sábado, diciembre 27, 2008

A finales del 2008


Esto de estar sin ordenador también tiene sus ventajas: uno disfruta de más tiempo para jugar como un niño, es capaz de terminar ese libro que se le resistía (La Manía , de Trapiello), puedo estar hora y media seguida viendo una película (Picpocket, que ha envejecido regular por la parte más superficial, pero estupendamente por la principal) . También sirve para echar la mirada atrás , a estos cuatro años que llevo participando en blogs gastronómicos, más de dos con blog propio. Recordar el entusiasmo del principio por poder compartir esta pasión que uno llevaba, como otras , casi a escondidas. El buen humor, el sentido común, el buen rollo. A "gourmetilla", cuando decía que no se fiaba de alguien al que no le importara comer bien. Y todo lo que uno desconocía: hacerse un chintonis, buscar la mineralidad de un riesling o de un chuletón, emocionarse transportándose a la infancia, que los mejores vinos se hacían allende los Pirineos, que los mejores quesos están allende los Pirineos....y a no dejarnos guiar por guías, y criticar a los críticos. Esa búsqueda que compartíamos por discernir verdad y mentira , donde no siempre atinamos. Donde nos creímos tantas cosas. Y nos reímos de tantas otras. Creo que todo lo justificó un entusiasmo genuino, en volandas del cual hicimos miles de kilómetros, gastamos miles de euros, quemamos días y noches. Buscando un placer efímero que nos durase siempre en la memoria. Nos creímos también alguna vez ser más de lo que éramos, quizás por descubrir que los que disfrutaban del prestigio de ser algo lo habían despilfarrado en los feos requiebros de la soberbia, de la vanidad . Descubrir que Internet abrió las ventanas de una habitación que olía a cerrado, donde todo se apolillaba. Disfruté y disfruto yendo de link en link, viendo que la actividad es cada día más diversa y fecunda.Todo cabe : el profesional y el amateur, el que empieza y el veterano, el que se lo toma con humor, o de forma trascendente. El talento, o su ausencia, serán los que nos hagan continuar leyendo, o no, después del click. Mientras, también se ha ido perdiendo la frescura y el asombro que acompaña a los comienzos, a los que van desbrozando los caminos vírgenes.

También fue uno descubriendo las sentinas de esta actividad, el reverso de tanto fuego de artificio, razones y sinrazones. Los intereses. Y es que alguna vez nos olvidamos que al fin y al cabo, esto es un negocio, donde mucha gente intenta, primero, ganarse la vida. Luego prosperar. Un trabajo, donde el que está al otro lado será mejor o peor profesional, pero seguramente preferiría estar en otro sitio.

Llevo un tiempo que , contra lo que uno quisiera , esto del blog va cayendo en la lista de prioridades. Hace tiempo que no llevo libreta cuando voy a comer, porque descubrí que la comida se me enfriaba mientras pensaba la mejor manera de describir un plato. Se me olvida con frecuencia la cámara de fotos. Cada vez salgo menos. Apenas tengo tiempo para escribir lo que pruebo y siento. A pesar de todo, intento seguir pasándome por esta taberna, buscando un buen rato entre la gente de bien que tiende a estar por aquí, mientras esperamos tiempos mejores.

lunes, diciembre 22, 2008

Deloya (Oviedo), por Toni

Deloya es el restaurante del hotel Santo Domingo Plaza de Oviedo, regentado por la familia Loya del Real Balneario de Salinas y con Javier Loya como principal responsable de cocina.

Ha conseguido desde su apertura hacerse un nombre en el mundillo gastronómico asturiano por su buen hacer tanto en el restaurante como en su servicio de catering y celebraciones.

No describo el restaurante ya que en su web hay una buena colección de fotos de las instalaciones.

Casi podría copiar y pegar el principio del anterior post porque las experiencias son casi idénticas. Los precios de la carta tampoco tienen el IVA incluído. No estaría de más una lectura de la ley en vigor.

El aperitivo que nos pusieron al principio también prodría parecer que es una invitación de la casa pero cuando se cobra el concepto entrada-pan, 1,92€ c/u, la invitación se esfuma. De acuerdo que no es mucho, pero que fácil sería no reflejar lo de "entrada" en la cuenta. Por lo menos la crema de calabaza estaba muy rica al igual que una croqueta aparte realmente notable.

El montadito de setas, foie y yema de huevo, 14,98€, se ha convertido ya en un clásico de esta casa. Yo no puedo evitar pedir siempre esta lograda mezcla de los marcados sabores terrenales y salados de las setas y grasos del foie suavizados por el huevo que consigue en el paladar un sabroso bocado.

Original resultó el otro entrante: terrina de foie con piña y perdiz escabechada, 14,98€. Resultona combinación del dulce de la piña, lo graso del foie y el agrio de la perdiz que estimula totalmente las papilas gustativas y hace desear el siguiente bocado. Muy rico.

Pasando a los principales, la merluza de Celeiro con salteado de fideos chinos, tomate y genjibre, 23,54€, estaba perfecta de punto, algo que no es tan fácil de ver como debiera. Muy buen sabor, con intensidad. La cantidad no era muy grande pero cumplía. A su lado una original guarnición con los fideos chinos que aportar no es que aportaran demasiado a la merluza, pero tampoco estorbaban y estaban bastante bien con ese toque del genjibre.

Bien también el lomo de lubina con espaguetis de mar y cítricos. 25,68. Tampoco una ración grande pero sí una lubina de intenso sabor, igualmente perfecta de punto y con el complemento de unas algas de potente sabor marino que daban la nota original al plato ya que no se suelen ver demasiado todavía. Notable.

Los postres no son lo mejor de Deloya, pero cumplen sobradamente. Un postre sencillo pero que casi siempre acabo pidiendo es el biscuit de chocolate blanco y vainilla con migas de kikos y naranja. 6,42€. Es casi adictivo el bocado el biscuit con las migas refrescado por la naranja.

Muy refrescante y golosa es la crema de mascarpone con macedonia de frutos rojos y helado de nueces garrapiñadas, 6,42€, que deja el paladar fresco y contento.

Para beber tomamos un magnífico blanco com madera, de Rueda: Naiades 2005. 28,89€. Para mi uno de los mejores blancos de España. La carta de vinos está bastante bien, no muy extensa pero sí con una buena selección y lo que es mejor, sin excesos en los precios.

El personal de servicio de muy buen nivel y solventando profesionalmente la tarea con un comedor lleno.

Exceptuando algún detalle comentado arriba, buena experiencia como siempre en Deloya. Una cocina de muy buen producto con algunos detalles creativos que sin ser rompedora alcanza un buen nivel en sus elaboraciones. Recomendable.


Nota general: 7

Emoción: 7


Deloya

Hotel Santo Domingo Plaza
C/Ronda Sur s/n, Oviedo
985 221 095
http://www.deloyarestaurante.com/


toni

sábado, diciembre 13, 2008

La Fonda de Alberto (Valdepeñas, Ciudad Real), por Toni

Ya es habitual que todos los años a partir de mediados de noviembre salte la polémica en el mundo de la gastronomía a cuenta de la publicación de algunas de las más importantes guías de restaurantes.
Seguro que al lector le viene a la mente el nombre de la guía Michelin pero también es polémica la Guía Repsol (antigua Campsa). En el caso de la Gourmetour este año no habrá polémica ya que no se publicará al salir con carácter bianual, política del todo "ágil" para tratarse de una guía gastronómica.

Una de las habituales críticas que se hacen a los blogs gastronómicos es que juzgamos a un restaurante por una sola visita. Por lo que a mi respecta ya he explicado varias veces que sólo cuento la experiencia concreta de una comida ó cena por lo que en ningún caso juzgo la trayectoria del restaurante por esa comida ó cena.

Pero, ¿y los inspectores de las guías?. ¿Acaso visitan más de una vez al año los restaurantes que incluyen en las guías para las que escriben?. Sería interesante saberlo.

A pesar de las críticas que habitualmente se hace a las guías hay que reconocer que siguen siendo útiles en muchos casos. Si no se tienen referencias de primera mano de una ciudad que no conoces como este caso de Valdepeñas, si un restaurante viene reflejado en todas las guías al uso, aparentemente no hay duda de que no será una mala dirección. Otra cosa es la puntuación que tiene, en las guías que puntuen como la Gourmetour, sea comparable con la misma en restaurantes de otras zonas geográficas.

Todo este preámbulo viene relacionado con dos experiencias consecutivas que tuve hace poco en el restaurante La Fonda de Alberto de Valdepeñas, recomendado por las principales guías publicadas en España.

El restaurante está situado en un edificio moderno en un barrio cercano al centro de Valdepeñas. A la entrada tiene un bar muy concurrido en el que sirven una gran variedad de raciones. Tiene dos comedores decorados en estilo clásico y un reservado. No preguntan si eres fumador ó no, y la separación entre los comedores no es total.

Una vez acomodados nos traen unas ricas aceitunas negras mientras miramos la carta en la que nos fijamos que los precios no tienen el IVA incluído. Tarjeta amarilla por no haberse leído la ley en vigor. Los precios que reflejo ya llevan sumado el IVA.

Para abrir boca no pusieron unas cucharas con gamba y pulpo, que pensamos que como las aceitunas sería una invitación de la casa, pero no. Cobraron 2,14€ c/u por el concepto pan y aperitivos. Un detalle muy cutre que fácilmente podrían evitar quitando lo de "aperitivos" de la cuenta.

Tenían una carta aparte de raciones de cocina manchega que fue por lo que nos decidimos. Bien el pisto manchego con lomo, 6,53€, aunque era difícil encontrar los minúsculos trozos del lomo.
Mejor estuvieron los galianos de caza con torta del pastor. 9,63€. Yo creía que los
galianos eran precisamente las tortas que se comían con el gazpacho manchego hecho a base de caza, pero supongo que en cada zona lo llamarán a su manera. Muy rico el gazpacho con el sabor intenso y sabroso de la caza, además en una buena ración. Perfecto para una noche fría.

Pronto llegaron los platos principales. Magníficas las chuletitas de cordero. 19,47€. Notable materia prima con gran sabor acompañadas de unas patatas asadas y vegetales. Tradicional pero perfecto.

Menos nivel tuvo el solomillo de ibérico a la pimienta. 15,52€. Bien el punto del solomillo pero los he comido mejores de sabor. Además la salsa de pimienta estaba bastante insulsa.

Después de esta contundente cena no tomamos postre.

Para beber un Dominio de Valdepusa Cabernet Sauvignon 2002. 26,96€. En apariencia buena carta de vinos con gran selección de Valdepeñas, La Mancha y demás vinos de la región y también de otras zonas de España. Si el lector continúa leyendo sabrá por qué apunto lo de "en apariencia" .

El servicio correcto aunque el maitre no era precisamente el buen humor personificado.

Otro detalle sorprendente y negativo fue el del guardarropa. Cuando nos cogieron las cazadoras no nos dieron un número ni nada que sirviera para identificarlas y al salir nos preguntaron que cuales eran las nuestras. Asombroso. Perfecta oportunidad para alguien al que le guste una prenda más que la suya se la pueda llevar sin problema.

A la hora de pagar nos pusieron un cuestionario de calidad para cubrir y dar la opinión.

Si hubiésemos ido sólo esta vez habríamos salido con un buen sabor de boca general en cuanto a lo comida aunque algo menos en los otros detalles comentados. Lo malo es que volvimos la noche siguiente.

Lo primero que nos llamó la atención fue que a la hora de pedir una lubina al hinojo nos dice el maitre que no podía ser ya que no tenían hinojo. ¿¿¿??? ¡No tienen hinojo! Y eso que sólo tenían cuatro pescados. Al final acabamos pidiendo una lubina a la sal para dos.

Pero el sainete se escenificó al pedir el vino. Primero pedimos un Protos Verdejo. Al cabo de unos minutos vuelve la camarera y dice que no tiene. Vale. La siguiente petición fue un Manuel Manzaneque Chardonnay. Otros minutos de espera y tampoco les queda. Con la mosca detrás de la oreja pido un vino que tienen hasta en cualquier chiringuito playero: Waltraud de Torres. Tampoco. Definitivamente mosqueado le pregunto a la camarera sí es que allí la gente no tomaba vino blanco y nos quedamos a cuadros cuando nos reponde que casi nunca y que además estaban restructurando la carta y que por eso apenas tenían vinos blancos.
Sin dar crédito a lo escuchado acabamos pidiendo dos cervezas y nos pusieron dos cañas que para terminar de rematarlo no tenían fuerza ninguna ya que el gas debió de ir al mismo sitio que los vinos blancos.
Al final nos las cambiaron por dos botellas.

Menos mal que por lo menos el paté de perdiz, 6,96€, de entrada era magnífico y en una buena ración. No es que lo haya comido muchas veces pero es sin duda el mejor que recuerdo.

Con todo el asunto del vino y el tiempo que nos llevó comer el entrante ya hacía bastante que habíamos pedido la lubina a la sal, 19,15€ c/u, pero todavía se demoró bastante más y encima al maitre le llevó un buen rato romper la cubierta de sal para servirnos. El resultado fue una lubina seca y demasiado pasada. Una pena porque el bicho tenía buena pinta.

Curiosamente esta vez no nos pusieron el cuestionario de calidad. Hay que reconocer que el maitre se acercó varias veces a pedirnos disculpas por el asunto de la bebida, pero hubiera sido un bonito detalle invitar a las cervezas ó haber puesto un vino dulce por cortesía de la casa cosa que no ocurrió.

Llegados a este punto vamos a imaginar que nosotros fuéramos los inspectores de una guía. ¿Merecería el restaurante figurar en nuestra guía? Dejo la pregunta en el aire.

Sumadas ambas experiencias:

Nota general: 4

Emoción: 4


La Fonda de Alberto

C/ Cristo, 67 Valdepeñas (Ciudad Real)
926 316 176 - Fax 926 316 177
http://www.lafondadealberto.com/


toni

martes, diciembre 09, 2008

Mesón Sancho, Gijón



El Mesón Sancho es , como su propio nombre indica, un Mesón, algo que de buenas a primeras me suena bien , lo mismo que Fonda, o Posada,o Venta.....Me suena a algo un poco viejo, donde encontrar algo de hospitalidad en medio de la orfandad de todo viaje, o de refugio de las ventoleras y la grisura de los afanes de entre semana....me suena a comida sabrosa que sacie el apetito sin que me cueste mucho dinero,....me suena , por qué no , a barullo, gente , algo de incomodidad y de humo. Y doy fe que un poco de todo eso se encuentra en el Sancho. Nada más entrar uno se encuentra un pasillo con la barra a la izquierda. La barra es larga, un poco baja y una buena opción si llegamos y, cosa probable, está lleno. A mitad de ella se ve detrás, cerrada con una ventana , una cocina de dos por dos metros, ocupada la mitad por un plancha grande y la otra mitad,..¡por una parrilla! , con su fuego de verdad. Y delante de ellas una señora (tampoco caben muchos más) sudando la gota gorda bajo su redecilla hospitalaria. Tiene dos comedorcitos, uno arriba y otro abajo. Los dos abigarrados, con las mesas pequeñas y juntas, etéreos manteles de cuadros, con las paredes donde cuelgan bodegones donde los limones parecen melones o los melones parecen limones. El de arriba era antes el sumidero del abundante humo de la cocina, donde se producía a la vez un efecto invernadero y otro de captación Co2, que hacía llorar los ojos y recordar la comida por largo tiempo. Ahora la cosa ha mejorado (hacía años que no volvía, así que no sé decir desde cuando). De todas formas, mis dos experiencias este mes han sido en la barr0a y en el comedor de abajo.
Allí se va a lo que se va. Tienen un fórmula , sencilla pero efectiva, que llevan repitiendo durante años : producto, plancha y al plato. Les sirve para llenar a diario, así que para qué la van a cambiar
El primer plato que uno tiene que pedir allí son las Mollejas. Golpe fuerte de plancha , que sella y saca una costra crujiente bajo la que se mantiene la jugosidad y la suave ternura de la molleja, que se combina con esa otra terrosidad y profundidad de entraña. Un poco de pimentón picante, ajo abundante , perejil fresco y una base de patatas fritas consiguen uno de los platos más viciosos que uno ha tomado en mucho tiempo. Importante: solo las tienen a partir de los jueves
En segundo lugar pondría las Chuletas de un cordero, donde el fuego purificador desbasta lo que pueda tener de innoble y deja lo que tiene de intensidad, además de esa grasa bien churruscadita que es gloria en la tierra.
En tercer lugar pondría los Riñones (de ternera). Debido , probablemente, a la mayor dureza de estos entresijos, aplican el calor sin piedad hasta dejarlos consumidos, por lo que el sabor a riñón es casi como un recuerdo entre esa costra crujiente , aceitosa y un poco picante, y es que aplican la misma fórmula de pimentón y patatas fritas en la base, sin duda garantía de éxito.
Los pescados son muy fiables, y los cobran a un precio razonable. Tienen buenas chacinas (buena la cecina , más irregular el lomo y , sobre todo, el jamón. Buena la morcilla matachana, y un poco por debajo el criollo). El buey corría por las mesas con soltura.

La tarta de queso les sale bien.

En cuanto al servicio de vino, pues el que uno espera de un sitio así: Lan , Coto, Marqueses y Condes servidos en Duralex.

Os trancribo la última cuenta, para tres : 1 Mollejas (10 eu.), 1 Riñones (10 eu.), 2 Besugo a la espalda (comimos 3 buenas raciones) (52 eu.), 3 postres (10.50), 1 café (1.20 eu.), 2 botellas Conde de Valdemar (mejor no acordarse) (21 eu.), 3 pan (2,1 eu.). Total: 106.80.

Resumiendo: Apología de la Maillard. Producto honesto. Mesón con ambiente de casa de comidas. Precio razonable. Las mollejas. No lo dejen pasar.


Mesón Sancho
C/ Begoña 18, Gijon
985 359 973

viernes, diciembre 05, 2008

Menos mal que nos queda Portugal, por Toni



No me pude resistir. Permítame el lector que me tome la licencia de utilizar el famóso título del disco de Siniestro Total para el encabezado de este post.

Portugal es un gran desconocido en España. Parece mentira que tengamos casi 1300 km de frontera en común con el país vecino, pero durante siglos la mayoría de contactos que tuvimos fue para darnos palos en las continuas guerras y cuando se acabaron a principios del siglo XIX vivimos completamente de espaldas.

Si el desconocimiento es generalizado no digamos ya lo poco que se sabe en España sobre los vinos portugueses en general y sobremanera de sus vinos blancos.








Aunque en la foto salgan cuatro botellas, en realidad voy a hablar de cinco blancos que me llamaron la atención de los que he probado en los últimos tiempos. Dos del Alentejo, otros dos del Douro y el último en llegar un vino regional de las Beiras, región del centro del pais que está produciendo algunos vinos sorprendentes.








Aunque fue el último que de los cinco que probé, y no salió en la foto general, presento en primer lugar a Luis Pato Vinhas Velhas 2006. Luis Pato es una de las bodegas más conocidas de Portugal, con una gran variedad de vinos siempre con un buen nivel.


Este Vinhas Velhas está compuesto de las castas portuguesas Cerceal, Sercialinho y Bical plantadas en suelos de arcilla y arena y fermentando y criado en barricas de 650 litros.

Presenta un color amarillo dorado y en nariz cítricos, coco, una vaninilla suave y algo de especias. En boca es potente, graso con persistencia. Acompañó muy bien un lomo de atún al horno.







Nos vamos al Alentejo. Cartuxa 2005 es de la bodega homónima Cartuxa situada en Evora.


Este vino también sale de las uvas autóctonas Antao Vaz, Roupeiro y Arinto.

Color amarillo pajizo, aromas a cítricos, hierbabuena e hinojo. En boca es carnoso, graso y con cuerpo. Perfecto para acompañar a un plato nacional protugués como el bacalao.






El Pêra-Manca 2006 se puede decir que es el hermano mayor del Cartuxa ya que también es de la misma bodega.

En este caso se compone de las uvas Antao Vaz y Arinto y pasó 12 meses en barrica y 6 meses más en botella antes de comercializarse. 13,5 grados.

De un color amarillo suave, muestra aromas a manzana y cítricos y algo mineral . En boca es algo alcohólico con un ligero amargor. Creo que le falta botella todavía y en este momento aunque tiene un año más está más disfrutable el Cartuxa.








Del sur del país pasamos al norte, concretamente al valle del Douro. Guru 2005 es de la bodega Wine & Soul, la misma que hace el famoso Pintas entre otros.
Los enólogos Sandra Tavares da Silva y Jorge Serodio Borges producen sólo 2200 botellas de un vino de viñas de 45 años con las castas Viosinho, Rabigato, Códega do Larinho y Gouveio. 13 grados.
Tiene un color pajizo muy claro y en nariz es muy mineral, con recuerdos a manzana verde, anís, cítricos y lima. En boca es intenso, amplio, fresco y muy largo. Magnífico. Mejorará.








Y para acabar otro blanco del Douro. De las uvas de las que sale el VZ 2006 no tengo información, pero imagino que serán parecidas a las del Guru. Además aquí también es responsable Sandra Tavares da Silva junto con Christiano Van Zeller.
Tiene 13,5 grados y un color amarillo pajizo, una fantástica nariz muy intensa y compleja con toques de ebanistería, especias y algunas notas tropicales.

En boca tiene una muy buena acidez que compensa que sea algo cálido, con algún apunte mineral y de mantequilla. Muy largo. Muy buen vino que pienso que estará mejor dentro de 3 ó 4 años.






Es una buena noticia para los amantes del vino que Portugal también despegue en la producción de buenos vinos blancos. Sin duda originales son, gracias al tesoro de unas uvas autóctonas y también al buen hacer de los jóvenes enólogos portugueses y su magnífico trabajo con ellas.


Si el lector los prueba espero que los disfrute como lo hice yo.


domingo, noviembre 30, 2008

Bar-tienda El Rubio. Santa Marina (Quirós). Por Jorge Díez

Tenía planeada con un amigo una escapada rural hace ya tiempo. Uno es un urbanita irreductible y se pone muy nervioso en cuanto no pisa asfalto pero también cae en el tópico y opina que el otoño es la estación más favorable para el paisaje en Asturias, la más plena de colores peculiares, la más sugerente. Y si a eso se suman la temporada de setas y caza, más las abundantes jornadas gastronómicas que se organizan por esta época en la zona central interior, ya hay excusa para dar cuenta de algún plato con enjundia en alguna población pequeña y con encanto; podré vivir unas horas con menos losetas que en Oviedo.

Después de recibir avisos en nuestro blog sobre decepciones en Cuérigo, que era la primera opción, decido tomarme muy en serio vuestra experiencia y cambiamos los datos en el navegador para buscar otro destino. Esta vez vamos en el coche de mi amigo, que ya va para clásico a sus veintidós añitos (el coche, no mi amigo), así que el navegador soy yo, y le voy indicando “métete por ahí, donde el camión de la Central Lechera” o “para ahí delante, donde aquel paisanín, que vamos a tomar un café”, con una voz mucho más cálida que cualquier TomTom (no hagáis un chiste fácil, por favor)

Y aquí estamos, en Santa Marina, un poco después de pasar Bárzana, para probar la cocina del Bar-tienda El Rubio. Si vais, cuidado en el último paso. Al pasar Santa Marina, atención a un cruce pequeño al lado de una casa recién restaurada y pintada de verde, porque este sitio está ahí detrás y es fácil pasarse, aunque lo ves justo entonces y puedes arreglarlo sin dar muchos rodeos.

El local es, de alguna manera, “ahijado” de otras empresas de hostelería de Gijón ya consolidadas, cosa que ayuda para moverse entre bambalinas en estos negocios. Lo conocí casi por accidente cuando se inauguró el verano pasado y tenía gana de venir en cuanto ya estuviera en marcha. Aún ahora te encuentras detalles que se están rematando, así que es riguroso estreno.

Y a estas alturas mi acompañante me revela que su pareja y otra amiga común tienen interés en venir (hay truco: vieron las fotos que hice entonces y les gustó el sitio) si nos convence. Qué cosas, somos gastro-cobayas; esto es nuevo para mí pero en fin, me sacrificaré por las amigas, qué menos.

La carta incluye un apartado de picoteo clásico (quesos, embutidos, morcilla, tortos) y otro con ensaladas y platos más contundentes, apoyados en la carne y la caza, además de los postres. Todo bien detallado en cuanto a elaboración u origen y con precios entre los 4 y los 16 euros, IVA incluído. Habéis leído bien; quedaos con ese dato porque es relevante. Los postres, entre 3 y 4’50. Aparte figuraba un menú de caza compuesto por tabla de embutidos y patés y dos platos más (con dos opciones en cada caso) con frisuelos de postre por 24 sin bebida. Decido “sovietizar” nuestras siglas favoritas para ampliarlas a RCCP, es decir, relación calidad-cantidad-precio porque también voy a necesitarlo así esta vez. Carta de vinos que supera a la de muchos “de ciudad” en interés y referencias y con precios bastante ajustados.

Optamos por compartir una tabla de quesos asturianos y unos callos como entradas. Nos advierten que quizá sea prudente pedir sólo media de quesos, porque con lo que hemos escogido puede ser suficiente. Menos mal, como luego veréis.

La “Tabla de quesos” -media- incluía seis variedades acompañadas de dulce y avellanas. Destacaron sobre todo un buen Cabrales y un Afuega’l pitu coloráu, aunque todos eran correctos y fueron ganando en cuanto se atemperaron en la mesa. En cantidad, sin detalle del peso, igualaba a algunas enteras que he pedido en otros sitios. La presentación, el corte, bien y sobre todo práctica para comerlos, que no siempre es así.
[Detalle según el “método Toni”: 6 eurillos la media tabla]

Los “Callos” vinieron emplatados por separado en dos cazuelitas. Todo el menaje era de alta calidad, dicho sea de paso. Lo recuerdo ahora porque me hicieron especial gracia aquellas cazuelas de diseño moderno en un entorno tan tradicional. Nuevamente ración abundante. Cada una de nuestras mitades pasaría en muchos sitios por una completa. Los callos en trozos pequeños y de tipo que voy a denominar rústico: condimentación fuerte, bastante jamón picado como añadido y textura ruda, más intensidad que gelatina. Como sé que lo vais a leer declarados devotos del producto, no sé si acierto a describíroslos así para que los diferenciéis de muchos otros que han salido a colación últimamente por nuestra tertulia. Vamos, que son callos pa paisanu, pa un quirosanu o alguien que se deje asimilar, no para tapita de moda en vinatería al uso. Y por supuesto, que ninguna se me enfade, también pa paisana si lo tiene a bien; era sólo un recurso expresivo. Aparte, un plato con patatas fritas en taquitos, bien hechas.
[10 grados-euro en la escala Toni]

Mi amigo escogió “Lomo de venado con puré de avellanas”, con una hermosa presencia a la que no hace justicia la foto. Punto logrado, sabroso, textura firme y el puré, una delicia; para pedirse un plato sólo de aquello. Pura crema de avellana que acompañaba de maravilla al venado. Se vio algo perjudicado por cierta falta de temperatura en la que tuvo que ver bastante la necesidad de acompasar su plato con mi arroz, que requería algo más tiempo del que le dimos con los entrantes. De todos modos se solucionó solo, porque otra vez la abundancia convertía aquella ración en una y media de muchos sitios, así que mi acompañante -ejercitado fartón, doy fé- no le aguantó el combate completo. A la mitad del penúltimo asalto mi amigo se fue a la lona y no terminó el venado cuando podía empezar a ser crítico el enfriamiento del plato. Tampoco pudo llegar al postre. Ganador por KO, el venado.
[15 euros la ración]

Mejor me fajé yo con el “Arroz con setas y venado”. Lo escogí después de que nuestra anfitriona alabara los arroces de su cocinero y acerté. Punto correcto con una capa fina de granos, nada que ver con la mayoría de los que encuentras por Asturias, donde las preparaciones secas y melosas no suelen salir bien paradas. Las caldosas se salvan más veces. Este era un plato intenso con sus trozos de carne y sus setas con pleno sabor y el grano impregnado de tanto otoño. Había un ligero exceso de picante por culpa de unos pimientos que no eran los que el propio cocinero pretendía usar, como nos contó después. Con otro acompañamiento quizá hubieran estropeado el plato pero esta preparación era lo bastante vigorosa para aguantarlos bien; lo pudo enmendar. La ración eran tranquilamente dos y apenas tuve ayuda de mi acompañante, que probó un poco, pero aguanté el tipo y llegué a los postres; con dificultad, pero llegué.
12 euros en este caso.

¿Qué bebimos? El primer vino fue un “Ferrer Bobet 2005”, Priorat de un proyecto reciente por el que tenía especial interés y que nos gustó bastante. Nariz media pero agradable, nada agresiva. Una extracción más domada que lo que marca la tendencia reciente. Fruta negra, un punto dulce, sedoso, que hacía un buen paso de boca. Quizá menos persistente de lo que cabía esperar pero más asequible que otros vecinos suyos para sus varietales, sus 14’5 grados y su todavía poca botella. Muy satisfactorio. Nos plantamos en ese límite donde una botella es poco pero dos va a ser demasiado y decidimos lo que nos es propio: pedir la segunda. “Casalobos 2004”, un tinto de La Mancha que nos decepcionó. Duro, durísimo. Taninos agresivos, astringentes, que anestesiaban el paladar al primer contacto. Cerrado, poco expresivo en nariz e intratable en boca. Prolongamos la sobremesa con él pero no nos ofreció nada más. El primero, 27 euros; el segundo, 22.

Yo todavía me atreví con un postre. “Espuma de requesón y compota de manzana”, copa con una compota de manzana muy fluída que envolvía uvas, (hasta aquí la parte fresca y ligera) avellanas y pistachos enteros (aquí la parte potente) todo ello base para la espuma de requesón, suave y sabrosa. Presentación vistosa y combinación muy agradable, aunque todavía dudo cómo podía caberme algo más en el cuerpo. Este postre, 4 euros.

Con agua, pan y cafés, 101’60 en total. Así asusta un poco pero vamos a desbastar. Pongamos un humano más normal, más comedido, que hubiese evitado la segunda botella de vino, y pensemos que además no será un caprichoso y evitará la compulsión de probar uno de los más caros de la carta, ya que puede encontrar cosas convincentes y conocidas por debajo de los 20 euros. Así que, clik, clik, clik, le damos a la calculadora y nos sale que tranquilamente se pone tibio uno por 35 euros por cabeza con todo. Y retomamos lo dicho antes: miramos el parámetro RCP que aún permitiría aliviar más la factura y el perímetro abdominal y nos sale una propuesta redonda.

Al final de la comida nos presentaron al cocinero. Desde mi condición talluda y mi talle orondo me voy a permitir llamarle cariñosamente chaval, ya que él mismo se considera muy joven para ciertas cosas. Ha estado trabajando en bastantes sitios ya, ha mirado la cocina desde varias caras del prisma a sus 24 años (los Loya, Martino, entre otros) y lo tiene muy claro: no será él quien se lance tan pronto a hacer esa cocina innovadora que le han mostrado antes de saberse el ABC de fogones, perolas y cucharas, antes de saber cocinar lo tradicional. Aun así, se aventura a dar pinceladas de sutileza, de combinaciones nuevas, en ese entorno de costumbres fijas. Y parece que va convenciendo. Así que joven pero con la cabeza bien amueblada, la mirada honesta y lo que quiere hacer en su trabajo bien definido. Síganle la pista, porque si todo le sale bien puede que este “chaval” nos dé buenas alegrías emplatadas. Ese arroz, ese puré de avellanas, esa compota de manzana… Me suenan muy bien y mejor me saben. Enhorabuena.

Entramos a las dos, nos sentamos a comer a las dos y media, nos han dado las cinco y parece que ha sido un suspiro. Qué bien se está allí con aquella chimenea encendida. Todavía hay gente, podríamos seguir, pero nos moveremos porque lo pide la lógica del reloj, no por nuestro gusto.

Bueno, qué más contaros. Que esta crónica es de un sitio tan casero, tan acogedor que casi pide ser escrita al modo Fartones, en asturianu, porque ganaría matices. Pero la dejaremos así en aras de la difusión porque merece la pena. A quien le gusten los sitios de este estilo creo que le va a compensar darle una oportunidad. Saldrá satisfecho.

En fin, a vuestra salud.


Datos:

Bar-tienda El Rubio
Santa Marina
Quirós
Tfno. 985768481

lunes, noviembre 24, 2008

Los chocolates de Enric Rovira

La tentación vive, en mi caso, debajo de casa, unos portales más allá , y todos los días paso por delante de ella , de la que voy y de la que vengo de dejar al niño en la guarde . No es fácil resistirse. Estoy hablando de chocolate. También de la desmesura de una creatividad desbordante, que se acompaña en este caso también de la de la mesura del sentido y la sensibilidad que transparentan las creaciones de Enric Rovira. Nació en una familia de reposteros, y eso hizo que se dedicara a la pastelería. Según sus propias palabras, si sus padres hubieran sido carpinteros, ahora estaría fabricando muebles. Me encanta desayunar sus cremas de chocolate con aceite de oliva y sal marina. Nocilla saludable. Más fuerte la de picual y hojiblanca, más suave y conjuntada la de arbequina. Saco la tostada, la dejo que empiece a templarse un poco, lo justo para que el chocolate se ponga meloso pero no se derrita hasta gotear. Se le echa un poco de sal marina que viene en el pack, y a disfrutar como un niño. Uno de los mejores maridajes del mundo consiste en arrejuntar chocolate y café, y Rovira lo hace en sus Bombolas de café de Kenia, de café de Costa Rica,...que no son más que los granos de café tostados cubiertos de chocolate. El grano mantiene así una profundidad que suele perder en sus manipulaciones. No sé si es por el chocolate o por qué no se hace pesado. Alguna vez me desvelé hasta altas horas de la noche después de algún atracón. Frecuenta las especias, como las Bombolas de pimienta rosa: picor y potencia , pero también una suavidad casi floral. Más difíciles se me hacen las Bombolas de jengibre, con ese deje jabonoso tan habitual, por otra parte, del jengibre. Sorprendentes son las de wasabi y guisante seco, que todavía no sé si me gustan o no, pero de las que me he comido dos paquetes. Un vicio son los Streets de chocolate con leche y praliné de pistacho, en los que la praliné es sobre todo pistacho, y el chocolate es como la caricia de un niño . Estos estoy seguro de que me encantan. Es sorprendente descubrir lo bien que marida el chocolate y el azafrán, y el encontrarte los sabores yodados y efervescentes del mar en un bombón. Me convencen menos las Rajoles , unas tabletas de chocolate sin refinar que simulan el pavimento para la Casa Amatller y el Paseo de Gracia de . Me gusta encontrarme las flores de violeta, quitarme unos años comiendo caramelo- cola, comerme unos bombones de mi adorada almendra largueta (olvidaos de la marcona, al menos de la que se vende normalmente)... Me comí unos bombones deliciosos con vainilla natural, y otros que me gustaron un poco menos con vinagre de Cabernet Sauvignon,....Me gustaron las Bombolas de chocolate blanco ahumado , milkybar y roble. Espectacular es su Planetarium, bombones que representan el sistema solar, con sus bombones a la Pera Wiliams (que ya había probado en los Balaguer), té , Campari,....lo peor que tiene es que se acaba en un santiamén. Excepcional el chocolate a la taza (mejor el amargo que el tradicional), que marida extraordinariamente con tardes lluviosas y otoñales. A pesar de que me aplico, me falta aún por conocer la mayor parte de ese repertorio capaz de convertir cualquier momento en una fiesta.

En Oviedo lo tienen en Latas y Botellas

Aquí un video de Rovira, y su página web

miércoles, noviembre 19, 2008

La Oronja (Zamora), por Jorge Díez


En un reciente viaje por Zamora y Salamanca tuve ocasión de conocer por fin “El Rincón de Antonio”, del que habló Toni hace poco, y también “La Oronja”, restaurante del que había leído cosas que llamaron mi atención.

Entre semana no encontré en Zamora ambiente para el aperitivo a mediodía en la calle de los Herreros, como era mi intención, así que di un paseo rápido y me aferré al menú de “La Veta”, opción aceptable y barata para la comida.

Tras dedicar la tarde al Museo Etnográfico -interesante colección, discutible criterio de interpretación- y a mi dosis de café y prensa, que solventó estupendamente el “Aureto”, al lado del museo, el paisaje había cambiado y sí me mostraba opciones para tomar una cañita o un vino antes de la cena. Las tapas estaban ahí, provocadoras en su reino de la barra, pero había que contenerse, que esperaba la cena formal. Observé una oferta muy clásica, muy popular, pero apetecible y a precios contenidos.

Y llegamos a “La Oronja”. Sala blanca, música ambiental un poco alta y sólo otra mesa con tres personas la noche de un jueves, pero el teléfono registra reservas y encargos concretos de comida, supongo que de cara al fin de semana. Intuyo que les va bien.

Las cartas de platos y vinos no son muy amplias, dato que valoro siempre como bueno porque las hace más creíbles, más dignas de confianza en el producto y en una rotación adecuada. Me decido, pido y recibo buenas orientaciones del servicio: mejor medio entrante porque son abundantes, y tengo vinos por copas si no me animo yo solo con una botella (no me conocen…)

Me traen como aperitivo una “Croqueta de rape con cecina sobre crema de patata con pimentón”. ¿No os parece que la descripción y denominación de algunos aperitivos desborda su tamaño y su función? ¿Me estaré volviendo quisquilloso con la edad? Al grano: croqueta suave, con poco rape y notoria presencia de la cecina. Sabrosa.

Llega mi media de “Mojama y lomo ibérico con macadamia y aceite”. Me gusta que usen la mojama, tan poco frecuente por el norte. Y es cierto que las raciones son amplias. Sabrosa e intensa la mojama, algo menos el lomo aunque no está mal; hacen buena pareja. La ralladura de macadamia le da una gracia peculiar al plato y el aceite de oliva es bueno y suave, para dejar que se expresen bien los demás ingredientes, pero pone su grado de untuosidad al conjunto. Acompaña en un cuenco aparte una picada fina de tomate natural también con aceite. Y te ofrecen unas rebanadas de pan tostado finas, para que montes el plato a modo de pequeñas tostas, si quieres.

Antes de que Toni lo pida: 9’50 ¡IVA incluido!

Después, “Carrilleras de ibérico con shitake y garbanzos de Fuentesaúco fritos”. Tres carrilleras algo irregulares aunque tuve suerte con el azar del orden: la primera, muy sabrosa; la segunda fue la peor, ya le faltaba frescura; y la tercera me permitió recuperar buen sabor de boca, un punto intermedio entre las otras. Quizá es una consecuencia de la menor rotación del producto por semana. Me pareció demasiado intenso el shitake, se adueñaba en exceso del plato, aunque no estoy muy acostumbrado a ese hongo, así que no sé hasta dónde se les fue la mano en la cocina y hasta dónde es una combinación que no me agrada sin más. El fondo era sabroso pero lo hubiese preferido un poco menos salado. Estos dos puntos –la intensidad del hongo y una pizca de sal de más- le restaron algo, pero el conjunto era bastante bueno. Lo mejor, la suavidad de la legumbre, que fue la más honesta en su acompañamiento a las carrilleras.

16’50 euros, para el detalle.

Dejo el vino para el final, porque requiere otra explicación, y paso al lado dulce. De postre, “Chocolate a la enésima”, que así figuraba en la carta. Cuatro presentaciones de chocolate combinadas. Una crema de chocolate, de sabor tostado intenso y buena textura; un brownie acompañado de otra crema más suave y fluida que la anterior; un helado con crujiente de cacao y un blanco y negro, crema densa de chocolate blanco con incrustaciones de chocolate negro y frutos secos. Lo leo y me asusto un poco yo mismo: para un chocoadicto, como es mi caso, estupendo, para el común de los mortales había otras posibilidades atractivas en la carta. Eso sí, también fue medio postre, opción que me plantearon y acepté. Visto así, los postres completos están diseñados para compartir o si sólo se ha tomado un plato.

El dato: 4’25 euros.

Con el vino me equivoqué por completo. Pedí un “Estancia Piedra Selección 2000”. A pesar de la añada, del decantado (que por cierto no pedí) y de airearlo en la copa casi con saña, aquello no se abría ni por fas ni por nefas. Durísimo, astringente sin contemplaciones, tánico agresivo en el peor sentido…caro: 22’50. Quedó mucho más vino del que yo suelo dejar. Si el “Azul” de la misma bodega es un asidero cuando en una carta no hay mucho para escoger y está a un precio que le perdona casi todo, me dio por guiarme por él para elegir a su hermano mayor, y en buena hora estaba haciendo otra cosa. Nota para el futuro: si no vas a hacer los experimentos con gaseosa, cosa que tengo prohibida, hazlos en casa; fuera, siempre a lo conocido y seguro salvo sabio consejo. Repetí la jugada al día siguiente en “El Rincón de Antonio” con un champán (El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y algunos somos más animales que otros)

Aparcamos la elección fallida y nos fijamos en otros detalles: buen menaje, buen servicio. La elaboración me pareció discreta pero correcta y si tenemos en cuenta la abundancia de las raciones, la relación entre calidad y precio en conjunto me parece buena.

Ni el café ni el pan (aparte de las rebanadas tostadas del entrante, me refiero) eran destacables. El café, cortesía de la casa; el pan, 1’30.

Total del asunto: 54’05 euracos.

Salí con sensaciones contradictorias y me costó repensar las cosas para poder excluir el vino de la ecuación y hacer justicia a la cena. Vistos pros y contras me parece un sitio interesante. Seguro que le doy más oportunidades en otras circunstancias.

Después me esperaba empezar bien la noche en “La Cueva del jazz” y -a estas alturas en que los habituales ya conocen el lado oscuro se puede decir- terminarla en “El Muro”, un garito heavy de la mejor casta (chapeu, chavales)

Mañana, más.


Datos:
Restaurante La Oronja
Plaza del Maestro Haedo, 4
Tfno. 980 534 038
Zamora


martes, noviembre 11, 2008

Oportos

Hace ya unos días que tuve la suerte de poder asistir a una cata de Oportos, de la que al día siguiente solo me acordaba someramente. Desde que descubrí que el escribir me molestaba lo de disfrutar apenas anoto nada , así que solo podré hablar un poco por encima y con voz prestada. De todas formas, me gustó aprender algunas cosas y quería compartirlas con vosotros
La primera característica de los Oportos es que es un vino fortificado, es decir, que antes de que termine la fermentación del azúcar se le añade un aguardiente neutro, que la interrumpe (dejando por ello azúcar residual, que es lo que lo hará dulce). Esto se hacía por las mismas razones que en nuestros generosos , las de estabilizar el vino y hacerlo aguantar las condiciones del transporte marítimo y comercio de hace ya muchos años. Acaba teniendo entre los 18 y los 22 grados de alcohol, así que ya sabéis, hay que beberlo con cuidado. Esto se olvida con facilidad, porque los Oportos tienen la virtud, contra lo habitual de nuestros Px, de ser muy frutales, y por ello despiertan con facilidad el apetito goloso. Tienen, además , una fuerte tanicidad y astringencia , que “seca” la sensación alcohólica. Esto ayudará , entre otras cosas (el alcohol, sobre todo. También , pero menos , la acidez), a que puedan envejecer en botella durante décadas. Me acuerdo de un Pintas Vintage joven que era como pasar una lija por la lengua. Todo ello dependerá, en todo caso, del tipo de vino Oporto que sea. A grandes rasgos, son los siguientes:

1) Oportos que mezclan añadas, con el objeto de hacer vinos similares año a año, a modo de los Champagne y sus “cuvées”, o de nuestros generosos y sus soleras. En caso de indicar una edad, se refiere a la edad media de los vinos que los componen:

a) Blancos, no son los más prestigiosos, pero se produce un buena surtido de ellos: jóvenes y envejecidos, con grados variables de dulzor. En la cata probamos un Niepoort 10 años que gustó mucho, con notas ajerezadas. Me pareció perfecto para un aperitivo.
b) Ruby, son los tintos más básicos. Realizan una crianza no oxidativa en depósito (2-3 años), que les hace conservar y concentrar su carácter frutal, muy intensa, sobre todo de fruta roja. Existe una categroría superior que la formarían los Ruby Reserve, con mayor concentración y estructura.
c) Tawny, los más populares. Su nombre hace referencia al color marrón “leonado” que tienen . Realizan una crianza oxidativa en madera de tres- cuatro años. Si es Tawny Reserva , tendrá entre 5 y 7 años. La AOC dice de los Tawnys: “ Aroma dominado por los frutos secos, naranja escarchada, especias (curry), boca redonda y persistente”. Probamos varios. “Quinta do Vallado” de 10 años, “Mougadiola do Calçada”, “Vista Alegre” de 30 años. Todos estaban buenos,. El de 30 años, lógicamente , más concentrado y complejo. Pero sin desmentir a la Aoc, ningunó provocó entusiasmo.
d) Crusted, casi desaparecido. Se podría traducir como “encostrado”, debido a la costra de sedimento que queda en la botella. Son como un Vintage, pero de diferentes añadas, que se crían durante dos años en pipa, y otros tres más en botella, donde son introducidos sin filtración, por lo que generan el sedimento o “costra” que le da su nombre, y que obliga a decantarlos .


2) Oportos de añada.

a) Vintage , literalmente “añada”, es el rey de los Oportos. Solo se producen en cosechas excepcionales, que suelen ser tres o cuatro por década. Se embotellan entre el segundo y tercer año , sin filtrar (por eso suelen ser los más rentables para las bodegas), y se necesita un mínimo de entre 10 o 15 años para estar listos. Por lo general,sin embargo, conviene dejarlos un mínimo de 20 . Son un porcentaje muy pequeño de la producción de una casa, pero es por estos vinos por los que se mide la calidad de un productor determinado.
En la cata probamos buen Vintage: Ca’lem 1997 Quinta da Foz , todavía joven , con unos taninos agresivos, pero muy expresivo, frutal, complejo y equilibrado.

b) LBV , literalmente “vintage embotellado tardíamente”. Los vinos se embotellan después de pasar entre cuatro y seis años en madera. Es un vino potente, de color oscuro, que sale al mercado más redondeado, más para tomar que los Vintage, aunque también con menor capacidad de envejecimiento en botella. Pueden ser filtrados , con lo que pierden fuerza y estructura, o no, en cuyo caso reciben la denominación de “Traditional” . Suelen usarse con buenas cosechas, aunque no con las “premium”.

c) Colheita, literalmente “cosecha”. Se trata de un vino tipo Tawny pero elaborado con uvas de una sola cosecha. En la cata tomamos un Dalva Porto 1982, que fue , probablemente, el mejor de los Oportos de la cata ,el que más estaba en su punto, poderoso y con un paso fino, y recuerdos de un buen brandy.

Los impresión que me queda es la de que los Oportos son algo muy especial. Un vino de meditación, evocador, de disfrutar en lentos sorbos, mejor en soledad. Me parece un vino otoñal, de tarde en la que se va apagando la luz poco a poco, mientras llueve... Forma un matrimonio perfecto con el chocolate (salvo blancos y Ruby), y le sienta bien un poco de saudade portuguesa, prima hermana de nuestra señaldá.
Fuentes:
- un buen artículo de elmundovino
- información facilitada por el Instituto dos Vinhos do Douro e d Porto

jueves, noviembre 06, 2008

Algo más en Mieres: El cenador del azul. Por Jorge Díez


Las cuencas mineras son todo un submundo dentro de Asturias y los cambios que han sufrido en pocos años dan para escribir mucho, quizá demasiado. Y es una historia sin acabar aún; probablemente lo más serio esté por llegar. Pero con esto no me refiero a la gastronomía. Si hablamos de comer y beber siempre hubo, más en pequeños pueblos que en los núcleos principales, sitios con buena fama de gama popular: producto sin complicaciones, muy abundante y a precio no exagerado para esa cantidad (que sí solía serlo). Con el tiempo algunos menguaron cantidades y por desgracia también calidades. Era más difícil comer tan bien y sin gastar mucho. Obligaba a buscar más.

Mieres no ha querido dejar pasar las últimas modas hosteleras: han proliferado vinaterías, tienen sus concursos de pinchos, surgen jornadas temáticas de uno y otro… Alternativas a alguna casa tradicional con fama desde hace tiempo y al lugar de culto sidrero que sigue siendo Requexu, lo maquillen como lo maquillen y da igual en qué esquina planten la estatua.

Pues a quien le gusta la innovación culinaria, a quien busca un punto más de creatividad o una presentación más esmerada se me ocurre sugerirle que pruebe “El cenador del Azul”. La historia de este establecimiento es fácil de encontrar si alguien quiere esos detalles; yo me ceñiré a lo que toca al paladar.

Cuatro personas que comparten afición y que buscan un sitio agradable sin pasarse de precio, un día bonito, un paseo previo sin mucho que reseñar y por fin una sala cálida con fotos que recuerdan un Mieres de otros tiempos.

Empieza la tarea de escoger entrantes para probar todos y empieza el trato excelente del anfitrión, que nos orienta sobre lo más sencillo de compartir y que pone todas las facilidades por parte de la cocina. Le hacemos caso y probamos esa cecina que nos aseguró que estaba buena, y tenía razones: sabrosa y untuosa, con el ahumado suave insinuándose detrás de la grasa. La presentaron con una porción de rulo de cabra caramelizado, idea simple pero acertada para suavizar la potencia del queso y que no nos eclipse la chacina.

Con esto estamos dando tiempo a la cocina para preparar los “Ravioli de pulpo”, falso ravioli de envoltura de calabacín con un pulpo del que discutimos el punto pero con un aspecto fundamental de acuerdo: a nadie desagradó (Que si yo lo hubiera pasado un poquito más, casi nada; que yo lo veo bien así; pues a mí casi me sobra un puntito, unos segundos. Esas nimiedades con las que tanto nos entretenemos en la mesa los gastroadictos.) Tiempo para hacerlo y tiempo para emplatarlo para cuatro, que había que atender el capricho.

Con los principales, mayoría de pescados. Entre las mujeres de la mesa hubo unanimidad con el “Mero en papillote” porque suponía la menor alteración posible del producto. Nos trajo una evocación del mar en el aroma. Gustó mucho y no quedó traza de las abundantes raciones.

Mi amigo optó por el “Rape”, cuyo aderezo no recuerdo pero era algo más elaborado que el mero. En todo caso fue de su agrado: buena presentación, ración generosa y conjunto sabroso.

Yo preferí esta vez uno de sus clásicos de carta, las “Manitas de cerdo con langostinos”, que llevan haciendo años y siguen ahí con el refrendo de los clientes. Sabores marcados pero sutiles, textura gelatinosa de las manitas contrastada con la carne firme del langostino. Motivos tiene para seguir gustando.

El frente dulce lo defendieron un “Postre de tres chocolates”, una “Mousse de yogur” y dos “Mousse de chocolate”, todas elaboraciones de buena factura, sumamente golosas y de porte abundante, que nos llevó ya al límite de lo razonable para seguir paseo y charla por la tarde.

De su carta de vinos, bien dotada y con precios ajustados, vinieron a alimentar nuestra euforia dos botellas de “Nora”, Rías Baixas, y una de “Morlanda”, Priorat. Dos blancos que complementaron bien los platos y se sucedieron sin roces. Más frescura y acidez en el primero, frutal y herbáceo; y más amargor y densidad y notas de laurel en el segundo.

No puedo daros muchos detalles económicos porque fui invitado y no tengo la factura. Pero sí conservo dos datos que sirven de pista: todo lo referido más cafés y agua costó 188 euros. Y el Nora estaba a 16 y el Morlanda a 12’15.

Si unimos la impresión de esta comida y las previas de quien ya conocía el sitio llegamos a conclusiones satisfactorias. Trato muy amable, preparaciones sabrosas, con alguna audacia pero accesibles, raciones generosas y a precios terrenales para los tiempos que corren. Tiene mérito presentar en Mieres algunos de esos platos de combinación infrecuente y mantenerlos. Además de los que probamos recuerdo con agrado y sorpresa unas alcachofas con foie de hace años y los esfuerzos del encargado de la sala para justificar su mal maridaje con los vinos. Un sitio que te deja buen sabor de boca, sin duda.


Datos:

El cenador del Azul
c/ Aller, 51 Mieres
Tfno. 985 461 814

sábado, noviembre 01, 2008

Restaurante Ramiro’s (Valladolid), por Jorge Díez


La segunda parada gastronómica de interés en mi visita a Valladolid fue Ramiro’s, restaurante con declaradas pretensiones innovadoras. Iba con cierto recelo por cuanto había leído, temiendo encontrar un local ultramoderno con envoltorio impactante y donde corría el riesgo de que se resintieran los fogones. No fue así, afortunadamente.

El local está en el décimo piso del Museo de la Ciencia, en una zona de expansión de la ciudad, al “otro lado” del Pisuerga. Cuando vas hasta allí recuerdas que Valladolid ya entra en la categoría de ciudad extensa, que queda lejos, vaya. Resulta un emplazamiento peculiar, donde los servicios están a dos pisos de distancia del comedor. La vista es buena por la altura pero tampoco permite contemplar una perspectiva agradable, sólo le beneficia por la abundante luz natural.

La sala está muy bien decorada para mi gusto, con materiales que evocan lo más tradicional (madera, textiles, piedra) pero en acabados funcionales, sutiles, con predominio de líneas rectas, y combinaciones cromáticas acogedoras. Sumados a la luminosidad crean un entorno cálido. Entiéndase con luz diurna en este caso.

Volví a recurrir –ya empieza a ser tendencia y sin embargo no es mi preferida- al menú degustación al ser la primera visita.

Previo al menú propiamente dicho hubo un despliegue de juegos culinarios con bastante buen resultado.

Un snack denominado “Crujiente de loto y crema de soja”, una cucharita agradable pero de poca trascendencia.

El aperitivo lo formaban cuatro miniaturas muy sabrosas: Magdalena de morcilla, croqueta de pollo, bocado de pan con tomate y jamón, y crema fría de calabaza con morcilla rallada. Se ajustan a su enunciado, así que sólo tengo que añadir que eran preparaciones finas, bien elaboradas y de gran intensidad de sabor las cuatro. Todo sabía a lo que decía ser y sabía bien.

Para acompañar durante todo el menú salado me ofrecieron aceite y unas salsas. Podías elegir entre dos arbequinas y un picual de Rueda y decidí probar éste, a ver cómo se portaba la potencia de esa oliva por aquí cerca. No llegaba a la fuerza de algunos picuales andaluces ya comentados por el blog pero cumplía muy bien su función y ese tono más suave lo hacía un buen comodín para cualquiera de los platos. Satisfecho con mi elección.

Y en un plato auxiliar te ponían cinco salsas para ir combinando al gusto: de un queso de la zona, de hongos, de pimiento, de morcilla y una quinta que he olvidado. Densas y de marcado sabor. Me parece buena idea para acompañar el pan y “cambiar” sabores entre platos, cortar entre partes del menú; no desdibujaron nada de lo que salió de cocina.

Todo este baile de complementos fue una buena prueba de la calidad del servicio, competente, cortés pero capaz de crear comodidad, cercanía al comensal.

Empezamos con una entrada fría, “Carpacho de solomillo, sardina ahumada y helado de arándanos”. Armonía entre una carne suave y una sardina potente. Ahumado, ácido y grasa en estupendo contraste. Fresco y con personalidad. Buen comienzo.

Después, “Crema tibia de mejillones con brandada de bacalao en canutillo de calabacín”. Este plato era específico del menú degustación y no figuraba en la carta, a diferencia de los demás. Resultó agradable, suave pero no falto de sabor marino del mejillón. Puedo adjetivarlo como más “doméstico”, más casero que el anterior. No ofrecía esos contrastes y esos sabores fuertes pero entonaba el estómago. Entre ambos hacían una buena muestra de entrantes fríos y calientes.

El “Risotto de calamares, aire de parmesano y escamas de atún en movimiento” es un plato espectáculo, pero está cargado de motivos para gustar y para estar ahí. Fue lo que deshizo mis dudas sobre si había fondo detrás del oropel. No me llaman la atención esos juegos que a veces se olvidan de la función de un plato pero aquí los encuentro acertados. Primero, un detalle retro muy simpático: venía con campana encima, que retiraban al servirte. La eclosión de aroma marino, intenso del atún seco y dulzón del calamar, era estimulante. El aire de queso era leve pero pleno de sabor. El arroz tenía la textura conseguida. Y el efecto visual de las escamas de atún me hizo gracia. ¿Por qué no vamos a jugar con las cosas de comer si no las estropeamos? Parece que lo logran desecando por completo el atún, que se presenta en unas lascas pequeñas casi transparentes, y que reaccionan con la temperatura y la humedad del plato y ondulan insertadas en el arroz, “bailan” delante del comensal.

El “Bacalao con crema de erizo a la vainilla y guisote de sus callos” fue la propuesta que menos me emocionó del conjunto. No porque estuviera mal, que no lo estaba, sino porque he probado varios bacalaos con sus callos más intensos, más rotundos. Y también quedó algo flojo el sabor del erizo de mar con vainilla. Un crítico profesional escribió sobre Ramiro’s que su cocina se definía por lo que no se notaba. Eso mismo lo he observado en otros sitios: ingredientes para domar, para frenar, para atenuar un sabor y conseguir así el resultado óptimo de las combinaciones. Aunque aquí faltó algo de potencia; lo que no se percibía se echaba de menos. Fue un problema de expectativas: el enunciado del plato le dijo a mi cerebro una cosa y mi paladar no pudo llegar a lo mismo. Pero esto es un pequeño valle entre cumbres, que conste. El plato era rico, sólo que desmerecía entre sus acompañantes.

Y un plato de carne para cerrar el capítulo salado: “Lomo de ciervo con ciruela al vino, tierras y queso azul de Valdeón ahumado a la lavanda”. Triple mortal carpado. Desafío a los sentidos, maridaje imposible, orgía de otoño emplatada. Aquí se la juegan. Llevan al límite los contrastes y las combinaciones arriesgadas. Conmigo acertaron. No dejé de sorprenderme hasta terminar el plato. Me mantuvo en tensión todo el tiempo, paladar y olfato desmenuzando todo aquello. Me gustó y admiro el riesgo y la buena resolución. Es de esos platos en los que suelo advertir que no son para todos los públicos. Pero para el espectador-comensal adulto y acostumbrado, grandioso plano secuencia del otoño en la cocina.

Había dos panes para elegir, uno integral y otro recio llamado “de Valladolid”, que fue idéntico al que comí en el restaurante “Trigo”, comentado recientemente. Escogí este, así que me remito a lo dicho entonces.

Todo este menú es un buen muestrario de su cocina porque, salvo el plato que se indicó, es un extracto de su carta, que ofrece alguna propuesta más pero no abusa, es corta y ajustada a productos de arraigo local y de la temporada. Muy sensata esa opción. También la de vinos me parece comedida: varias referencias tradicionales pero de calidad, variedad de precios, algún lujo y una pequeña presencia de zonas y marcas menos habituales. Tienen además carta de aguas y de cafés y tés.

Bebí un “Clos María 2006”, blanco de la D. O. Montsant, de garnacha blanca, chenin blanc y moscatel de grano menudo. Amarillo pálido con buen brillo, nariz tenue y amable, floral, aromas de pera. Fresco y con fácil paso de boca. Fruta blanca y hasta algún destello anisado en el paladar. Cumplió estupendamente con todos los platos salvo con el desafiante ciervo, que podía complicar cualquier maridaje.

Como pre-postre, “Piruleta de requesón y vainilla helada en nitrógeno”. Esta vez los efectos especiales estuvieron un poco de más (la congelan ante la mesa) y el resultado es modesto: lácteo y dulce combinan bien pero los dos estaban algo faltos de intensidad.

El postre, en cambio, sí era del nivel de los platos. “Espuma de pistacho con helado de frambuesa y aire de vino, más polvo de yogur al limón”, que volvía a jugar con las técnicas de moda (aire, polvo…) pero que presentaba dos elementos dominantes –pistacho y frambuesa- con sabores marcados y buena relación entre sí, además de una textura perfecta. El aire de vino y el polvo de yogur eran más sutiles y esto también beneficiaba al postre, porque marcados en exceso hubiesen desvirtuado el conjunto pero insinuados nada más añadían notas agradables.

Unas golosinas acompañaron al café, que era muy bueno (de Yauco, Puerto Rico). Gominola de chocolate, otra de fresa y coco, magdalena de pistacho, especialmente sabrosa, una roca y otro más que tampoco recuerdo.

Hubo “paseíllo” del cocinero pero en la forma más correcta: concluido el servicio, por todas las mesas y con la misma atención en cada una.

En suma, una experiencia muy agradable, otro soplo de aire fresco en plaza gastronómica conservadora y otro caso en que la innovación no pierde el norte de la esencia de la cocina (producto, estación, región) A partir de aquí, cuestión de gustos. A mí me convenció.

La “dolorosa”, en detalle: 58’88, el menú; 2’81 de pan, 2’80 de agua, otros 2’80 el café y 21’50 el vino, precios sin IVA. Total final con impuesto, 88’79.

Al final te ofrecen un formulario para dejar el correo electrónico por si deseas recibir información de actividades especiales que organizan y es cierto que las hay y que te avisan. Me ha llegado estos días el programa de un encuentro con Bodegas Mauro, con visita, cata y cena.


Datos:

Restaurante Ramiro’s
Avda. de Salamanca, s. n.
Tfno. 983 276 898

domingo, octubre 26, 2008

Puerco otoño


Cuando llega el otoño los tragaldabas a veces nos ponemos un poco estupendos y exclamamos esas cosas de . “ah!, el otoño, ah!, las setas del bosque y su delicado perfume ,ah! la caza y sus sabores acres y de campo”, aunque luego ambas cosas las frecuentemos más bien poco, y siempre menos de lo que desearíamos . De lo que se alegran de verdad nuestros más bajos instintos es de que , por fin, vamos a darle sin piedad al cerdo. Los primeros aires fríos avivan las ascuas del hambre , que pide generosidad, calorías, grasa. El “desarme” del 19 de octubre suele abrir la veda de las matanzas aquí por Asturias, adelantándose al famoso San Martín, que es el 11 de noviembre. Aunque sea una oferta desestacionalizada, es ahora cuando empieza a abundar la oferta de callos, manos, picadillo fresco; sin olvidarnos de los chorizos, morcillas, choscos, lomos, jamones y lacones que nos servirán para saciar de forma rápida los retortijones del hambre , o , de forma más civilizada , nos servirán para dar lustre y sustancia a las legumbres en los cocidos, fabadas y potes que que nos darán sustento y cobijo frente a las inclemencias de este invierno que se nos viene encima, que promete ser largo y duro.
Aquí en Asturias tenemos una localidad como Noreña que , aunque un poco capitidisminuida, sigue siendo capital asturiana del gorrino, como lo demuestra la señera estatua que domina en la plaza central. De aquí es un embutido único, un mestizaje , un incesto de esos dos primos que son el chorizo y la morcilla que se hermanan en el Sabadiego. También de por aquí (quizás más bien de la cercana Pola de Siero) es esa especie de morcilla cocida y encebollada que es la Moscancia, que debería ser cosa más frecuente en los cocidos, porque los suaviza de una manera muy especial. He tomados buenas moscancias que me decían que arrejuntaban grasa del cerdo con grasa del cuello de la ternera, y que eran , en su brutalidad, cosa fina.
Hace algún tiempo que no voy , pero en Noreña iba hasta el año pasado a comer los callos a la sidrería El Sastre. Son callos de paisano de pelo en pecho, donde hay de todo (orejas, morro, callos, jamón, chorizo, pata,....), no siempre reconocible, y abundante pimentón. Siempre hay que pedir media ración. Un poco más civilizados, pero también bien ricos, son los de su vecino La Tená de Alfredo. Por otra parte, es raro tomar unos malos callos en Noreña.
Aunque a mi los callos que más me gustan , a falta de probar los de cordero, son los de ternera. Ya he dicho que mis favoritos son los que preparan para el Desarme en el Panduku. Quizás influya el hecho de que allí fue donde los probé por primera vez. Son callos de ternera de pasto (o al menos lo han catado), cortados finos, y elaborados solo con un poco de morro, un muy poco de pata de cerdo, y unos muy leves taquitos de magro de jamón, con una dosis aquilatada de buen pimetón. Eso y la buena mano de guisandera de Gloria Paradelo (que no sé cuanto nos durará , porque dice estar cansada después de casi cuarenta años entre pucheros) dan un resultado prodigioso, entre lo fino, lo hondo y lo brutal , que es parte de la magia de los callos.
No es difícil encontrar sitios donde pongan buenos callos, o que al menos no sean malos. Recuerdo muchos buenos callos de sitios de los que no recuerdo el nombre (en Mieres, en Pola de Lena, en un sitio de Oviedo cerca de Los Prados, en Ceceda, ...).
Mención aparte son esas bombas de calorías de grasa de cerdo y maíz de los emberzaos, pantrucus y boroñas preñadas, más propias de la zona oriental, y de la época en que uno tenía que lidiar con los bichos y el campo. A mi como más me gusta el maíz es hecho en forma de torto frito, ufado, ligero y crujiente, como el de Manzano, acompañado de un buen picadillo y de unos huevos fritos en sartén.
Otra chuche del cerdo que me tiene loco aunque la frecuente menos son las manitas. Las primeras las tomé en Casa Gerardo, de cuando hacían solo cocina tradicional, o sea que hace muchos años. Aquí, al contrario que con los callos, me es más difícil encontrarlas de mi gusto, y por eso he ido pidiéndolas menos. Me gustaron mucho las que tomé el otro día en el Mesón de Avelino, en medio de ese páramo culinario (con alguna excepción) lleno de gente que es la Ruta de los Vinos de Manuel Pedregal y alrededores. Eran pequeñinas , recién guisadas, con la grasa y la gelatina entremezclándose en un maremágnum goloso, de forma que no resultaron bastas ni (tan) pesadas. Por ponerse tiquismiquis, les faltó, quizás , caramelizar un poco la piel, sacarle un poco de crujiente. La salsa , ligada con los jugos de las manos , y con un alegre punto picante, , era puro vicio.
Y para el postre de otoño, carne de membrillo cocida con un poco de azúcar y canela, o una manzana ácida de las asturianas, o unas granadas, o algo con castañas.

martes, octubre 21, 2008

Restaurante Trigo (Valladolid), por Jorge Díez


Valladolid me dio dos buenas satisfacciones en la mesa, entre varias más, en una visita reciente. Este local está casi escondido pero en una zona estupenda. Frente a la Catedral y la Antigua nos sirve de pista un bar que hace esquina y lleva el nombre de la calle: Los Tintes. Pues en esa calle, atajo con poca luz, está Trigo. Lleva abierto algo más de un año y parece que va haciéndose un hueco en el panorama bastante conservador de la gastronomía vallisoletana. Creo que en este viaje visité dos de las excepciones y esta es la primera.

La decoración es sobria y en tonos tenues: crudos, gris, blanco... La mantelería, la abundante madera clara, materiales naturales, acabados sencillos, que dejan ver el producto puro, tal como pasará con su cocina. Es un buen presagio y es muy agradable. Buen comedor y buen menaje.

El servicio de sala atiende con amabilidad, con calidez. ¿Queréis una prueba indudable? Intentad cenar solos, totalmente solos, una persona nada más en un restaurante, sin sentiros incómodos en ningún momento, sin sentiros observados, apurados para decidir qué tomar o para acabar un plato. Por azar ese fue mi caso y os aseguro que no pensé en cuánta gente había o no. En ningún momento me distrajo nada; solos comida, vino, música y yo, con una atención exquisita. Por suerte, no es lo más común para ellos según me dijeron (a mediodía habían tenido mucha gente) y me alegro, porque me parece un buen proyecto hostelero.

Como aperitivo me pusieron un plato generoso de arbequinas y un vasito de crema fría de lentejas con perdiz escabechada y pan de nueces. Este mini-guiso estaba estupendo, sabroso, intenso y sin embargo, ligero.

Entre tanto, las cartas. Propuesta corta y con buen tino. Resultaban sugestivos la mayoría de los platos. Y los vinos, en la misma línea: variedad, alguna referencia menos conocida y precios ajustados.

Tomé primero el “Huevo poché con guiso de lengua de ternera y arroz inflado”, que me gustó bastante. Llamativo el uso de la lengua, que parecía desterrada de las cartas con más pretensiones, y el detalle de la casa de recalcar que es ese el ingrediente del guiso, por si es motivo de rechazo. Su textura era muy suave y la combinación de ingredientes armonizaba bien. Plato sabroso sin complicaciones.

De plato principal, “Cabrito con trigo y ensalada”. Plato muy clásico en versión libre. El trigo como guarnición en lugar de unas típicas patatas, por ejemplo, que aligera la receta (prudente para una cena) y a la vez es un guiño al cereal castellano esencial, como lo es también el nombre del restaurante. La presentación era esmerada y la ración abundante, y otra vez el servicio muy pendiente de que no se quedase frío al final. Corría ese riesgo por su tamaño pero mejor no recalentar nada, que eso es pecado. Quizá sea buena idea que aumenten la temperatura del plato de servicio en este caso. La carne estaba en un punto ideal, jugosa, y era de muy buena calidad, con el sabor y la finura de los mejores cabritos de la zona. Y el asado era impecable y conseguía combinar suavidad interior con un exterior crujiente sin fallar en ninguno de los dos extremos.

Para beber escogí un “Frontaura 2004”, un crianza de Toro que no había visto por Asturias y que fue buena compañía para el menú, sobre todo para el cabrito. Acidez adecuada y una madera sin excesos, para darle cuerpo y fuerza ante la grasa y el toque montuno del plato.

De postre, “Copa de gelatina de naranja, crema de queso y espuma de calabaza”. Muy sabroso cada elemento y buena combinación, apoyada en la idea de contrarrestar lo más intenso de cada ingrediente con un antagonista adecuado.

Hay que destacar también los panes. Acostumbrados a que sean un lunar en la mesa, aquí me ofrecieron cuatro tipos con muy buen aspecto. Probé dos, una torta de aceite tierna y fina, muy buena con el primer plato; y un pan “de Valladolid” (que volvería a encontrar en el otro restaurante, del que hablaremos en su momento) pieza mediana de pan rústico con masa compacta, sabroso y contundente, perfecto para el plato principal.

Fue una cena agradable, con platos sencillos, de corte clásico, pero con detalles que los afinaban, que los hacían más presentables en una mesa actual. ¿Qué adjetivo vacuo podemos usar? ¿Cosmopolita? Es lo malo de tanto tópico repetido, aunque se entiende de sobra lo que quiero decir, que uno puede y debe disfrutar de un cabrito sabroso aunque sea de noche y sin ser Obélix, pero eso exige un trabajo de reflexión en la cocina, requiere mano para poner en forma esos platos sin perder los sabores de siempre. Producto respetado al máximo, como corresponde a la formación del cocinero, que pasó por restaurantes del polémico Santi Santamaría.

En el buen sabor de boca con el que salí también influyó el oído: un estándar de jazz en su punto de volumen combina con muchos platos.

Total de la factura: 75 euros (25 del vino)

Espero que les vaya bien, porque Valladolid pide algo más en gastronomía.



Datos:

Restaurante Trigo
c/ Los Tintes, 8
Tfno. 983 115 500
(Figura una web pero no está operativa)

jueves, octubre 16, 2008

Dos restaurantes en Braga (Portugal), por Toni



Se dice en Portugal que Braga es la capital religiosa del pais. Es famoso el dicho de "Viana do Castelo duerme, Braga reza, Oporto trabaja, Coimbra estudia y Lisboa gasta". No sé lo de cierto que habrá pero lo que si que es verdad que Braga está bien provista de edificios religiosos de todo tipo que ahora lucen mucho mejor que hace años, como toda la ciudad.

El lavado de cara acometido antes del europeo de fútbol de 2004 seguro que tiene algo que ver y les ha quedado una ciudad muy agradable y adecuada para pasar un fin de semana, por ejemplo en la Albergaria Bracara Augusta.

Gracias a todas aquellas obras, hay una moderna autopista apenas transitada desde la frontera de Verín y esto hace que en unas 4 horas se llegue a Braga desde el centro de Asturias.


El restaurante Inácio está situado a la entrada del casco antiguo y curiosamente en la misma acera que otros 2 de los restaurantes recomendados por la famosa guía francesa. Es curioso, pero en la nota y pone Inácio, pero como se puede ver en el letrero pone Ignácio.

El interior está decorado en plan rústico y el primer vistazo de la mantelería, menaje y sobre todo las copas hace que nos entren tentaciones de salir corriendo.



Al traernos la carta observamos algo muy típico que llevamos viendo en Portugal. Está escrita en portugués, francés e inglés. Este año hemos estado varias veces en Portugal, en ciudades muy cercanas a la frontera española y en todos los restaurantes se repite invariablemente la ausencia de la carta en español. Siempre los tres idiomas citados acompañados a menudo del alemán.

También es de justicia decir que en la parte española de la Raya, también brillan por su ausencia las cartas en portugués.

Esto me parece una cortedad de miras increíble por parte de los empresarios hosteleros de ambos lados. Tanto en Evora, como en Viana do Castelo, como en Braga, etc, la mayor parte de turistas eran por lógica de la cercanía españoles, por lo que me resulta difícil entender que no tengan las cartas en español y más siendo la enorme mayoría restaurantes tradicionales en los que no debe de cambiar jamás la carta. Y no vale el típico argumento de la similitud entre el portugués y el español ya que en términos gastronómicos las diferencias son notables.

Una vez vista la carta, con el IVA incluído en los precios, para picar algo tomamos media docena de salgadinhos. 3,60€. Son unas croquetas de bacalao y pan que en este caso estaban muy bien. Típicas de Portugal, fueron de las mejores que recuerdo.

Casi no habíamos acabado con los salgadinhos cuando llegaron los platos principales. Decididamente no tengo suerte con los bacalaos en Portugal. El bacalao al estilo de Braga, media 15€, venía rebozado y acompañado de un montón de patatas fritas y cebolla también frita y unas aceitunas negras y todo en una cazuela de barro. No es de los peores que comí, pero hubiera ganado bastante si hubiera estado a la misma temperatura en toda su integridad.

Me quedaron ganas de preguntar que clase de microondas era el que tenían ya que al cabrito al horno, media 14€, le pasó lo mismo. Unas partes calientes y otras sólo templadas. Menos mal que estaba bastante bueno al igual que las patatas asadas que lo acompañaban.

De postres tomamos un mousse de café, 3€, correcto y un notable pudim Abade de Priscos, que es una especie de flan con Oporto, especias y limón, típico del norte de Portugal.

Para beber un espumoso, Murganheira Reserva Bruto, 18,50€. Carta de vinos tradicional en línea con el local. Nada de cubitera. Capuchón de estos de gas congelado y biela. Las copas...

El pan era horrible aunque por lo menos sólo cobraron 60 céntimos. El servicio era sólo una moza que bastante tenía con atender sola las mesas.

Se puede decir que no lo recomendaría precisamente. Aunque tampoco fue horripilante, para otra oportunidad habrá que probar los vecinos de acera.




El restaurante Centurium está situado en la Albergaria Bracara Augusta comentada anteriormente.

Había leído que es uno de los restaurantes que basándose en la cocina tradicional intentar alguna innovación, algo que no es muy habitual en Portugal y que pienso que es motivo de elogio.

El comedor tiene paredes de granito con arcos e incluso da a un jardín muy agradable.

Mientras mirábamos la carta trajeron el cubierto, con pan, mantequilla y aceitunas negras. En la carta marcaba 2,90€, pero no nos lo cobraron. Tengo que decir que los precios tienen un 10% de descuento al estar hospedados en el hotel.



Pido disculpas por las fotos, que entre la poca luz y el no usar el flash quedaron bastante penosas.




El primer entrante fue un champiñón Portobelo al grill con queso de Serra. 7,11€. División de opiniones. A mi no me convenció el resultado de la combinación entre el champiñón, un poco pasado de más, y el fuerte sabor del queso. Se mataban.




La otra entrada fue una "alheira" de Vinhais crujiente con fondo de centeno. 8,01€. La alheira es un embutido típico del norte de Portugal con carne picada, ajo, aceite y pimentón. Podría decirse que es pariente del farinato de Ciudad Rodrigo.

No les quedó muy bien. De crujiente tenía bastante poco, y el relleno era bastante insípido. Me recordaba a la "pringá" andaluza pero con bastante menos sabor. Además el pan de centeno estaba muy bañado en el aceite que soltaba la alheira y hacía muy pesado el conjunto a pesar del brócoli que pudiera refrescar el paladar. Buena intención pero resultado fallido.


De principales nos decidimos por la carne. La posta de ternera Barrosã con vegetales, 14,31€, estaba bien de punto y sabrosa, aunque me esperaba más de esta raza portuguesa.









Sorprendente fue lo que pasó con el tournedó de buey, con queso de Serra y cama de Portobelo. 13,41€. El plato original es el de la fotografía de la izquierda, pero a medio plato vino un camarero y trajo otro trozo de solomillo ¿de buey...?, sin el queso, y nos dijo que lo habían dejado para que no se enfriara. No recuerdo un detalle así en mi vida. Difícil acabar el plato entero.





La carne estaba poco hecha, como lo pedimos, pero la inundación de salsa, difícil de catalogar y que no aportaba nada, hacía que no se disfrutara del plato como hubiera merecido. Urge reducir la cantidad de salsa ó mejor eliminarla en este plato.







Todavía nos quedó sitio para los postres. El trozo de pudim Abade de Priscos, 3,38€, era considerablemente más pequeño que el del Inácio y más empalagoso y la crêpe rellena de helado de vainilla y chocolate, 4,28€, estaba bien, con un helado muy conseguido pero una salsa de chocolate mejorable.






La carta de vinos está bastante bien, y tenían más referencias de las que tienen colgadas en la web. Tomamos un tinto del Dão, Only 2004. 19,90€. Curiosamente al alcohol no le aplicaron el 10% de descuento. Fue servido a temperatura ambiente, unos 24 grados, pero por lo menos tenían cubitera. El vino flojo en todos los sentidos.

Con los postres pedimos sendas copas de Oporto Burmester 10 Anos, 3,90€ c/u, y tuvieron el magnífico y poco habitual detalle de dejarnos la botella en la mesa.

El servicio agradable y siempre atento. Tal vez demasiado, porque nada más echar vino un camarero al poco venía otro a echar más.

En resumen, está muy bien el intento de innovar la cocina tradicional y salirse de los trillado en infinidad de restaurantes de la zona que parecen clónicos en cuanto a la propuesta y los platos. El problema es que según me comentaron en el foro de Nova Critica Vinho, han cambiado varias veces de jefe de cocina y eso hace que se resienta la cocina y no acabe de asentarse. A ver en el futuro.



Inácio

Praça Conde São Joaquim 1/4 Campo das Hortas - Braga 4700-421, BRAGA

Centurium

Avenida Central, 1344710-229, BRAGA
http://centurium.bracaraaugusta.com/


toni