jueves, septiembre 26, 2013

Acanthum (Huelva)



El restaurante Acanthum está situado en pleno centro de Huelva, muy cerca del ayuntamiento. En las investigaciones previas a todas las vacaciones había visto que era el restaurante puntero de la provincia en la actualización de la cocina tradicional onubense por lo que quedó apuntado en el primer lugar de la agenda.
Al mando de los fogones se encuentra el chef Xanty Elías y como siempre digo, para saber algo más de la filosofía del local y del currículum del cocinero mejor que explicarlo yo vale más visitar su web.

 
Una vez en el elegante y luminoso comedor forrado de piedra vemos que disponen de 3 menús degustación: Compartir, Traditionen y Acanthum pero nos llamaron más la atención otros platos de la carta por lo que nos decidimos por esta. Precios con IVA incluído.



De aperitivo nos pusieron una especie de ensaladilla rusa con pez espada, de sabor intenso y textura muy lograda.





 
Como entrantes comenzamos con un carpaccio de pez espada con kikos, huevas y tomate helado. 15,50€. Como curiosidad, al pez espada lo llaman en la zona “Aguja palá”. Una ración generosa, de un pez espada de sabor potente, bien aliñado, con un sabroso helado de tomate, aunque algo escaso, y el detalle de los kikos y las huevas. Nos gustó.


 Seguimos con un arroz plancha con mucho morro. 18,10€, que resultó un poco decepcionante. No porque no estuviera bueno, que lo estaba, pero tenía dos fallos. A pesar de que estaba bien hecho, “al dente”, estaba más bien templado y nos esperábamos más intensidad de sabor en el arroz. Le faltaba impregnarse más con el sabor del morro de cerdo. ¿Acabado algo antes de tiempo?. A mejorar y a vigilar el precio.


Para los platos principales escogimos carne y pescado. Excelente la carrillera ibérica, humo y jugo de dátiles, 16,80€, sabrosa, jugosa, perfecta de punto y muy bien realzada por el jugo de dátiles y el aroma de humo que te llega al echar por encima el caldo. Muy buen plato con un solo borrón: como se puede ver en la foto la ración es más bien escasa.


Más grande fue la de la corvina, quinoa y mejillones, 19,50€. Este plato nos decepcionó algo, no porque no estuviera bueno sino porque esperábamos algo más de creatividad. La corvina estaba algo pasada de punto pero no tanto como para no disfrutar de ella y el puré de quinoa tenía un rico sabor con un toque de nuez que le iba muy bien a la corvina. También los mejillones eran de alta calidad según mi mujer.
El punto del pescado como ya comenté en otros post anteriores es algo muy subjetivo, pero está claro que en esta zona y no digamos en Portugal, en general pasan los pescados demasiado para mi gusto.



 
Esta vez sí tomamos postre. El Baileys, Frambuesa y Limón, 6,10€. Postre fallido que se puede resumir en que fue el ejemplo perfecto de empalago. No lo logramos acabar.







Mejor resultó la torrija de vino de naranja y helado griego. 5,80€. Rica la torrija, impregnada del sabor del vino y acompañada de un refrescante helado. Bien aunque sin alardes.




 
Acompañamos los postres con una copa de VDM Orange, 4,20€, vino dulce aromatizado con naranja típico del Condado de Huelva y un generoso dulce también de la tierra, Ricahembra, 3,80€. Exageradamente caros ya que una botella de VDM se encuentra facilmente por menos de 7,60€ y el Ricahembra por unos 9€. Creo que estos detalles deberían revisarlos los restaurantes ya que éste no es ni mucho menos el único que tiene esta política de precios con los vinos dulces.

La carta de vinos algo corta. Tomamos un Parxet Brut Reserva, 19,80€.  El pan de 4 clases y servido generosamente, 1,60€ c/u, y el personal de servicio femenino, de escuela y muy correcto.
La página web es bastante buena, sin flashes y virguerías inútiles, aunque estaría bien que colgaran la carta de vinos.

No se puede decir que la comida fuese mala en absoluto. En conjunto estuvo correcto pero por las informaciones previas y los comentarios leídos en la red esperábamos más. Más creatividad y más vanguardismo. Por supuesto que pudiera se que  elegiéramos los platos menos arriesgados y si nos hubiésemos decidido por uno de los menús degustación la opinión sería distinta. O tal vez que en una plaza y una zona como Huelva que no nos pareció muy proclive a las aventuras gastronómicas, hay que vivir el día a día y no arriesgarse demasiado.

En resumen y a pesar de los fallos reseñados, volvería a probar en Acanthum y  lo recomiendo para quien esté de vacaciones en la provincia y quiera probar algo distinto y más novedoso a lo ofrecido en la zona.

Acanthum
Calle San Salvador,17, 21003 Huelva 
959 24 51 35  www.acanthum.com/

domingo, septiembre 22, 2013

¿La crisis va por barrios? O como tener un negocio y no querer vender


Uno ya tiene una edad y ha viajado algo pero lo que me ha ocurrido este fin de semana no recuerdo haberlo visto nunca. Además las dos anécdotas son de la misma ciudad: Montilla en Córdoba.

La primera de ellas ocurrió después de visitar las bodegas Alvear. En la misma puerta de la bodega hay una taberna que se llama Las Llares que según nos explicaron en la bodega aunque esté situada dentro de las instalaciones de Alvear es una concesión que está explotada por una empresa hostelera.

Tenían una oferta de tapa especial con la bebida los sábados y una apetecible oferta de tapas y raciones por lo que entramos sin dudar. Pasan cinco minutos, diez minutos, quince minutos y no apareció nadie. Podríamos haber entrado en la barra y habernos llevado lo que quisiéramos pero ese no es el detalle sino la falta total de atención. Evidentemente al acercarse a los veinte minutos nos fuimos cansados de esperar. Algo sorprendente y como dije al pincipio no nos había pasado nunca. Será que ya facturaron todo lo que querían durante el verano...


Pero aún fue más sorprendente lo del día siguiente también en Montilla. La película de los hechos fue parecida: visita a bodegas Perez Barquero y posteriormente fuimos a una taberna que habíamos visto a la entrada de la ciudad: Taberna-Gastroteca Los 
 Lagares de Montilla y elegimos por la venta de vinos sobre todo.


Aquí sí nos atendieron a la hora de comer algo y vimos una buena colección de vinos de Montilla-Moriles, algunos difíciles de encontrar, pero que no tenían los precios y le preguntamos a la camarera si tenía alguna lista con los precios. Nos dijo que no y que iba a preguntar al encargado pero añadió que ya ayer otros clientes se habían interesado por comprar alguno y no fue posible por el lío que tenían.
Al volver nos comentó que el encargado dijo que no se podía parar en vender vinos porque tenían que atender el comedor, el cuál, añado yo, no estaba ni de lejos lleno, por lo menos el que estaba a la vista.

¿Para qué tienes una tienda de vinos si no quieres venderlos?. ¿Tan poco margen dan?  Pues  si es así, no los vendas y dedícate al restaurante.

Seguramente estas dos anécdotas han sido fruto de la casualidad, pero nos llamó la atención que ocurrieran casi en el tiempo y además en la misma ciudad. Desconozco las cifras económicas y de parados de Montilla pero si sacara conclusiones exclusivamente por estas anécdotas pensaría que allí les va de cine y tienen pleno empleo lo que no voy a hacer evidentemente y que además seguro que no es así.

Luego dirán algunos hosteleros que la crisis es tremenda y no facturan y algunos vendedores de vino que el consumo baja muchísimo y no se venden botellas.


domingo, septiembre 15, 2013

Beach Club. Islantilla Golf Resort (Islantilla, Huelva)


Hace tiempo, el egregio bloggero gastronómico Ligasalsas comentó en un post de este blog y parafraseando a la guía Michelin, que debería haber un cartel en las guías que pusiera "Bib Stop" para cierto tipo de restaurantes. Este Beach Club es un claro canditato.

Se encuentra en Islantilla en el hotel Golf  Resort y es un complejo con restaurante, coctelería, chill-out, etc. A nosotros nos coincidió que paseábamos por allí y viendo una carta muy diferente a los ofrecido en los restaurantes de la zona nos decidimos a entrar.

Lo primero que nos llamó la atención fue la poquísima luz que había en el comedor aunque luego nos lo explicamos: debía ser para que no vieras bien los platos que te servían.

La carta es atractiva a priori ya que los pescados y carnes habituales se anuncian con tratamiento distinto al tradicional de la zona y además tiene una importante parte de cocina japonesa o asimilada. Precios con IVA incluído.

Después de pedir la comanda nos pusieron un aperitvo que no fue una invitación ya que es otro de esos restaurantes con la fea costumbre de cobrártelo ya que por el concepto "pan y apertivo" cobran 1,80e c/u. Era una pasta que no recuerdo ya que pasó al olvido inmediatamente y unas aceitunas de bote malas, con lo ricas que están las que suelen poner como apertivo por la zona. Malas vibraciones al principio.




Como no sabíamos las cantidades solo pedimos tres platos, aunque nos imaginábamos que las raciones serían escasas ya que los precios no eran altos.



Lo primero que llegó fue el tartar de atún con guacamole. 5,20€. Sí, el precio parece bajo pero resultó altísimo para el mejunje indescriptible  que había en el plato, que igual podía ser atún que crema de cacahute o vaya usted a saber qué. Un horror al que tampoco hacía mucho favor el guacamole de tercera que lo coronaba. Terrible.




Seguimos con un un plato de sushi ibérico: makis de solomillo de ternera, makis de morcilla con piña, uramaki de presa confitada, trigueros y queso crema envuelto en jamón ibérico, atún ahumado, queso de Grazalema y salmorejo, futomaki de ternera, setas y aguacate envuelto de tortilla de trigo, nigiris de presa paleta confitada y nigiris de solomillo de ternera. 8,80€. Si uno es un diletante en esto del comer, y en tantas cosas, mucho más con cocinas exóticas.




Pero es que esto era un batiburrillo de cosas que apenas sabían a nada con minúsculas porciones de materia envuelta en arroz que encima era un mazacote como se puede ver en la foto. A años luz de los pocos sushis, nigiris, etc, que he comido hasta ahora. Tremendo.







Acabamos con solomillo de cochino ibérico con trigueros y papa asada. 7,50€. Ya se que el cerdo hay que pasarlo pero no tanto como para casi tener que pedir un escoplo de lo duro que estaba. Qué tristeza de plato.





Para beber tomamos un Möet Chandon Brut, 39€. La carta de vinos minúscula y para no perder la tradición el vino estaba a una temperatura bastante más alta de lo deseable. Gracioso lo que pone el blog de este garito: "Con la coctelería más selecta y las marcas más reconocidas, que además cuentan ya con un rincón exclusivo para en el Beach Club: champagne francés Veuve Clicquot". No sabía que hubiera Champagne en otros sitios fuera de Francia...

Evidentemente no nos atrevimos a pedir postre y después de pagar salimos huyendo a toda velocidad.

Lo dicho: Bib Stop.


miércoles, septiembre 04, 2013

Aprendizaje, viaje… Todo eso y más es la Cigaleña. Por Jorge Díez









Una vez que me he vuelto a animar a escribir en formato largo y ahora que le estoy dando vueltas a algún nuevo cambio en la línea del blog -del mío, me refiero- cumplo también otro compromiso, privado en este caso, y redacto algo para la que fue mi casa digital tanto tiempo, y así la sigo considerando, por cierto.
El hecho es que hablé en su momento con el artífice y anfitrión de todo esto, con la persona que está detrás de la firma El Diletante, y le propuse escribir una crónica muy concreta pero con la condición de publicarla aquí. Renunciaba a publicar en mi propio medio esto pero sí tenía interés en escribir sobre ello, ¿por qué? De modo más consciente apunto a que había dejado esa puerta abierta, la de publicar algo aquí de vez en cuando, y a que fue una experiencia vivida por los dos, ahora que el tiempo nos permite compartir muchas menos. Pero subyace algo más. No hubiera sido posible sin esta comunión en torno al vino que compartimos que yo hubiera entrado en el peculiar círculo del que quiero hablar hoy. Y no sería el mismo en cuanto a mi modo de vivir y entender esta afición sin haber pasado por ahí. Por eso necesitaba este gesto de vuelta a los orígenes, por eso quería escribir aquí, donde nací para este mundillo si es que siquiera lo es, si tiene tanta entidad.
Hablar de lo que vivimos en la Cigaleña siempre se me ha hecho difícil, tanto que nunca había publicado nada extenso antes. Cuando vamos allí, bebemos lo que bebemos y aprendemos lo que aprendemos, cambiamos, recuperamos la ilusión, renovamos las ganas de seguir descubriendo vinos con la convicción de que nos quedan muchos por descubrir. Pero al tiempo nos apartamos del marco típico de los aficionados, no sirven las clasificaciones al uso, no bastan los descriptores convencionales. O sirven, pero resultan extraños, están fuera de lugar. Sí que podríamos hacer una crítica, una descripción formal y analítica pero no es el momento, si lo hiciéramos así creo que sería señal de no haber entendido nada.





Porque nuestras reuniones en la Cigaleña en torno al vino son poco convencionales. Oficialmente el sitio es la Bodega Cigaleña, en la calle Daoíz y Velarde de Santander, y encontraréis sobre el local mucha información y opiniones diferentes porque quien lo valore como una bodega o un restaurante más hará sus comparaciones de los distintos aspectos y le gustará más o menos. Pero nosotros no vamos allí con esa idea, vamos al mejor curso sobre vinos que uno puede recibir al menos en la escala de aficionados en que nos movemos. Vamos entregados, a dejar que Andrés Conde comparta lo último que ha descubierto, lo que en ese momento le apetece más, lo que le ha llamado la atención. No conozco otra persona que sepa mucho, muchísimo de vinos y lo pueda transmitir tan bien, con humildad, con pasión, al lado de gente con menores conocimientos, al mismo paso. Por eso dedico incluso más tiempo a describir el contexto, las razones, que los propios vinos, porque cuando compartimos estos vinos con Andrés no se analizan, se viven. Se beben para sentirlos, para comunicarte con ellos, para que te digan algo y a la vez interrogarlos… Qué poco sentido tendría ahí una nota de cata al uso.

No obstante hablaré de lo que probamos ese día, sí, haré una concesión a la descripción típica. Hablaré de encuentros con personajes del vino como Nicolás Marcos, que estaba allí, porque allí es fácil encontrar a gente que tiene mucho que decir sobre esto, de cómo compartimos con él el chardonnay En chalasse, de Julien Labet. Hablaré de un sorprendente Châteauneuf-du-Pape blanco de 1986, vivo, ácido, directo. Los tiempos que manejamos aquí comúnmente para consumo de blancos pierden valor, pocas veces he bebido algo tan “joven” como esto. Algo que se entregó tan bien desde su servicio en copa que no duró mucho. O podemos hablar del Peyre Rosé Oro 1995, blanco del Languedoc amable, que entra con dulzura, trémulo, como si pidiera permiso. Uvas diferentes en clima diferente y en suelos distintos, está claro que me faltan términos de comparación pero qué más da: el vino se expresa y es honesto, muestra su nobleza. Se abre pero apreciamos su profundidad, su complejidad. ¿Lo veis? No puedo hablar en los términos más comunes, los que pasarían por más objetivos. Pero ¿es el vino algo objetivo? Si lo afrontas desde la Física o la Química, sí; puedes medir acidez, puedes establecer porcentajes, puedes enfrentarte a él con un termómetro. Pero yo no me dedico a eso, yo bebo vino y hablo de él por placer y por tanto de forma pasional, por ende, subjetiva. No, ya no puedo hablar de vino de otra forma como no hablaría de una persona querida refiriéndome a su estatura, su peso, su profesión o su patrimonio.
Puedo decir que el Hermitage 2010 de René-Jean Dard y François Ribo empieza carnoso. Es mineral, con notas de tiza, violeta, tinta… Evoluciona y va mostrando más facetas lentamente. ¿De verdad eso explica mejor lo que me hizo sentir? Porque en este mundillo nos hemos inventado un lenguaje críptico que damos por bueno pero que para la gente menos iniciada puede ser un disparate. Ya entregados a esa subjetividad prefiero decir que fue un vino que me captó a la primera mirada, que me atrajo, que me provocaba para que le pusiera retos. ¿Aguantarás, podrás con esta comida, será lo mismo después? 


 
Porque comimos, sí, y bien, como siempre allí. Pero sucede que nos importa mucho menos, estamos concentrados en nuestros amigos, es decir, nuestros compañeros de mesa y los vinos que nos van presentando; la comida la compartimos con todos ellos, unos y otros, pero el protagonismo no es suyo, es nuestro (de los amigos y los vinos).
Unas rabas firmes y con su fondo dulzón, unas mollejas de lechazo, casi siempre presentes en nuestras citas, con la concesión esta vez de una preparación más amable para un comensal que dudaba; unos maganos de Guadañeta de los más madrugadores, que solían esquivarnos pero que cayeron esta vez; bonito del inicio de temporada –entonces- y chuletón de vaca vieja como productos con fuerza. Todo bien servido, en un cómodo reservado, con buena conversación. Todos buenos productos poco enmascarados y en su punto. Para disfrutar, pero nosotros ya teníamos eso garantizado con lo que venía en las botellas.
Hubo más dulces de lo habitual incluso, entre los que destacó un Sauternes, un Rousset Peyraguey Crème de Téte 2003, con ese equilibrio de dulzor y acidez que me reconcilia con el vino dulce, a mí, que no suelo buscarlos. Y aunque no haya sido ese el motivo puedo tomar (a modo de broma, de juego, claro) como desafío personal la presencia de una sidra, una sidra vasca de hielo, Malus Mama 2009. Muy limpia, también con equilibrio entre lo ácido y lo dulce. A ambos los enfrentamos a un queso que casi nunca falta en esa casa, a un buen Comté viejo, y los dos salieron airosos. Incisivo, casi juvenil, seductor, de lenguaje rico el Sauternes; melancólica, reflexiva la sidra, pero los dos estuvieron bien en ese momento.
El remate lo puso un Porto blanco de 10 años de envejecimiento, de Niepoort, embotellado en 2012. El peso del alcohol aquí lo convierte en copa, en fin de comida, en el que convoca a la sobremesa.
Ha pasado tiempo desde la primera reunión así, han sido ya varias pero nos siguen sorprendiendo, siempre hay algo nuevo que aprender, porque ya está claro que vamos a aprender y que disfrutamos haciéndolo. Esta informal universidad del vino es responsable de mucho de lo que ahora sé sobre él y de cómo lo valoro, sobre todo. Se acabó analizar, se acabó el afán de coleccionista de pretender abarcarlo todo, mejor los formatos más recogidos como este que las grandes ferias, y siempre mejor, mucho mejor, la cercanía al producto y a quien lo hace, aunque en este caso tenga que ser a través del relato de Andrés Conde. Considero que he madurado bastante y que mi afición se ha aquilatado mucho ahí y por ello no siento necesidad de demostrar o justificar nada, no quiero ser objetivo, preciso o detallista, sólo quiero beber, conocer, disfrutar y compartirlo. Por eso escribo, porque es lo único que tengo al alcance para compartir con más gente lo que vivimos allí. Y como tantas veces ese proceso es un viaje que en algún momento vuelve a la tierra de partida, así que yo he vuelto a escribir en los Diletantes y he vuelto a mis viejos vicios, a escribir demasiado. Pero que nadie se llame a engaño: vuelves al sitio del que partiste pero vuelves otro, la experiencia te cambia. Me pregunto dónde estará cada uno de los que antes nos encontrábamos aquí, tras estas líneas, qué habrá aprendido cada cual y qué podrá compartir. Yo doy este paso, ni primero ni último.