He utilizado un título del post tal vez algo injusto con la
gastronomía asturiana. A pesar de que en Asturias disfrutamos de varios
restaurantes excelentes que prestigian nuestra gastronomía, está claro no
toda ella se mueve en semejante excelencia. Evidentemente no todos los
establecimientos pueden ser de alto nivel, pero entre éste y el rancho, hay un
término medio que afortunadamente también existe, pero está claro que también existen
muchos sitios de nivel manifiestamente mejorable que por desgracia suelen ser
los que frecuentan muchos turistas.
Muchos de estos sitios suelen ser sidrerías. Hacía un montón
de años que solo entraba en sidrerías para tomar sidra nada más pero hace unos
días coincidió que estábamos en Gijón avanzada la tarde y nos
apeteció picar
algo sencillo para engañar al estómago. Entramos en una céntrica sidrería y
pedimos un par de raciones. La primera fueron unas patatas bravas. 6€. Sí. Seis
euros. La foto no hace justicia a lo lamentable del plato. No sé qué estaba
peor, si las patatas, a pesar del sorprendente logro de estar a la vez
saladísimas e insípidas o la tremebunda salsa que debería estar tipificada en el
código penal. Seis euros por esto me pareció la peor relación calidad/precio
que había visto en años.
Pero este record fue pulverizado minutos después por el
inenarrable chorizo criollo, 4,50€. Un, de uno, chorizo de calidad extra-cutre,
pasadísimo, mal cortado y acompañado de unas patatas fritas blanduchas y
grasientas que salen muchísimo mejor en la foto de lo que parecían en realidad. Los 4,50€ que más me ha dolido pagar en muchos años.
Pero mi tortura no acabó aquí. Para no pecar de tonterías localistas, unos días después fuí invitado a comer en otra sidrería, esta vez de la capital, en la que, menos mal, no caería allí un turista ni de milagro dada su situación en la periferia. El motivo era que según dijeron, ponían un cachopo (tan de moda ahora) fantástico...
El "fantástico cachopo", 18€, fue un revoltijo de carne de calidad baja tirando a muy baja, un jamón saladísimo, un queso de vete tú a saber dónde y un rebozado bastísimo que se desprendía con solo mirarlo. Las patatas eran aún más horribles que las de la otra sidrería y mira que eso era difícil.
Eso sí, tamaño XL que parece ser lo que gusta a muchos de los comensales habituales.

Todavía me estoy preguntado como este garito dobló casi todas las mesas y en algunas incluso triplicó. Tremendo.
Lo malo de muchas sidrerías-garitos es que suelen ser los sitios más
frecuentados por los turistas, ya que si para ellos son algo “típico” se le
añade que en muchos casos están en pleno centro de nuestras ciudades y pueblos,
por lo que la impresión que se pueden llevar de nuestra gastronomía (aunque no
prueben algo totalmente autóctono) es lamentable y evidentemente eso no ayuda a
que vuelvan y más en tiempos como los actuales en los que la gastronomía ocupa
un nivel destacado entre los motivos de los turistas para elegir una zona u
otra.
Ya imagino a algún lector diciendo que por un mal sitio no se
puede juzgar a todos y tendría toda la razón, pero mi experiencia de años
pasados y por lo que me cuenta bastante gente en la actualidad, este tipo
locales de tres al cuarto están mucho más extendidos en nuestra geografía de lo que nos gustaría y parte de la culpa es nuestra ya que está claro que si resisten es
que tienen clientela todo el año lo que hace reflexionar sobre el nivel de
exigencia que tenemos en nuestra tierra con respecto a la gastronomía.
Pero eso sería motivo de otro post.