viernes, junio 25, 2010

Juan y la fábrica de chocolate Por Jorge Díez



La fábrica de chocolate sobre la que voy a escribir no se parece a las que sugiere el título, no salió de la imaginación de Roald Dahl, no la visitaron las cámaras de Mel Stuart ni inspiró a Tim Burton. Sin embargo tiene una curiosa historia entre sus paredes, no desmerece en la comparación. Alimentará nuestra imaginación, espero, y podrá dar pie a ficciones pero dejaremos que la realidad, su realidad, supere a lo demás.

Juan existe y deseo que siga gozando de una salud aceptable. No conozco personalmente a Juan pero sí a un ahijado suyo con el que comparto barra de bar, vinos y afición por el motor en varias facetas. Y así un día, entre arreglar los males de la Fórmula 1, hablar de modelos de coche que ya no se fabrican o argumentarme por qué prefiere el vino corriente, a lo que siempre le respondo con condescendencia, me habló preocupado de Juan, su padrino. El buen señor, a sus más de ochenta años y después de una vida no exenta de emociones, todavía se tuvo que enfrentar a una bien fuerte: el interior de su vivienda, que tenía el dormitorio en la segunda planta, se desplomó con Juan dentro, en su cama. Como parecería que sólo en la ficción podía pasar, no obstante, no sufrió daños personales, únicamente un susto inmenso y la pérdida de todas sus cosas, aunque no de los recuerdos. Ahora Juan, a quien se presumía dueño de una pequeña fortuna, está en un asilo y lleva la ropa que su único amigo le prestó sobre la marcha. Su ahijado, a quien llamaremos simplemente C. para preservar su anonimato, se preocupa pero no sabe qué hacer; conoce el peculiar carácter de su padrino y no entiende bien cómo ha podido acabar así. De ese dinero ¿qué ha sido? ¿Realmente había tanto?

Y así fue como C. me habló de Juan y de la fábrica de chocolate, no mucho, poco más de una hora aquella noche, pero a mí me llamó la atención la historia. En realidad de la fábrica ya me había hablado antes pero no percibí su magia hasta ese momento. La familia de C. es originaria de Lugo y una vez que le dije que iba a pasar un día allí me comentó lo de la antigua fábrica, cerrada hacía años, y aproveché para localizarla. El rótulo que me describió C. ya no estaba pero el edificio sí, sobrio, discreto, humilde y sin ningún signo externo de que en su interior estuviese la maquinaria dormida con la que en otro tiempo se fabricaron ricos chocolates. Muchos ya conocéis mi gusto por los derivados del cacao así que no os sorprenderá que me interesase y que fuese a visitar esa estructura inerte. Claro que sólo pude imaginarla, no había modo de visitar su interior.

Por fuera nadie diría que allí estaba la fábrica. Una vivienda simple, de pocas alturas, estrecha y pintada de blanco. Ninguna indicación, todo cerrado, la puerta gruesa de cuarterones y silencio. Sin embargo, cada día Juan bajaba dos pisos por la escalera empinada y salía a hacer su ronda por los bares del centro de Lugo, su ruta habitual. Pocas veces más se abría la puerta que para estas salidas y entradas y esas pocas serían las veces que la luz entraba en el zaguán. Y allí, intuyo que cubierto de polvo, estaba el antiguo obrador, todos los elementos que durante años dieron vida a placeres de cacao. Porque la fábrica fue durante varios años el modo de vida de su familia y uno más en la casa, ya que era todo uno, obrador y vivienda, habitaciones y artesanía.

¿Y qué vida tuvo esa fábrica? Según C. los mantuvo y les dejó cierto dinero para vivir bien durante años. Por tanto su chocolate se vendía, así que debía de gustar. Aunque la fábrica esconde secretos, los que le dan el halo mágico. La fábrica también fue la cárcel del joven Juan, al que su padre dejaba encerrado (sic) para que no saliese con una chica que no era de su agrado, pero Juan se escapaba por una ventana para verla. Finalmente aquellos amores acabaron en nada. Si esto fuera literatura me diríais que me excedo, que es increible y forzado. Pero es la realidad, que supera lo que yo pueda inventarme sobre el asunto, por eso tiene encanto. Quizá también por eso la fábrica, que sabía el daño que le había hecho a Juan, quiso compensarle y le protegió en su último esfuerzo, en su propio derrumbe, para que pudiera perdonarle aquellos encierros y no la olvidara.

La fábrica al fin y al cabo era una vieja superviviente. Le daba la espalda al mismísimo ayuntamiento de Lugo pero yo quiero creer que no lo hacía por orgullo sino como pistoleros veteranos, de aquellos cuyo tiempo ha pasado, que se ven rodeados de enemigos más jóvenes con otro código de honor en su cabeza y que intentan resistir espalda contra espalda para cubrir todos los frentes. “Tú vigila la plaza y yo cubro la retaguardia”, parecen decirse. Y si esa era su intención, protegerse, que no los cogieran vivos, la fábrica está a punto de terminar su papel, herida de muerte. Quizá sea como en un guión de western, tan propensos a la exageración, y estén atados sus cuerpos para que sigan cubriéndose incluso heridos o muertos, quién sabe, pero si es así ahora le toca al ayuntamiento proteger a su amiga. (Y esto puede que trascienda la metáfora y la broma cuando haya que plantearse el futuro del edificio.)

Así, en la actualidad, el ayuntamiento sigue mirando a la plaza y a las calles pequeñas que salen de ella, donde están los bares que frecuentaba Juan. Pero Juan ya no bajará a los bares, seguramente, y no se sabe con qué podría pagar. (¿Se quedaría el dinero enterrado en la fábrica, como una olla de oro al final de un arco iris?) Y la fábrica, que fue casa, trabajo y cárcel de Juan, que le salvó la vida en el último momento, sólo conserva un cascarón que espera su suerte con miedo.

A lo mejor se me ha ido un poco la mano para contaros esta anécdota pero yo creo que tiene su magia, que algo así es propio de una escondida y misteriosa fábrica de chocolate, capaz de seguir produciendo ilusión y misterio una vez paradas sus máquinas. Seguro que de otros talleres no salen estas historias; saldrán otras o nada pero no salen materiales como para un cuento. (A falta del escritor que no soy, claro, es sólo una sugerencia.)

En fin, sólo me queda desear que Juan recobre lo más posible de su antigua vida, que la siga disfrutando. Cuando vea a C. le preguntaré por él y por lo que queda del edificio, de su fábrica de chocolate. Ojalá pueda volver a Lugo y ver una salida digna para ella. Por desgracia sólo puedo imaginar: no llegué a visitarla y ahora sus entrañas no son más que un montón de escombro.

Es posible que alguien que lea esto conozca algo de la historia, ate cabos y sepa más que yo del asunto. Normal, yo sólo sé lo que me contaron. Y así pueden acabar mezclándose varias narraciones, con más o menos de realidad, como se mezclaban distintos tipos de cacao en esa fábrica. Al menos así lo imagino. ¿Veis cómo el chocolate estimula la imaginación?

miércoles, junio 16, 2010

Cata a ciegas


Hace unos días que celebramos la 2ª edición del Napia D’Or. Uno de los integrantes del grupo de cata de Gijón tiene a bien currarse un remedo desenfadado del famoso certamen, y enfrentarnos así con nuestros prejuicios y sentido del ridículo en una cata ciega, que en mi caso pudo transcurrir algo tal que así:

“. Joer, cala los dientes de lo frío que está. Quizás sea por eso que no huelo nada. ¿eso qué es? ¿un ahumado , un toque dulce, algo de cítrico …?. Diría eso que llamamos toque herbáceo . Como tantos . Pueden ser mil vinos , y la mayoría de ellos no los he probado .Parece fresco, será del norte de los Pirineos, aunque de este no me fío, que seguro que va a pillar. A lo mejor es sudafricano. No tiene mucha chicha, así que será jovencito. El vino no está mal, aunque no vale mucho. Pondremos 2007. Eso de ahí parece un poco de limón. Será un Loira, aunque no se me parece en nada a una chenin. Me quedo con el toque ahumado y pongo una Sauvignon Blanc de Sancerre,… ¿productor, pues uno de los pocos que conozco, Vacheron,……
¿qué fue?, un Nekeas Chardonnay 2008 . 0 points.
2º vino. Bueno , este parece más complejo. Me da un no se qué de mis queridos alemanes, aunque no hay mineral ni hidrocarburos ni leches en vinagre. En boca está un poco fofo . Vamos a poner la melosa gewürthtraminer de la pastelosa Alsacia. ¿productor? , pues solo me acuerdo de un par de ellos. Vamos a poner el que distribuyen para Asturias, por poner algo.¿año?, pues vamos a probar con el 2007 ...
¿qué fue? , un Pazo Señorans Selección Añada 2004. 0 points.
3 er vino. Este blanco tiene barrica. Diría que equilibrada, así que vuelvo a optar por el norte de los Pirineos.Noisette. Parece una chardonnay de Borgoña de libro, aunque seguro que es otra cosa. Quizás sea aquella chardonnay que hacía Gelabert. Mejor me dedico a lo que conozco. ¿año?,frío y flojo, 2006. Productor , uno menor que lo haga más o menos bien, aunque este vino sea bastante flojo: paul Pillot ….
¿qué fue?: un Mersault "Les Genevrieres" 2006 de Jobard. 4 points

…..y así siguió el resto de la cata , con otro par de roscos y una diana que me hicieron quedar en una más que digna segunda posición, aunque fácilmente hubiera podido ser la última, igualmente digna, por otra parte.

Y como siempre en una cata a ciegas, se pone uno a relativizar: etiquetas, memoria, placer, ….Se da uno cuenta de que muchas veces uno encuentra lo que busca, que solo se busca lo que se conoce y que solo lo que se conoce se puede recordar. Y que el oficio de catador es algo serio, aunque nosotros nos lo tomemos como una divertida afición. Y que si para ser una afición, no sé si me estaré poniéndo demasiado tiquismiquis ni dejándome demasiada pasta, estando la cosa como está.

martes, junio 08, 2010

El Restaurante Cocinandos (León) y el chocolate en Astorga. Por Jorge Díez




Llevaba algún tiempo con ganas de volver a este restaurante y también con las dudas de qué habría cambiado desde que les dieron la estrella. Además quería volver a León sin que apretase mucho el calor, así que era el momento: fin de semana largo a la vista, día de excursión.

Planificar es (muchas veces) una forma de perder el tiempo.

Primero, la elección; ¿coche o autobús? Que voy a tener tiempo, que quiero ir a algún sitio más… Pero este viaje ya lo tengo muy visto, la vuelta se puede hacer pesada… Hasta última hora sin decidir. Y luego los horarios. San Isidoro es visita obligada, claro, pero hay que aprovechar más. Entonces la pescadilla se muerde la cola. Si llevo el coche tengo más tiempo, puedo volver más tarde. Pero también madrugaré menos, que me conozco. Si lo llevo no tengo por qué quedarme en León. Ya, Jorge, pero entonces no te da tiempo a ver nada allí, y además ten en cuenta un margen para asimilar el vino después de comer. (Por favor, que alguien le dé al narrador una margarita, una moneda para echarlo a cara o cruz, un dado, algo para que resuelva de una vez.)

¿Cómo decidir al final? Como siempre, que hable la noche anterior. Madrugar menos, ajustar el horario, coche y por el Huerna.

Dejamos aquí, por ahora, lo de planificar como ejercicio estéril, pero volveremos sobre ello.

Aperitivo (metáfora) en San Isidoro.

Mucho más calor del que digiero bien (pasa de los treinta grados todo el tiempo) y con el tiempo justo, pero al menos no la lío al entrar en la ciudad y aparco en la zona más apropiada. Eso sí: apremiado por el móvil. Para mí la planificación será poco interesante pero para el restaurante es otra cosa. Me llaman sobre las 12 para confirmar la mesa. Me creo que la hostelería sufra a muchos maleducados que ni aparezcan ni anulen las reservas pero esta tendencia al marcaje al cliente vía móvil me resulta incómoda (Me pasó en su día lo mismo con DiverXO) sobre todo cuando estoy fuera de casa y quiero aprovechar el viaje.

Al haber atinado con el aparcamiento me da tiempo a visitar San Isidoro antes de comer. No me gustan las visitas guiadas pero no puedo elegir. No obstante ese tesoro arquitectónico y sobre todo pictórico vale la pena sea como sea.

Y enseguida a la calle, que ni las guías se prodigan mucho con las explicaciones ni a mí me sobra tiempo. Enfilo Padre Isla y sin parar hasta que empieza a asomarse la ciudad nueva, esa parte de León articulada en torno a edificios administrativos y al poco nutritivo MUSAC (más continente que contenido) Allí, en un emplazamiento nada vistoso está la entrada discreta a Concinandos. Llego el primero a la sala pero es cuestión de tiempo: acabará llena.

Aperitivo (realidad) y menú.

Este local es de los que han apostado por el menú único que cambia cada semana. No hay carta, no hay opciones, sólo la obligada reserva ante posibles alergias. Por eso, entre otras cosas, me preguntan si ya he estado alguna vez. Sí, conozco la fórmula y no tengo objeciones.

Me dejan el menú, la carta de vinos y un aperitivo de aceituna rellena. La presumida botella roja de la Ty Nant galesa luce en el mantel pero mi paladar todavía no trabaja con tanta sofisticación en materia de aguas; no puedo contaros qué virtudes atesora o qué rasgos diferenciales la definen. Sí puedo justificar un poco más el Gramona Imperial. Un cava me parece buena idea para hacer frente al calor, el menú contenido, la necesidad de salir entero de allí y la oportunidad de pagar por la bebida algo en consonancia con la comida, que todo ello lo valoré.

Aperitivo, dos entrantes, pescado, carne y postre por 36 euros, si además te dejan satisfecho, tienen que reunir buenos argumentos para el debate sobre los precios de la hostelería. Y ahí siguen, sin apenas subidas, sin que la estrella neumática haya alterado demasiado su marcha.

La cuajada de bacalao con dado de pimiento, o al revés, que te comes primero el dado, es sabrosa y ligera a la vez. Me siento un poco niño travieso cuando la cucharilla rasca los últimos restos del bacalao en el vasito.

La sopa de rape con ravioli también de rape y esponja de gamba no me convenció tanto. Buena presencia y combinación sugerente pero el caldo no tenía suficiente pegada para mis gustos de tierra costera. Pero que nadie se asuste: fue la única sombra en todo el menú.

El huevo escalfado con espuma de perrechicos, perrechicos salteados, patata confitada y rúcula hacía un entrante de gran contundencia, buen ejemplo del producto de temporada, combinación clásica y ejecución moderna. Muy satisfactorio.

Después vino un salmonete sobre guiso de espárragos verdes y blancos, acompañado de espárragos blanco y triguero y de espuma de mahonesa. También hizo un plato bien combinado, sabroso pero con suficiente frescura para convivir con aquella temperatura exterior.

Y para finalizar el desfile salado, cochinillo a baja temperatura sobre cerezas especiadas, acompañado por puré de patata con pimienta de sechuán y ensalada. Muy agradecido el cerdito y especialmente sabrosas las cerezas (otro guiño explícito a la temporada). Y otra vez combinación muy acertada, aunque sea menos clásica.

Cuando uno come solo presta más atención a los detalles circundantes y yo llevaba un rato pensando en el carro de quesos que tenía al lado. Si no hay queso en el menú y no hay carta ¿para qué está ahí? ¿Se puede pedir como extra? Enseguida llegó la respuesta. La Junta de Castilla y León patrocinaba los quesos de la tierra y ofrecía en varios restaurantes una degustación además de regalar un librito explicativo. Ignoro las condiciones y los costes, la parte oscura que puede haber detrás de esta intervención, pero el resultado me parece acertado para el comensal, como tal en ese momento y como potencial comprador de queso en otra ocasión.

Postre (real) en sentido amplio.

En primer lugar ese prepostre de quesos. Pequeñas porciones de queso fresco de Burgos, queso tierno de cabra de León, queso curado de Zamora, otro más intenso de las Arribes (Salamanca, aunque sé que puedo provocar un debate), otra vez cabra de León pero fuerte y con corteza enmohecida, uno de leche cruda zamorano y azul de Valdeón para terminar. Membrillo y pan de pasas para acompañar y el libro con las explicaciones si uno quiere buscarlas.

Después, sushi de arroz con leche y chocolate. Empezamos jugando y acabamos jugando, aunque sea con las cosas de comer. Un rollito de chocolate que contiene el arroz con leche, un helado de jengibre y un decorado japonés: jardín de “arena” y palitos que ni osé tocar por si acaso, que uno es muy patoso.

No sé si influyó ese remate dulce pero pedí un té de Ceylán de su carta de infusiones. Satisfecho, muy satisfecho estaba yo en ese momento. Y mi cartera no se resintió para pagarme esa satisfacción, lo que lo hace todavía más grato.

Otra vez Padre Isla en sentido contrario, del presente al pasado. Y como yo no puedo pasar sin mi cuota de café entro a tomar uno en El Hullero. Si alguien lo conoce empezará a preguntarme por su encanto, por qué me llevó a parar allí. Pues simplemente mi interés por el ferrocarril y su huella en las ciudades. Así que a modo de rito me paré en ese sitio que hereda su nombre del viejo ferrocarril hullero y que fue cantina de la FEVE en su momento. De acuerdo, hoy día no es lo mismo pero…

Y llego al corazón monumental de la ciudad, entro a la catedral que me acoge con frescor y con el festival de luz de sus vidrieras, con la tranquilidad del interior si sabes esquivar los oropeles. Viajo a una raíz de la escultura con la Virgen Blanca auténtica, mientras fuera acribillan a fotografías a su réplica.

Otra vez fuera hay que esquivar el calor y hay que pasar revista a las viejas referencias. Ahí sigue Exclusivas Cervantes con todas sus miniaturas. Sí, también soy aficionado a esas cosas. Prescindo de los soldaditos pero los trenes y sobre todo los coches a escala me pegan a ese escaparate cada vez que paso por allí. Además, van quedando pocas tiendas de ese estilo. Y también sigue el Gran Café, lugar donde quedaron retazos emocionales de mi pasado, así que es otra parada obligatoria.

Postre (metáfora o no) en Astorga.

Momento de salir para Astorga con el propósito de comprar dulces y de visitar el Museo del Chocolate, que es una asignatura pendiente impropia de mí. ¿Recordáis el principio, aquella idea de la planificación como algo inútil? Pues a saber qué santo se celebraba pero el Museo estaba cerrado precisamente ese día como algo excepcional, ese y no otro, que no tendrá días el año. Total, que sigo sin conocerlo.

Y fuera de ese capricho tengo Astorga por vista. No me gusta el palacio episcopal de Gaudí o Gaudisney, que tal parece; y no estaba por la labor de cocerme entre un caldo de peregrinos que se lanzaban al asalto de la catedral como la marabunta. Me limité a una parada mínima para tomar algo frío y empecé a acopiar golosinas como si no hubiera más ocasiones. Chocolates diversos de Alonso, que te salían al paso en cada esquina, mantecadas en la Mallorquina y la Flor y Nata, merles en esta última, que son su especialidad, más chocolate en la Mallorquina porque tenía un aspecto tentador… En fin, ya os podéis imaginar. Y seguro que me quedé con lo más conocido pero alguien me descubrirá esas otras elaboraciones verdaderamente valiosas aunque lejos del foco de la publicidad. Da igual, Astorga está ahí mismo.

Epílogo (innecesariamente largo)

Tan convencido venía de que Astorga está ahí al lado que quise rizar el rizo. Porque para volver tenía el aliciente de bajar Pajares, que me gusta, pero siempre te encuentras algún obstáculo, alguna “chicane móvil”. También podía parar en Busdongo, en el Maragato, y merendar disfrutando de la ausencia de platos. O en el Villa María a tomar un café con una de esas rosquillas… Pero lo no necesario precisamente es lo que nos gusta, lo que hacemos porque nos da la gana, ¿no? Así que, ya que no era necesario, vamos hasta Ponferrada, de ahí a Villablino y por Somiedo hacia Asturias. Con la variante de Vega de los Viejos, un pueblo tan bonito y pequeño que no parece real. Ese recorrido por zona minera es a su modo un tratado de Sociología y de Historia Económica si uno quiere pararse a leerlo; es un paisaje que nos cuenta muchas cosas sin que nadie nos diga una palabra. Y ya en Asturias, poco después de Pola de Somiedo, mejor por el Puerto de San Lorenzo hacia Teverga, que no lo conocía. Precioso paisaje. En fin, que me regalé unos cuantos kilómetros de más y ellos me recompensaron con muchas cosas que ver.

Y a todas estas sigo sin conocer ese Museo del Chocolate. Cerrado precisamente ese día. Que tie’ narices la gente.


Calle Campanillas, 1 León
Telefono: 987 071 378
www.cocinandos.com

viernes, junio 04, 2010

La hostelería y su actitud ante el tabaco en sus establecimientos, por Toni

Como todo el mundo sabe por ser una de las noticias de la semana, ha sido presentada la proposición de reforma de la Ley 28/2005 de 26 de diciembre, conocida popularmente como "Ley Anti-tabaco".

No voy a discutir los efectos perniciosos del uso del tabaco sobre la salud. Es un debate zanjado por la ciencia. Es obvio el derecho a cuidar la salud propia como cada uno quiera. Nadie pretende obligar a otro a hacer gimnasia ni a dejar de fumar. La nueva ley pretende garantizar que quien quiera fumar pueda hacerlo, pero sin obligar a otros a respirar el humo con el que llenan los locales cerrados los pulmones de los trabajadores de hostelería y de clientes no fumadores.

En España el no fumador está sometido por una minoría privilegiada que son los fumadores y no puede acudir a espacios cerrados sin inhalar humo del tabaco. Los fumadores imponen el humo de sus cigarrillos a todo el sector de la restauración: clientes y trabajadores, ignorando el derecho a la igualdad o a la no discriminación «por cualquier otra condición o circunstancia personal o social» reconocido en el artículo 14 de la Constitución (independientemente de otros artículos que hablan del derecho a la salud).

Tal vez lo más llamativo de todo esto sea la postura de las asociaciones de hostelería con sus apocalípticas previsiones de grandes pérdidas y cierres masivos, algo que está más que comprobado que no ha ocurrido en el gran número de países europeos y americanos en los que hace tiempo que está prohibido fumar en espacios públicos cerrados. Recordemos que en el año 2005 ya hacían las mismas previsiones antes de la entrada en vigor de la actual Ley 28/2005 y que el tiempo demostró que no sólo no fue así sino que en los años 2006 y 2007 aumentó el empleo y la facturación en la hostelería y algo muy notable en los establecimientos de comida rápida y cadenas de cafeterías en los que en su mayor parte está prohibido fumar. Además con la modificación de la ley todos los hosteleros estarán en igualdad de condiciones para competir porque ya no se podrá fumar en ningún bar ó restaurante, no como ahora.

Otro argumento muy utilizado por la hostelería es el de las obras que se vieron "obligados" a hacer para separar las zonas en los establecimientos de más de 100m2. Falso. La ley actual no obliga a nadie a hacer obras de ningún tipo:

Artículo 8. Habilitación de zonas para fumar.

1. Se prohíbe fumar, aunque se permite habilitar zonas para fumar, en los siguientes espacios ó lugares: ...

Además, todos sabemos el reducidísimo número de establecimientos que hicieron las pertinentes obras en tiempo y forma legal, a no ser que algunos hosteleros piensen que poner un biombo sea ya separar las zonas conforme a la ley.

También dicen que ellos no pueden ejercer de policías en sus locales y llamar la atención a alguien que esté fumando, estrambótico argumento ya que por el mismo razonamiento entonces tampoco podrían llamar la atención a alguien que se metiera una raya de cocaína en la barra ó se pusiera a orinar en medio del bar, ambas cosas que de ser hechas supondrían con toda seguridad la salida a palos del bar de quien lo hiciese.

Los espacios cerrados (bares y restaurantes) son espacios de uso público, no espacios públicos de uso privado. Si alguien propone que una mayoría no fumadora (el 70% de la población) deje de acudir a esos locales para que una minoría (el 30%) pueda seguir fumando tranquilamente, en ese mismo orden de cosas supongo que se debería permitir circular por las carreteras a la velocidad que cada uno quiera, que para eso venden coches que corren a 250 por hora, y el que no quiera ser embestido que no use la carretera, que según esa argumentación será también bien público de uso privado (¿o puestos a prohibir, además del tabaco prohibimos todos los coches en vez de poner normas de circulación?).

La razón del hostelero para dejar fumar no puede ser económica. Reitero que los bares, restaurantes, discotecas etc, son propiedades privadas de "acceso público". Esto quiere decir que el hostelero no puede prever de antemano quién va a entrar en su local y quién no. Dado que es así, una vez allí dentro, es el Estado quien tiene que establecer unas reglas mínimas de conducta para que los conflictos entre los usuarios queden dirimidos de antemano. Es lógico que te prohíban fumar en locales cerrados porque puedes molestar a desconocidos ya que los usuarios no han sido discriminados a su entrada. Repito, un local de hosteleria, discotecas o similares son negocios privados, pero de acceso público y regulados por leyes y ordenanzas, tales como aforo, ruidos, humos, olores, prevención de incendios, horarios, acceso a menores, venta a menores, acceso a minusvalidos, sanitarios ..., y de consumo en su interior. Si un gobierno decide limitar el consumo de productos perniciosos como el tabaco (sobradamente probado) a un limite CERO en espacios públicos cerrados, todo ello recomendado por la OMS y la Unión Europea, pues se acata y punto. Todos los negocios públicos y privados estan regulados de alguna forma en cuanto a seguridad, salud, bienestar de los trabajadores, molestias a los demás, etc. ¿Por que la hosteleria quiere hacer lo que le venga en gana en beneficio propio y en detrimento del interés general?.

Si el empresario de hostelería tuviese el derecho para decidir si se aplican ó no normativas de salud pública en su establecimiento, ¿por qué no van a tener el mismo derecho el resto de empresarios?. ¿Y por qué hablar sólo de empresarios?. ¿Quién le va a negar el mismo derecho a las administraciones públicas?. Porque si la Constitución dice que todos somos iguales ante la ley, eso quiere decir TODOS. En estos momentos la ley no equipara a los empresarios de hostelería con el resto de empresarios: una parte puede hacer lo que quiera sobre prohibir fumar mientras que el resto, igual que los empresarios de otros sectores, están obligados a prohibirlo. Y si en aras de la igualdad se decidiese permitir fumar en todos los centros de trabajo del país, entonces también habría que hacer lo equivalente con las actuales obligaciones de seguridad de las instalaciones, con las de higiene, incluso con las de condiciones laborales, porque si un empresario en su negocio privado decide que las personas que quieran trabajar en su empresa han de aceptar jornadas de 12 horas, ¿por qué se lo va a prohibir nadie si su negocio es "propiedad privada"?. Así retrocederíamos unos cuantos siglos en derechos y bienestar social, pero los fumadores podrían seguir disfrutando de su cigarrito jodiendo la salud de los de su alrededor sin que nadie les chistase.

A partir del 1 de Enero de 2011, esperemos, si un hostelero quiere que en su local se siga fumando, entonces deberá quitar el cartel de abierto al público transformando el local en un club privado de fumadores y ejerciendo un estricto derecho de admisión a sus socios conforme a la ley 28/2005 actualmente en vigor que lo permite en su Disposicón Adicional Novena y que probáblemente seguirá en vigor con la nueva ley.

Es una cuestión de salud pública. Símplemente.

Toni