sábado, abril 25, 2009

Casa Ramón, (Oviedo)


Conforme los días se van alargando y la primavera empieza a lucir sus primeras galas, se me despierta la sed de sidra, aunque luego la sacie menos veces de las que uno querría. No le han salido a uno amigos sidreros , y en contraposición al vino, del que, por resumir, podemos decir que es más introspectivo, la sidra es extrovertida, franca, festiva , y le va bien la compañía. Quizás por eso, por resultar la sidra muchas veces una excusa, no le prestamos la debida atención, aunque al final lo regular siempre nos guste más que lo malo. Quizás también sean diferentes las de Oviedo de, por ejemplo, las de Gijón, por decir de las que conozco. He visitado buena parte de las de Oviedo y, sin necesidad de decir que son malas, pocas veces he salido diciéndome que tengo que volver a una. La más auténtica quizás sea la desportillada Gervasio, que en las dos veces que la he visitado me pareció que cuidaban la sidra, que sus fritos de pixín son memorables, y que su lacón, su lechuga, sus patatas o sus tortillas son cosas bastante apetitosas. Pero donde suelo caer es por Casa Ramón, aunque sea por razones un poco particulares. Ramón es un hostelero de los de antes, de los que dormían en el piso de arriba , porque lo que es vivir vive desde hace 30 años en el chigre. En principio Casa Ramón solo eran 35 mts2 repartidos en una diminuta cocina y una estrecha barra que daba a Daoíz y Velarde. Ramón abría a las 5.30 de la mañana para atender el hambre de los que trabajaban en el Fontán cuando este no era un puesto de imitaciones de ropa y colonias, permanentes ofertas de calcetines , bragas faja color carne y sostenes rosas al viento. El Fontán era entonces , sobre todo, un mercado , un bullicio donde al abrigo de los soportales se mezclaban los reclamos de las verduleras y fruteras, junto con las paisanos que traían berzas y fabas de las huertas urbanas, y huevos y manteca, y panaderos con sus boroñas, sus hogazas de pan y bollinos de chorizo para entretenerse , los repartidores de los mayoristas, mientras los gatos merodeaban los despojos del pescado antes de darse a la caza mayor. El Fontán de entonces también olía a manises y cacahuetes tostados. Ramón se ganó fama por sus pinchos contundentes de tortilla, de carne guisada, de chipirones fritos , y el caldo con el que calentar los huesos en las frías y húmedas madrugadas ovetenses… a los que seguían el menú del día, y las sidras de la tarde, y las de la noche , y alguna cena. Terminó comprando la casa y poniendo un bonito comedor en la primera planta. Es raro, sin embargo, que yo suba , a pesar de que sin duda es más cómodo y tranquilo, y probablemente se coma mejor. A mi me gusta sentarme en la plaza, aunque haya la mitad de camareros necesarios para dar un buen servicio, en parte debido a que se mezclan los que pasan la tarde con una botella de sidra con los que van a hacer gasto. Suelo ir o los domingos al mediodía, a sentarme después de trasegar algunos libros en el Rastro, o los viernes por la tarde noche, caminando tranquilamente del Oviedo de hoy al Oviedo de siempre. Si uno va a cenar, conviene sentarse en las mesas que dan a la pared, debajo de los soportales. Recibir el fin de semana con una fresca botellina de sidra. En este caso es una sidra de esas corrientes (Fran). Me gusta, mientras el día se apaga, pedir algún entrante, al que no le pediré mucho, sortear los peligros que tiene una carta con demasiados platos y encargar algún pescadín. A Ramón , además de ser cazador y ganadero (cría parte de los pitus y terneras de las que sirve en su restaurante) , siempre le gustó y tuvo buen ojo para el pescado, buenos amigos en El Fontán que no dejaban de serlo al venderle, y nunca le importó demasiado que hubiera que pagar por el mejor género, normalmente lubinas , besugos, virreyes, salmonetes,….Luego solo cabe cruzar los dedos y , mientras uno espera, ver anochecer en nuestra mesa, escuchar los ecos de voces felices de empezar a derrochar la noche , dejar que la sidra vaya espalmando el ánimo entumecido durante la semana, escuchar el requiebro de las campanas de la catedral, susurrar confidencias a una buena compañía, fijarse en la plaza, en esas casas que , difuminadas en la noche, podrían ser de cualquier otro tiempo, …y sentir que hay veces que bastan pocas cosas para hacernos felices .


Casa Ramón

Plaza Daoíz Y Velarde 1
985 201 415
Oviedo

sábado, abril 18, 2009

Tres restaurantes en Zafra (Badajoz), por Toni


Zafra es una bonita y monumental ciudad extremeña estratégicamente situada para conocer el sur de Extremadura. Si a esto le añadimos una buena oferta hotelera y a priori unos interesantes restaurantes, se convierte en un sitio perfecto para pasar unos días.

Hablando de buena situcíón, la del restaurante El Acebuche es inmejorable ya que está a tiro de piedra del Parador y del hotel Huerta Honda en el que nos alojamos.

Una vez en el restaurante vimos que tenía dos características que casi hacen que entremos en estado de shock. Me parece que voy a proponer a la Real Academia Española
una nueva acepción para la palabra milagro: "Restaurante español en el que los precios en carta incluyen el IVA y en el que está prohibido fumar".
Pues sí. Aunque el lector no se lo crea, le juro que así era. La primera vez que vemos tal cosa.

Como se puede ver en las fotos de su web, más que un restaurante parece uno de esos gastrobares tan de moda actualmente aunque la carta anuncia una cocina de más enjundia.

Como entrada tomamos un rissoto de boletus y foie a la plancha, 14€, emplatado para dos en una buena cantidad. Un arroz bien ligado, con unos boletus sorprendentemente sabrosos e intensos y un aceptable foie. Bastante bien.

Seguimos con un cochinillo confitado con criadillas de tierra y manzana caramelizada. 17€. Muy bien el punto del cochinillo al que le iba muy bien el toque ligeramente dulce de las ricas criadillas, setas de primavera típicas de Extremadura, y la manzana.

El otro plato fue una pluma de cerdo ibérico con puré de tomillo y aceite de curry rojo. 14€. La pluma afortunadamente no estaba carbonizada como suelen poner estas partes del cerdo ibérico en otros sitios. Bien de sabor y combinando bien con el punto picante del aceite.

Como postres tomamos una sencilla pero muy rica leche frita con chupito de chocolate amargo, 7€, y un tiramisú "Acebuche", 6€, muy logrado y goloso.

La carta de vinos algo corta. Tomamos un magnífico Enrique Mendoza Shiraz 2004. 21€. Lo peor fueron las copas de cristal grueso, extraño para un restaurante de estilo moderno.
El servicio por cubierto, 2,60€ c/u, caro.

Salimos contentos. Una cocina resultona de buen producto y tratamiento y toques novedosos en una plaza como Zafra que supongo no será fácil para este tipo de cocina.


Al día siguiente acudimos al restaurante Barbacana del hotel
Huerta Honda. En este caso todo lo contrario que en el anterior restaurante. No sólo los precios no incluyen el IVA sino que siendo el restaurante de un hotel permitía fumar en su totalidad incumpliendo claramente la ley de medidas sanitarias contra el tabaquismo.


Además tuvieron un mal detalle. Habiendo reservado 3 días antes, al llegar no tenían la mesa para dos reservada sino que separaron una de cuatro que era la única que vimos libre y allí nos pusieron en plan restaurante francés a pocos centímetros de la mesa de al lado. Inaceptable en un restaurante con supuestas pretensiones.

Los entrantes llegaron pronto. Sencillos pero sabrosos los pimientos del piquillo a la plancha con papada de ibérico, 9,06€, en el que los trozos de papada eran bastante escasos.


De inspiración francesa, las patatas confitadas con foie y trufas, puré y teja de plátanos, 9,99€, estaban buenas, aunque también muy escaso el foie y no digamos las trufas de evidentemente no la mejor calidad.


Siguiendo con influencias galas el carré de cordero asado en costra de tempura, yuca y lechezuelas fritas, 22,99€, además de ser escaso en cantidad, estaba algo pasado y seco y además no creo que le ayudara la costra. Plato fallido.

Buena pinta tenían las manitas de cerdo deshuesadas con presa ibérica y puré de garbanzos, 20,99€, pero nos parecieron demasiado grasientas y pesadas con un anodino puré de garbanzos. Mediocre.

No iba muy bien la noche, y como las cantidades no eran para llenar pedimos postres y vinos dulces para acompañarlos. Simpático aunque simple el rissoto de chocolate con helado de naranja, 6,49€ y bien la torrija de pan brioche caramelizado. 6,49€.

Con los vinos dulces ocurrió otro inaceptable fallo de servicio. Pedimos un Ví de Gel Riesling, 3,21€ y un Molino Real, 4,28€. Me extrañó mucho que tuvieran el Molino Real a sólo 4€, pero la explicación llegó cuando vinieron con los vinos ya servidos, algo que no se puede hacer así, y cuando pruebo el supuesto Molino Real me doy cuenta que me habían servido el MR, que está muy rico pero que evidentemente no es su hermano mayor. Cuando estaba dispuesto a protestar me paró mi mujer ya que no tenía ganas de líos, pero quede constancia aquí.

Paara beber tomamos un discreto vino del Alentejo: Gloria Reynolds 2002. 40,66€. Carísimo para lo que ofreció. Carta de vinos igual de discreta.
Por lo menos en la cuenta no venía ningún concepto por cubierto ó servicio.


Demasiados fallos de servicio, incumplimiento de leyes, mediocre comida, hace que recomiende evitar este restaurante y sobre todo habiendo otras recomendables opciones en Zafra.


La última noche estuvimos en el restaurante La Rebotica muy cerca de la Plaza Chica que ilustra la foto de cabecera del post.
Situado en una casona de piedra el comedor es pequeño pero con encanto. Viendo la carta se nota que es un restaurante de producto de la magnífica despensa extremeña sobre todo en carnes. Aquí desgraciadamente tampoco cumplen con la ley y no incluyen el IVA en los precios.


Menos mal que no pedimos más que una entrada porque la ración de croquetas de venado con boletus, 11,24€, es realmente contundente. Muy buenas croquetas generosamente rellenas y muy sabrosas. Notable.

Estando en una zona en el que el cerdo ibérico es el rey nos decidimos por este. Bueno el solomillo ibérico con higos y salsa de brandy, 14,98€, en una cantidad generosa y bien de punto.

Otro plato que no podíamos dejar de pedir fue el surtido de carnes ibéricas con mantequilla a las finas hierbas. 13,91€. Sorprendente el guiño francés con una muy rica mantequilla acompañando a diferentes cortes de presa, secreto y pluma, además de una tartaleta de patatas con bacon. Para no quedar con hambre precisamente.

Aun tuvimos fuerzas para los postres. Rico y refrescante el sorbete de mandarina, 3,85€ y magnífica la sopa de chocolate blanco sobre caramelo, sorbete de mango y granizado de vino tinto, 4,71. Fue el postre de la semana. Un inesperado detalle moderno al que no sobraba nada de lo enunciado para crear una estupenda composición.

La carta de vinos estaba muy bien, con muchas referencias extremeñas y con el habitual defecto de la parquedad en vinos blancos. Bebimos un Elías Mora Crianza 2004. 25,68€, potente pero que acompañó muy bien a las carnes. Las copas manifiéstamente mejorables.
En concepto de cubierto cobraron 1,07€c/u.

Restaurante de visita imprescindible si se quiere probar las magníficas carnes de la zona bien preparadas y en raciones contundentes. Totalmente recomendable.


El Acebuche
C/ Santa Marina, 3, 06300 Zafra (Badajoz)
924 553 405
Barbacana
C/ López Asme, 30, 06300 Zafra (Badajoz)
924 554 100
http://www.hotelhuertahonda.com/comer.html


La Rebotica
C/ Botica, 12, 06300 Zafra (Badajoz)
924 554 289

martes, abril 14, 2009

Locum (Toledo), por Toni



Locum es un restaurante situado al lado de la catedral de Toledo en una casa del siglo XVII con un precioso patio de tres alturas que es donde se situan los comedores.

Después de una acogida más cordial de lo normal en otros restaurantes y una vez en la mesa observamos en la carta el habitual incumplimiento de la ley al tener los precios sin el IVA.

Poco después de pedir el vino nos trajeron un aperitivo de la casa consistente en un sabroso salmorejo con virutas de jamón, muy rico y refrescante para la calurosa noche toledana a pesar de estar todavía en abril.

De entrada sólo pedimos unas sardinas con guacamole, yema agridulce y tomate confitado con PX. 12,84€. Las sardinas venían templadas y el conjunto era muy armonioso con la grasa de las sardinas y el guacamole suavizada por la yema agridulce y el añadido dulce del tomate. Muy buena composición.

Como imaginábamos que los siguientes días en Extremadura iban a ser abundantes en carnes y embutidos, nos decidimos por pescado. La lubina con shitake y cremoso de patata. 25,68€. Si algo hay que criticar es la parquedad de las raciones del pescado. A veces las comparaciones aunque odiosas son necesarias y hay restaurantes de nivel similar que por un precio algo superior ponen el doble de cantidad que aquí. La lubina correcta simplemente y el acompañamiento discreto. Caro, caro.

Algo mejor estuvo el atún rojo marinado con soja, tomate cherry relleno de pesto y tomate frito con albahaca. 23,54€. Nos sorprendió que tuvieran atún rojo tan pronto. Este estaba algo más pasado de la cuenta aunque tampoco excesivamente y bien acompañado de ambos tipos de tomate aunque tal vez algo redundante el pesto y la albahaca.

Como postres tomamos una tarta de arroz con leche, galletas y helado de nocilla. 6,42€. Muy rica la tarta de arroz con leche aunque esperaba más del helado de nocilla. Nos gustó más el pastel de mazapán con helado de queso y maracuya, 6,42€, de potente sabor el pastel y muy resultón el helado.

El vino fue un Ossian 2007. 32,10€. La carta de vinos como en tantos sitios, bien en tintos y escasa en blancos y cavas.

El servicio atento, eficiente y además simpático.

No estuvo mal la cena en conjunto pero me da la impresión de que si hubiésemos pedido carne el resultado hubiera sido mejor, aunque esto es sólo una conjetura, claro. De todas formas el nivel general fue bueno y además la situación es muy buena en pleno escenario medieval toledano. Sin duda, una opción válida.

Nota general: 6,25

Emoción: 6,75

Locum

C/ Locum, 6 Toledo

925 223 235

http://www.locum.es/

toni

viernes, abril 10, 2009

Llagar de Colloto (Oviedo)


El Llagar de Colloto es un macrocomplejo hostelero que se abrió hace unos pocos años como un ejemplo más de esa cultura de la toneladona tan frecuente por estas tierras nuestras, con una enormidad de inversión,de comedores para banquetes , privados , sidrería, parrilla y asador, terraza,y escaso sentido común, de lo que resultaba un caos ingobernable que se reflejaba en que lo que venía a la mesa llegaba, cuando llegaba, a veces bien y otras mediocre o frío o malo. Conscientes de ello sus propietarios se decidieron hace unos meses a contar con Jose Antonio Campoviejo , que desde ha trabajado con la intención de racionalizar los espacios, el trabajo y en dar un poco de lustre a la cocina.

Me pasé por la sidrería, que es el espacio que tienen habilitado como comedor de diario , con la intención de tomar el menú del día, después de que me lo referenciasen en varias ocasiones como una buena opción para los 20 euros que cuesta. Pero el apetito es caprichoso y una vez allí se me apeteció darme al chuletón y , ya de paso , probar alguna cosita más:

Empezamos con la “Anchoa don Bocarte, salsa de pimentos asados y Beyos”, que resultó una anchoa fantástica , enorme y carnosa, con unos complementos que cumplían agradablemente su función de contraste (suavidad del queso, el picante amable de los pimientos, la textura crujiente de la patata). Seguimos con unas “Croquetas de ibérico”, donde los tacos de paletilla eran de calidad y más que la muestra, la bechamel caliente y prestosa y el rebozado más que correcto . Continuamos con el “ Arroz negro de sepia con costra de ali-oli”, al que sería absurdo pedir la conjunción o la profundidad de un arroz tradicional, pero que , jugoso y equilibrado, se tomaba con gusto.

Seguimos con un “Lomo de salmonete, vinagreta de verduras y su caldo intenso”. Aunque el caldo no era tan intenso como presagiaba el título, poco importaba, porque el bicho era espectacular, de buen tamaño y ese sabor atomatado, fresco e intenso del mejor salmonete de roca, al que la ligera vinagreta le sentaba como anillo al dedo.

Y pasamos a la carne , que es ese corte de Vaca no muy vieja pero de buena, abundante e infiltrada grasa que suele tener Jose Antonio por el Corral, y que , Caprichos aparte, es de lo mejor que se puede conseguir en Asturias. Punto perfecto de carne, con sus tres colores bien diferenciados, y yo disfrutando como un niño un poco bestia. Rematamos la faena con un más que agradable Brownie de pistachos y sorbete de mandarina.

La carta de vinos es de corte tradicional , abundante en referencias nacionales, aunque tampoco excesivamente extensa, con algún picoteo en vinos extranjeros. Tirando a cara, o así me lo parece cuando los vinos empiezan a estar por encima del 50% del precio en tienda . Tomamos un Salia de Finca Sandoval, impetuoso, alcohólico, tánico y también frutal. Trabajan el Pan de Cea , que para uno es de lo mejor que encuentra en pan , (aunque en mi caso , ese día, a pesar del tostado, estaba un poco duro), junto con un pequeño pan de maíz. Café excelente (un buen arábica de Segafredo) , y servicio ese día , a menos de media entrada, amable y eficaz.

Resumiendo, me pareció un sitio que apuesta por elaboraciones clásicas sostenidas por una irreprochable calidad en el producto y en los detalles, con el elemento diferenciador de algunos apuntes de la creatividad de la cocina de Campoviejo. Una buena noticia en el vetusto panorama hostelero ovetense. Habrá que volver para confirmar una más que favorable primera impresión.

*Pd. Actualmente Campoviejo se ha desvinculado de este proyecto

Nota General:7
Emoción: 7,25

El Llagar de Colloto
Tlfno.: 985 792 200

sábado, abril 04, 2009

Santander: sinfonía en El Serbal con preludio en La Bodega Cigaleña. Jorge Díez



Habíamos empezado una semana con muchas convocatorias. Ya hablamos de las jornadas del oricio en L’alezna y de la cata de tintos gallegos en La maleta del loco pero adelantamos entonces que había más.

Así que aquí estamos rumbo a Santander. Hace un día estupendo para este encuentro con Albertobilbao, amigo y habitual de estas tertulias, en un punto intermedio y con atractivos para apasionados por el vino. Él se ha encargado de todo, reservas y peticiones, porque La Cigaleña esconde verdaderos tesoros y en El Serbal permiten un descorche asequible, lo que nos sirve para buscar algo especial para la ocasión. Por lo que nos ha adelantado, en la primera nos espera un borgoña de gran entidad, añada antigua y a buen precio. Parece que ha tenido conversaciones interesantes con el responsable de ese auténtico templo enológico y la cita promete. Alberto llevará además un tinto y un dulce para la comida y El Diletante se encarga de llevar un blanco: Sílex 2005.

Casi acabaremos por considerar a esta botella una responsable más del desarrollo del encuentro porque por su culpa los planes cambiaron favorablemente sobre la marcha, propiciando una de esas ocasiones con magia, con sorpresas gratas que recordaremos durante mucho tiempo.

Nos encontramos al mediodía en la Bodega Cigaleña, recién abierta, y conocemos a Andrés Conde, que oficia como maestro de ceremonias en el local. A partir de entonces comienza el azar a hacer su tarea, ya que el fino criterio de Andrés le lleva a cambiar, con elegancia, sin prepotencia alguna, el borgoña sugerido por un Sílex viejo, “dado que tenemos uno joven (el que nos conserva en frío mientras tanto), para que veamos cómo son de viejos y comparemos”. Muy bien, nos gusta la sugerencia. Y nos trae la venerable botella del Sílex 1993. Nos sirve la primera copa tal cual y decanta el resto para observar la evolución. Apenas nos lo presenta y lo prueba cuando debe dejarnos para atender una cata que tiene comprometida con varias personas. ¿Qué tenían en esa sala arriba? Nada menos que varios Egon Müller, algo para perder el sentido, seguramente, y para dejarse mucho dinero. Pero en ese momento no nos puede la envidia porque estamos dedicando toda la atención a los muchos estímulos que nos ofrece nuestro francés. Hay información suficiente sobre Didier Dagueneau y sobre sus vinos, así que no voy a citar yo nada aquí. Ni me extenderé demasiado con los detalles, mejor que mis compañeros comenten luego su parecer. ¿Y yo? Cerca del éxtasis. Qué finura, qué elegancia y qué carácter a la vez. Aquel amarillo con tendencia a ambarino, aquella lágrima sedosa y sutil, aromas múltiples que van saltando de la miel a la fruta blanca, de los orejones al fondo terroso, húmedo pero fresco; ese trallazo mineral en boca que te exige atención y te impone respeto, ese paladar aterciopelado… Le dedicamos hora y media y no veíamos la manera de estirarlo porque no se rendía, se crecía, no se venía abajo en ningún momento ni dejaba de sorprendernos con nuevos matices. Andrés tuvo la delicadeza de abandonar la cata un momento para bajar a preguntarnos nuestra opinión y a cambiar impresiones. Y después, al despedirnos, sutilmente nos sugiere que “esos vinos deben beberse al menos con quince años”. Está claro el camino que siguió nuestro 2005, el de vuelta al coche para que reposara pensando en toda la bodega que le espera, si Dile tiene suficiente paciencia.
Salimos encantados, convencidos de que el viaje ya ha valido la pena sólo por esto y resueltos a que la Bodega Cigaleña pase a un lugar preferente en nuestra agenda; repetiremos a la menor oportunidad para seguir hurgando en los tesoros de sus añadas nobles y para seguir aprendiendo de la contagiosa pasión de Andrés Conde.

Como un bucle caprichoso, había gente de El Serbal en la cata privada que teníamos antes al lado y a la entrada del restaurante nos sorprendemos. ¿Este no es…? Pues sí; allí está despidiéndose de sus colegas Josep “Pitu” Roca que también había asistido a lo de los Egon Müller mientras nosotros disfrutábamos del Sílex. Queda claro que acabamos de visitar un santuario enológico.

Así que dejamos atrás la Cigaleña y entramos en El Serbal, en una sala de gran elegancia y cuidada en todos sus detalles. Mis compañeros lo visitan por primera vez pero yo había estado hacía unos años y puedo asegurar que sala y servicio, que ya entonces eran buenos, han mejorado mucho. Me encuentro un restaurante crecido, asentado, con todo lo necesario para disfrutar y bastante que aportar a la hostelería cántabra.

La carta de platos no es muy amplia y está orientada hacia el menú degustación como mejor opción, porque recoge una buena muestra de sus preparaciones a un precio muy ajustado: 52 euros sin IVA. Lo pedimos y entramos en su carta de vinos, ya que se nos ha “caído” nuestro bebé Sílex de lo que llevábamos para la comida. Bastantes cosas interesantes de una amplia geografía del vino y con precios igualmente muy ajustados. Este detalle nos gusta. Para entonces, y a causa del servicio de descorche, ya estamos estableciendo cierta complicidad con el responsable de la sala, también de nombre Andrés (siento no saber su apellido en este caso). Resulta ser –y creo que no sólo por profesión- otro apasionado por los vinos y esto nos dará satisfacciones durante y después de la comida. Para los entrantes escogemos un Pierre Gimonnet Fleuron 2000 fresco, dúctil, que se adaptó bien a lo que comimos.

Nos ofrecieron un triple aperitivo de cortesía formado por una brandada de bacalao, una crema de boletus y un tercero que espero recuerde alguno de mis acompañantes porque a mí se me ha olvidado. Recuerdo que su presentación era en gelatina pero ¿de qué? Agradables para abrir boca.

Carros, muchos carros grandes: carro de panes, carro de cafés, carro de quesos. Menos mal que hay mucho espacio entre las mesas.

El de panes te muestra un buen surtido que te explican y te cortan al momento. Los acompañan con una selección de aceites en pequeños recipientes numerados y una ficha donde se describe cada uno. Otro paseo por diferentes olivares de España, con varias intensidades y composiciones.

Empezamos con unos calçots salteados en wok con calamares y piñones a la soja, agradables, ligeros y con buenos contrastes aunque el calamar no fuera de la calidad excepcional que suele encontrarse en Santander. Que no quiere decir que fuera malo, cuidado.

Después nos sirvieron el huevo poché con migas, parmesano y ravioli de morcilla de patata. Uno de los platos que más elogiamos. A mí particularmente me gustan mucho estas presentaciones puestas al día de platos tradicionales; son un ejemplo estupendo de lo que quieren llamar “nueva cocina” cuando la reivindicamos simplemente como “buena cocina”.

El arroz negro con cachón, langostino en tempura y suave ali-oli falló en la integración del arroz, en el punto preciso, pero la idea era buena, la combinación y el acompañamiento resultaban agradables. Lástima de ese puntito de menos.

El menú original proponía bacalao skrei, pero como nos ofrecieron cambiar cualquier plato y nos apetecía más el mero que sugerían fuera de carta, tuvimos mero con verduras a la plancha. Fue un acierto el cambio, creo, porque el género era de gran calidad, el punto correcto y la guarnición, sencilla para no desvirtuar lo que era bueno y había sido bien tratado.

El último plato salado fue el conejo de monte a la royal, con mejor intención que resultado. Quizá esperábamos más de un producto tan poco frecuente por las cartas, así que, aunque correcto, no nos dio todo lo que le pedíamos. Esas expectativas a veces… Venía presentado a modo de rollo relleno con foie y panceta y acompañado de una confitura y puré de patata violeta. Buena presencia pero algo falto de intensidad.

Para este tramo del menú abrimos el borgoña que traía Alberto: Domaine Bizot Vosne-Romanée “Les Réas” 2001. ¿Deslucido por el recuerdo del Sílex? Quizá le pareció eso al Diletante, ya nos lo dirá. Si Albertobilbao pensó algo así lo disimuló bien. Y yo, desde luego, no lo pensé: puse el clasificador diferente y disfruté de otro vino enorme, complejo, con su elegancia pero diríamos que elegancia de aldea, porque también tenía un marcado lado rústico, de terruño. Veías un vino que se presentaba a la ocasión solemne pero no podía ni quería ocultar su origen de tierra y trabajo duro. Si el Sílex era el ejemplo perfecto de lo “mineral” en un vino, este lo era de lo “terroso”. Muy cubierto, más intenso que los borgoñas típicos, con un velo característico y sutil. Aromas de fruta roja y negra, maduros. Recuerdos de bosque, húmedos, intrigantes. Y una boca plena, densa, persistente. Con él tuvimos casi una primera sobremesa, que fue mejor gracias a los comentarios interesantes de Andrés –este otro- sobre el mundo del vino desde varios puntos de vista.

El primer postre fue la tarta de turrón con nueces de macadamia y helado de cuajada, otra vez la base de lo tradicional y guiños a lo propio pero con una presentación moderna, si es que esto al cabo significa algo, o algo bueno. Lo importante, como siempre, que fue un buen postre, bien combinado y rico.

Y también estuvo bien el segundo, sopa de leche de coco con anís estrellado, bizcocho de pipas y helado de limón con sal de vainilla. Solo el enunciado ya nos habla de intenciones más complejas. Y sin embargo guardo mejor recuerdo del primero, aunque no soy imparcial porque me pierde el turrón, así que mejor esperamos los comentarios de los otros comensales.

Como la perfección no existe, quizá no puede existir, incluso no sé si debe, algo tenía que ponernos a prueba, que intentar estropearnos el día, a ver si doblábamos. Lo intentó con todas sus ganas (más bien con su desgana) el Sauternes en el que confiábamos para los postres, Château Coutet Premier Cru Classé 1998. Aguado, fofo, irrelevante. No le salía la lágrima en su intento de sacárnoslas a nosotros. Qué mal trago para nuestro sufrido sumiller, al que invitamos a probar lo que traíamos, para ser discreto a la hora de decir lo que le sugería “aquello”. Con la confianza ya ganada lo comparó con unas copas de cortesía de otro dulce con mucha menos fama y precio y… Bueno, no seguimos. Lo siento, lo has intentado, majete, pero el día está siendo extraordinario y te vamos a ignorar con desprecio; ahí te quedas en la botella y que te aprovechen para algo en cocina si es posible.

El ritual tan conocido del café, con sus variedades explicadas, molienda en el acto y demás desde el amplio carro, dio paso a la sobremesa de verdad. Últimos en salir, visitamos la bodega y estiramos la charla sobre los vinos. Qué más podíamos pedir al anfitrión. Sólo agradecerle su paciencia y su trato exquisito. Salimos muy satisfechos.

Paseo, comentarios, emociones, recuerdos, planes. Esto hay que repetirlo. Recitamos como un mantra una y otra vez: Sílex 93, Sílex 93. Habrá quien se ría de estos diletantes; allá él.

Está claro que tenemos que volver, que darle más vueltas. Que la Cigaleña merece más y que mi valoración de El Serbal ha subido.

En fin, la semana ha sido movidita pero espléndida.

Salud.