domingo, junio 10, 2012

La cocina de Álvaro Garrido Por Jorge Díez





Llegamos al final de los asuntos pendientes, de los relatos demorados, y será con otro gran menú degustación en Mina (Bilbao). Este restaurante trabaja sólo con menú degustación variable, ajustado en el día a lo que ofrece el mercado, al mejor producto según el criterio de quien dirige los fogones, Álvaro Garrido, que habrá de transformarlo en el plato óptimo en cada ocasión. Así que hay que hablar de su cocina en general, no de una fórmula particular, porque no se repetirá necesariamente. Aunque haya rasgos comunes y platos frecuentes, cada menú acaba siendo algo único, singular, y más en nuestro caso. Albertobilbao me acompañaba ese día, y como visita la casa con frecuencia y además confía plenamente en Álvaro, nos pusimos en sus manos para que nos preparase algo especial.


Habitual controversia la del menú degustación cerrado. Pocas opciones para el cliente, nada que elegir; máxima responsabilidad para el cocinero, que ha escogido a capricho. Eso es poner el listón muy arriba, no se pasará por alto una decepción en la que sólo ha decidido una de las partes. En el caso de Álvaro yo creo que sale cada día más airoso de esa prueba. Ya tuve ocasión de hablar de Mina en este blog hace un año y me refería al restaurante como promesa, aludía a que todavía se guardaba algo. Y esta nueva visita me lo confirma. En ese poco tiempo ha crecido, ha asentado la técnica y el gusto personal, ha definido el carácter. Esto no quiere decir que ya sea una cocina terminada, con su evolución completa; sigo pensando que hay potencial para más sorpresas en la mesa, para satisfacernos con novedades durante mucho más tiempo.

En la cocina de Álvaro Garrido hay contrastes, muchos, y aportaciones de otras culturas culinarias, pero todo está bien integrado, tiene sentido, funciona. Esa tendencia, esa moda del recurso al producto exótico o a la receta foránea no siempre da buen resultado, necesita un proyecto coherente para encajar y no desentonar y aquí yo entiendo que lo hay. Por lo demás, el abecé de la buena cocina: ingredientes de temporada y en su punto, tiempo, fondos trabajados… También guiños a la tierra, al entorno, sus tradiciones y productos. 

Y así desfilaron por la mesa el hígado de rape a la diabla, con intensidad de sabor para dejar claras las intenciones desde el principio, o el txangurro en salsa de yema de caserío y fruta de la pasión, uno de esos entrantes de todo tiempo, que aceptaría diversas temperaturas. El foie a la cerveza negra con avellana y tartar de gamba blanca de Huelva, que puede intimidar con su enunciado barroco pero integra el conjunto de ingredientes y sabores en contraste hasta dar un resultado armonioso, lo más dulce con lo ácido, lo más graso con lo fresco. O el ravioli casero de perdiz a la canela, bocado que pasa demasiado rápido, del que te gustaría repetir. Breve, directo, relleno de un sabor tan concentrado…

Este menú busca un ritmo, una alternancia de platos más densos con otros más ligeros, y a la vez busca recordarnos el orden en que por costumbre se comían los platos en casa. Todavía estamos con lo que serían entrantes aunque todos tienen la misma entidad, el mismo peso específico en el conjunto. Mezcla de productos de prestigio u origen foráneo con los más cercanos, damos vueltas en torno a la memoria gastronómica y pasamos más de una vez por el mismo sitio pero no es un andar errático, es más bien el paseo sosegado por la plaza de nuestro pueblo, en buena compañía, rodeándola una y otra vez mientras evocamos buenos momentos.

Siguieron las verduritas de caserío servidas con sopa Kanala, que es la recuperación de una de esas recetas con mucho pasado, tanto que se pierde en el recuerdo y lo sustituye la disputa sobre cuál es el canon que debe seguir. No tengo autoridad para decir si es la receta por antonomasia ni me importa; lo que sé es que disfruté de un gran plato, sabroso y entrañable, con independencia de lo que pueda estar aportando al patrimonio gastronómico.
La yema de huevo de oca Euskal Antzara en salazón con pencas al azafrán y Martini blanco es otro plato que bordea el barroquismo y de nuevo evita el exceso o la distorsión. Presencia muy vistosa aunque en mi opinión no la más apetecible (¿exceso cromático?), da paso a una demostración de técnica cuidadosa, a una textura agradable, a unos sabores equilibrados sin esconder su audacia. No comería una propuesta así si viniese de cualquiera, sólo de una cocina en la que confíe ampliamente, y la de Álvaro Garrido ya es de esas.
Otro golpe de sabor intenso fue el hígado de Azpi Gorri ahumado con sésamo y cerveza de avellana. Os recordará a uno de los primeros bocados, el del foie, pero el hígado ahumado de cabra tiene una fuerza muy distinta a la grasa del ánade, y su consistencia hace que en ningún momento parezca un plato repetido.

Era el momento adecuado para un movimiento pendular, para un plato más fresco y ligero, el requesón de hierbas aromáticas con caldo de ave. Fresco y ligero hacen referencia a una primera impresión del paladar, al peso en boca, a la consistencia, no a la falta de sabor, porque en ningún momento la intensidad sápida bajó en este menú. Y como hemos refrescado el paladar –o eso le hemos hecho creer- podemos presentar el chicharro ahumado al romero con crema de coliflor y gelée de sus jugos, otro despliegue de sabores intensos bien conjuntados, donde la crema vegetal tiene que envolver y suavizar la carne salobre del pescado.

Y un ingrediente de culto para muchos en el plato final: la becada (vuelvo a recordar que es un menú de hace meses, que nadie se sorprenda). Asada, con crema de manzana y setas de temporada, preparación atractiva para la caza, en mi opinión. Aquí es el producto quien aporta ya suficiente potencia para no necesitar mucho más y así fue.
Todo este menú tuvo al lado un riesling, Palais 2008, y un Borgoña tinto, un Morey-Saint-Denis, Clos de Ormes 1er Cru de 2006. Ambos nos dieron muchas satisfacciones por sí mismos (aunque nos hubiera gustado probarlos con más años, cómo no), no se achicaron ante los platos de Álvaro, y nos proporcionaron buen tema de conversación, como corresponde a dos apasionados ante alguna de sus devociones. 


Hubo tiempo para postres, claro. Crema de almendra con lichi granizado y limón helado para empezar, para cortar la cadencia grasa y salada de los platos con frescura y un punto cítrico muy apto para ese fin. Plátano, café y oliva negra, postre más contundente y de mayor contraste entre ingredientes, para hacernos subir un pequeño repecho imaginario en los sabores. Otra vez puede parecer un enunciado complicado, una mezcla poco armónica, y otra vez se resuelve un plato con soltura, con naturalidad, para lograr el plácet del comensal en cuanto lo lleva a la boca. Y bajamos de ese punto con el sabayón de azúcar moscovado, helado de mandarina y yogur de limón, quizá el que más me gustó a título personal, redondo en mi opinión, perfecto colofón para esta gran comida.


El resto podéis suponerlo: café, charla de sobremesa entre nosotros y con el personal… Un buen rato, hasta media tarde. Salimos con Álvaro y un Bilbao plomizo, gris, fresco nos esperaba fuera. Él se fue a sus cosas y nosotros seguimos paseando con una sonrisa en la cara que a algunos les podía parecer hasta sospechosa. Ahora sabéis por qué.

viernes, mayo 18, 2012

Trinquete (Tudela, Navarra), por Toni



El restaurante Trinquete está situado bastante cerca de la Plaza de los Fueros de Tudela y a pesar de su ubicación en una calle poco transitada está a tiro de piedra del hotel AC Ciudad de Tudela lo que supongo que le vendrá muy bien para atraer clientela como fue nuestro caso. En su página web se publicitan como restaurante/vinoteca pero la verdad es que nosotros no vimos la vinoteca por ningún lado, a no ser que esté situada en el piso de arriba en el que no se veía luz alguna.

Al llegar nos pasaron al comedor de la parte de abajo que es algo angosto y además nos tocó la mesa de la entrada con lo que el trajín del personal de servicio no hizo que la velada fuera precisamente tranquila.

Aquí sí que tienen los precios de carta con el IVA incluído, pero solo aparecen los de las carnes y los pescados. Me explico. Disponen de un menú degustación de verduras, por 30€, a los que se le pueden añadir otros dos platos más, también de verduras, que subirían el menú a 45€, pero a la hora de pedir por carta te indican que los entrantes se pueden escoger de entre los platos del menú de verduras, por lo que solo te dan como opción de entrantes los platos de verdura, a no ser que pidas un plato principal como entrante, y además no sabes el precio de estos ya que no vienen en la hoja que te dan con el menú. Realmente es algo que no recuerdo haber visto nunca y me parece una práctica poco presentable. Además, muy probablemente de haber conocido los precios no hubiésemos pedido esos entrantes.
Supongo que es porque coincidió con las fiestas de la huerta porque en la web si tienen una carta "normal" con entrantes variados.

El servicio mostró una descordinación considerable ya que no habían traído todavía el vino cuando llegaron los entrantes. Además el primer entrante lo trajeron emplatado para dos cuando no lo habíamos solicitado así por lo que tuvieron que devolverlo a cocina. Aún con esta demora el vino tardó en llegar.
El timbal de primavera al dente, habitas, guisantes, huevo de nuestras gallinas y piñones, 14,90€, pasó sin pena ni gloria y además la cantidad no era gran cosa. Carísimo.
El otro entrante fue una degustación de espárragos frescos de temporada, 17,90€, que consistió en un carpaccio de espárragos, unos espárragos verdes a la plancha, espárragos blancos al horno y una variedad de espárrragos más delgados y con más intensidad de sabor. Venían acompañados de una emulsión de aceite. Bien, pero ¿17,90?.
Esta vez para los principales nos decidimos por la carne. Como en el caso del Treintaitrés con los entrantes, podrían haber disimulado un poco con el asunto del microondas ya que al minuto de retirarnos los platos de los entrantes llegaron con los principales. La paletilla de cordero rellena de verduritas, 19,75€, estaba totalmente reseca y con un sabor indefinido, además de no tener muchas pistas del relleno de verduras. Suspenso total.
 
Aún peor fueron las manitas de cerdo deshuesadas y rellenas de satas, foie y verdura, 19,50€, con un olor y sabor bravío y montuno que hizo que nos dejáramos la mayor parte. Tarjeta roja y  expulsión. También se puede ver en las guarniciones que mucha imaginación no desplegaron ya que en ambos platos consistió en un par de patatas cocidas y una salsa del mismo fondo.

En vista del éxito obtenido ni nos planteamos tomar postre.


La carta de vinos aceptable para el tipo de restaurante aunque el cartón en el que venían hacía bastante difícil su lectura. Tomamos un Alto Moncayo Veratón 2009, 27,90€, que a pesar de venir caliente, cuando alcanzó la temperatura adecuada fue lo mejor de la cena con diferencia. Las copas malas y el pan, mediocre, 1,20€ c/u. El personal de servicio correcto.


Creo que con la redacción queda claro que no nos gustó nada este restaurante. Vuelvo a pensar que a lo mejor si hubiésemos pedido el menú de verduras es posible que la opinión hubiese sido distinta pero en este caso tengo la sensación de que no. Los platos principales fueron un desastre y esto sirve para lanzar el debate sobre a donde van ciertos restaurantes si ni siquiera resuelven bien platos relativamente sencillos como una paletilla de cordero y unas manitas de cerdo.


Luego se extrañarán del descenso de clientela aunque lo achaquen a la crisis y más cuando actualmente hay productos de quinta gama con resultados mejores que los de muchos restaurantes y con los que puedes hacer una cena mucho más barata. Y eso cuando no son los propios restaurantes los que te están sirviendo esos productos de quinta gama. Para cualquiera de los dos casos me quedo en casa.
Se podría abrir un interesante debate sobre este tema y creo que son los propios hosteleros los que deberían reflexionar sobre ello.
 
 
Trinquete
C/ Trinquete nº 1 bis 31500 Tudela
948 41 31 05 www.trinquete.es



viernes, mayo 11, 2012

Treintaitrés (Tudela, Navarra), por Toni



El restaurante Trentaitrés es sin duda uno de los referentes de la cocina de las verduras de la huerta no solo en Navarra sino probablemente en España por lo que a priori era una parada obligatoria en nuestra visita a Tudela.

La primera impresión no es buena porque está situado en una calle sin salida bastante lúgubre sobre todo por la noche. Menos mal que una vez dentro nos espera un comedor bastante luminoso y acogedor. Mientras esperábamos a que nos trajesen la cara tomamos una caña al bonito precio de 2,78€.

En carta disponen de un menú degustación de verduras que supongo que mantendrán todo el año ya que este fin de semana coincidió con una fiesta de la huerta en Tudela y la mayor parte de restaurantes ofrecían sendos menús degustación en torno a la verdura de la huerta.
Aquí no se han puesto todavía al día e incumplen la Ley al no reflejar los precios con el IVA incluído.
Tanta verdura nos pareció demasiado así que las dejamos para los entrantes y los acompañamientos de los platos principales. Curiosamente no nos ofrecieron ningún aperitivo de la casa como suele ser habitual en restaurantes de este nivel.
El microondas funcionó a toda velocidad porque no hacía medio minuto desde que nos sirvieron el vino cuando llegaron los entrantes. Podían haber disimulado un poco y haberlos traído algo después para que por lo menos hubiéramos disfrutado del primer sorbo del vino.

Uno de ellos fue la corona de alcachofas con foie gras, 16,23€. Excelentes las alcachofas de textura y sabor y mejorable el foie, pasado de plancha. De todas formas el conjunto bastante bien.
Algo menos convincente resultó el falso arroz verde con verduras, 16,32€. Pensábamos que sería el típico trampantojo que imita al arroz hecho con otro ingrediente, pero no, era un arroz caldoso, tal vez demasiado caldoso, hecho con verduras varias. Mal no estaba pero nos pareción algo flojo de sabor. Le faltaba algo y el precio no le ayuda en su apreciación.


Para los platos principales nos decidimos por el pescado. El rodaballo salvaje braseado con asadillo de hortalizas en forma de crema, 24,02€, vino en una buena ración, pero se les fue la mano en el braseado y lo secaron excesivamente con lo que el plato quedó desvirtuado a pesar del buen sabor del asadillo. Tarjeta amarilla.
Y siguiendo con términos futbolísticos, tarjeta amarilla con apercibimiento de expulsión para el rape al aceite de hongos con pisto y yema de hongos, 23,15€, en el que el pisto estaba también bastante bueno pero el rape tenía toda la pinta de haber sido descongelado a toda prisa y mal ya que algunas partes del mismo medallón estaban frías y otras templadas mientras otro medallón estaba bien caliente. Fallo inaceptable.
Como el discurrir de la cena no estaba siendo una maravilla optamos por no aumentar las malas vibraciones y la cuenta y no pedimos postre.


La carta de vinos como en tantos sitios bastante buena en tintos y muy floja en blancos. Precios de media doblando al de tienda. Tomamos un Nekeas Chardonnay Cuvée Allier 2009, 19,58€. Las copas de vinatería de segunda y el servicio del vino manifiestamente mejorable: ausencia de presentación de botella y de ofrecimiento de prueba; corchazo y a servir las dos copas. Al hilo de esto comentar que el personal de servicio parecía sacado de una sidrería de tercera, sobre todo el femenino. Brusco y con poca idea de por donde se deben colocar y recoger los platos y cubiertos.

Tal vez hubiéramos tenido que pedir el menú de la huerta. Muy probablemente la impresión final hubiera sido distinta, pero lo menos que se le puede pedir a un restaurante de este prestigio y fama es que lo que tengan en carta lo hagan bien y esto no ha sido el caso en los pescados. No descalifico al restaurante porque como siempre digo ha sido ha sido una única visita pero lo experimentado fue así y así lo cuento.

Treintaitrés
C/ Capuchinos, 7, 31500 - Tudela (Navarra)
948 827 606  www.restaurante33.com/

jueves, mayo 03, 2012

Restaurante Annua (San Vicente de la Barquera) Por Jorge Díez




Otra crónica pendiente, aunque nos vamos acercando en el tiempo. El pasado diciembre ofreció a primeros de mes un día apacible, muy agradable para viajar. Y aun con poco margen para hacer la reserva quería probar este sitio, que tenía recién estrenada su estrella Michelin (en buena medida animado por el post que publicó Fartones en su blog). Ningún problema: tendría una mesa esperándome.

El oriente de Asturias y Cantabria son zonas que conozco bien, muy transitadas por mí en su momento –ahora, menos- y por tanto es un camino que recorro de manera casi automática, sin reparar en detalles, pero sugiero a quien no lo conozca que lo paladee, que lo disfrute con detenimiento, porque es una región preciosa.

Una vez en San Vicente tienes que atravesar el pueblo hasta casi caerte al mar, y por fin allí está el restaurante, discreto, elegante, tranquilo. El aroma marino me gusta especialmente, así que ya entré de buen humor después de una buena inspiración fuera, mientras lo contemplaba.

Vi su terraza y no me extraña que hablen tan bien de ella. Para una sobremesa o una copa nocturna, si el tiempo acompaña, es estupenda. Pero yo iba concentrado en la comida y la bebida, en probar un menú que sobre el papel era atractivo, así que pasé a la sala; en realidad, a su ala lateral que es casi otra terraza cubierta. Las vistas por tanto son magníficas. A través de su pared de cristal ves la terraza exterior y el mismo mar Cantábrico que respiran los que están fuera. Es mi mar, es mi debilidad, tenéis que perdonarme; otros no pueden gustarme como este.

Esa sala está muy bien montada dentro de su sencillez, de su minimalismo. Pero es algo estudiado, lo interesante será lo que comas y lo que bebas, y si has de distraerte ahí fuera estará el mar y la vista se perderá buscando la costa y sus encantos. Amueblada con mesas grandes, tenía para mí solo mucho espacio para disfrutar, para desplegar lo necesario para un festín, como comprobaría enseguida. Os recomiendo una búsqueda en la red; hay fotos magníficas que dejarán mucho más claro esto que escribo.
Annua ofrece dos menús –denominados Gastronómico y Experience- que se ajustan a la fórmula de degustación, con platos creativos, personales. Escogí el más amplio, como de costumbre. 

Con los tres primeros bocados, que hacen de aperitivos, me sirvieron una copita de cerveza Inedit. Me gusta ese detalle de incluir porciones mínimas como inicio pero con trabajo de cocina, no productos de compromiso, para cubrir el expediente. En este caso fueron piedras de queso pasiego y polvo de trompetas, trampantojo de tomate y foie gras y mini oreo de setas y coliflor, todos muy bien presentados y sabrosos. La cosa empezaba bien.

La carta de vinos es buena, bien pensada, y una vez más se nota que Philippe Cesco defiende el champán con buen criterio desde su tienda de Santander. Es seña de identidad de varios locales de Cantabria. Yo escogí un Diebolt-Vallois de 1999 para este menú, con el que se entendió de maravilla. Muy marcadas las notas “de horno”, de pastelería; tostados suaves, frutos secos. Después aparecía la manzana y derivaba hacia manzana asada con el reposo. Ya sabéis, esos términos tan curiosos que nos gustan a los aficionados. Añado que es de los que tiende a lo vinoso, de los estructurados más que de los frescos. El carbónico estaba algo punzante para mi gusto pero en conjunto fue un gran vino. Os podéis saltar todo lo anterior y quedaros sólo con esto último: gran vino.
Esta casa trabaja mucho con ostras y ofrecía un entrante opcional con este producto pero yo preferí la anchoa, presentada con un cremoso de miel. Producto de primera.
El siguiente entrante era el salmón salvaje Aitor Senna, broma que se compone con el nombre de su creador en cocina y con una afición obvia (que también comparto). Os juro que figura así en la carta, que no me lo estoy inventando. Aquí, paradójicamente, empecé a valorar lo serio de sus propuestas. No se quedaban en la broma del nombre, no era una preparación menor aquel bocadillo “aerodinámico”, afilado –porque era un bocadillo, para consumir sin cubiertos- y de presencia agradable. No me gusta nada comer con las manos, así que la sugerencia en principio despertó en mí recelos. Sin embargo, además de buen producto y buena combinación de sabores con su aliño, el bocadillo estaba bien construido y se podía comer sin que a un patoso como yo le cayese nada. A base de detalles menores como este me daba cuenta de que todo estaba controlado, que no se hacían las cosas al azar.

La vieira a la parrilla con sopa de almendra tierna fue uno de los platos que más me gustó. Sencillo, como deduciréis del enunciado, pero riquísimo. Producto en condiciones y manipulación con buen oficio dan grandes resultados donde en ocasiones no los esperas. Muchas veces menos es más, menos alteraciones y adornos realzan el plato.
Volvemos a encontrarnos con otro plato sin cubiertos, el taco de langostino, que sirven acompañado de tequila reposado Herradura. Y otra vez superamos la prueba. Es lo que parece, un taco, por concepto y presentación, muy rico, que evoca México a través del sabor. Los que me conocéis sabéis que no me suelen gustar las intrusiones de cocinas lejanas en mi mesa pero este bocado funcionaba, me gustaba, me sedujo. La casa seguía ganando mi confianza.

Seguimos con el pulpo a la brasa con alioli de fresa y remolacha. Además de un buen pulpo en su punto de cocción, el alioli así rebajado, suavizado, estaba estupendo. El resultado cromático también me gustó mucho. Imaginaos el tentáculo con sus zonas tostadas sobre el fondo de crema rosácea clara y la remolacha liofilizada, que formaba unas escamas, unas virutas para dar un contrapunto crujiente al plato.
El rodaballo asado con algas y crispy de tinta también estuvo a gran altura. Otra vez buen producto, punto de cocción acertado y poco más. Se repetía el acierto –a mi entender- de despejar de maniobras extrañas la receta; elemento principal bien tratado y acompañamiento coherente diferenciado, nada más. Y nada menos, porque el resultado es muy bueno.

Pasamos a las carnes con un cochinillo con amanita cesárea y mango que era una delicia; carne tierna y cremosa, con un punto crujiente en la piel, bien avenida con las setas y contrastada con la acidez de la fruta.

Y llegamos al final del viaje salado con el lomito de corzo con tierra de trompetas, shimeji y frutas naranjas, en concreto, caqui y otra vez mango. Con otra fuerza, con una consistencia distinta al cochinillo, pero apuestan por parecida combinación, y también este plato convence.

Un primer postre eran las rocas de chocolate aireado con helado de coco. La propuesta era armónica pero flojeó un poquito en intensidad. Al helado de coco le faltaba algo de sabor y el chocolate… ¡era poco chocolate para mí! En serio, como soy un verdadero maníaco del cacao hubiera querido más densidad y más intensidad ahí, pero para alguien más flexible en este tema el postre cumplía bien su papel.

En cambio el segundo no tuvo ningún desfallecimiento sápido. El huerto, que así se llama, consiste en una crema que hace de base y va tapada con tierra de cacao, y sobre ella va una “zanahoria” de chocolate blanco, forrada con zumo de zanahoria y naranja gelatinizado. Al margen del juego visual el postre es sabroso y equilibrado entre la grasa del chocolate y la frescura y acidez del zumo en gelatina.

Como veis es una cocina con ambición de tener marca personal (platos con nombres especiales, fecha de creación en la carta, aunque todos son de 2011 salvo uno de 2010…) y también podríamos atribuirle rasgos de la llamada cocina tecnoemocional, vocablo que me gusta muy poco. Si esto acompañase a platos que no te dejan huella sería un envoltorio vacío, mucho ruido y pocas nueces, pero en este caso sí hay fruto, hay platos que te sorprenden, que te emocionan, que gustan. Hay producto reconocible, bueno y bien tratado. Hay buen servicio y todo lo necesario para disfrutar de una comida. Así que me gusta Annua aunque alguien pueda poner peros a su presentación, a las formas. A quien piense así le sugiero que lo pruebe y se centre en el contenido, porque vale la pena.


martes, abril 24, 2012

Para ser justo. Vivaldi (León). Por Jorge Díez




Sigo con las crónicas que os debo, con mucho retraso pero con motivos para sacarlas a la luz. En este caso concreto le debía una compensación a este restaurante, en mi privada justicia para los sitios que me satisfacen. Hace años comí en el primer Vivaldi, el de la calle Platerías. Buena experiencia aquella, incluso con una perspectiva mucho menos madura por mi parte aunque también con menor nivel de exigencia. Después vendría el MUSAC, ese continente llamativo al que tardé en encontrarle contenido, y la misma familia se hizo cargo del conjunto de restauración previsto para el museo. Entonces esa era contemplada por mucha gente como una pieza menor; la cocina profunda estaba en Platerías. Pero llegó la desgracia para alterarlo todo y murió Carlos Cidón, el patrón de aquella nave. Tristeza y dolor aparte, su gente tuvo que seguir adelante como pudo y las circunstancias llevaron al cierre del viejo local; ahora Vivaldi no tenía más remedio que ser todo cuanto tuviera dentro en la moderna sala del MUSAC. En ese medio tiempo había abierto en León, muy cerca del citado museo, otro restaurante interesante, prometedor, con una fórmula nueva que pronto caló en la clientela. Y la crítica formal y la opinión informal, muchas veces caprichosas, se han olvidado un poco de Vivaldi, se lo han puesto difícil. Sin ningún ánimo de rivalidad (ni es asunto mío ni lo pretendo, porque en el restaurante aludido también he comido muy bien y lo he elogiado públicamente en este mismo foro) comentaré aquí mi experiencia con un menú de concepción muy parecida y precio casi idéntico. Porque no estoy obligado a elegir entre mis vecinos, porque si dos lo hacen bien reconoceré el mérito de ambos, procuraré ser justo.

El actual Vivaldi ofrece una carta corta y un menú cerrado, llamado menú en miniatura. Este último recoge un buen surtido de platos en raciones más pequeñas por 38 euros más IVA y va cambiando cada veinte días, aproximadamente. Y a uno así, al de la temporada correspondiente, me enfrenté yo.

La sala, condicionada por el edificio y su función principal, tiene virtudes, sin embargo. Amplia y muy luminosa, domina el blanco y su decoración es minimalista, totalmente opuesta a la de su casa madre, para quienes la recordéis. La acogida y la atención son muy buenas y con un punto de cordialidad, de cercanía. Eso sí: seguro que ellos hubiesen sacrificado de buena gana algo de esa atención a cambio de alguna mesa más ocupada, que sólo hubo tres aquel día.

Mi menú empezó con un escabeche de ziza-hori con moluscos, con el escabeche en gelatina algo fuerte pero fresco y sabroso el conjunto. El otro aperitivo fue espuma de morcilla, manzana y patata. La espuma tenía sabor potente, contrastado y suavizado por la manzana. Los bastones de patata eran el acompañante menor. Cada paso del menú está concebido así, en dos platos muy seguidos, paralelos, de la misma categoría.
Consideremos ahora los entrantes. Hongos salteados, huevo y suprema de jamón, que eran boletus muy sabrosos con huevo a baja temperatura. Combinación clásica comprobada y efectiva. Y el otro entrante fue pasta roja con berenjena, anchoa y hojaldre caramelizado, también muy bueno. Las raciones, por cierto, son abundantes, contenidas pero mayores que las que se suelen presentar en este tipo de menús.
El apartado de pescado también tuvo dos propuestas. Rape asado con frutos secos y pisto con panceta, donde el rape después de una primera cocción se rebozaba en frutos secos y se remataba. Quedaba algo seco así pero ayudaba mucho el jugoso pisto, muy bueno, y la panceta ponía un buen contraste. Y después vino la cola de cigala con repollo y crema de marisco, con un punto alto de sal en la cigala pero buen plato en conjunto.
Hora de las carnes, también a dúo. Lomo de corzo con salsa de zurracapote y castaña en tempura, que es un plato de otoño con elementos frescos en la salsa y notas dulces de esta y de la castaña frente a la potencia de la carne. Y albóndigas de lechazo churro con sus mollejas, muy, muy ricas.

Yo acompañé la comida con un buen pan de semillas. Había también unas pequeñas chapatas que no llegué a probar.

Y el avituallamiento líquido lo puso un Pardevalles Carroleón 2006 que resultó ser un prieto picudo serio, bien estructurado, integrado y versátil. Bueno, bueno.

Los postres creo que daban un pasito atrás frente a la cocina salada pero cumplieron bien su función y una vez más, en raciones generosas. Aquí hubo trío, para asegurarse de dejar buen sabor de boca.

Un bocadito de pan de leche con quesos, muy fino, acompañado de caramelos de violeta y frutos rojos. Este puso alto el listón y eclipsó un poco a sus compañeros dulces. Una tatin de manzana que fue un poco más floja. Ahí influye mi gusto por este postre y el recuerdo de algunas especialmente notables. Y para rematar, sopa de caramelo ronchito –recomiendo que busquéis su historia; bonito homenaje a León el que hacen en esta receta- con helado de tocinillo. Aquí volvemos a remontar el vuelo. Postre gracioso y fresco, que por momentos recordaba al café con helado. Y con esa nota histórica entrañable. 

En fin, que si recupero aquella sigla glotona que acuñé hace tiempo, la RCCP (relación calidad, cantidad, precio), este sitio no puede salir mejor parado. Y que sin pensar en eso, concentrado sólo en el plato, estuve ante una buena comida, con destellos brillantes, y confortable, sobre todo confortable. Así que no dudaré en volver al nuevo Vivaldi, al Vivaldi, sin más, el legítimo y digno heredero de aquel de Platerías, que ya no es para nada menor. Y no dudaré en recomendarlo a mis amigos porque es un buen sitio. Y también por justicia, por sus méritos, sin pensar en el pasado o en otras alternativas igualmente recomendables. Hay un tiempo y un lugar para todo.


martes, abril 17, 2012

En las entrañas. Ca l’Enric. Por Jorge Díez


Vamos con el último capítulo de mis andanzas por Girona. Lo primero, os invito a jugar con el título. Quise llamar así a esta parte porque reunió varias de las acepciones posibles de ese término: entraña. Tuvo algo de íntimo y esencial; tuvo también algo de oculto. Y tuvo mucho de entrañable. Juguemos pues con las entrañas.

No os voy a hacer esperar; ya os adelanto que aquí se condensa lo mejor del viaje. Pero vamos a verlo poco a poco.

Había dicho anteriormente que la misma ruta que me había acercado a Olot hizo de aperitivo (¿Es o no es un blog gastronómico? Pues metáfora gastronómica) para lo siguiente, para lo que viene aquí. Aquellos paisajes me habían dejado con gana de más montaña, de más interior, así que había que buscarlo.

Tenía mi reserva previa en Ca l’Enric, en La Vall de Bianya, y una expectativa alta respecto a una buena comida allí, pero quería tenerlo todo controlado y me acerqué antes a ver el sitio, a calcular el tiempo que me llevaría el desplazamiento; no podía fallarme nada. Y ya sabemos que el azar aparece justamente para cambiar tanto plan cuadriculado, así que, tras pasar por delante y hacer mis cuentas, seguí la carretera, la contemplación del paisaje de La Garrotxa en dirección a Sant Joan de les Abadesses, como tenía previsto. Lo que no tenía previsto era despistarme con una señal y saltarme los túneles de Capsacosta para acabar subiendo el puerto. Fue una suerte, un pequeño regalo del paisaje que me seguía dando pistas: aquello también era montaña, era en lo que tenía que pensar. La única pega fue que me quitó tiempo para Sant Joan, tuve que verlo demasiado deprisa.

Pero la vuelta fue ágil y los cálculos, correctos, así que llegué a tiempo para la que sería la mejor comida del viaje. Por fuera la casa es discreta aunque en cuanto entras en el patio y ves la terraza ya tienes la impresión de que vas a disfrutar. El contraste entre la luz exterior muy viva y un salón de recepción un tanto oscuro hizo que tardara en fijarme en los detalles. Decoración sumamente cuidada, muebles cómodos, todo lo necesario para un buen servicio de bar allí… Y esa chimenea, la que vería al salir… Bueno, esa la dejo para luego, porque empiezas y terminas el viaje culinario en este salón.

Te reciben con amabilidad, sutilmente dejan que seas tú quien escoja la lengua en la que tendrá lugar la atención, te traen la carta correspondiente en esa misma lengua y mientras empiezas a pensar en lo que quieres te ofrecen un aperitivo. El instinto me decía que debía dejarme llevar, que debía acomodarme al entorno. No soy aficionado al vermut pero allí me pareció buena idea pedir uno, y así fue: un excelente vermut de Falset con verdadera virtud de abrir el apetito, con un amargor contenido, con aromas naturales, no esos punzantes artificios tan frecuentes. Mientras lo disfrutaba me iba dando cuenta de más detalles: el espacio amplio te permitía mantener intimidad aunque hubiese más gente, no sentía mi “soledad” sino que me sentía como en casa. También el sonido, la música ambiental justa para ser un rumor que tapaba el de la conversación ajena, nada que interfiriese, que te dificultase pensar en tus cosas o mantener tu propia conversación si era el caso. Y sobre todo, la temperatura. Con mi extrema sensibilidad para el calor y lo que había fuera me di cuenta de lo bien climatizado que estaba el local pero sin excesos, sin contrastes que pudieras pagar al salir. Todos, absolutamente todos los detalles estaban estudiados.

Elegido un menú degustación, los aperitivos del mismo estaban pensados para eso y fueron servidos en consecuencia, en el mismo salón-bar mientras terminaba mi vermut. Debo reconocer que en ese momento la casa ya me tenía cautivado. Seguro que el lector desapasionado observará cosas que no le gustarán tanto pero yo le preguntaría entonces qué había en aquel ambiente para tener mi complicidad desde los primeros minutos. Bajo ese epígrafe de snacks de bienvenida me sirvieron una galleta salada con fuet, otra con manteca de cerdo, otra de queso, un pesto como acompañamiento y una hamburguesita de butifarra blanca, todo muy sabroso, todo reconocible. El respeto al producto empezaba desde estos pequeños bocados.

Momento de pasar al comedor y de elegir un vino. En ese instante entras en la antigua casa, restaurada con mimo, y en concreto yo lo hice a través de la bodega. Supongo que es un ritual que le ofrecen a cualquiera pero imagino que podrás escoger el vino de forma convencional, con una carta. Del techo cuelga un curioso árbol genealógico hecho con botellas de distintos tamaños y que representan a las diferentes generaciones de la familia que han llevado estos fogones. Insisto en que para entonces ya contaban con mi complicidad, con mi entrega, con que me dejaba llevar, así que pedí que me sugiriesen algo especial para aquel menú, algo singular y capaz de afrontar los distintos platos. Y me ofrecieron el Nun Vinya dels Tauls 2007, un monovarietal de xarel.lo de pequeña y cuidada producción. Presencia con carácter, un color paja oscuro, un vino graso, opulento, que no se achicó con ningún plato. Acidez en  segundo plano pero viva. En cuanto se abrió no dejó de dar satisfacciones a lo largo de la comida. Recomendación muy apropiada.

Ya acomodado empezó el pase. Un yogur con crema de ceps abría muy bien el menú, con un punto ácido y muy fresco y cargado de sabor. Después vino la tapa de bogavante, donde su carne iba acompañada de bolitas de melón sobre una crema del mismo crustáceo y con un caldo aparte para añadir al gusto o tomar solo, por separado. Y en tercer lugar, la lata de mariscada, como homenaje al antiguo vermut tradicional acompañado de conservas. Aquí, unos mejillones y berberechos sobre un fondo de Bloody Mary “escabechado” y espuma de mar obtenida del caldo de cocción. Estos tres primeros entrantes forman un grupo más fresco, más informal, a modo de ensaladas reforzadas. Las presentaciones en todos los casos están muy cuidadas y las explicaciones son las justas: conoces todos los detalles pero no te agobian con enunciados largos ni con datos obvios.

Continuamos con una falsa crema catalana, crema de foie y leche, en frío, con avellanas y flor de Begoña. Después, gazpacho de rovellons, tomate y anchoa. Las setas y dados de tomate iban sujetos por la anchoa a modo de molde y luego, la sopa de setas y tomate, por encima. Se perfumaba además con vinagre de PX Ximénez Spínola, rociado desde un perfumador con bomba con un aire art decó. Seguimos ante presentaciones muy cuidadas, y espero ser lo bastante preciso para que no parezcan recargadas al describirlas, porque no lo eran. Este plato fue otro momento de complicidad con el encargado de la sala, de breve conversación sobre los potingues que se venden tantas veces como vinagre de Módena y la calidad de los que se producen aquí. Casi se puede hacer otro corte en el menú a esta altura. Estos dos platos son entrantes de concepción parecida a los primeros pero más densos, ya sea por consistencia (el foie) o por sabor fuerte (anchoa y vinagre).

Sigue el ritmo creciente de la degustación con la cocotte (de Le Creuset, claro) de miniverduras con Joselito. Varias verduras de temporada al dente, con su punto de cocción respectivo, más lascas de jamón, y bañado todo con caldo del hueso del mismo jamón. Me cuesta imaginar mejor menestra. Detrás, huevo con ou de reig y parmentier. Otra vez te proponen un juego en la mesa pero tiene truco: es una exhibición de la calidad del producto. Te presentan un cesto con las amanitas (ou de reig) como si fueran huevos recién recogidos. Entre tanto, el plato es un exquisito huevo de corral con setas magníficas y una crema fina de patata como he probado pocas. Este par de platos centrados en la verdura y el huevo cerrarían con más fuerza los entrantes propiamente dichos.

Entramos en otra etapa con el mar y montaña de cigala de Llançà y pies de cerdo. Sin palabras me dejó. Sólo se entiende si se prueba, todo lo demás será imaginación escasa. ¿Describirlo? Basta el enunciado y pensar que los ingredientes eran de primera y el respeto en los fogones, máximo. Y sin salir del encantamiento llegó el risotto de pato “5 bellotas” y trompetas de la muerte. Se trata de verdad de patos criados a bellota y todo empezó por accidente, con un criador que tenía cerdos demasiado grasos para hacer longaniza y decidió hacer pruebas con otras carnes. El resultado es una exquisitez hecha guiso. Estos dos platos son en sí otra categoría. Demasiado serios para ser entrantes pero pertenecen a ese tipo de recetas mixtas que a veces no sabemos dónde ubicar, que no nos dejan claro que sean “un pescado o una carne” pero que también lo son. Eso y más.

El carpaccio de rovellons con pies de cerdo era pura tierra, excelente. El único plato ante el que el vino flojeó. Aquello pedía uno de esos tintos de Borgoña terrosos, más que minerales. Otra vez cualquier descripción que intente se va a quedar corta respecto a la calidad y calidez del plato. Y rematamos el desfile salado con más carne, con lo que haría el segundo plato que sí podemos definir como tal, el cordero lechal hecho a baja temperatura, con frambuesas y lana. Cordero con cebolla estofada (no esos confitados que ya aburren al más paciente) y frambuesa, con una vistosa “lana” en el plato, que era un algodón de azúcar neutro con orégano y sal, y que además de adornar sin excesos sabía a campo, acompañaba de maravilla al cordero y a la vez era lo ligero que a estas alturas se necesitaba, que el estómago ya empezaba a preguntarse cuánto más podía salir de aquella cocina. De paso, y aunque fuera sólo sugestión, ese algodón parecía una transición a lo dulce por sí mismo.

Momento para los postres. Cortamos el menú y refrescamos el paladar con las frutas rojas bajo cero, hielo “de fruta” picado con trozos de las mismas. Frescura máxima sin pretensiones pero que es difícil ejecutar sin arruinar el producto, ya que se mantenía con plena consistencia y con los sabores nítidos, no anulados por tan baja temperatura. Parece más fácil de lo que es. Después, la macedonia de riesling, con miel. Un postre conceptual que busca diferentes notas de ese vino en las distintas frutas y en la miel: el dulzor, la acidez, aromas florales… Para completarlo y contrastarlo, acompañaba una copa de J.J. Prüm Auslese Wehlener Sonnenuhr 1994. Y por último, coulant de chocolate con helado de fruta de la pasión. El bizcocho lo acompañan y adornan con un aroma de leña en campana –sólo para la nariz- como homenaje al chocolate cocinado antiguamente por la abuela en la cocina de leña, un juego evocador y entrañable. Tres postres muy bien resueltos y ordenados, de lo más fresco a lo más denso, de lo más informal a lo más hogareño, en otro viaje introspectivo.

Pocas veces echaré tanto en falta fotografías de los platos como en este caso, por aportar ese plus a los lectores, pero pocas veces mi inmersión fue tal en un restaurante, como para olvidarme de cualquier voluntad de cronista.

Y vuelta al mismo salón bar por el que había entrado, donde me sirvieron el aperitivo, pero ahora para tomar el café. Fue entonces cuando reparé en la chimenea en una esquina y pensé en la enorme felicidad que sería abandonarse allí una sobremesa de otoño con una buena copa y sin importar el paso del tiempo. Aquella casa había conseguido hacerme feliz, muy feliz, durante unas horas. Quede aquí otra vez el testimonio de una enorme gratitud y el deseo de la mejor de las suertes. Recuerdo algún retazo más de conversación, mientras el café Nespresso estaba envuelto en el humo de un volcán, el último juego efectista que inundó la mesa con aroma de romero, el homenaje final a la Garrotxa y a su paisaje volcánico. Unas trufas y unas avellanas garrapiñadas serían los dulces bocaditos finales de la visita.

Sé que se ha hecho larga la descripción pero no quería dejar ni una miga de tan excelente menú y de tan grata experiencia en su conjunto. Esta casa, Ca l’Enric, está ya entre las más grandes que yo haya tenido la suerte de probar.

Después, la tarde seguiría en Camprodon, pueblo que sólo conocía por una canción de Serrat y que fue una agradable sorpresa, bonito y con un activo comercio de alimentación pero bastante bien integrado en los locales tradicionales de la villa, a pesar de la presión turística. Algunas de esas tiendas merecen la visita por sí mismas y de allí salí con varios bultos más para el coche, queso o embutido, miel o galletas. También me sorprendió el informal, el improvisado museo que recoge testimonios del paso a Francia al final de la guerra, digno de ver y valorar. Alguna parada menor por interés arquitectónico y un regreso por Ripoll demasiado acelerado, muy tarde; eso me queda pendiente para una próxima vez. Así acabó el mejor día de aquellas vacaciones ya tan lejanas.

Quedan en el tintero muchas cosas. La arquitectura industrial de colonias como la Llaudet  o la Estabanell. El acompañamiento de Ràdio 4 con un variado surtido de pop y rock en catalán (lástima que no dijeran nunca títulos de canciones ni grupos). El Museu del Cinema en Girona, imprescindible para el aficionado. En fin, daría para más pero ya no es mi intención seguir.

El último comentario quiero dedicárselo a Los Calaos de Briones, en la localidad del mismo nombre, donde disfruté de una comida muy correcta y a buen precio tras la escala en La Rioja a la vuelta. No voy a detallarla pero merece ser señalado como sitio interesante si se está por las cercanías.

Por lo demás, disculpad la extensión y el retraso. Espero enmendar el rumbo de ahora en adelante, con las cosas pendientes y con las nuevas sugerencias. Salud.

martes, abril 10, 2012

Tres restaurantes en Niort (Francia), por Toni




Niort es una ciudad situada en el centro-oeste de Francia, aproximadamente a unas dos horas al norte de Burdeos. Turísticamente no tiene mucho interés por sí misma pero como casi toda Francia, el departamento del que es capital de prefectura, Deux-Sèvres, sí que tiene multitud de atractivos turísticos como la zona pantanosa y de canales del Marais-poitevin, pueblos medievales como Parthenay , Thouars o Saint Loup Lamairé , iglesias patrimonio mundial como la de Saint Hilaire en Melle o la abadía real de Celles sur Belle. 


Además queda a poco más de media hora de Poitiers y Futuroscope al este y de La Rochelle y la isla de Ré al oeste.
Y aunque su encanto turístico no sea grande, el casco histórico tiene un paseo agradable y se puede visitar el Donjon y el Pilorí además de la zona de canales del río.

En el apartado gastronómico visitamos tres restaurantes. La primera noche fuimos a Plaisir des Sens que además tuvimos la suerte de que estaba a poco más de 100 metros del hotel. En Francia es de lo más habitual que te ofrezcan varios menús de diferentes precios en los que se escogen platos de la carta a precio más ventajoso que pedir diréctamente de ésta. Es una opción apenas explotada en España, algo que no acabo de entender ya que serviría para dinamizar la oferta y animar a la clientela.





Pido disculpas por la traducción de los platos que seguramente en algunos casos no será correcta. Elegimos el menú L'Inspiration que costaba 33,40€. Como entrantes tomamos un pastel crujiente de manzanas, foie gras y setas del bosque, jugo de manteca de cerdo y pimienta, muy correcto y agradable



 y la "Declinación alrededor del huevo: 3 texturas, 3 sabores" que consistía en una patata asada rellena de huevo, un huevo escalfado con un sabroso caldo de cocido y lo que nos pareció un huevo duro. Materia prima barata con un resultado efectista pero muy agradable.





 Para los principales nos decidimos por la carne. El solomillo de cerdo asado, con champiñones, tatin de puerros y reducción de jugo de pimientos estaba bien de punto con una carne de buen nivel.




 
El otro plato fue "El pato en todos sus estados", que consistió en tres preparaciones de su carne. Una era en forma de magret hojaldrado, otro magret esta vez estofado y un hachis parmentier. Para nuestro gusto el magret estaba algo más pasado de la cuenta pero no tanto como para no apreciar el sabor. Buen nivel general.




 Uno de los postres fue un crujiente de chocolate y mandarina, avellana y sorbete de naraja sanguina que prometía mucho pero sin estar mal no alcanzó las expectativas.
 
Mejor resultó el Plato de degustación en torno al "Grand Marnier" "Cuvee Alexandre" (helado, caliente y frío). El coulant estaba buenísimo, con un sabor intenso y adictivo, rico el milhojas y discreto el helado.




La carta de vinos mejor que la media en Francia en restaurantes de parecidas características pero como casi siempre en Francia el vino estaba caliente. Tomamos un La Chapelle de Calon 2006, 42€, que cuando alcanzó la temperatura adecuada resultó un vino serio y elegante. Las copas de un nivel también superior a lo habitual en Francia y mucho mejor que las que nos encontramos los días siguientes.
El servicio correcto aunque no tuvieron mucho trabajo esa noche. Otra cosa que llama la atención con respecto a España es que en Francia el pan no lo cobran nunca aunque pidas de carta y que siempre te ponen una jarra de agua gratis.
En conjunto fue con diferencia el restaurante que más nos gustó de los tres probados, por nivel de cocina, creatividad y sobre todo relación calidad/precio.


 

La segunda noche fuimos a Le Mélane, que estaba situado a poco más de cuatrocientos metros del anterior y también tomamos el menu Gourmand a 32,60€.
Uno de los entrantes fue "petit gris au paillasson" crujiente con mantequilla espumosa al perejil. Los petit gris son al parecer caracoles y el "paillasson" es una especie de cruce entre un pastel y una croqueta gratinado, hecha con patatas y cebolla y suponemos que los caracoles que aunque no  estamos precisamente acostumbrados a comerlos aquí no nos pareció encontrarlos por ningún lado. Igual "petit gris" tiene alguna otra traducción que desconozco. De todas formas el conjunto era sabroso pero sin alardes.

No podía faltar en un menú francés la terrina de foie gras con chutney de frutas de temporada y pimienta de Sichuan, que estando bien no fue de los mejores que hayamos probado en Francia.






Para los principales esta vez escogimos pescado. El lenguado escalfado a la mantequilla roja, estaba algo pasado pero con su escaso sabor habitual bien realzado por la preparación.


El otro pescado fueron unos medallones de rape asado con tocino estofado, lentejas verdes y crema de ajo dulce estaban algo más pasados de la cuenta aunque con buen sabor. Las lentejas estaban bien aunque no acabamos de ver clara la combinación.


 De postres pedimos la cúpula de chocolate negro con caramelo a la flor de sal que más bien parecía un postre industrial y
  
  "el plato gourmet selección de nuestro pastelero", que consistió en una macedonia de frutas en las que casi todas esran trozos de plátano, un olvidable mousse de chocolate y un rico arroz con leche. En conjunto los postres discretos.


 

La carta de vinos bastante escasa y mala. Tomamos un mediocre por ser suave, Le Vieux Moulin 2010, blanco de Mareuil por 16€. Las copas realmente malas.
El nivel bajó comparado con el Plaisir des Sens y el parecido precio de los menús. En conjunto no es que estuviera mal y menos por el precio del menú pero ni fu ni fa.



La última noche tocó La Tartine, que también quedaba a la vuelta de la esquina del Plaisir des Sens. Esta vez nos apeteció más lo que había en el menú más barato, Menu «L’esprit de La Tartine» a 22,50€, sorprendente bajo precio y que por lo que vimos en las mesas de alrededor fue el más solicitado.
Aquí fue en el único sitio de los tres que nos pusieron un aperitivo de la casa que fue una terrina de ave con unos picatostes.
 Como entrantes tomamos terrina de hígado de ave de corral con rebanadas de pan tostado y condimentos que fue la sorpresa de la noche ya que estaba muy bueno. 

El otro entrante consistió en unos huevos mimosa de granja "Bio" con puerros a la vinagreta y cebollino picado. La verdad es que esperábamos algo más novedoso como los del primer restaurante y al final resultaron unos simples huevos rellenos con los puerros de acompañamiento. Muy simple.



Para los principales resultó que no tenían el plato a base de pato por lo que ambos pedimos el solomillo de ternera francesa en brocheta, patatas fritas Roosevelt con cebolleta, fricasée de champiñones, cebollas y tocino y jugo de cabernet sauvignon. Lo principal que era la carne falló. Estaba en el punto deseado pero su sabor era manifiestamente mejorable. En cambio las patatas que tenían una pinta penosa estaban bastante más buenas de lo que prometían, y el tocino estaba realmente rico. De todas formas el conjunto es muy mejorable.
  Los postres fueron un gaufre de Tata Paulette, semillas de vainilla, helado de vainilla y caramelo de flor de sal de la isla de Ré excesivamente empalagoso y



 la sopa vienesa de chocolate "Valrhona", brioche de mantequilla tostado y tarro de mermelada de membrillo. Una especie de "deconstrucción" del desayuno que resultó un "quiero y no puedo" ya que ni la sopa vienesa ni el brioche eran gran cosa y encima la mermelada también estaba empalagosa.
La carta de vinos mejor que la del día anterior. Tomamos un tinto de Rully, Hermitage 2008, 39€, que resultó parecido a un clarete mediocre y en unas copas penosas. Me extrañó ya que ya tomé algunos Rully de un muy buen nivel.
Vale, era 22,50€ el menú y no se puede pedir mucho por eso, pero fue el restaurante que peor impresión nos dejó de los tres, aunque por lo menos nos hicieron una rebaja del 10% porque resultó que el hotel en el que estábamos alojados y el restaurante eran colaboradores. Buen detalle que yo por lo menos no he visto nunca en España.
Plaisirs des Sens
1 Avenue des Martyrs de la Résistance - 79000 Niort, Francia
www.restaurant-plaisirs-des-sens.com
Le Mélane
1, place du Temple - 79000 Niort, Francia
www.lemelane.com
La Tartine
2 Bis, Rue de la Boule D Or  79000 Niort, Francia
www.restaurant-niort.com