cucharilla y una copa para superar el ruido ambiental, que iba subiendo a medida que bajaba el vino, normal. Cuando consiguió que los comensales revoltosos bajáramos la voz hubo una tregua mínima para presentar el Altos de San Esteban 2008 Viñas de monte. Y casi sería la última, que los parroquianos se iban animando, mezclaban las conversaciones, los platos y los vinos ya no se respetaban ni se esperaban… En fin, que fue un final de etapa nervioso donde cada uno empezaba a calcular sus posibilidades e intereses (que no toda metáfora va a ser fútbol, copón, que está ahí el Tour) A este vino le costaba abrirse. Por ahora sigo sin cogerles el punto a los San Esteban, aunque quizá me sorprendan con los años de evolución como lo hizo el Rara. En cambio enseguida hubo complicidad con el Quinta Milú
¿Y qué hacían mientras tanto nuestros anfitriones, los hermanos Feito? Pues Vicente volverse loco en la sala, junto a su paciente camarero, mientras retiraba platos, rellenaba copas y trazaba curvas imposibles entre las mesas. Y supongo que Iván usaría toda la ayuda posible en los fogones para avituallar a aquel pelotón insaciable en que nos habíamos convertido según pasaban los vinos. La temporada ya invitaba al primer bonito y así fue: Bonito con tomate confitado a la albahaca. Grande, redondo. Quizá todavía pronto para pretender el mejor túnido pero sigue siendo un bocado rotundo y la salsa estaba viva, hablaba, realzaba virtudes y ayudaba a hacer jugoso cada trocito. Y cerramos el capítulo salado con Ragout de rabo de toro con carabinero y espuma de queso, otro sabrosísimo plato al que perjudicó la acumulación, el momento en que llegó. En ese pulso entre la cocina y los insaciables ganó la cocina al final; con tanto recorrido ya en el cuerpo algunos comensales comenzaban a rendirse. Todavía se abrió otro vino más, de perfil convencional, que la gente ya no estaba para apreciar audacias:
Minestrone de frutas con helado al aceite de oliva para aligerar, para permitir el sprint final. Otro golpe fresco que se agradecía con la temperatura alta. Y riquísimo el helado. Después cafés, alguna copichuela, charla… Sin excesos, que era día de semana.
Con todo lo dicho seguro que a la mayoría no os descubro nada, que ya conocéis el restaurante, que ya habéis probado los vinos. Pero a veces apetece llamar la atención sobre lo cotidiano, lo cercano, que no pase desapercibido si están haciéndolo bien sólo porque los tenemos “ahí mismo”.
Gracias a Germán R. Blanco, a Vicente y a Iván F. Feito y a todo el personal que les ayudó a hacer posible esta velada que para mí fue muy agradable. Aunque no descubriese nada nuevo; ya conocía los méritos de todos ellos.
(Sí, ya sé que había más gente conocida de este pequeño mundillo, que estuvimos hablando. Pero citar cada asistencia a título particular de cada cual no se me da, no es mi estilo. Lo dejo –dicho sea sin acritud- para casos en que son capaces de sacarme a mí en un periódico. Ustedes ya saben. Y no se rían, que les estoy observando.)
martes, julio 13, 2010
España (Lugo), por Toni
El restaurante España es parte del colectivo Nove en el que están representados en la actualidad 20 de los restaurantes más vanguardistas de Galicia, renovadores de la cocina de la comunidad. España es el único de la capital lucense y se encuentra situado dentro del casco antiguo en la rua do Teatro en un amplio y moderno local en el que los comedores se situan en la parte de arriba.
Aunque ya muchos restaurantes van cumpliendo con la ley éste no fue el caso del España ya que no informan del precio total con IVA incluído en los precios de la carta y mira que con el reciente cambio de tipoo de IVA tuvieron una magnífica oportunidad de ponerse al día y cumplir con lo preceptivo.
Como llegamos los primeros el servicio fue muy rápido y poco después de tomarnos la comanda trajeron un aperitivo consistente en una brandada de bacalao con tomate, rico y fresco para combatir el calor de la noche.
No tardaron mucho en llegar los entrantes emplatados para 2 sin cargo extra. Excelente la empanada gallega de ternera ecológica guisada, 8,42€, con una masa riquísima al igual que el relleno de ternera, muy sabrosa. Estaba tan buena que tal vez se hacía muy breve el bocado.
También muy rico el tataky de atún toro con vinagreta agridulce, 13,18€. Muy buena materia prima con una vinagreta muy conseguida que no solo no empalagaba sino que combinaba de maravilla con el sabor potente y graso del atún.
Para los principales nos decidimos por el pescado. Muy bien el San Martiño con grelos y jugo de caldeirada, 18,90€, con unos grelos de gran calidad y sobre todo el jugo de la caldeirada muy fino y sabroso y sin quitarle protagonismo al San Martiño en una buena ración.
El otro pescado fue una ventresa de atún toro, compota de tomate y pimientos, 27,54€, que tuvo el fallo de venir algo más hecha de la cuenta, algo que reconoció el maitre y que además se ofreció a cambiar, lo que no hicimos. De todas formas la ventresca no dejaba de estar muy bien y en una cantidad considerable para el poderío graso del atún.
Todavía nos quedó sitio para los postres. Muy bueno el brownie de chocolate, yogur y helado de mora. 4,64€. No es fácil ver un brownie bien hecho sin que sea un mazacote ó se haga pesado. Este era impecable y el helado de mora excelente además del yogur que ayudaba al helado a refrescar al potente brownie. Uno de los postres que más me han gustado en los últimos tiempos a pesar de su aparente sencillez.
Bien también el cremoso de manzana crujiente con helado de cardamomo, 4,75€, sin llegar al nivel del otro postre pero manteniendo un buen nivel. Acompañamos los postres con sendos chupitos de Pedro Ximénez y Moscatel ambos malagueños. 3,78€ c/u.
Para beber tomamos un Guitián Fermentado en Barrica 2008, 25€. La carta de vinos aceptable. Me esperaba algo más de un restaurante de esta categoría y sobre todo en cuanto a vinos gallegos se refiere.
El servicio atento y profesional al igual que la agilidad en la salida de los platos aunque lamentáblemente sólo tuvieron 3 mesas aparte de una celebración en otro comedor. Pena de crisis.
Juzgando por esta cena nos pareció un buen restaurante en general salvo por el fallo del IVA. Conceptos modernos en cocina pero sin estridencias, algo que supongo es necesario en una plaza conservadora como parece ser Lugo. Sin duda es una opción obligada en la capital lucense.
Nota general: 6,75
Emoción: 7
España
Rúa do Teatro, 10, 27001, Lugo
982 242 717
http://www.restespana.com/
Toni
jueves, julio 08, 2010
La Cigaleña Reloaded
Cuando salimos de allí, sabiéndonos unos privilegiados, nos dijimos que no lo contaríamos. Egoístas y un poco absurdos , porque tampoco es que el mundo esté lleno de gente dispuesta a hacerse 300 kms por tomarse unos vinos de Saboya . Y los que hubiere conocen de sobra el paño. “Esta vez fue la mejor”, dijo alguien, aunque yo piense que la mejor es siempre la última vez. Y eso que íbamos con los ánimos gachos, ateridos por estas tempestades de la crisis, que empiezan a calar. Quizás también con un poco de mala conciencia. Pero todo lo dejamos abajo. Se nos olvidó según fuimos escalando las escaleras que nos conducían al reservado , felices de poder cumplir esta feliz rutina.
La Cigaleña, ya lo sabréis, se anuncia, entre azulejos pintados y enrejados de hierro negro, , como Bodega y Museo del Vino . A uno lo que le parece es, sobre todo, un Mesón que ayuda a reforzar la impresión que tiene uno de que Cantabria es Castilla mirando el mar. Empieza el local con un largo pasillo con el techo empedrado de vinos que duermen el sueño de los justos. En los laterales, armarios desportillados por los años, llenos de Riojas que ya no se harán nunca. Al final está la barra, no muy grande, y otro armario donde descansan los más refinados y caros linajes franceses. Un aparador de doble uso le da amplitud y sirve también de frontera con un comedor abigarrado. Un expositor frigorífico sirve de muestra de lo que allí se cocina. Y de allí , entre la barra y el expositor, salen las escaleras que suben al reservado que nos reserva tantos buenos momentos.
Vive La Cigaleña , como todo negocio, de intentar agradar al abanico más amplio de público. Pero si se ha convertido en un lugar de peregrinaje, ha sido por la transparente pasión de su propietario , Andrés Conde, a rebufo de la cual intentamos ponernos , aunque sea un poquito, los aficionados a esto del vino.
Empezó Andrés por ofrecernos un espumoso a base de Gamay llamado Pink Bulles elaborado por Jean Maupertois con una sola fermentación , con un aroma de ligera vinosidad y de crema , fresco y limpio, y que en boca era un carbónico cosquilleante y delicado mezclado con una suavísima pero presente acidez . Quizás esperábamos un poco más de empaque y vinosidad, pero a mi me pareció un aperitivo perfecto.
Seguimos con un vino de Saboya(Appellation Roussette de Savoie) : Marestel, elaborado por el tradicionalista Pasquier con la uva blanca Altesse, una casta autóctona difícilmente exportable. Un vino maduro , generoso, franco desde el principio , aunque cambiante, mejorando según se oxigenaba, y del que tengo anotados los siguientes tags: “crema tostada”, “anaranjado” , “un poco oxidativo”, “tappenade”,” pintura “,”repollo”,” mineralidad”, “campo seco” “buena acidez”, “compacto”, “natural”,…..Creo recordar que no llegaba en carta a 20 euros, así que oara llevarse una caja.
Probamos luego un vino llamado Quartz 2007 Domaine des Ardoisières , que en una cata ciega hubiera dicho que se trataba de una excelente chardonnay borgoñona de corte moderno, en el que la de clarísima expresión mineral terrosa, y una fantástica evolución en copa.
Seguimos luego con palabras mayores: un Vin de Paille de Overnoy en botella de 500 ml. Y del que no tengo anotados más datos (incluso lo de Vin de paille lo pongo en duda) que los que llegaron en una hoja arrugada: “frescura oxidativa”, “curry”, “eterno en boca”, emoción en cada gota”,…
Seguimos con una uva tinta de Saboya, la Mondeuse, con un vino sin duda sorprendente: Côte Pelée, elaborado por Jean Yves Péron, del que tengo anotado: “materia salvaje”,” explosivo”, “concentrado y fresco”, “cuchillo”, “rock & roll”….a mi me encantó.
Seguimos con un Mondeuse de perfil totalmete distinto, elaborado por el mismo Pasquier del que hablábamos al principio, en una línea más elegante y tradicional.
Y terminamos con un Vin Jaune 2002 de Ganevat. Os dejo el enlace a Verema porque yo me quedé, literalmente, sin palabras…
Y se queda uno con la impresión de que Andrés , en su trasiego de variedades y zonas recónditas, ha encontrado unas pepitas de extraordinaria pureza. Y se siente uno afortunado de que quiera compartirlas con nosotros, por tan poco a cambio. Me hace recordar el final de ese extraordinario viaje a las raíces del blues de Scorsesse, “Nothing but the blues”, donde un anciano, negro y ciego, en el porche de su casa vecina del Missispi ,igualmente desvencijada, toca malamente el blues en una flauta toscamente labrada con cuatro agujeros. Todo da igual cuando hay blues.
viernes, julio 02, 2010
Misterios. Por Jorge Díez
Por una vez voy a escribir de otro modo, voy a partir de una mediocre foto hecha por mí, que no suelo hacerlas, y a ver cómo la envuelvo en un texto alusivo. Así que aquí estoy, ante tres merles (bueno, ante su foto) que quedaban todavía en su caja, recordando ese pastelito y cómo llegó a mis manos.
Misterio es, por ejemplo, la composición de esos dulces, que sus elaboradores mantienen como secreto. No sé tampoco si han tratado de registrar esa fórmula, ni siquiera sé si es posible hacer tal cosa; ignoro si en esos casos se registran recetas o sólo marcas. Sé que
Total, que sé muy poco de los merles pero sé lo esencial: que me gustan. Hojaldre, mantequilla, cuatro bocaditos mal contados… ¿y tanto misterio? Pues sí y no, depende del que queramos darle. Como somos aficionados a estas cosas, como hay quien juega a aprendiz de crítico, como hay cocinillas en la tertulia pues sí puede haber intriga. Para los demás sólo hay un dulce que gustará más o menos.
Para mí sí lo tiene porque me cuento entre ese grupito de extravagantes que le dan muchas vueltas a las cosas del comer y el beber. Aunque en mi caso no es afición de crítico ni menos intención de reproducirlos en casa, que con la repostería me atrevo muy poco. Lo que me intriga es por qué, si por separado el hojaldre y la crema no me llaman gran cosa, juntas en tan pequeño molde me han gustado tanto. Misterio.
En este punto pienso si no me estaréis imaginando una cara de bobo solemne, si alguien con más maña para esas mezclas no pensará : “este no tiene ni puta idea, no sabe ni lo que come y todavía le echa morro para escribir sobre gastronomía” Y no le falta razón a quien lo piense. Lo único que puedo esgrimir en mi defensa son años suficientes para no preocuparme lo más mínimo por eso. Como ya os expuse hace poco, tengo claro que no soy ni quiero ser crítico o gastrónomo, que esto no es más que afición y tertulia desenfadada y por tanto sólo cuento, cuando me apetece, cosas que han llamado mi atención por diversos motivos. ¿Cuáles? Misterio, muchas veces.
No hace mucho compartí mesa con otras personas aficionadas a esto, entre ellas, un profesional hecho y derecho y un diletante que no desmerece nada al lado de los del gremio. Pues hubo un postre peculiar, con una consistencia llamativa y agradable que no conseguían descifrar. Pregunta a la camarera, consulta de esta a cocina y respuesta que no les convenció tampoco. Pero el enigma del postre siguió ahí, sólo hubo algo cierto: gustaba. Más misterios. Si los profesionales o los alumnos aventajados no los consiguen desvelar ¿por qué íbamos a conseguirlo los genuinos diletantes?
Otras veces, en cambio, los misterios son más fáciles de explicar, se envuelven en papeles de regalo pero lo de dentro es lo que es, humana conditio.
Van varias sorpresas ya esta temporada con más o menos el mismo perfil. Le llevan a un amigo hostelero alguna muestra de vino; él lo comparte con un grupito de aficionados habituales para ver qué opinamos –clientes ajustados a su idea del negocio y con confianza suficiente- y después de darle vueltas e intercambiar opiniones alguno pasa el examen. Vinos modestos, sí, pero adecuados al contexto y de fácil beber. Y cuando esa misma etiqueta ya cubre la botella de uso comercial, cuando la copa ya tiene que dar beneficios, algo le ha pasado al vino, no es el mismo, no está tan bueno como el día que lo probamos. Menos misterio; eso es otra cosa.
También podemos pensar aquí en la gran frase, tan discutible: “los mejores (lo que sea) son los de…” o equivalentes. Orgullo local mal entendido, chovinismo, describidlo como mejor os parezca pero sabéis de qué hablo. Aquello a veces dicho de que lo artesano ni es arte ni es sano también encajaría aquí. Ya que empezamos hablando de merles algún parecido les encuentro en su rica sencillez –en nada más- a los Carajitos y los asturianos ya sabremos, y cada uno incluso tendrá su querencia, que no hay como una rivalidad local entre Salas y Cornellana para envolver la supuesta competencia de recetas. ¡Cuántos ejemplos parecidos se podrían poner! Eso tampoco es un misterio.
Así que yo prefiero olvidarme de los falsos misterios y quedarme con los verdaderos, con su encanto y su magia. O mejor todavía cuando el encanto y la magia están ahí pero tienen perfecta explicación. Por no desentonar con el armazón dulce de este post (vaya un pretexto traído por los pelos) recordaré las pastas de la desaparecida Confitería Niza de Oviedo, miméticas de las de la famosa casa Camilo de Blas –de las que no digo que no sean buenas, excelentes incluso, ojo- pero para mi gusto y en mi recuerdo infantil, mejores. ¿Por qué? Otro misterio. Aunque si alguien se encuentra empalagado con tanto dulce y prefiere un misterio salado, que se acerque a Casa El Chino (Linares, Allande) y pruebe su chorizo. Y que no se preocupe, que la amable señora le descifrará con todo detalle el misterio; el visitante volverá sabiendo por qué le gusta ese chorizo.
En fin, todo esto para hablar de merles y no explicar nada. ¿Misterio?