domingo, octubre 26, 2008

Puerco otoño


Cuando llega el otoño los tragaldabas a veces nos ponemos un poco estupendos y exclamamos esas cosas de . “ah!, el otoño, ah!, las setas del bosque y su delicado perfume ,ah! la caza y sus sabores acres y de campo”, aunque luego ambas cosas las frecuentemos más bien poco, y siempre menos de lo que desearíamos . De lo que se alegran de verdad nuestros más bajos instintos es de que , por fin, vamos a darle sin piedad al cerdo. Los primeros aires fríos avivan las ascuas del hambre , que pide generosidad, calorías, grasa. El “desarme” del 19 de octubre suele abrir la veda de las matanzas aquí por Asturias, adelantándose al famoso San Martín, que es el 11 de noviembre. Aunque sea una oferta desestacionalizada, es ahora cuando empieza a abundar la oferta de callos, manos, picadillo fresco; sin olvidarnos de los chorizos, morcillas, choscos, lomos, jamones y lacones que nos servirán para saciar de forma rápida los retortijones del hambre , o , de forma más civilizada , nos servirán para dar lustre y sustancia a las legumbres en los cocidos, fabadas y potes que que nos darán sustento y cobijo frente a las inclemencias de este invierno que se nos viene encima, que promete ser largo y duro.
Aquí en Asturias tenemos una localidad como Noreña que , aunque un poco capitidisminuida, sigue siendo capital asturiana del gorrino, como lo demuestra la señera estatua que domina en la plaza central. De aquí es un embutido único, un mestizaje , un incesto de esos dos primos que son el chorizo y la morcilla que se hermanan en el Sabadiego. También de por aquí (quizás más bien de la cercana Pola de Siero) es esa especie de morcilla cocida y encebollada que es la Moscancia, que debería ser cosa más frecuente en los cocidos, porque los suaviza de una manera muy especial. He tomados buenas moscancias que me decían que arrejuntaban grasa del cerdo con grasa del cuello de la ternera, y que eran , en su brutalidad, cosa fina.
Hace algún tiempo que no voy , pero en Noreña iba hasta el año pasado a comer los callos a la sidrería El Sastre. Son callos de paisano de pelo en pecho, donde hay de todo (orejas, morro, callos, jamón, chorizo, pata,....), no siempre reconocible, y abundante pimentón. Siempre hay que pedir media ración. Un poco más civilizados, pero también bien ricos, son los de su vecino La Tená de Alfredo. Por otra parte, es raro tomar unos malos callos en Noreña.
Aunque a mi los callos que más me gustan , a falta de probar los de cordero, son los de ternera. Ya he dicho que mis favoritos son los que preparan para el Desarme en el Panduku. Quizás influya el hecho de que allí fue donde los probé por primera vez. Son callos de ternera de pasto (o al menos lo han catado), cortados finos, y elaborados solo con un poco de morro, un muy poco de pata de cerdo, y unos muy leves taquitos de magro de jamón, con una dosis aquilatada de buen pimetón. Eso y la buena mano de guisandera de Gloria Paradelo (que no sé cuanto nos durará , porque dice estar cansada después de casi cuarenta años entre pucheros) dan un resultado prodigioso, entre lo fino, lo hondo y lo brutal , que es parte de la magia de los callos.
No es difícil encontrar sitios donde pongan buenos callos, o que al menos no sean malos. Recuerdo muchos buenos callos de sitios de los que no recuerdo el nombre (en Mieres, en Pola de Lena, en un sitio de Oviedo cerca de Los Prados, en Ceceda, ...).
Mención aparte son esas bombas de calorías de grasa de cerdo y maíz de los emberzaos, pantrucus y boroñas preñadas, más propias de la zona oriental, y de la época en que uno tenía que lidiar con los bichos y el campo. A mi como más me gusta el maíz es hecho en forma de torto frito, ufado, ligero y crujiente, como el de Manzano, acompañado de un buen picadillo y de unos huevos fritos en sartén.
Otra chuche del cerdo que me tiene loco aunque la frecuente menos son las manitas. Las primeras las tomé en Casa Gerardo, de cuando hacían solo cocina tradicional, o sea que hace muchos años. Aquí, al contrario que con los callos, me es más difícil encontrarlas de mi gusto, y por eso he ido pidiéndolas menos. Me gustaron mucho las que tomé el otro día en el Mesón de Avelino, en medio de ese páramo culinario (con alguna excepción) lleno de gente que es la Ruta de los Vinos de Manuel Pedregal y alrededores. Eran pequeñinas , recién guisadas, con la grasa y la gelatina entremezclándose en un maremágnum goloso, de forma que no resultaron bastas ni (tan) pesadas. Por ponerse tiquismiquis, les faltó, quizás , caramelizar un poco la piel, sacarle un poco de crujiente. La salsa , ligada con los jugos de las manos , y con un alegre punto picante, , era puro vicio.
Y para el postre de otoño, carne de membrillo cocida con un poco de azúcar y canela, o una manzana ácida de las asturianas, o unas granadas, o algo con castañas.

martes, octubre 21, 2008

Restaurante Trigo (Valladolid), por Jorge Díez


Valladolid me dio dos buenas satisfacciones en la mesa, entre varias más, en una visita reciente. Este local está casi escondido pero en una zona estupenda. Frente a la Catedral y la Antigua nos sirve de pista un bar que hace esquina y lleva el nombre de la calle: Los Tintes. Pues en esa calle, atajo con poca luz, está Trigo. Lleva abierto algo más de un año y parece que va haciéndose un hueco en el panorama bastante conservador de la gastronomía vallisoletana. Creo que en este viaje visité dos de las excepciones y esta es la primera.

La decoración es sobria y en tonos tenues: crudos, gris, blanco... La mantelería, la abundante madera clara, materiales naturales, acabados sencillos, que dejan ver el producto puro, tal como pasará con su cocina. Es un buen presagio y es muy agradable. Buen comedor y buen menaje.

El servicio de sala atiende con amabilidad, con calidez. ¿Queréis una prueba indudable? Intentad cenar solos, totalmente solos, una persona nada más en un restaurante, sin sentiros incómodos en ningún momento, sin sentiros observados, apurados para decidir qué tomar o para acabar un plato. Por azar ese fue mi caso y os aseguro que no pensé en cuánta gente había o no. En ningún momento me distrajo nada; solos comida, vino, música y yo, con una atención exquisita. Por suerte, no es lo más común para ellos según me dijeron (a mediodía habían tenido mucha gente) y me alegro, porque me parece un buen proyecto hostelero.

Como aperitivo me pusieron un plato generoso de arbequinas y un vasito de crema fría de lentejas con perdiz escabechada y pan de nueces. Este mini-guiso estaba estupendo, sabroso, intenso y sin embargo, ligero.

Entre tanto, las cartas. Propuesta corta y con buen tino. Resultaban sugestivos la mayoría de los platos. Y los vinos, en la misma línea: variedad, alguna referencia menos conocida y precios ajustados.

Tomé primero el “Huevo poché con guiso de lengua de ternera y arroz inflado”, que me gustó bastante. Llamativo el uso de la lengua, que parecía desterrada de las cartas con más pretensiones, y el detalle de la casa de recalcar que es ese el ingrediente del guiso, por si es motivo de rechazo. Su textura era muy suave y la combinación de ingredientes armonizaba bien. Plato sabroso sin complicaciones.

De plato principal, “Cabrito con trigo y ensalada”. Plato muy clásico en versión libre. El trigo como guarnición en lugar de unas típicas patatas, por ejemplo, que aligera la receta (prudente para una cena) y a la vez es un guiño al cereal castellano esencial, como lo es también el nombre del restaurante. La presentación era esmerada y la ración abundante, y otra vez el servicio muy pendiente de que no se quedase frío al final. Corría ese riesgo por su tamaño pero mejor no recalentar nada, que eso es pecado. Quizá sea buena idea que aumenten la temperatura del plato de servicio en este caso. La carne estaba en un punto ideal, jugosa, y era de muy buena calidad, con el sabor y la finura de los mejores cabritos de la zona. Y el asado era impecable y conseguía combinar suavidad interior con un exterior crujiente sin fallar en ninguno de los dos extremos.

Para beber escogí un “Frontaura 2004”, un crianza de Toro que no había visto por Asturias y que fue buena compañía para el menú, sobre todo para el cabrito. Acidez adecuada y una madera sin excesos, para darle cuerpo y fuerza ante la grasa y el toque montuno del plato.

De postre, “Copa de gelatina de naranja, crema de queso y espuma de calabaza”. Muy sabroso cada elemento y buena combinación, apoyada en la idea de contrarrestar lo más intenso de cada ingrediente con un antagonista adecuado.

Hay que destacar también los panes. Acostumbrados a que sean un lunar en la mesa, aquí me ofrecieron cuatro tipos con muy buen aspecto. Probé dos, una torta de aceite tierna y fina, muy buena con el primer plato; y un pan “de Valladolid” (que volvería a encontrar en el otro restaurante, del que hablaremos en su momento) pieza mediana de pan rústico con masa compacta, sabroso y contundente, perfecto para el plato principal.

Fue una cena agradable, con platos sencillos, de corte clásico, pero con detalles que los afinaban, que los hacían más presentables en una mesa actual. ¿Qué adjetivo vacuo podemos usar? ¿Cosmopolita? Es lo malo de tanto tópico repetido, aunque se entiende de sobra lo que quiero decir, que uno puede y debe disfrutar de un cabrito sabroso aunque sea de noche y sin ser Obélix, pero eso exige un trabajo de reflexión en la cocina, requiere mano para poner en forma esos platos sin perder los sabores de siempre. Producto respetado al máximo, como corresponde a la formación del cocinero, que pasó por restaurantes del polémico Santi Santamaría.

En el buen sabor de boca con el que salí también influyó el oído: un estándar de jazz en su punto de volumen combina con muchos platos.

Total de la factura: 75 euros (25 del vino)

Espero que les vaya bien, porque Valladolid pide algo más en gastronomía.



Datos:

Restaurante Trigo
c/ Los Tintes, 8
Tfno. 983 115 500
(Figura una web pero no está operativa)

jueves, octubre 16, 2008

Dos restaurantes en Braga (Portugal), por Toni



Se dice en Portugal que Braga es la capital religiosa del pais. Es famoso el dicho de "Viana do Castelo duerme, Braga reza, Oporto trabaja, Coimbra estudia y Lisboa gasta". No sé lo de cierto que habrá pero lo que si que es verdad que Braga está bien provista de edificios religiosos de todo tipo que ahora lucen mucho mejor que hace años, como toda la ciudad.

El lavado de cara acometido antes del europeo de fútbol de 2004 seguro que tiene algo que ver y les ha quedado una ciudad muy agradable y adecuada para pasar un fin de semana, por ejemplo en la Albergaria Bracara Augusta.

Gracias a todas aquellas obras, hay una moderna autopista apenas transitada desde la frontera de Verín y esto hace que en unas 4 horas se llegue a Braga desde el centro de Asturias.


El restaurante Inácio está situado a la entrada del casco antiguo y curiosamente en la misma acera que otros 2 de los restaurantes recomendados por la famosa guía francesa. Es curioso, pero en la nota y pone Inácio, pero como se puede ver en el letrero pone Ignácio.

El interior está decorado en plan rústico y el primer vistazo de la mantelería, menaje y sobre todo las copas hace que nos entren tentaciones de salir corriendo.



Al traernos la carta observamos algo muy típico que llevamos viendo en Portugal. Está escrita en portugués, francés e inglés. Este año hemos estado varias veces en Portugal, en ciudades muy cercanas a la frontera española y en todos los restaurantes se repite invariablemente la ausencia de la carta en español. Siempre los tres idiomas citados acompañados a menudo del alemán.

También es de justicia decir que en la parte española de la Raya, también brillan por su ausencia las cartas en portugués.

Esto me parece una cortedad de miras increíble por parte de los empresarios hosteleros de ambos lados. Tanto en Evora, como en Viana do Castelo, como en Braga, etc, la mayor parte de turistas eran por lógica de la cercanía españoles, por lo que me resulta difícil entender que no tengan las cartas en español y más siendo la enorme mayoría restaurantes tradicionales en los que no debe de cambiar jamás la carta. Y no vale el típico argumento de la similitud entre el portugués y el español ya que en términos gastronómicos las diferencias son notables.

Una vez vista la carta, con el IVA incluído en los precios, para picar algo tomamos media docena de salgadinhos. 3,60€. Son unas croquetas de bacalao y pan que en este caso estaban muy bien. Típicas de Portugal, fueron de las mejores que recuerdo.

Casi no habíamos acabado con los salgadinhos cuando llegaron los platos principales. Decididamente no tengo suerte con los bacalaos en Portugal. El bacalao al estilo de Braga, media 15€, venía rebozado y acompañado de un montón de patatas fritas y cebolla también frita y unas aceitunas negras y todo en una cazuela de barro. No es de los peores que comí, pero hubiera ganado bastante si hubiera estado a la misma temperatura en toda su integridad.

Me quedaron ganas de preguntar que clase de microondas era el que tenían ya que al cabrito al horno, media 14€, le pasó lo mismo. Unas partes calientes y otras sólo templadas. Menos mal que estaba bastante bueno al igual que las patatas asadas que lo acompañaban.

De postres tomamos un mousse de café, 3€, correcto y un notable pudim Abade de Priscos, que es una especie de flan con Oporto, especias y limón, típico del norte de Portugal.

Para beber un espumoso, Murganheira Reserva Bruto, 18,50€. Carta de vinos tradicional en línea con el local. Nada de cubitera. Capuchón de estos de gas congelado y biela. Las copas...

El pan era horrible aunque por lo menos sólo cobraron 60 céntimos. El servicio era sólo una moza que bastante tenía con atender sola las mesas.

Se puede decir que no lo recomendaría precisamente. Aunque tampoco fue horripilante, para otra oportunidad habrá que probar los vecinos de acera.




El restaurante Centurium está situado en la Albergaria Bracara Augusta comentada anteriormente.

Había leído que es uno de los restaurantes que basándose en la cocina tradicional intentar alguna innovación, algo que no es muy habitual en Portugal y que pienso que es motivo de elogio.

El comedor tiene paredes de granito con arcos e incluso da a un jardín muy agradable.

Mientras mirábamos la carta trajeron el cubierto, con pan, mantequilla y aceitunas negras. En la carta marcaba 2,90€, pero no nos lo cobraron. Tengo que decir que los precios tienen un 10% de descuento al estar hospedados en el hotel.



Pido disculpas por las fotos, que entre la poca luz y el no usar el flash quedaron bastante penosas.




El primer entrante fue un champiñón Portobelo al grill con queso de Serra. 7,11€. División de opiniones. A mi no me convenció el resultado de la combinación entre el champiñón, un poco pasado de más, y el fuerte sabor del queso. Se mataban.




La otra entrada fue una "alheira" de Vinhais crujiente con fondo de centeno. 8,01€. La alheira es un embutido típico del norte de Portugal con carne picada, ajo, aceite y pimentón. Podría decirse que es pariente del farinato de Ciudad Rodrigo.

No les quedó muy bien. De crujiente tenía bastante poco, y el relleno era bastante insípido. Me recordaba a la "pringá" andaluza pero con bastante menos sabor. Además el pan de centeno estaba muy bañado en el aceite que soltaba la alheira y hacía muy pesado el conjunto a pesar del brócoli que pudiera refrescar el paladar. Buena intención pero resultado fallido.


De principales nos decidimos por la carne. La posta de ternera Barrosã con vegetales, 14,31€, estaba bien de punto y sabrosa, aunque me esperaba más de esta raza portuguesa.









Sorprendente fue lo que pasó con el tournedó de buey, con queso de Serra y cama de Portobelo. 13,41€. El plato original es el de la fotografía de la izquierda, pero a medio plato vino un camarero y trajo otro trozo de solomillo ¿de buey...?, sin el queso, y nos dijo que lo habían dejado para que no se enfriara. No recuerdo un detalle así en mi vida. Difícil acabar el plato entero.





La carne estaba poco hecha, como lo pedimos, pero la inundación de salsa, difícil de catalogar y que no aportaba nada, hacía que no se disfrutara del plato como hubiera merecido. Urge reducir la cantidad de salsa ó mejor eliminarla en este plato.







Todavía nos quedó sitio para los postres. El trozo de pudim Abade de Priscos, 3,38€, era considerablemente más pequeño que el del Inácio y más empalagoso y la crêpe rellena de helado de vainilla y chocolate, 4,28€, estaba bien, con un helado muy conseguido pero una salsa de chocolate mejorable.






La carta de vinos está bastante bien, y tenían más referencias de las que tienen colgadas en la web. Tomamos un tinto del Dão, Only 2004. 19,90€. Curiosamente al alcohol no le aplicaron el 10% de descuento. Fue servido a temperatura ambiente, unos 24 grados, pero por lo menos tenían cubitera. El vino flojo en todos los sentidos.

Con los postres pedimos sendas copas de Oporto Burmester 10 Anos, 3,90€ c/u, y tuvieron el magnífico y poco habitual detalle de dejarnos la botella en la mesa.

El servicio agradable y siempre atento. Tal vez demasiado, porque nada más echar vino un camarero al poco venía otro a echar más.

En resumen, está muy bien el intento de innovar la cocina tradicional y salirse de los trillado en infinidad de restaurantes de la zona que parecen clónicos en cuanto a la propuesta y los platos. El problema es que según me comentaron en el foro de Nova Critica Vinho, han cambiado varias veces de jefe de cocina y eso hace que se resienta la cocina y no acabe de asentarse. A ver en el futuro.



Inácio

Praça Conde São Joaquim 1/4 Campo das Hortas - Braga 4700-421, BRAGA

Centurium

Avenida Central, 1344710-229, BRAGA
http://centurium.bracaraaugusta.com/


toni

sábado, octubre 11, 2008

Restaurante Las Rejas (Las Pedroñeras, Cuenca), por Jorge Díez


Cuesta trabajo imaginarse a uno de los grandes en los fogones de la gastronomía española reciente en un sitio tan alejado y poco conocido, salvo por su producción de ajos. Y esto puede tener valor emocional, de apego a la tierra propia, pero añadirá unas cuantas dificultades al disfrute de esta casa, a la que, como dice su propia web, “se acude en peregrinación”. Conque, después de pensar varias veces qué viaje podía aprovechar para conocer de paso “Las Rejas”, no quedó otra que hacer un recorrido a medida para comer allí por fin.

El entorno no le hace ni una concesión. Alejada de itinerarios principales, población sin mucho encanto propio y distante de las más llamativas de alrededor, casi expulsa a las afueras, en un local poco visible, a este restaurante. No obstante, es capaz de llenar su sala a mediodía de una jornada laborable fuera de temporada vacacional. Algún misterio parece haber.

El interior se ha parado en el tiempo hace algunos años. Se nota bien cuidado pero mantiene una ambientación rústica antigua, congelada en un clasicismo que ya no se estila. Y podrá gustar más o menos esta decoración pero creo que todo el mundo agradece a veces que el servicio haya detenido su protocolo en el de hace un tiempo, también. Personal de una edad mediana que no abunda en las salas actuales, que derrocha atención, amabilidad, que crea pronto un ambiente acogedor y que deja ver detalles de un equipo perfectamente coordinado. Ni un desliz, ni un fallo en los tiempos de servicio, en la espera entre platos, en reponer vino; explicaciones cercanas y claras de todo lo presentado… Perfecto ese aspecto. Hay que señalar que hay más gente en sala de la que suelen tener hoy día los restaurantes; se notará en la factura pero se valorará en la calidad de la atención.

La carta combina algún plato de tradición regional con otros a base de productos “de moda”. Y fuera de ella te ofrecen un menú degustación con opción de vinos acordes. No me dijeron, ni figuraba escrito, en qué consistía este menú, pero como uno no tiene apenas prejuicios gastronómicos y acudía con confianza en la cocina, por las opiniones de gente con buen criterio, lo pedí. El precio, 80 euros sin bodega y 95 con la misma, agua incluída… pero IVA excluído.

Un vasito de “Ajoarriero con perlas de aceituna negra” fue lo primero en la mesa, ese aperitivo de presentación que daba idea de las intenciones de la cocina: producto local, recetas tradicionales, presentaciones contemporáneas. Sabroso, intenso, como corresponde al ingrediente emblemático de la zona.

Después, “Anchoa marinada con sopa de tomate”. Contraste conocido y agradable, con la frescura suficiente para compensar lo salobre, y con un invitado de excepción: el comino. La sopa de tomate lo tenía con una medida idónea: abundante, bien presente, pero sin molestar. Me gustó mucho, aunque tengo debilidad por el comino y quizá no sea el más indicado para juzgar este rasgo del plato. No creo, de todos modos, que molestase a nadie por su proporción. Otra cosa es que no sea tu aderezo ideal para el tomate.

Seguimos con “Navaja con escabeche de perdiz”. Así, en singular, porque se trataba de un ejemplar grande. Muy buena presencia pero no tenía el sabor característico que solemos encontrar por nuestras costas. Y la textura hacía difícil el corte, aunque en la boca no era correosa. El escabeche era suave, para no adueñarse del plato, y estaba bueno. La perdiz no se notaba por ningún lado. No sé si era sólo alusión a que usan ese escabeche para el ave. Con ser un plato correcto, quizá fue el más flojo del menú.

“Ostra con puré de calabaza, cítricos y curry” era la siguiente propuesta. El puré de calabaza era agradable así, solo. Daban ganas de pedir más. Se apoderaba el toque cítrico demasiado del conjunto pero salía un buen plato de todos modos.

“Carabinero y gamba blanca fritos” componían un plato de presentación llamativa y manipulación difícil. Otra vez aquí se portaba el servicio, que presentó junto al plato un buen número de servilletitas de papel y un cuenco con agua y limón, para dotar al comensal de herramientas imprescindibles antes de lanzarse a comer con las manos (algo que no me suele gustar ni cuando lo aprueba el protocolo) lo cual puede ser incómodo en un local de este estilo, sobre todo, cuando otras mesas no lo están haciendo. Ese “saber hacer” del personal de sala anulaba cualquier sensación desagradable. Plato de producto neto pero que no causaba un impacto tan grande en el paladar. Buen bocado pero poca potencia.

A estos platos acompañó, como maridaje de la casa, un “Basa 2007”, el Rueda de Telmo Rodríguez. Sin ser excepcional está bien, tiene la frescura y la acidez necesarias y una nariz más suave que otros de su zona (a mí, algunos me desbordan por ese lado, como algunos Rías Baixas. Parecen “perfumados” aparte) y armonizó con los platos sin ningún problema.

Y si hasta aquí podíamos ver los platos que describí como productos de moda, por su frecuencia en las cartas actuales, al margen de región o temporada, desde este punto empezaron a llegar los más pegados al terruño y a la tradición, y el menú empezó a crecerse.

Una “Ensalada de caza” combinaba perdiz escabechada, delicada de textura pero bien sabrosa, con acompañamiento vegetal fino, sutileza tanto de presentación como de sabores. Y pequeños dados de queso, confituras y algún fruto seco para contrastar con puntas de mayor intensidad. Plato ligero pero todo un preludio de otoño.

“Sopa fría de ajo con crujiente de jamón”. Plato estupendo, sin tacha. Versátil como pocos. Podría abrir un menú o cerrarlo antes de los postres, podría ser perfecto aperitivo o tapa solitaria… podría tomarme una cantidad indecorosa de esa sopa. Esos básicos de la zona, ese fondo de cocina que no debería faltar nunca. El producto de siempre, los sabores que todo el mundo conoce y suele agradecer. Quizá la textura de la sopa, gelatinizada, pueda sorprender a alguien, quizá prefiriesen otra opción, pero me gustó mucho.

Un plato que corre el riesgo del rechazo, o del prejuicio en muchos casos (sucedió en una mesa cercana) es el de “Sesos de cordero con salsa agridulce”. Para mí fue una vuelta a la infancia, cuando ciertas vísceras eran bocado excepcional, de fiesta, y no tenían ninguna connotación que provocase recelo: frente a frente la textura y el paladar, y lo demás, cuestión de gustos. Admito que habrá objeciones insuperables pero lo lamento; se perderían uno de los mejores platos del menú. Soberbio, sin duda. Una cumbre de textura delicada, de finura, de sabor sutil, con un contraste en la salsa que enmarcaba para resaltar, no para encubrir nada ni distraer.

Las raíces seguían bien afianzadas en los “Galianos y crujiente de los mismos”, ese gazpacho-guiso tan manchego, tan otoñal también. Sabor intenso en presentación “domada”, daba gusto romper el crujiente dentro de la parte caldosa del plato. Otro plato redondo y rotundo.

Después, una propuesta de “Bacalao” con protagonismo del pescado, de su textura en su punto, con lo graso y lo salado justo para no perder la ruta de sabores de esta segunda parte del menú. Un poco eclipsado por los platos precedentes pero bien avenido.

Y el final de la parte salada lo puso la “Lechona con puré de manzana, pimientos y queso”, otra elaboración de las que dejan huella, con una carne deliciosa, tierna, suave, y la compañía de los purés de manzana, pimiento y crema de queso que ponían contrastes estupendos (dulce más suave, dulce más intenso y puntos ácidos, salado y lácteo) todos armonizados con el ingrediente principal. Ninguno discordante.

Todos estos platos estuvieron bien acompañados por un tempranillo de la zona, con 10 meses de barrica. Aquí me queda una duda sin resolver. Creo recordar la etiqueta, y la denominación comercial era “Vega de la Osa”. Sé que Manuel de la Osa tiene un vino con su nombre pero no coinciden uno y otro según lo que he podido ver. No tengo más detalles de la procedencia de este tinto pero estuvo muy bien en la mesa: picota con visos morados de juventud, fruta roja y notas tenues de laurel, buena acidez, madera discreta. Vino sabroso y fácil de beber en sí, y bien conjuntado con los platos. También en este apartado sale ganando la segunda parte del menú.

El primer postre fue “Sopa de melón, granizado de manzana verde, helado de yogur a la pimienta y plátano caramelizado”. Fusión acertadísima de ingredientes. Fresco, suave, con la acidez y el azúcar ejecutando pasos de baile precisos y notas picantes marcando el ritmo. Otro para recordar, otro para el podio de la comida.

Y la “Leche ácida, helado de mandarina y brownie de chocolate”, también muy sabroso, con buena combinación de ingredientes y sabores marcados, pero que sufrió por el brillo de su antecesor, que le restó protagonismo.

Con ellos me ofrecieron un moscatel. No sé si lo ofrecían a todos los clientes, pero a esas alturas ya había complicidad suficiente para saber que me gustaría aquella prueba. Es un proyecto de Martínez Bujanda, aún sin comercializar, pero ya tiene resultados prometedores y parece que saldrá en breve. Así que era una botella de 50 cl. sin etiqueta de la que me contaron lo que os acabo de decir. Y me alegraría que saliese bien, porque estaba muy bueno. Un dulzor contenido y acidez idónea, en buena proporción. También armonizó perfectamente con las elaboraciones dulces.

Aunque en pequeña cantidad, casi habría que darles el mismo trato que a los dos postres a las golosinas que acompañaron al café (Ya me cansa un poco lo de petit four, y más con el olor del ajo de fondo. Y fruslería me resulta un tanto despectivo). Sé que olvido alguna pero había una torta de piñones, una trufa de chocolate, una gominola de frutos rojos, una galleta de pistachos y un alajú, que hasta aquí se mantuvo la tradición. Todas ellas delicias en miniatura, digno final a la comida.

El total del festín, con el café y una vez “regenerado” el precio con el IVA, 105 euros.

La impresión final es la que te deja una cocina de las serias, de las que tienen el fuste de la experiencia, una tradición y mucho oficio. Y por eso mismo las tachas sólo pueden ponerse en esos platos que obedecen más a la tendencia, a la moda, que a la autenticidad de los fogones. Creo que se nota bastante por lo dicho.

Puede parecer caro si hacemos comparaciones, pero creo que es el servicio el que, en este caso, se lleva una parte de ese coste. Y aunque todos queremos precios asequibles dentro de cada nivel, ya hemos hablado en estos foros de cómo se nota el apartado del personal en los resultados de un establecimiento. Y aquí se nota para bien, por más que tenga un precio.

¿El mayor de los problemas? Que hay que hacer un viaje irreal, que parece que no te lleva a ningún sitio, dejar tu mundo a unos cuantos kilómetros y seguir la pista olfativa del ajo para poder llegar hasta aquí. Y todos sabemos que eso es un inconveniente. En fin, ahora que decida cada cual.

Buen provecho.


Localidad: Las Pedroñeras (Cuenca)
Dirección: Avda. Brasil s/n
Teléfono: 967 16 10 89

martes, octubre 07, 2008

Clos Du Poyet 2002


Bodega: Pierre Luneau Papin
AOC: Loira
Tipo de vino: Blanco
Variedad: Muscadet de Sevre et Maine sur Lie

Tuve que tomar tres veces este vino para empezar a entenderlo. Cosas de ser un diletante. Aconsejo no tomarlo en medio de una cata de quesos apestosos, y darle al menos media hora para que pueda oxigenarse. Después de una crianza sobre sus lías de 24 meses,y del tiempo de botella, es normal que muestre ciertos síntomas de hipoxia. En ese tiempo el vino se abre y saca sus aromas frutales, limpios, frescos. Cítricos, entre la naranja y el limón. De seguido, con salero y armonía, las notas más complejas de la crianza. También membrillo y un poquito de miel. Una mineralidad entre el lápiz y la tiza, notable pero mesurada, en concordancia con el vino. Muy buena acidez, imbricada y viva. Está jovial, y le queda vida por delante. El vino es aparentemente sobrio, muy singular, y desborda eso que unos llaman finura y otros elegancia, de tal manera que uno se acostumbra pronto a su compañía , y se le hace cada vez más y más grata.

Yo lo veo con pescados blancos, marisco (ostras, percebes, gambas , cigalas,...)y , sobre todo, solo con nosotros mismos. Un muy buen vino que vale más de lo que cuesta, poco más de 17 euros.

A partir de la segunda copa, podéis pinchar aquí para escuchar la voz cazallosa de mi amado Tom Waits.

miércoles, octubre 01, 2008

¿Me lo churrusca un poco más?


El sabor tiende a acumularse en la grasa, como bien sabe nuestro instinto, que no mira igual un filete que a un chuletón , una loncha Jamón York que otra de un Joselito entreverado. La Grasa es el Dni de la proteína, sea carne o pescado. En la grasa se deposita lo que come el bicho, sea pasto o pienso industrial. También su carácter. Mientras miraba los 1200 kgs de un buey que había comprado en las Azores, nos decía José Gordón que el buey era manso y noble, y que eso se iba a reflejar en una mayor infiltración y mejor calidad de la grasa. La grasa se produce con la vida regalada, pero se entrevera con el trabajo. La grasa de un salmón de río sabe dulce y salada, sabe a roca y a musgo. La de un cerdo ibérico de dehesa, aparte de a bellota , sabe a dehesa, a monte bajo, distinto según donde haya pacido. Cuando son de pienso , saben a pienso, a nada, o a ambos, y nos dejan un poco desvalidos y melancólicos de un mundo mejor. Nos cansamos pronto del pescado de granja, mientras que el otro nos parece ligero, nos invita a seguir comiendo. Apartamos la grasa del jamón del súper, pero la del bueno somos capaces de comerla sola. A los tragaldabas un menú sin grasa nos provoca ansiedad y mal humor.

A mi me gusta cuando el fuego la hace sudar, imbricarse con la proteína, concentrarse, tostarse. Si lo culmina el sabor del humo de una buena leña, sea roble o encina, tenemos el paraíso en la mesa. Grasa, tostado y humo, conjugan hermosos platos. Pienso en un chuletón de buey entreverado de grasa fresca , con olor de pasto, bien sellado, con sus tres colores, y el humo de una buena parrilla. O en un asado de esos de horas, donde la grasa , la gelatina, los jugos y el magro se confunden en una sola cosa llena de ternura y sabor, bajo una costra que es un caramelo crujiente y mórbido de animal decantado. O en uno de esos guisos de cabrito o de choto que solo conseguían domar las horas de cocción y la dulzura de un buen sofrito. El jamón sería la excepción que confirma la regla. En todo caso, lleva la cocina del tiempo, del frío y del aire seco.

Esto venía a cuento de que en la llamada alta cocina los pases son cada vez más un abrir bolsitas de vacío para recalentar .Eso que denunciaba , y de lo que nos reímos un poco todos de forma algo inconsciente, Santi Santamaría cuando hablaba de la desaparición del fuego en la cocina. Quizás no tendría demasiada importancia si se atendiese con mayor atención y cuidado el capítulo de la regeneración. O de si más que cocinar, se tratase simplemente de un atemperamiento previo que acortase la exposición directa al fuego, y que permitiese a esta ser menos agresiva. Cuestión de medida, supongo. Como todo. Con su exactitud en la aplicación del calor, la cocina al vacío, aparte de la comodidad de la producción en serie, tiene sus ventajas: permite conservar mejor las texturas y jugos originales, permite congelar con un menor pérdida de propiedades, permite largos confitados y un mejor control de los especiados, una mayor regularidad...Pero la verdad es que con frecuencia creciente me encuentro en el plato pescados cocidos , sin marcar o marcados de forma insuficiente, con su sabor de sopa de enfermo. Quizás podría entenderlo en una merluza , pero creo que nunca la entenderé en un salmonete o en una lubina. Me encuentro carnes jugosas, relucientes y tiernas , pero que no saben a nada, o que no saben a lo que tienen que saber. Un mal fuego quema y anula, sí. Pero una cocción al vacío mal hecha, o mal regenerada, es un asco. A mi me dan ganas de que me lo churrusquen un poco o, directamente, de pedir un huevo frito.