martes, abril 24, 2012

Para ser justo. Vivaldi (León). Por Jorge Díez




Sigo con las crónicas que os debo, con mucho retraso pero con motivos para sacarlas a la luz. En este caso concreto le debía una compensación a este restaurante, en mi privada justicia para los sitios que me satisfacen. Hace años comí en el primer Vivaldi, el de la calle Platerías. Buena experiencia aquella, incluso con una perspectiva mucho menos madura por mi parte aunque también con menor nivel de exigencia. Después vendría el MUSAC, ese continente llamativo al que tardé en encontrarle contenido, y la misma familia se hizo cargo del conjunto de restauración previsto para el museo. Entonces esa era contemplada por mucha gente como una pieza menor; la cocina profunda estaba en Platerías. Pero llegó la desgracia para alterarlo todo y murió Carlos Cidón, el patrón de aquella nave. Tristeza y dolor aparte, su gente tuvo que seguir adelante como pudo y las circunstancias llevaron al cierre del viejo local; ahora Vivaldi no tenía más remedio que ser todo cuanto tuviera dentro en la moderna sala del MUSAC. En ese medio tiempo había abierto en León, muy cerca del citado museo, otro restaurante interesante, prometedor, con una fórmula nueva que pronto caló en la clientela. Y la crítica formal y la opinión informal, muchas veces caprichosas, se han olvidado un poco de Vivaldi, se lo han puesto difícil. Sin ningún ánimo de rivalidad (ni es asunto mío ni lo pretendo, porque en el restaurante aludido también he comido muy bien y lo he elogiado públicamente en este mismo foro) comentaré aquí mi experiencia con un menú de concepción muy parecida y precio casi idéntico. Porque no estoy obligado a elegir entre mis vecinos, porque si dos lo hacen bien reconoceré el mérito de ambos, procuraré ser justo.

El actual Vivaldi ofrece una carta corta y un menú cerrado, llamado menú en miniatura. Este último recoge un buen surtido de platos en raciones más pequeñas por 38 euros más IVA y va cambiando cada veinte días, aproximadamente. Y a uno así, al de la temporada correspondiente, me enfrenté yo.

La sala, condicionada por el edificio y su función principal, tiene virtudes, sin embargo. Amplia y muy luminosa, domina el blanco y su decoración es minimalista, totalmente opuesta a la de su casa madre, para quienes la recordéis. La acogida y la atención son muy buenas y con un punto de cordialidad, de cercanía. Eso sí: seguro que ellos hubiesen sacrificado de buena gana algo de esa atención a cambio de alguna mesa más ocupada, que sólo hubo tres aquel día.

Mi menú empezó con un escabeche de ziza-hori con moluscos, con el escabeche en gelatina algo fuerte pero fresco y sabroso el conjunto. El otro aperitivo fue espuma de morcilla, manzana y patata. La espuma tenía sabor potente, contrastado y suavizado por la manzana. Los bastones de patata eran el acompañante menor. Cada paso del menú está concebido así, en dos platos muy seguidos, paralelos, de la misma categoría.
Consideremos ahora los entrantes. Hongos salteados, huevo y suprema de jamón, que eran boletus muy sabrosos con huevo a baja temperatura. Combinación clásica comprobada y efectiva. Y el otro entrante fue pasta roja con berenjena, anchoa y hojaldre caramelizado, también muy bueno. Las raciones, por cierto, son abundantes, contenidas pero mayores que las que se suelen presentar en este tipo de menús.
El apartado de pescado también tuvo dos propuestas. Rape asado con frutos secos y pisto con panceta, donde el rape después de una primera cocción se rebozaba en frutos secos y se remataba. Quedaba algo seco así pero ayudaba mucho el jugoso pisto, muy bueno, y la panceta ponía un buen contraste. Y después vino la cola de cigala con repollo y crema de marisco, con un punto alto de sal en la cigala pero buen plato en conjunto.
Hora de las carnes, también a dúo. Lomo de corzo con salsa de zurracapote y castaña en tempura, que es un plato de otoño con elementos frescos en la salsa y notas dulces de esta y de la castaña frente a la potencia de la carne. Y albóndigas de lechazo churro con sus mollejas, muy, muy ricas.

Yo acompañé la comida con un buen pan de semillas. Había también unas pequeñas chapatas que no llegué a probar.

Y el avituallamiento líquido lo puso un Pardevalles Carroleón 2006 que resultó ser un prieto picudo serio, bien estructurado, integrado y versátil. Bueno, bueno.

Los postres creo que daban un pasito atrás frente a la cocina salada pero cumplieron bien su función y una vez más, en raciones generosas. Aquí hubo trío, para asegurarse de dejar buen sabor de boca.

Un bocadito de pan de leche con quesos, muy fino, acompañado de caramelos de violeta y frutos rojos. Este puso alto el listón y eclipsó un poco a sus compañeros dulces. Una tatin de manzana que fue un poco más floja. Ahí influye mi gusto por este postre y el recuerdo de algunas especialmente notables. Y para rematar, sopa de caramelo ronchito –recomiendo que busquéis su historia; bonito homenaje a León el que hacen en esta receta- con helado de tocinillo. Aquí volvemos a remontar el vuelo. Postre gracioso y fresco, que por momentos recordaba al café con helado. Y con esa nota histórica entrañable. 

En fin, que si recupero aquella sigla glotona que acuñé hace tiempo, la RCCP (relación calidad, cantidad, precio), este sitio no puede salir mejor parado. Y que sin pensar en eso, concentrado sólo en el plato, estuve ante una buena comida, con destellos brillantes, y confortable, sobre todo confortable. Así que no dudaré en volver al nuevo Vivaldi, al Vivaldi, sin más, el legítimo y digno heredero de aquel de Platerías, que ya no es para nada menor. Y no dudaré en recomendarlo a mis amigos porque es un buen sitio. Y también por justicia, por sus méritos, sin pensar en el pasado o en otras alternativas igualmente recomendables. Hay un tiempo y un lugar para todo.


martes, abril 17, 2012

En las entrañas. Ca l’Enric. Por Jorge Díez


Vamos con el último capítulo de mis andanzas por Girona. Lo primero, os invito a jugar con el título. Quise llamar así a esta parte porque reunió varias de las acepciones posibles de ese término: entraña. Tuvo algo de íntimo y esencial; tuvo también algo de oculto. Y tuvo mucho de entrañable. Juguemos pues con las entrañas.

No os voy a hacer esperar; ya os adelanto que aquí se condensa lo mejor del viaje. Pero vamos a verlo poco a poco.

Había dicho anteriormente que la misma ruta que me había acercado a Olot hizo de aperitivo (¿Es o no es un blog gastronómico? Pues metáfora gastronómica) para lo siguiente, para lo que viene aquí. Aquellos paisajes me habían dejado con gana de más montaña, de más interior, así que había que buscarlo.

Tenía mi reserva previa en Ca l’Enric, en La Vall de Bianya, y una expectativa alta respecto a una buena comida allí, pero quería tenerlo todo controlado y me acerqué antes a ver el sitio, a calcular el tiempo que me llevaría el desplazamiento; no podía fallarme nada. Y ya sabemos que el azar aparece justamente para cambiar tanto plan cuadriculado, así que, tras pasar por delante y hacer mis cuentas, seguí la carretera, la contemplación del paisaje de La Garrotxa en dirección a Sant Joan de les Abadesses, como tenía previsto. Lo que no tenía previsto era despistarme con una señal y saltarme los túneles de Capsacosta para acabar subiendo el puerto. Fue una suerte, un pequeño regalo del paisaje que me seguía dando pistas: aquello también era montaña, era en lo que tenía que pensar. La única pega fue que me quitó tiempo para Sant Joan, tuve que verlo demasiado deprisa.

Pero la vuelta fue ágil y los cálculos, correctos, así que llegué a tiempo para la que sería la mejor comida del viaje. Por fuera la casa es discreta aunque en cuanto entras en el patio y ves la terraza ya tienes la impresión de que vas a disfrutar. El contraste entre la luz exterior muy viva y un salón de recepción un tanto oscuro hizo que tardara en fijarme en los detalles. Decoración sumamente cuidada, muebles cómodos, todo lo necesario para un buen servicio de bar allí… Y esa chimenea, la que vería al salir… Bueno, esa la dejo para luego, porque empiezas y terminas el viaje culinario en este salón.

Te reciben con amabilidad, sutilmente dejan que seas tú quien escoja la lengua en la que tendrá lugar la atención, te traen la carta correspondiente en esa misma lengua y mientras empiezas a pensar en lo que quieres te ofrecen un aperitivo. El instinto me decía que debía dejarme llevar, que debía acomodarme al entorno. No soy aficionado al vermut pero allí me pareció buena idea pedir uno, y así fue: un excelente vermut de Falset con verdadera virtud de abrir el apetito, con un amargor contenido, con aromas naturales, no esos punzantes artificios tan frecuentes. Mientras lo disfrutaba me iba dando cuenta de más detalles: el espacio amplio te permitía mantener intimidad aunque hubiese más gente, no sentía mi “soledad” sino que me sentía como en casa. También el sonido, la música ambiental justa para ser un rumor que tapaba el de la conversación ajena, nada que interfiriese, que te dificultase pensar en tus cosas o mantener tu propia conversación si era el caso. Y sobre todo, la temperatura. Con mi extrema sensibilidad para el calor y lo que había fuera me di cuenta de lo bien climatizado que estaba el local pero sin excesos, sin contrastes que pudieras pagar al salir. Todos, absolutamente todos los detalles estaban estudiados.

Elegido un menú degustación, los aperitivos del mismo estaban pensados para eso y fueron servidos en consecuencia, en el mismo salón-bar mientras terminaba mi vermut. Debo reconocer que en ese momento la casa ya me tenía cautivado. Seguro que el lector desapasionado observará cosas que no le gustarán tanto pero yo le preguntaría entonces qué había en aquel ambiente para tener mi complicidad desde los primeros minutos. Bajo ese epígrafe de snacks de bienvenida me sirvieron una galleta salada con fuet, otra con manteca de cerdo, otra de queso, un pesto como acompañamiento y una hamburguesita de butifarra blanca, todo muy sabroso, todo reconocible. El respeto al producto empezaba desde estos pequeños bocados.

Momento de pasar al comedor y de elegir un vino. En ese instante entras en la antigua casa, restaurada con mimo, y en concreto yo lo hice a través de la bodega. Supongo que es un ritual que le ofrecen a cualquiera pero imagino que podrás escoger el vino de forma convencional, con una carta. Del techo cuelga un curioso árbol genealógico hecho con botellas de distintos tamaños y que representan a las diferentes generaciones de la familia que han llevado estos fogones. Insisto en que para entonces ya contaban con mi complicidad, con mi entrega, con que me dejaba llevar, así que pedí que me sugiriesen algo especial para aquel menú, algo singular y capaz de afrontar los distintos platos. Y me ofrecieron el Nun Vinya dels Tauls 2007, un monovarietal de xarel.lo de pequeña y cuidada producción. Presencia con carácter, un color paja oscuro, un vino graso, opulento, que no se achicó con ningún plato. Acidez en  segundo plano pero viva. En cuanto se abrió no dejó de dar satisfacciones a lo largo de la comida. Recomendación muy apropiada.

Ya acomodado empezó el pase. Un yogur con crema de ceps abría muy bien el menú, con un punto ácido y muy fresco y cargado de sabor. Después vino la tapa de bogavante, donde su carne iba acompañada de bolitas de melón sobre una crema del mismo crustáceo y con un caldo aparte para añadir al gusto o tomar solo, por separado. Y en tercer lugar, la lata de mariscada, como homenaje al antiguo vermut tradicional acompañado de conservas. Aquí, unos mejillones y berberechos sobre un fondo de Bloody Mary “escabechado” y espuma de mar obtenida del caldo de cocción. Estos tres primeros entrantes forman un grupo más fresco, más informal, a modo de ensaladas reforzadas. Las presentaciones en todos los casos están muy cuidadas y las explicaciones son las justas: conoces todos los detalles pero no te agobian con enunciados largos ni con datos obvios.

Continuamos con una falsa crema catalana, crema de foie y leche, en frío, con avellanas y flor de Begoña. Después, gazpacho de rovellons, tomate y anchoa. Las setas y dados de tomate iban sujetos por la anchoa a modo de molde y luego, la sopa de setas y tomate, por encima. Se perfumaba además con vinagre de PX Ximénez Spínola, rociado desde un perfumador con bomba con un aire art decó. Seguimos ante presentaciones muy cuidadas, y espero ser lo bastante preciso para que no parezcan recargadas al describirlas, porque no lo eran. Este plato fue otro momento de complicidad con el encargado de la sala, de breve conversación sobre los potingues que se venden tantas veces como vinagre de Módena y la calidad de los que se producen aquí. Casi se puede hacer otro corte en el menú a esta altura. Estos dos platos son entrantes de concepción parecida a los primeros pero más densos, ya sea por consistencia (el foie) o por sabor fuerte (anchoa y vinagre).

Sigue el ritmo creciente de la degustación con la cocotte (de Le Creuset, claro) de miniverduras con Joselito. Varias verduras de temporada al dente, con su punto de cocción respectivo, más lascas de jamón, y bañado todo con caldo del hueso del mismo jamón. Me cuesta imaginar mejor menestra. Detrás, huevo con ou de reig y parmentier. Otra vez te proponen un juego en la mesa pero tiene truco: es una exhibición de la calidad del producto. Te presentan un cesto con las amanitas (ou de reig) como si fueran huevos recién recogidos. Entre tanto, el plato es un exquisito huevo de corral con setas magníficas y una crema fina de patata como he probado pocas. Este par de platos centrados en la verdura y el huevo cerrarían con más fuerza los entrantes propiamente dichos.

Entramos en otra etapa con el mar y montaña de cigala de Llançà y pies de cerdo. Sin palabras me dejó. Sólo se entiende si se prueba, todo lo demás será imaginación escasa. ¿Describirlo? Basta el enunciado y pensar que los ingredientes eran de primera y el respeto en los fogones, máximo. Y sin salir del encantamiento llegó el risotto de pato “5 bellotas” y trompetas de la muerte. Se trata de verdad de patos criados a bellota y todo empezó por accidente, con un criador que tenía cerdos demasiado grasos para hacer longaniza y decidió hacer pruebas con otras carnes. El resultado es una exquisitez hecha guiso. Estos dos platos son en sí otra categoría. Demasiado serios para ser entrantes pero pertenecen a ese tipo de recetas mixtas que a veces no sabemos dónde ubicar, que no nos dejan claro que sean “un pescado o una carne” pero que también lo son. Eso y más.

El carpaccio de rovellons con pies de cerdo era pura tierra, excelente. El único plato ante el que el vino flojeó. Aquello pedía uno de esos tintos de Borgoña terrosos, más que minerales. Otra vez cualquier descripción que intente se va a quedar corta respecto a la calidad y calidez del plato. Y rematamos el desfile salado con más carne, con lo que haría el segundo plato que sí podemos definir como tal, el cordero lechal hecho a baja temperatura, con frambuesas y lana. Cordero con cebolla estofada (no esos confitados que ya aburren al más paciente) y frambuesa, con una vistosa “lana” en el plato, que era un algodón de azúcar neutro con orégano y sal, y que además de adornar sin excesos sabía a campo, acompañaba de maravilla al cordero y a la vez era lo ligero que a estas alturas se necesitaba, que el estómago ya empezaba a preguntarse cuánto más podía salir de aquella cocina. De paso, y aunque fuera sólo sugestión, ese algodón parecía una transición a lo dulce por sí mismo.

Momento para los postres. Cortamos el menú y refrescamos el paladar con las frutas rojas bajo cero, hielo “de fruta” picado con trozos de las mismas. Frescura máxima sin pretensiones pero que es difícil ejecutar sin arruinar el producto, ya que se mantenía con plena consistencia y con los sabores nítidos, no anulados por tan baja temperatura. Parece más fácil de lo que es. Después, la macedonia de riesling, con miel. Un postre conceptual que busca diferentes notas de ese vino en las distintas frutas y en la miel: el dulzor, la acidez, aromas florales… Para completarlo y contrastarlo, acompañaba una copa de J.J. Prüm Auslese Wehlener Sonnenuhr 1994. Y por último, coulant de chocolate con helado de fruta de la pasión. El bizcocho lo acompañan y adornan con un aroma de leña en campana –sólo para la nariz- como homenaje al chocolate cocinado antiguamente por la abuela en la cocina de leña, un juego evocador y entrañable. Tres postres muy bien resueltos y ordenados, de lo más fresco a lo más denso, de lo más informal a lo más hogareño, en otro viaje introspectivo.

Pocas veces echaré tanto en falta fotografías de los platos como en este caso, por aportar ese plus a los lectores, pero pocas veces mi inmersión fue tal en un restaurante, como para olvidarme de cualquier voluntad de cronista.

Y vuelta al mismo salón bar por el que había entrado, donde me sirvieron el aperitivo, pero ahora para tomar el café. Fue entonces cuando reparé en la chimenea en una esquina y pensé en la enorme felicidad que sería abandonarse allí una sobremesa de otoño con una buena copa y sin importar el paso del tiempo. Aquella casa había conseguido hacerme feliz, muy feliz, durante unas horas. Quede aquí otra vez el testimonio de una enorme gratitud y el deseo de la mejor de las suertes. Recuerdo algún retazo más de conversación, mientras el café Nespresso estaba envuelto en el humo de un volcán, el último juego efectista que inundó la mesa con aroma de romero, el homenaje final a la Garrotxa y a su paisaje volcánico. Unas trufas y unas avellanas garrapiñadas serían los dulces bocaditos finales de la visita.

Sé que se ha hecho larga la descripción pero no quería dejar ni una miga de tan excelente menú y de tan grata experiencia en su conjunto. Esta casa, Ca l’Enric, está ya entre las más grandes que yo haya tenido la suerte de probar.

Después, la tarde seguiría en Camprodon, pueblo que sólo conocía por una canción de Serrat y que fue una agradable sorpresa, bonito y con un activo comercio de alimentación pero bastante bien integrado en los locales tradicionales de la villa, a pesar de la presión turística. Algunas de esas tiendas merecen la visita por sí mismas y de allí salí con varios bultos más para el coche, queso o embutido, miel o galletas. También me sorprendió el informal, el improvisado museo que recoge testimonios del paso a Francia al final de la guerra, digno de ver y valorar. Alguna parada menor por interés arquitectónico y un regreso por Ripoll demasiado acelerado, muy tarde; eso me queda pendiente para una próxima vez. Así acabó el mejor día de aquellas vacaciones ya tan lejanas.

Quedan en el tintero muchas cosas. La arquitectura industrial de colonias como la Llaudet  o la Estabanell. El acompañamiento de Ràdio 4 con un variado surtido de pop y rock en catalán (lástima que no dijeran nunca títulos de canciones ni grupos). El Museu del Cinema en Girona, imprescindible para el aficionado. En fin, daría para más pero ya no es mi intención seguir.

El último comentario quiero dedicárselo a Los Calaos de Briones, en la localidad del mismo nombre, donde disfruté de una comida muy correcta y a buen precio tras la escala en La Rioja a la vuelta. No voy a detallarla pero merece ser señalado como sitio interesante si se está por las cercanías.

Por lo demás, disculpad la extensión y el retraso. Espero enmendar el rumbo de ahora en adelante, con las cosas pendientes y con las nuevas sugerencias. Salud.

martes, abril 10, 2012

Tres restaurantes en Niort (Francia), por Toni




Niort es una ciudad situada en el centro-oeste de Francia, aproximadamente a unas dos horas al norte de Burdeos. Turísticamente no tiene mucho interés por sí misma pero como casi toda Francia, el departamento del que es capital de prefectura, Deux-Sèvres, sí que tiene multitud de atractivos turísticos como la zona pantanosa y de canales del Marais-poitevin, pueblos medievales como Parthenay , Thouars o Saint Loup Lamairé , iglesias patrimonio mundial como la de Saint Hilaire en Melle o la abadía real de Celles sur Belle. 


Además queda a poco más de media hora de Poitiers y Futuroscope al este y de La Rochelle y la isla de Ré al oeste.
Y aunque su encanto turístico no sea grande, el casco histórico tiene un paseo agradable y se puede visitar el Donjon y el Pilorí además de la zona de canales del río.

En el apartado gastronómico visitamos tres restaurantes. La primera noche fuimos a Plaisir des Sens que además tuvimos la suerte de que estaba a poco más de 100 metros del hotel. En Francia es de lo más habitual que te ofrezcan varios menús de diferentes precios en los que se escogen platos de la carta a precio más ventajoso que pedir diréctamente de ésta. Es una opción apenas explotada en España, algo que no acabo de entender ya que serviría para dinamizar la oferta y animar a la clientela.





Pido disculpas por la traducción de los platos que seguramente en algunos casos no será correcta. Elegimos el menú L'Inspiration que costaba 33,40€. Como entrantes tomamos un pastel crujiente de manzanas, foie gras y setas del bosque, jugo de manteca de cerdo y pimienta, muy correcto y agradable



 y la "Declinación alrededor del huevo: 3 texturas, 3 sabores" que consistía en una patata asada rellena de huevo, un huevo escalfado con un sabroso caldo de cocido y lo que nos pareció un huevo duro. Materia prima barata con un resultado efectista pero muy agradable.





 Para los principales nos decidimos por la carne. El solomillo de cerdo asado, con champiñones, tatin de puerros y reducción de jugo de pimientos estaba bien de punto con una carne de buen nivel.




 
El otro plato fue "El pato en todos sus estados", que consistió en tres preparaciones de su carne. Una era en forma de magret hojaldrado, otro magret esta vez estofado y un hachis parmentier. Para nuestro gusto el magret estaba algo más pasado de la cuenta pero no tanto como para no apreciar el sabor. Buen nivel general.




 Uno de los postres fue un crujiente de chocolate y mandarina, avellana y sorbete de naraja sanguina que prometía mucho pero sin estar mal no alcanzó las expectativas.
 
Mejor resultó el Plato de degustación en torno al "Grand Marnier" "Cuvee Alexandre" (helado, caliente y frío). El coulant estaba buenísimo, con un sabor intenso y adictivo, rico el milhojas y discreto el helado.




La carta de vinos mejor que la media en Francia en restaurantes de parecidas características pero como casi siempre en Francia el vino estaba caliente. Tomamos un La Chapelle de Calon 2006, 42€, que cuando alcanzó la temperatura adecuada resultó un vino serio y elegante. Las copas de un nivel también superior a lo habitual en Francia y mucho mejor que las que nos encontramos los días siguientes.
El servicio correcto aunque no tuvieron mucho trabajo esa noche. Otra cosa que llama la atención con respecto a España es que en Francia el pan no lo cobran nunca aunque pidas de carta y que siempre te ponen una jarra de agua gratis.
En conjunto fue con diferencia el restaurante que más nos gustó de los tres probados, por nivel de cocina, creatividad y sobre todo relación calidad/precio.


 

La segunda noche fuimos a Le Mélane, que estaba situado a poco más de cuatrocientos metros del anterior y también tomamos el menu Gourmand a 32,60€.
Uno de los entrantes fue "petit gris au paillasson" crujiente con mantequilla espumosa al perejil. Los petit gris son al parecer caracoles y el "paillasson" es una especie de cruce entre un pastel y una croqueta gratinado, hecha con patatas y cebolla y suponemos que los caracoles que aunque no  estamos precisamente acostumbrados a comerlos aquí no nos pareció encontrarlos por ningún lado. Igual "petit gris" tiene alguna otra traducción que desconozco. De todas formas el conjunto era sabroso pero sin alardes.

No podía faltar en un menú francés la terrina de foie gras con chutney de frutas de temporada y pimienta de Sichuan, que estando bien no fue de los mejores que hayamos probado en Francia.






Para los principales esta vez escogimos pescado. El lenguado escalfado a la mantequilla roja, estaba algo pasado pero con su escaso sabor habitual bien realzado por la preparación.


El otro pescado fueron unos medallones de rape asado con tocino estofado, lentejas verdes y crema de ajo dulce estaban algo más pasados de la cuenta aunque con buen sabor. Las lentejas estaban bien aunque no acabamos de ver clara la combinación.


 De postres pedimos la cúpula de chocolate negro con caramelo a la flor de sal que más bien parecía un postre industrial y
  
  "el plato gourmet selección de nuestro pastelero", que consistió en una macedonia de frutas en las que casi todas esran trozos de plátano, un olvidable mousse de chocolate y un rico arroz con leche. En conjunto los postres discretos.


 

La carta de vinos bastante escasa y mala. Tomamos un mediocre por ser suave, Le Vieux Moulin 2010, blanco de Mareuil por 16€. Las copas realmente malas.
El nivel bajó comparado con el Plaisir des Sens y el parecido precio de los menús. En conjunto no es que estuviera mal y menos por el precio del menú pero ni fu ni fa.



La última noche tocó La Tartine, que también quedaba a la vuelta de la esquina del Plaisir des Sens. Esta vez nos apeteció más lo que había en el menú más barato, Menu «L’esprit de La Tartine» a 22,50€, sorprendente bajo precio y que por lo que vimos en las mesas de alrededor fue el más solicitado.
Aquí fue en el único sitio de los tres que nos pusieron un aperitivo de la casa que fue una terrina de ave con unos picatostes.
 Como entrantes tomamos terrina de hígado de ave de corral con rebanadas de pan tostado y condimentos que fue la sorpresa de la noche ya que estaba muy bueno. 

El otro entrante consistió en unos huevos mimosa de granja "Bio" con puerros a la vinagreta y cebollino picado. La verdad es que esperábamos algo más novedoso como los del primer restaurante y al final resultaron unos simples huevos rellenos con los puerros de acompañamiento. Muy simple.



Para los principales resultó que no tenían el plato a base de pato por lo que ambos pedimos el solomillo de ternera francesa en brocheta, patatas fritas Roosevelt con cebolleta, fricasée de champiñones, cebollas y tocino y jugo de cabernet sauvignon. Lo principal que era la carne falló. Estaba en el punto deseado pero su sabor era manifiestamente mejorable. En cambio las patatas que tenían una pinta penosa estaban bastante más buenas de lo que prometían, y el tocino estaba realmente rico. De todas formas el conjunto es muy mejorable.
  Los postres fueron un gaufre de Tata Paulette, semillas de vainilla, helado de vainilla y caramelo de flor de sal de la isla de Ré excesivamente empalagoso y



 la sopa vienesa de chocolate "Valrhona", brioche de mantequilla tostado y tarro de mermelada de membrillo. Una especie de "deconstrucción" del desayuno que resultó un "quiero y no puedo" ya que ni la sopa vienesa ni el brioche eran gran cosa y encima la mermelada también estaba empalagosa.
La carta de vinos mejor que la del día anterior. Tomamos un tinto de Rully, Hermitage 2008, 39€, que resultó parecido a un clarete mediocre y en unas copas penosas. Me extrañó ya que ya tomé algunos Rully de un muy buen nivel.
Vale, era 22,50€ el menú y no se puede pedir mucho por eso, pero fue el restaurante que peor impresión nos dejó de los tres, aunque por lo menos nos hicieron una rebaja del 10% porque resultó que el hotel en el que estábamos alojados y el restaurante eran colaboradores. Buen detalle que yo por lo menos no he visto nunca en España.
Plaisirs des Sens
1 Avenue des Martyrs de la Résistance - 79000 Niort, Francia
www.restaurant-plaisirs-des-sens.com
Le Mélane
1, place du Temple - 79000 Niort, Francia
www.lemelane.com
La Tartine
2 Bis, Rue de la Boule D Or  79000 Niort, Francia
www.restaurant-niort.com