sábado, septiembre 27, 2008

Aponiente (El Puerto de Santa María, Cádiz), por Toni



Aponiente es una de las nuevas estrellas del firmamento gastronómico andaluz. El cocinero Angel León ejerce en este restaurante situado en plena Ribera del Marisco porteña.

León es un cocinero innovador y volcado en la investigación en la cocina del pescado, como por ejemplo sus trabajos con el pescado considerado de baja calidad y a veces descartado por los propios pescadores por tener poca salida.

En su haber hay dos interesantes novedades. La máquina Clarimax es un invento suyo desarrollado junto con la Universidad de Cádiz que consiste en un filtro de algas diatomeas para clarificar caldos grasientos.

También ha investigado con el carbón de los huesos de aceitunas junto con Andoni Luis Adúriz, para utilizar en los asados.

El restaurante es pequeño, unas diez mesas, con una decoración minimalista. En la carta tiene el habitual fallo de no tener el IVA reflejado en los precios.

Pedimos el menú degustación por 50€+IVA. Tienen otro de 70 basado en el marisco.

El primer aperitivo fue un sabroso salmorejo, hecho al parecer con verduras asadas en vez de crudas. Sabor intenso y muy fino a la vez y con la espesura que le caracteriza.

El siguente aperitivo tuvo un resultado menos conseguido. Carpaccio de pez mantequilla con manteca colorá cítrica y huevas. Flojo. Al pez mantequilla no conseguimos encontrarle el sabor, la manteca colorá clarificada por la Clarimax resultó insípida del todo, y al final las huevas ¿de trucha?, se apoderan del plato y no para bien precisamente. Mejorable.

Mucho mejor estuvo la original sopa fría de plactum marino con tartar de gambas y molusco de Bajo Guía, de potente sabor marino, yodado y con un toque amargo a la vez, hecho con algas deshidratadas según nos contaron.

Seguimos con una regañá de sardina marinada en agua de mar, vinagre de Jerez y tomate. En realidad no era una regañá. Si algo comí en estas vacaciones aparte de atún fueron regañás y esto era un tira de pan sobre la que iba una sardina sabrosa pero tampoco tampoco con la intensidad que se le presuponía con el marinado de mar. De todas formas muy agradable y resultón el plato.

La última entrada fue un ravioli de morcilla casera, piel de manzana verde y arrope. A priori parecía la entrada menos interesante y resultó casi una golosina de gran sabor, en el que el potente pero elegante sabor de la morcilla tenía en el contrapunto de la manzana y el toque levemente dulzón del arrope con un contraste graso, ácido y dulce muy notable.

El primer plato principal fue un atún rojo de almadraba con menta frita y tomates confitados. Para mí perfecto de punto, aunque probablemente para otra gente estaría muy poco hecho. Había leído alguna crítica sobre la insipidez del atún de alamadraba últimamente, pero en este caso nada de eso. Muy original el toque de menta frita, que aunque en poca cantidad refrescaba el paladar del dominante sabor del atún.

Pero lo que son palabras mayores fue el pargo asado con brasas de aceituna, crema de zanahorias con aliño y crema de aguacate con aceitunas. Hacía tiempo que no comíamos un pescado con tal intensidad de sabor, con un toque ahumado pero diferente al toque habitual de plancha o de horno, muy original y bien acompañado por una resultona crema de zanahorias y el toque graso del aguacate. Magnífico.

El último plato salado fue el de carne. Una presa ibérica, huevos rellenos y molletes caseros. Correcta, aunque el corte era grueso y tal vez algo más hecho de la cuenta.

Pasando a los postres nos llegó primero, unas refescantes frutas frescas con té moruno y helado de azahar perfecto para refrescar el paladar de los platos salados. Lugo tomamos un extraordinario cremoso de PX V.O.R.S. 30 años con helado de la pasión. Los V.O.R.S. son vinos de Jerez con una antiguedad de más de 30 años y calidad excepcional, como este cremoso, pura gula al que le venía de perlas el contraste con la frescura del helado.

Con el café, 2€+IVA, nos trajeron unos petit fours entre los que había una original crema de leche con vodka y un par de copas de PX invitación de la casa.

Para beber tomamos un Cava, Gran Caus Reserva 2004. 22,50+IVA, sorprendentemente bueno y perfecto para un menú tan variado en sabores. La carta de vinos no es muy amplia, pero tiene unos cuantos vinos poco habituales y cumple bastante bien.

El personal de servicio muy correcto y agradable, explicando los platos y ayudados por el propio León, que salía habitualmente a sala.

A pesar de algún plato fallido, la cocina de Angel León nos convenció en general, con una propuesta innovadora e incluso valiente en el caso de la sopa de placton y los pescados desechados, pero apegada a la tierra para reinventar esa cocina andaluza sabrosa pero tal vez algo anquilosada y poco abierta a las novedades. Cocina de platos ligeros pero a la vez con sabores intensos y originales que en cuanto lime algunos detalles puede dar el salto definitivo.

Lástima que nos queda un poco lejos.


Nota general: 7

Emoción: 7,25

Aponiente

Puerto Escondido, 6 (Ribera del Marisco)
El Puerto de Santa María (Cádiz)
956 851 870


http://www.aponiente.com/

toni

miércoles, septiembre 24, 2008

El Campero (Barbate, Cádiz), por Toni


Si hay un lugar en España que sea famoso por su cocina del atún, ese es el gaditano El Campero. Su responsable, José Melero, compra en temporada una considerable cantidad de atún y lo congela a 60º bajo cero, para hacer frente al consumo anual. Aquí se pueden encontrar cortes poco habituales como el mormo, tarantelo, morrillo, galete, etc.

Llama la atención el amplio comedor para no fumadores además de muy luminoso. También es una sorpresa agradable encontrar una carta con los precios con el IVA incluído.
También tuvieron otro buen detalle que no debería ser tomado como tal: contestan a las reservas por e-mail. Debería ser lo normal, pero no lo es ya que hay bastantes restaurantes y de nivel "estrellado", que tienen el correo electrónico de adorno.
A estas alturas del año no sirven el menú degustación del atún, por lo que tuvimos que confeccionarnos nosotros un mini-menú.
Empezamos con un aperitivo consistente en un pastel de pescado que no es invitación de la casa ya que está icnluído en el concepto "pan, picos y aperitivo, a 1,80€ c/u.




El primer entranté fue mormo cocido. 15€. Una buena ración, pero no acertamos con la mejor parte del atún, como reconoció el maitre. Tal vez demasiado graso, aunque sabroso. No quedó nada.






Mejor estuvo el tataki de lomo de atún rojo con sésamo blanco. 18,50. Tal vez el descongelado no fuera óptimo, pero el sabor si lograba ser intenso, acompañado de unas cebolletas con una crema que parecía de aguacate, que refrescaban el paladar de la potencia del atún. Sorpresa muy agradable este toque nipón.





En los platos principales obviamos la sempiterna ventresca, tan utilizada actualmente en muchos restaurantes y nos decidimos por dos extraodinarios cortes. El de la foto de la izquierda es el morrillo de atún rojo a la plancha. 24€. Impresionante de sabor y textura, con el toque justo de plancha y perfectamente acompañado por una mayonesa de anchoas y una sabrosas patatas asadas.






Si el morrillo estaba impresionante, el tarantelo de atún rojo a la plancha, 20,50€, justificaba por si solo la visita. El acompañamiento era exacto al del morrillo.





Con una comidad tan contundente y nada mejor de postre que un sorbete de mandarina, 4,20€, correcto para refescar el paladar delos excesos grasos.
Para beber tomamos un Marqués de Riscal Limousin 2006, 19,75€. La carta de vinos como alguna que he comentado últimamente: bien en tintos y muy rácana en blancos y espumosos.
El personal de servicio muy correcto en su labor, pero un poco distante.
Después de lo comido, el menú degustación del atún debe de ser algo fuerte de verdad, no apto para estomagos delicados.
Indudablemente, el que visite la zona y le guste el atún, esta es una parada indispensable, aunque seguro que también trabajan bien los pescados como la urta, lenguado, rodaballo, besugo, etc, que parece que te están llamando desde la vitrina que hay a la entrada.
Nota general: 7
Emoción: 7,50
El Campero
Avenida de la Constitución, local 5 C Barbate (Cádiz)
956 432 300
toni

viernes, septiembre 19, 2008

Cervecitas, helado de chocolate, cena y G&T

El martes nos montamos una cata de cervezas, que estamos en crisi y había que recuperarse de los últimos excesos. Emopezamos con una decepcionante Inedit de Damm, la cerveza en la que colabora el Bulli, una especie de blanca de Brujas , muy ligera, pero con un exceso de ingredientes que la hacían artificiosa, notándose en exceso el cilantro y la naranja. Seguimos con una cerveza de trigo, es decir, una cerveza que añaden una mayor proporción de trigo a la cebada : Erdinger Weisssbier, elaborada con levaduras de fermentación alta, muy ligera, suave y envolvente, con una espuma blanca, densa ,y un punto cítrico. Riquísima y muy viciosa. Lo de “weiss(e)” (lo de “bier supongo que ya sabréis lo que es) señala el estilo de la cerveza de trigo del Norte de Alemania, que según Michael Jackson (el experto en cervezas): “este estilo, muy refrescante, se caracteriza por su bajo contenido en alcohol, su fermentación láctica y su picante acidez” . Para hacer de contraste seguimos con una Lager ( de almacenamiento prolongado) americana, la Lager Brooklyn, de color cobrizo, muy tostada, mucho carácter, con los amargos muy presentesy un intenso aroma a caramelo. Se produjo un debate sobre si el intenso olor a caramelo era debido a su añadidura o solo a los cereales sobretostados. Los que defendían el añadido lo hicieron con más determinación. Seguimos con alguna cerveza Lager estilo Pilsen , la habitual “rubia”. Las Pilsen nacieron en 1842, como la primera Lager que en lugar de oscura y turbia, era dorada y clara. Primero una americana, Victory Prima Pilsener, ligera, fácil, con unos tonos tostados muy ligeros. Muy agradable. Y luego con una que me encantó, la checa Pilsner Urquell. Frutosa, muy equilibrada, sabrosa pero ligera, de largo recorrido, aunque sin perder frescor. Me pareció una rubia perfecta . Seguimos con dos “ales” americanas (cervezas de fermentación alta, originarias del Reino Unido, lo que las diferencia de las Lager que son de fermentación baja. Esto quiere decir que en las Ales, el proceso de fermentación ocurre en la superficie del líquido mientras que en las cervezas Lager, esta ocurre cerca del fondo): una Left Hand Ale Bitter, muy tostada , fuerte, con cierto encanto rudo y seco, y una Terrapin Pale Ale, más equilibrada, con un buen recorrido, más frutosa y agradable. Las cervezas de abadía pueden ser a su vez, de abadía de la orden trapense. Seguimos con una de las seis que existen : la Orval , de la que todos acabamos pidiendo alguna caja. Con una espuma abundante, densa, cremosa, muy fina , con una suavidad que no van en contra de una gran profundidad de sabor, y que hacen amable un carácter seco pero, sobre todo , muy auténtico. Maravillosa. Seguimos con la Triple Karmeliet, una cerveza multicereal (6 cereales) , con doble fermentación en botella, que estando rica, se hacía demasiado a dulzona, donde la suavidad se confundía con la flojera, y exagerada nota de naraja. Terminamos con una Kastelbier, o sea, cerveza de castillo, entre la cerveza y los vinos de postre , tirando a negra, con un sabor a malta tostada y a frutas en almíbar, muy muy prestosa, que se arrejunta estupendamente con el chocolate.

Por poner en orden de preferencias:
Orval (9,5), Pilsner Urquell (9), Terrapin Pale Ale (8,5), Kastelbier(8,5), Victory Prima Pilsener(8,), Left Hand Pale Bitter (8), Erdinger Weissbier (8), Triple Karmeliet (7,25),Lager Brooklyn (7) , Inedit (6,5).

Antes aproveché que el verano todavía boqueaba alguno de sus últimos días de sol para acercarme hasta la confitería Santa Cristina y tomarme un helado de chocolate. Sabía que acababan de reponerlo y que estaba recién hecho . Aún así, la textura del helado no es especialmente buena, con abundantes cristales de hielo y una textura poco cremosa. Pero lo bueno del helado está en el chocolate. La verdad es que salta a la vista, con un color casi negro. Y es que usan el mismo chocolate que para los bombones, y así resulta el helado , concentrado, un punto amargo, intenso y algo delicado. Como el buen chocolate.

Después de la cata nos quedamos a cenar en El Perro que Fuma, donde tomamos la castaña del Vallegarcía Viognier 2006, y un Les Terrases que se movió al nivel de la comida, esforzada y agradable. Acabamos con unos chintonis en La Maleta del Loco, con una ginebra escocesa de la que , no sé por qué, se me olvidó el nombre.

PD.- Gastronomicae hizo unos buenos posts sobre las cervezas.
-Al chavalín que tengo le encantan los botones y me borró todas las fotografías, así que cogí una del blog de Joan G. Pallarés, y esta otra de aquí.

Hasta el martes por la mañana no sabía que existiese nada de esto. Os aconsejo leer , para iniciarse, "El libro de la cerveza", de Michael Jackson. A mi al menos me ha servido de mucho.

jueves, septiembre 11, 2008

La Bolera del Peque (Villaviciosa), por Jorge Díez

*
Villaviciosa, con su gran crecimiento reciente y con la mejora de las carreteras, es una parada apetecible y muy asequible desde el centro de Asturias. Sin embargo, con expansión y con más visitantes, no han venido apenas propuestas innovadoras en lo gastronómico. Es un sitio al que parece que le falta uno destacado, una referencia como hay, a distintos niveles, en otras villas del oriente de Asturias. Hay dónde comer, desde luego, pero sobre todo en la línea tradicional y orientados hacia el popular tapeo.

En una calle un tanto escondida, justo a la espalda de los edificios que miran al ayuntamiento y que concentran algunas de las sidrerías clásicas, se encuentra “La Bolera del Peque”, restaurante con una peculiar historia de ida y vuelta entre Asturias y Cataluña en la que no me voy a detener ahora. Algún recuerdo de la misma hay en su carta y en la decoración de su terraza.

Este restaurante quizá fue de los primeros que quiso romper con el clasicismo de tapeo y sidra que domina la villa maliaya por amplia mayoría. Así, presenta una carta con propuestas modernas y diferentes a las que abundan en sus competidores, y también ofrece una bodega bien tratada con bastantes vinos, incluso alguno no muy frecuente. Algo que agradezco, desde luego. Es difícil competir con la sidra en esta plaza.

La sala es acogedora y cuidada, con barra a la entrada, que hace las funciones de vinatería bastante aceptable, y mesas cómodas al fondo, no muchas. Hay que decir que la ubicación y lo estrecho del local lo hacen poco observable, y ya he oído a alguna gente desanimarse a entrar por ello o dudar siquiera si estaba abierto. No le favorece ninguna de las dos cosas.

En verano tiene un reclamo añadido en la terraza, instalada, creo, en una antigua bolera y con dos zonas. Una descubierta, agradable para tomarte un aperitivo, un café, una copa… Y la parte pegada al local, donde han dispuesto un entoldado y una línea de mesas para comidas.

El clima acompañaba cuando llegamos y escogimos comer fuera. Si se hubiese mantenido era buena opción, cómoda y fresca. Lástima que se levantó viento y lluvia y había una pequeña separación del toldo que a veces dejaba entrar algunas gotas, no como para no poder seguir pero incómodas.

Y pasamos a la comida. Una “Ensalada de gambitas”, timbal de lechuga y gambas acompañado de un carpacho de bacalao, ligera y refrescante, aunque las gambas estaban algo secas.

Después, “Croquetones de liebre”, ración de cuatro piezas grandes, con relleno de sabor tenue (esperaba algo más intenso) pero grato, con la bechamel muy suave aunque el rebozado era un poco tosco.

Una preparación de “Mero” con una salsa que yo no probé pero que gustó a mi acompañante. La ración era grande y el punto del pescado era correcto.

Y un “Volcán de solomillo”, tiras de vacuno en una presentación graciosa, con una ensalada como guarnición discreta y punto ajustado a lo que había pedido, poco hecho.

De postre, “Tarta de queso”, casera, buena textura y sabor marcado, festoneada con nata industrial, de la que yo hubiera prescindido.

Tanto en lo que probamos como en lo que declara la carta hay intención de buscar presentaciones más actuales, con los componentes del plato diferenciados y con guarniciones apropiadas, ajustadas a cada preparación.

Bebimos un “Gran Caus tinto”, 1998, que dio prueba de que cuidan sus vinos, ya que esos años de guarda en muchos sitios son un gran riesgo. Eso sí, en la carta no figuran las añadas. No sé si con el mero fue una buena combinación pero resultó en sí muy fino, armonioso, con un paso de boca suave pero marcando un estilo, una personalidad. No fue un vino cualquiera, dejaba un recuerdo amable. Y acompañó estupendamente a los croquetones y al solomillo.

El precio, sin bodega, unos 40 euros por cabeza. Con bodega y cafés, 115 por dos personas. El vino fueron 30 euros.

Es interesante que apuesten por hacer algo diferente en un entorno gastronómico tan tradicional, pero otra vez me quedo con una sensación de tonos grises. Si tenemos en cuenta algunos detalles complementarios pero interesantes, como la inexistencia de “cortesías de la casa”, ni de aperitivo ni con los postres; la mantelería de papel (de buen acabado, pero papel) y alguna imprecisión de servicio, la manida relación calidad-precio no es tan favorable. Porque la mayoría de lo citado no es un defecto, se usan mantelerías de papel de calidad aceptable, nadie obliga a que un restaurante invite al café u ofrezca petit fours, pero son costes añadidos, en este caso, ahorrados.
Así que si la intención es comer en Villaviciosa con ciertas pretensiones, lo recomiendo. Pero si se amplía la zona o se acepta una alternativa más popular de comida, empieza a estar en desventaja. Es mi opinión, claro está.



*Foto del Parque Güell recogida de flickr

sábado, septiembre 06, 2008

Alguna verdad


No es fácil hablar sobre estas cosas del comer. Cada uno está en un lugar distinto de este extenso camino , y tiene su gusto , solo suyo, y su memoria. Uno intenta deslindar lo más objetivo de lo que no lo es, pero esas fronteras no suelen estar bien marcadas, y no creo que convenga fijarse demasiado en ellas. Los adjetivos se nos repiten con facilidad , y el diletantismo de uno, o un afán de minuciosidad mal entendido, o la torpeza de las prisas, acaba con facilidad en un tono que parece más solemne, o pedante, del que conviene a esta alegría íntima pero común que nos da esto del comer y el beber. Quizás la forma más ajustada podría ser a su vez la más inconcreta de la metáfora, con el riesgo que tiene de que buscando comunicarse, acabe uno hablando solamente para sí mismo. Esto viene a cuento de que he tenido el privilegio estos días de tomar platos o manjares que merecían letra y música, y cuando uno empieza a querer describirlos, lo segundo o lo tercero que le viene (lo primero será algo parecido a un: “esto está de coj...es”) serán esos lugares comunes de la finura, la profundidad, la delicadeza,....y se da uno cuenta de que está diciendo lo mismo para cosas muy diferentes, y, sobre todo, que no está uno diciendo nada. Por eso no sé si acierto diciendo que esos platos, además de estar muy buenos, tenían algo que escasea cada vez más en estos tiempos inciertos: verdad (o alma, según suele usar D. Ligasalsas). Las verdades reveladas en la mesa no suelen gritar ni llamar demasiado la atención. No provocan caídas de la silla. Requieren estar un poco atentos, otro poco de memoria y cierta predisposición. También son capaces de aparecer por sorpresa donde menos se le espera, lo mismo que muchas veces no aparece donde más se la invoca . Cuando como o bebo algo con verdad, me doy cuenta, sobre todo, de las mentiras que me he tragado sin saberlo.
Algunas de esas verdades las comí en Arriondas. Primero en Casa Marcial, que me resultó tan diferente a mi anterior visita. Quiero decir mucho mejor. Un chipirón de potera con cebolla asada, con su dulzura algo etérea . También un lomo de sardina extraordinario, con esa grasa que alcanza su plenitud en verano, fresca , intensa y melosa. Tanto que no le hacía uno caso a esa mentirijilla del foie que le acompañaba. También la había en su arroz con leche (el primero de ellos), a pesar (o quizás por ello) del abundante maquillaje de la mantequilla. Y en el Corral del Indianu me convertí a la fe de la paloma, descreído como andaba de tanto pichón mediocre. También a la de la merluza, que cuando es lo que tiene que ser , es también un golpe de un sabor acogedor, suave y seductor. Verdad había en la chuleta de buey mirandés de El Capricho, con una grasa que sabía a paja y a cereal, y que me hizo entender, por primera vez, las bondades de una buena maduración. Un troncho de carne sanguinolenta convertida en algo brutal y también delicado . Verdad hubo en unos tomates de Guernica , carnosos y frutales. Curiosamente me lo parecieron más que sus afamados pimientos. También en unos boquerones de La Caleta de Vélez, pescados unas horas antes, con un brillo graso y azul oscuro, lomo ancho y carne blanca y firme. Costó Dios y ayuda quitarles las espinas.Me pareció un crimen congelarlos. Y como postre a tanto empacho, la uva moscatel de Málaga. A primeros de septiembre se acaba. Los racimos que quedan están cuajados de azúcar. Muchas uvas están ya pasificadas. Me vais a perdonar que me peralte un poco hablando de ella, y que os diga que para mi esta uva es verano y Málaga, el sabor de esta tierra seca pero rica y perfumada , el viento de levante , un mar apacible y amable, el cielo color celeste y la luz brillante y alegre que solo se da por aquí. Ese sabor de la moscatel, entre lo tropical y el azahar, está presente de forma limpia, intensa sin empalago. La piel es la continuación natural de su pulpa. Hace de contrapunto perfecto de un ajoblanco, mientras hace resonar ecos mozárabes. Y a mi al menos me acaba envolviendo, mientras intento retener su sabor para que me dure hasta el próximo verano. Por si acaso, procuro tener una botella de algún moscatel "naturalmente dulce" (es decir, sin encabezados, mistelas , caramelos ni guarradas semejantes). Por ejemplo un MR, o un Ariyanas de Ronda

miércoles, septiembre 03, 2008

Restaurante Vega de Villar (Vega de Villar, Vegadeo), por Jorge Díez



A pesar de lo mejoradas que están las carreteras hacia el occidente de Asturias, sigue siendo una pequeña audacia afrontar los tramos sin desdoblar, las obras y demás alicientes de la ruta desde Oviedo al límite con Galicia, pero cuando el verano te da algo más de tiempo libre, te animas a ir a esos sitios que has ido aplazando varias veces.

Así, meses después de haber oído hablar de este local y de que despertase mi curiosidad, aproveché el descanso para vencer pereza y excusas y visitarlo.

Llegar es relativamente fácil. Hasta Vegadeo no hay mayor problema y desde allí está bien señalizada la AS-11, como para ir a Los Oscos, y a pocos kilómetros encontramos el pueblo y la entrada del restaurante.

El emplazamiento es bonito, tranquilo y silencioso. La instalación, muy nueva, está cuidada y ofrece salas amplias, luminosas y con mesas grandes, bien vestidas y con menaje de calidad. El servicio también es muy correcto.

El motivo principal de mi curiosidad fue una supuesta vinculación con la cocina catalana, ignoro si por origen, trabajo o cualquier otra causa. Con el paso del tiempo me llegaron más indicios o chismes sobre cambios de dueño o de tendencia… En fin, es algo que sigo sin saber. La manera de salir de dudas era ir y probar. De tal influencia catalana la carta tiene como mucho alguna traza en platos extendidos pero frecuentes allí y en algún cava más en proporción al total de vinos, amén de mayor presencia de sus D. O. Quizá debamos considerar excepción también los arroces, tan mal tratados en general en Asturias, pero no probé ninguno y, por otra parte, no son tan ajenos en su versión marinera en nuestra tierra.

Considero sus cartas amplias, en especial, para un lugar que podemos calificar de difícil como plaza gastronómica. Es llamativa la de aguas, variada, con productos caros y sin apenas “básicas”.

Todo esto queda bien reflejado en su web, que es práctica y da una idea fidedigna de lo que vais a encontrar.

Tras acomodarnos nos ofrecieron una copita de cava y un pastel de pescado bastante delicado y sabroso, como aperitivo cortesía de la casa.

Como entrantes, la “Escalivada”, con berenjena, pimiento y cebolla, más anchoas y con aceite de Calanda. Ración generosa con buen tratamiento de las hortalizas, y también a la altura las anchoas y el aceite.

El “Milhojas de foie” resultó agradable, con un lecho dulce que yo no probé pero que gustó, y en buen punto.

Como la oferta de pescados supera a la de carnes, optamos por dos para los platos principales. El “Lomo de rape con salsa de setas” ofrecía un producto neto con un acompañamiento discreto que potencia el sabor del plato sin desvirtuarlo, aunque me pareció que la textura del pixín pecaba de elástica en exceso, más por la pieza que por la elaboración.

Me convenció más mi “Mero sobre cama de verduritas”, al que encontré perfecto de textura, del producto y del punto, sabroso y bien acompañado por guarnición suave, complementaria y también rica, pero con pleno respeto al ingrediente principal.

En el postre hubo coincidencia: “Chocolate en texturas”, fondo de sopa de chocolate blanco, brownie y helado de chocolate, también blanco. Encontré un punto ácido en la sopa que no sé de qué proviene pero que no me agradó mucho. El brownie era muy bueno y el helado tenía una cremosidad perfecta. La combinación de los tres elementos funcionaba bien y tapaba ese punto ácido que no me gustó de la sopa.

Nos ofrecieron dos tipos de pan, los dos bastante buenos. Y nos invitaron al café, también de calidad cuidada.

Puse un punto exótico con el agua, ya que la carta provocaba en ese sentido, y pedí “Cloud juice”, agua de lluvia de Tasmania. La analítica parece que marca diferencias enormes, aunque mi paladar no está educado para tales matices. Agua fina, sin duda, pero…

Y bebimos “Albet i Noya 21”, un cava de esos menos frecuentes que merece la pena y que acompañó muy bien a todos los platos. Frescura y acidez, como se espera, pero bastante suave y con nariz poco punzante, que evita el lado más áspero de algunos espumosos catalanes. Un buen comodín.

La carta incluye los precios con IVA y hasta la referencia legal que hace obligatorio este extremo. El total, 139,51.

Con todo lo visto hasta aquí vienen las valoraciones. Ya sabéis que yo no uso puntuaciones numéricas en mis comentarios pero, siguiendo la línea del blog, tendría que diferenciar dos. Como en la gimnasia, el apartado técnico ha de puntuarse bien: muy buena instalación, estupendo servicio, cuidado de detalles, oferta amplia, productos de calidad y cantidades generosas, preparaciones correctas… Sin embargo, el apartado artístico, esa emoción que cuantifican mis compañeros, no es tan bueno. Para el precio pagado no van a ser platos que te dejen un recuerdo excepcional. Quizá no lo pretendan, no es eso lo que critico. Pero si descontamos la bodega, salimos a 55 euros por comensal y en esa gama tienes bastantes opciones, demasiadas para justificar el viaje hasta Vega de Villar.
Y esto lo digo con congoja porque el sitio se sale por completo de la oferta de los alrededores y porque conozco de este mundillo ya lo bastante para valorar el riesgo que corren y el esfuerzo que hacen al proponer un restaurante así en tal lugar. Pero temo que esa opción los vuelve totalmente dependientes de la clientela local, y no sé el resultado que puede dar esa limitación. Ahora que toca hablar de crisis pienso que es difícil nadar en esas aguas. De hecho, un sábado de verano a mediodía sólo había otra o dos mesas más. Es duro que los costes puedan sacrificar una buena propuesta gastronómica pero esa dimensión empresarial es inevitable para sacar adelante un proyecto de restauración y el cliente cada vez mide más lo que recibe y lo que le cuesta obtenerlo.

En fin, una sensación de contraste, de luces y sombras, y me disgusta que sea así. Ojalá pudiera ofrecer alguna solución desde estas líneas, pero no la tengo ni soy quién. En todo caso, espero que no nos vayan las cosas tan mal como para tener que descartar opciones sólo por su precio, sin que haya motivos de verdadero fondo culinario.