miércoles, marzo 30, 2011

Un menú Anova + en Ca Suso (Oviedo) Por Jorge Díez



La cocina asturiana, entre otras posibles formas de clasificarla, puede organizarse también en torno a diferentes asociaciones que han marcado un estilo de restauración y a veces casi un tramo generacional. Fomento de la Cocina Asturiana reúne desde 1980 a algunos de los nombres que más suenan a la mayoría de comensales y al público en general, ya clásicos. En 1998 arrancó NUCA (Nueva Cocina Asturiana) que se ampliaría unos años después. Cocineros audaces con diversa suerte que contribuyeron a llamar la atención sobre nuestros fogones con una eclosión de estrellas Michelin. Y como quien dice ayer, en 2009, Anova+, el último intento de hacer cosas en común de un grupo de cocineros de esta tierra, repartidos por diversas localidades. Sin que sea absoluto el criterio de mayor clasicismo o innovación ni tampoco el generacional estos tres hitos marcan en cierto modo la evolución de nuestros fogones más ambiciosos.

Seguro que la mayoría conocéis buena parte de estos restaurantes; también que se ha hablado bastante de ellos y que en este mismo foro y en los de nuestros amigos muchos han tenido su espacio, pero nunca está de más comentar el trabajo bien hecho o las experiencias satisfactorias.

Así que cuando los últimos de los citados acaban de cerrar una de esas iniciativas comunes, la semana gastronómica de la cerveza, yo voy a referirme a otra faceta de ese trabajo colectivo: el compromiso de mantener bajo esa denominación, Menú Anova+, una propuesta a precio contenido de menú acorde con los principios que comparten pero individual, con la personalidad de cada casa y cada cocinero.

Mano a mano, un amigo que ya va siendo un anónimo frecuente en estas crónicas y el que suscribe nos sentamos en casa de los hermanos Feito, en Ca Suso, dispuestos a disfrutar. Sin más, porque el pretexto (dar a conocer el sitio a un tercero) ya se nos había esfumado. El invitado que hacía de excusa fue justo el que no pudo venir.

Como aperitivo nos pusieron una “Boroña”, una reinterpretación en miniatura de algo tan propio de la tradición asturiana. Tendría que hacer otro post de tipo antropológico para explicar lo que supone ese producto en Asturias, pero va asociado a lo casero, al aprovechamiento del recurso cercano y popular para saciar el apetito, así que podréis entender que es una forma de abrir una comida muy acertada.

El primer entrante fue la xarda escabechada con pisto, que con la temporada de xarda (caballa, matiz arriba o abajo) tan corta que hemos tenido fue todo un lujo. Un estupendo filete bien tratado, con suavidad, sin brusquedades de aliño, y bien acompañada por las verduras.

Después, un arroz con carabinero y almejas. Este es uno de esos sitios donde puedes contar con que el arroz estará bueno, cosa que no es tan frecuente como puede parecer. Un buen arroz, en su punto, con la bomba de sabor del carabinero y almejas finas para cerrar el mar en torno al grano. Presentación muy pensada para el protagonismo del carabinero, en un plato rectangular. (Ya puestos, todos los detalles cuentan, ¿no?)

Un plato de pescado, salmonete, que también redondean en esta casa. Lomos limpios, finos, en un fondo intenso sin que se “coma” al ingrediente principal. Sencillo, homenaje al buen producto, directo al paladar.

Y uno de carne. Pero un momento, que a estas alturas alguno que yo me sé ya lleva tiempo preguntando qué estábamos bebiendo con el menú. Pues un Dido blanco que Vicente acababa de incorporar en la carta. Serán vinos sencillos pero casi siempre me han gustado los de ese proyecto de Sara Pérez, así que probamos y nos convenció. Dio de sí, tuvo cuerpo y una acidez ajustada, se entendió con los platos sin pelearse con ninguno… Nos gustó.

A lo que íbamos, el plato de carne. Rabo de toro con castañas y champiñón confitado, que suena más a plato de otoño que a esta fecha pero que también suele ser un éxito en Ca Suso. Plato meloso, invitación a la gula. Todos los ingredientes bien tratados para que no fuera excesivo, para no empalagar en ningún momento a pesar del riesgo con tales componentes. Al contrario, no dejamos ni trazas y no nos dimos ni cuenta de haber comido todo eso. Mérito de la buena cocina es hacerte platos contundentes y menús variados sin que te agoten y que te vayan saciando casi sin querer. Pues eso también me pasa aquí.

Como somos de buen beber ambos protagonistas de esta farra sólo dudamos (bueno, dudé yo) un minuto si lo propio era abrir una botella de tinto para el rabo. Y pedimos ese Leione de prieto picudo del que no hace mucho habló Jordán Cortés en su blog (El Gourmet del Prado). Quedó un escalón por debajo del blanco, aunque pudo influir la cantidad de comida y bebida que ya llevábamos, pero cumplió su función, tampoco nos desagradó.

Toda la comida y bebida que queráis, pero el compartimento del dulce todavía estaba vacío.

Fresas, financiera y helado sí que era postre fresco, de primavera a la vuelta de la esquina. Riquísimo. Poco puedo añadir al enunciado.

Pero la sorpresa fue la casadiella fluida. A ver, un pequeño juego. Traigan a su cabeza la imagen de esos coulants que tanto vemos por ahí en los restaurantes modernos pero olvídense del nombre y la paternidad del asunto. Y quien la conozca, traiga la de una casadiella, su sabor, ese relleno de nuez dulce y anisado. Y ahora fundan esas dos imágenes y las sensaciones. Si son capaces, esa es la idea. Si no, yo no puedo describirlo realmente para hacerle justicia. Un bizcocho exquisito con el relleno de nuez que se derramó al meterle la cuchara, una mezcla de sabores de los que te llevan a donde quieren, de los que evocan recuerdos. Todavía tengo muy presente ese postre y no me canso de comentarlo con los amigos. No pudimos rematar mejor aquella agradable comida.

Café, copita de Alquitara del Obispo, aguardiente de sidra blanco, hermano joven de ese Salvador del Obispo del que hemos hablado también recientemente, y tiempo para la charla. Parte de ella sobre estos nuevos medios y su incidencia en la hostelería. Para bien y para mal.

No puedo terminar sin comentar otro reencuentro grato. Ya tenía noticia de ello pero cuando acabaron su tarea en cocina salieron Iván Feito, al que veo muy animado últimamente, muy seguro de lo que quiere hacer con su trabajo, y Adrián Mancheño, que ahora trabaja también en Ca Suso. Sí, el mismo Adrián que estuvo en L’alezna o en la efímera pero satisfactoria aventura de La Casona de Llerana. Vi armonía en esos fogones, percibí muy buen ambiente. Y el resultado da gusto probarlo.

Retomo lo del principio. Cada uno tendrá sus preferencias pero entre tantos grupos de cocineros malo ha de ser que no encuentres tu sitio. Yo desde luego tengo los míos, varios, diferentes, para cada ocasión. Pero siempre satisfactorios. Ahora que la moda de la cocina ya no brilla tanto quizá nos deje ver con más claridad el trabajo bien hecho y la variedad de caminos. Buen provecho.

miércoles, marzo 16, 2011

Para ponerse tibio en Prendes. Casa Gerardo. Por Jorge Díez






Parece justo admitir los méritos de Casa Gerardo, los que llevan a este restaurante a mantenerse con el paso del tiempo como uno de los más reputados de Asturias, con independencia de los que le acompañen en ese podio de honor. Siempre es delicado dar nombres, siempre corres el riesgo de que te digan que dejas a alguien fuera, que no reconoces su labor, así que os pido que repasemos qué es esto. Esto no es un medio especializado, yo no soy crítico gastronómico, por tanto no tengo el deber de recoger todas las tendencias, de presentar todos los locales ni de valorarlos con una escala más o menos objetiva. Esto es una conversación informal entre conocidos, entre los parroquianos de esta taberna virtual donde paramos a comentar nuestras aficiones. Pocas cosas pueden ser tan subjetivas, con lo que puedan tener de injustas.

¿Que por qué me da por recordar y recalcar esto ahora? Pues porque ha habido estos días otro brote de esa fiebre recurrente en los blogs acerca de hablar (o no) de los restaurantes y cómo hacerlo, así que convienen estos párrafos higiénicos, esta profilaxis.

Bien, ahora que ya he puesto la venda antes que la herida paso a contar lo que me interesa. Amigos con afición común y que se fían de mi criterio (¡pobres incautos!) habían tenido una experiencia muy satisfactoria en una primera comida “grande”. Y a la hora de plantearse otra cita parecida yo defendí que lo suyo, o por lo menos lo que me apetecía, era ir a Casa Gerardo. Precios semejantes, bodegas equiparables, estilos muy diferentes… la riqueza de este mundillo, la gracia. Mis acompañantes de aquella ocasión no conocían el restaurante de Prendes. Se nos sumó uno más, quien sí había estado en lo de los Morán otras veces pero en plan clásico, que si la fabada y algún plato contundente y casi único. Fin de tanta palabrería para tratar de justificar lo que no necesita justificación, sólo ganas de disfrutarlo. Vamos al menú.

Nada más tener las cartas en la mano apuntamos a un menú degustación, como siempre que queremos “exprimir” una cocina nueva o que esperamos muy creativa, muy fértil. Probar cuanto más mejor y aceptar que habrá platos más del gusto de uno y otros menos afortunados. Riesgo y deleite. La elección del vino me la dejan y busco a la vez algo que pelee con estos menús largos y variados y algo que ellos todavía no conozcan; es parte del juego. Mientras esperamos aperitivos la conversación con la gente de la casa deriva hacia el fútbol. Yo no soy aficionado pero el símil futbolístico va a volver a lo largo de la comida, así que está bien apuntarlo. Empieza el desfile.

Triple aperitivo con un cóctel y dos clásicos de este local. El tomate en el cóctel y el cóctel en el tomate es una propuesta de bebida a base del agua del tomate y con un cherri nadando en ella. Punto picante muy sutil, agradable –yo rechazo enseguida el exceso de picante, así que podéis fiaros- que se potencia curiosamente al morder el tomatito macerado. Gustó a toda la mesa. Los otros viejos conocidos, el bocadillo de quesos asturianos y la croqueta de compangu, ya se han descrito muchas veces. El bocadillo nos dijo menos pero de la croqueta hubiésemos pedido con ganas una ración.

Primer entrante, pepino en declinación, que, acompañado de anchoas y alcaparras, juega entre lo fresco y lo fuerte. Me gustó como principio, especialmente porque no me gusta el pepino y cuando alguien consigue hacerme aceptar un ingrediente “maldito” ya tiene ganada mi atención.

Después la ostra con limón y cacao. Hubo dos ingredientes muy presentes en todo el menú en forma de acompañamiento: cítricos y café. Pues empezamos aquí con el cítrico a partir de una combinación clásica. El cacao corregía con un ligero amargo a su acidez y al yodo; buen trío.

Uno de los platos que en su día llegó para quedarse es la navaja en grasa de almendra. Será porque ya la conozco de otras veces por lo que a mí me impactó menos pero los paladares vírgenes de mis compañeros de mesa la valoraron bien, les convenció el juego de su textura lábil (piezas espléndidas, por cierto) y la grasa. Venga, con esa descripción seguro que algún ingenioso ya tiene a huevo el chiste fácil. No digáis que no hacemos por divertirnos.

Bueno, pues el ocurrente del chiste anterior que no se relaje, que después de la navaja vino el nabo, nabo, cochinillo y matices, con aceite de argán, pimentón de la Vera y aroma de café. Recordad que hablamos del café y los cítricos como complementos recurrentes en el menú. El cochinillo gustó unánimemente pero con las láminas de nabo hubo división de opiniones.

Voy a aprovechar, hago un paréntesis y explico lo del fútbol que quedó pendiente. Hubo más visitas de Marcos Morán a la mesa en las que mostró su pasión por ese deporte (no revelo aquí por qué equipos para mantener la neutralidad, que eso levanta malas pasiones y ya se sabe) y se ve que le quedó grabada esa imagen así que varias veces, para preguntarnos qué tal íbamos, se refirió al empate como posibilidad. A uno de los comensales, muy dado a aceptar que en un menú largo habrá luces y sombras, le gustó esa metáfora. Si al menos la mitad de los platos han conseguido gustarte, damos por bueno el resultado. Yo soy más exigente y salgo a la mesa a ganar, pero entiendo que en realidad juego en el mismo equipo que la cocina. Si la mayoría de los platos me han gustado, ganamos juntos, ganamos a ese aburrimiento del que hablaba hace poco. Y con determinados sitios suele pasarme, como acabó siendo el caso. De todos modos nos gustó esa forma de verlo de Marcos.

Seguimos, que el menú es largo. Cigala y verdinas al café con infusión de cigala. Nos ponemos alerta cuando nos traen un servicio de café de delicioso estilo arcaico, tazas de porcelana con las iniciales de la casa grabadas. ¿Qué será esto? Pues uno de los platos estrella de la sesión, una buena cigala con verdinas –referencia típica asturiana lo de acompañar las verdinas con marisco- y un caldo de cigala de color hermoso y sabor elevado a la quinta potencia, puro marisco líquido para acompañar al bocado. No os confundáis, el café estaba en un ligero acento sobre las verdinas y en la taza nos sirvieron la infusión. Nos hubiésemos bebido varias tazas de aquello bien a gusto. Rotundo plato.

Anguila ahumada con toques picantes y jugo tibio de fabada. Más o menos el plato se entiende ya con su enunciado. Lo que el enunciado no puede transmitir sin ayuda es lo bueno que estaba ese “consomé” de fabada, otro del que no nos habría importado tomar un plato sopero.

Hora de “cortar”, que ya se acaban los entrantes. (Sí, estamos todavía ahí.) Para ello vendrá otro cóctel, sólido esta vez. ¿Cóctel sólido? Así nos lo presentan. Manzana verde macerada, muy fría, con ese punto licoroso, ese no sé qué que la hace perfecta como cortante, que efectivamente recuerda un cóctel o un sorbete aunque sea un bocado macizo.

Hasta ahora habíamos bebido champán. Primero un Pierre Gimonet Fleuron y luego un Camille Savès. Sigo iniciando en la burbuja a mis amigos y me parecieron buenos acercamientos, aunque ya hay aventajados que incluso conocen a Selosse. Que quizá debería haber invertido el orden, pero pensé que sería sólo una botella –iluso- ; que había ofertas más ambiciosas, pero era arriesgado para los menos acostumbrados y no queríamos engordar la factura; que… Que el resultado fue bueno, hombre, que les gustaron, que se avinieron las botellas con el menú. Bien. Aunque la jugada enológica de la tarde estaba por hacerse; esa sí que pudo definir el partido. Nos esperaban un pescado y fabada y busqué un blanco tranquilo para el pescado. Como tardó un poco en llegar acabamos el Savès y el blanco llegó… ¡para la fabada! El Paul Pillot 1er. Cru Chassagne-Montrachet Les Caillerets 2007 resultó estupendo. Su estructura, su cuerpo, su riqueza, además de agradarnos llevó a especular con que, en una cata ciega estricta, en copa negra, a algunos les hubiera parecido tinto. La anécdota del blanco con fabada todavía la comentan con un aire extraño los implicados pero el hecho fue que resultó muy bien. Su acidez pudo con la grasa y con todo.

Recapitulamos entonces el menú. Como acabo de decir, un pescado, que varía según lo que ofrece el mercado y que en nuestro caso fue virrey sobre una crema de patata con toque cítrico, otra vez. Muy buen corte, de un buen ejemplar, y preparación no intrusiva. Tuvo buena acogida, incluso un voto como mejor plato, el de la sección del “producto, producto”.

Supongo que en un sitio así es imposible prescindir de sus clásicos pero tienen mal encaje en este tipo de menús. Sinceramente, con lo que lleváis leído, ¿a alguien le apetecen fabada o arroz con leche? Así que han buscado una solución de compromiso, ponerlos al final de los respectivos apartados, salado y dulce, y además usarlos de refuerzo. ¿Que un hambrón piensa que el menú es escaso? Pues puede repetir de ambos hasta inflarse. No fue nuestro caso, nos conformamos con la degustación normal de la tan comentada fabada de Casa Gerardo. Nadie entró en comparaciones ni calificativos, sólo nos dedicamos a disfrutarla, que lo hicimos.

Una pequeña infusión dio paso a los postres. Pastilla de azafrán, que combinaba un helado stracciatella con una especie de cuajada al azafrán, muy agradable composición visual y mucho más agradable en la boca. Otro éxito. Y por último, o casi, otro cóctel. Café, cítrico y cóctel, todo con ce, fue el tema que se repitió varias veces en la sinfonía gastronómica esta vez. Perfecta sinfonía, dicho sea de paso, con toda la orquesta a la altura, cuerdas y vientos, metal y madera, cocina, bodega y sala en este caso. El choco-martini-pasión es un cóctel/postre, como lo definen en la casa, y combina esos tres elementos para jugar con lo dulce, lo amargo y lo ácido. Parece simple pero hay inventiva detrás. El resultado es agradable y sorprende. Nuevo punto para la cocina.

No, que nadie se levante de la mesa. Todavía alguno apura los últimos sorbos del Borgoña que valía hasta de copa, que armaba sobremesa si le dejabas, y todavía hay que comer arroz con leche, qué menos. Otra vez la “amenaza”: si quedas con hambre, ya sabes, repites.

Unos cafés (“si queda algo”, dice con ingenio uno del grupo) y ahora sí. Es tiempo de comentar lo comido, de bromear, de pensar dónde se toma esa copa (mejor volver a Oviedo, dejar el coche y luego…) Es tiempo de pensar en la siguiente pero el listón está muy alto. Aunque en este caso muchos me diréis que ya lo sabíais, que qué esperaba, que era apuesta segura. Y no os falta razón. Con quien no compartiría apuesta es con esas mesas vecinas que han venido a comer sólo fabada y arroz con leche. Qué queréis que os diga…


domingo, marzo 06, 2011

El aburrimiento y algunos antídotos. Por Jorge Díez

*

(Dedicado a C. y a R. porque después de exprimirme para encontrar vinos o comidas es lo que os merecéis. Seguiremos celebrándolo.)


Esta escena transcurre en la pequeña y pueblerina capital de Asturias una tarde entre semana, probablemente un jueves. Los participantes son sospechosos habituales a los que nos referiremos por iniciales o nombres ficticios, dado que aún no han sido juzgados, excepto el que suscribe, que ya ha sido condenado por hechos semejantes.

Hora de comer y empiezan a circular los sms. “¿Quedamos hoy?”, “Sí, dime hora y lugar”, “Nueve en DWines. C. tiene curso; llegará tarde, como siempre”. Bueno, llegará tarde él pero yo también, que no hay manera de que acabe mi liturgia de café y periódicos a tiempo.

Y con ese retraso habitual en mí aparezco y empieza el pulso interno contra la oferta disponible. “¿Qué bebemos?, ¿pedimos una botella?”, me pregunta R. Porque era nuestra costumbre, nuestro particular recreo, ir abriendo cositas cada semana, ir probando. Muchas decepciones, cómo no, pero de vez en cuando un hallazgo. Y si no, buscábamos alguna segura, dependía del ánimo. Pagos de María, un Barón de Chirel cuando él celebraba algo, que es muy devoto de ese vino… Pero cada día me lo ponen más difícil cuando me piden que escoja, la oferta es escasa y poco de lo que veo me interesa. “No, yo voy a tomar una caña. ¿Qué te pido?”.

No tardamos mucho en olvidarlo charlando de uno y otro, haciendo planes, recordando sitio. Todavía nos queda cuerda, semana a semana, más esos extra que metemos un sábado cualquiera o el día que mejor nos venga. Si aquella cata, si esa feria, si “tenía invitaciones pero no me apetecía ir”. Nos quejamos, “es más de lo mismo”, pero seguimos con la afición.

- Ahí llega C.

- Qué, ¿cómo ye lo tuyo? No haces más que currar.

- Alguien tiene que levantar el país.

- Ya es mayorcito, que se levante solo.

- ¿Pido algo o vamos a otro sitio?

- Lo que queráis, que yo no estoy para escoger.

- ¿Seguirán con el Kerpen en La Uva Airada?

- Eso, desde que aquí el amigo es experto en riesling no hay quién lo aguante

- Oye, que tuve buen maestro…

- Sí, ho, ya distingues los alsacianos de los del otro lado y todo.

- ¿Probamos en Entreviñas? Igual no hay mucha gente, sólo dos filas o así para llegar a la barra.

- Bueno, ya iremos ganando la posición, metiendo el codo.

Y hablamos de qué pronto desaparecen algunos vinos de las pizarras. “Cosa de los distribuidores, me da a mí. Si les queda algo harán buena oferta como para que llegue al chateo y así lo liquidan. Y a la vez es publicidad. Pero cuando lo vuelves a buscar, miau.” “O del propio bar, ¿no?” “También, también”.

- Bueno, eso depende de los sitios. Por ejemplo, aquí se nota menos.

- ¿Y eso?

- Si ves la pizarra no todo es del mismo distribuidor, hay alternativas, puedes escoger más.

- Eso nos viene bien. Tú nos vas diciendo…

- Ya, no te jode, pa eso estoy, claro.

- Bueno, hombre, eres nuestro gurú…

- Sí, el de Katmandú. Voy a por otra ronda.

(…)

- … y eso es lo bueno con Android, te libras del problema…

- Joder, me doy la vuelta y ya estáis con el Tamagotchi de los cojones, estáis enfermos, sois adictos al móvil.

- Tío, te tienes que pasar a las redes sociales, te vas a quedar desfasado.

- No lo verán tus ojos, C. Bastante te quedas ya con el culo al aire sin necesidad de contar más miserias, de colgar tu vida por ahí.

- Pero a ti te gustan los blogs…

- Si lo piensas, no. Escribo en uno, vale, pero yo soy el antiblog. Tú conoces esos medios, el formato. Mira lo que se busca y mira lo que hago yo. Textos mínimos, agilidad, temas fugaces. Yo soy lo contrario, me peleo con ese entorno aunque lo use.

Planeamos otra escapada, a comer a algún grande. Veremos quién más se apunta y si no, los de siempre. “Ya me encargo yo de la reserva y demás.” “Menú degustación, ¿no?, que lo interesante es probar mucho, no todos los platos te van a convencer igual”, apunta R.

- Tomamos la última y retiramos, venga.

- ¿Vamos al nuevo de…?

- Mejor darle tiempo, todavía tienen que afinar detalles. Además, hay gente como si lo regalasen; para tener un sitio tranquilo, difícil.

- Pues tú tenías ahí esperanzas…

- Y llegará, llegará el momento, hombre, no te pongas nervioso. Pero ahora no.

- ¿Entonces? ¿Miramos en La Mencía?

- Sí, vamos, que es buen sitio pa un sportinguista como tú.

- Claro, desde que R. se enfadó con Morgana y no entra en La Tasquita… Si es que lo tuyo no son las camareras, tío, que no eres sociable.

- Ja, ja, ja. Eso, eso.

- Pues algunas de las de abajo… Estaban para meterles de todo menos miedo.

- ¡Hala!, ya estamos con el tema.

- Es que ese es el tema, la pachocha, la pachochita.

- Buenooo… ¿qué andarás liando por ahí?

- Mira, ¿conoces a esta de la foto?

- Otra vez el Tamagotchi. Eso sí que es vicio, más que la pachocha.

- Bueno, bueno, que yo sé de uno que antes… Ni te conocíamos el móvil y ahora cada poco, mensaje y respuesta.

- Sí, algún agente mensajeador hay por ahí.

- Ya, a ti te voy a contar…

- Ya sabes: “Dime con quién andas… y si está buena me la mandas”.

- Tú en tu línea, R., como con los chistes, ¿eh?

- ¿Qué pasa? ¿no son buenos?

- Hombre, algunos…

- A C. el que le gusta es el de la costra y el pus.

- Ese sí, ese le estimula los jugos gástricos…

- Míralo, qué cara pone.

- A ver, ¿qué necesidad…?

- Ja, ja, ja. Eso es muy tuyo.

- No, de verdad, ¿qué necesidad hay de contar esas cosas? Se me revuelve el estómago.

- Eso es por el vino. Si es que bebéis cada cosa... Si me hicierais caso y pidieseis cañas…

- Va a haber que plantearse una ruta de cerveza.

- Más de lo mismo, C. Dos sitios y pista. Lo que tienes que hacer es volver a la sidra, hombre, que esa no engaña. ¡Es toda igual de mala!

- Ni me la nombres.

Todavía nos quedan en casa botellas que ahora no sabemos dónde tomar. Pero hacemos nuestros planes.

- Podemos ir un día a Muria, o un fin de semana entero, lo que queramos.

- Hombre, es todo mirar lo que hace falta y llevar las botellas.

- Allí tenemos infraestructura, tranquilo.

- Pues miramos fechas. Yo tengo en custodia la bodega privada, ya apartada de los míos para no bebérmelos todos.

- Si es fin de semana yo no tengo problema. Me avisáis antes y ya está. Llevo el coche si queréis. Ya sabéis lo que hay, los años que tiene…

- Y si no a gatas, C., si hay ALSA, hombre. Total, ya imagino. Unas rondas en el Resaca primero, el vino después, que deberían ser dos botellas pero serán más… Lo de siempre.

- Eso cuando queramos.

- Primero, lo del vino, y para más adelante, a celebrar victorias en F1, que ya nos toca.

- Bueno, ya se verá.

- Voy al baño, vengo ahora

(…)

- Venter si que es un grande, tío, lo del genoma va a ser la hostia.

- ¿Bender? Un ídolo de la juventud, un robot que bebe más que yo.

- No te pases, Jorge, hablaba de Craig Venter.

- Ya empezamos, que me doy la vuelta un minuto y ya estáis hablando en serio. De eso nada. ¿No ves que en el blog hago lo mismo? Un conato de tema serio y lo corto de raíz. Bueno, habrá que irse, ¿no?

- Sí, que mañana trabajo.

- Ya, los demás sólo vamos a hacer bulto, míralo a él.

- Venga, ya nos llamamos el jueves y vemos lo que hacemos.

- Ale, a cuidarse, que esto es muy duro.

Así que estoy cansado de los mismos vinos, muchos mediocres; estoy cansado de los mismos platos, complicaciones innecesarias; estoy cansado de modas y tendencias, del foco puesto donde menos falta hace, de eventos y personajillos. Pero da igual, me quedan amigos, todavía nos quedan risas, seguimos comiendo y bebiendo por placer por difícil que nos lo pongan. Los que aparecen en esta escena, pero podrían ser otros, podrían ser algunos de los que escriben por aquí, podríamos modificar algún escenario. Y llegaríamos al mismo sitio. Esa confabulación de las fuerzas del aburrimiento nos va a seguir tocando los (eso que todo el mundo sabe, al margen del libro de estilo) pero tenemos respuestas preparadas.

Ahora podéis reíros, podéis entender algo o no, podéis leer entre líneas o explícitamente. Me podéis mandar al carajo o quién sabe, podemos discutir sobre lo que os aburre y os divierte de esta afición común. Y sobre lo que os aburre u os divierte de hablar sobre ella.

A pesar de todo, nos vemos en los bares.


*Cuadro de Favila de su serie "Los chigres"