domingo, abril 24, 2011

Un lugar tranquilo y un grupo bullicioso: xuntanza bloguera en Amada Carlota (La Cotariella, Cabranes) Por Jorge Díez

Circula entre nuestra tertulia, entre los más allegados, los que ya ponemos cara a los apodos y nos vemos de vez en cuando, una virtual cuchara a modo de testigo. Quien la tiene asume la responsabilidad de organizar una pitanza donde nos juntemos todos los posibles para comer y pasarlo bien, da igual en qué orden.

Pues estaba dicha cuchara en las manos de un tragaldabas que navega por las redes bajo bandera asturiana y con el nombre de Fartones, y dada su querencia a lo rural –que a mí me pone muy nervioso- y su gusto por la zona decide emboscarse en el concejo de Cabranes y esperarnos allí para sorprendernos. El pícaro no nos había dicho dónde íbamos a comer (hombre, alguna filtración hubo, pero sus planes eran esos) y ni con el vermut soltaba prenda.

Más implicados. Ese friki del vino conocido como Sibaritastur propuso que aprovecháramos la salida, quedar antes y dar una vuelta por la zona. Poco quórum tuvo, solo yo. Se nota que el aumento de responsabilidades familiares es inversamente proporcional al del aprovechamiento del ocio, qué se le va a hacer.

Total, que dejamos a los F1 clasificados, tomé mi dosis de cafeína, hicimos una parada en el ilustrado Café de Vicente, en Villaviciosa, y le ofrecí a mi compadre un curso acelerado de inmersión cabraniega: esto es Viñón, ahí la Escuela Museo, aquí la iglesia de San Julián –muy interesante como arquitectura su interior-, por ahí se sube a Peña Cabrera, la capital será Santolaya pero el pueblo guapo es Torazu, y con saber quién era María Xosefa Canellada ya sabes más de Cabranes que la inmensa mayoría. Ale, para Santolaya antes de que estos acaben con todo el vermut.

Va juntándose la banda (Manu y señora, Guaje con su santa, los Pululantes, que se arriesgaban a soportar a tanto rarito) y arrancamos. Cómo son hoy las cosas; parece que sin una autovía no se va a ningún sitio. Que si no sé si salir a la general, que el camino es malo… ¿Pero no está asfaltado? ¡Pues monte arriba, hombre, que sólo son curvas!

Con la dosis de “engaño”, con la sorpresa, llegamos a La Cotariella, al Hotel Rural Amada Carlota, que es donde los organizadores han encargado la comida. Los urbanitas aficionados se dispersan para contemplar el paisaje, lo que le da tiempo a Lolo para llegar con su pareja y ya estamos todos. Mientras, el urbanita profesional que suscribe, y que sabe que en el campo te acechan mil peligros, se hace fuerte en el extremo de la mesa que da al ventanal, y así ya tengo el paisaje bien controlado sin perder tiempo (ni bocado).


A Sibarita y a mí nos toca hacer de expertos y escoger vino.

- ¿Cómo lo ves? ¿Arrancamos con Menade o con Maior de Mendoza?

- O los abrimos a la vez y que cada cual escoja.

- Y luego con los tintos ¿también dos opciones?

- Pues sí. Puede estar bien el Juan Gil…

- Yo me tomaba el Ónix Fusió pero mejor escogemos por el lado derecho de la carta, que si no estos nos capan ¿Corral de Campanas, además del Juan Gil?

- Es lo que hay…

Futomaki sushi sobre la mesa y antes de que a mí me dé tiempo a quejarme de la moda de los orientales ya estamos hablando de si lo de la central nuclear lo notarán en su facturación. Cómo somos.

El tartar de fresas y tomate con su vinagreta entra muy bien, que fuera hace calor. Muy apropiado para esta época.

- Así que nadie más conocía la zona. Cabranes por suerte se mantiene bastante “virgen”.

- Na, que no conocen Asturies. Qué sabrán…

- Bueno, aquí el colega ya se empapó bien de los alicientes de por aquí…

- Ya, lo llevaste a Viñón porque le sonó a viña grande y pensó que habría vino, ja, ja, ja.

- Oye, esto está muy bueno, lo mejor… (Ese es el Guaje que celebra la crep de calabacín con crema y aceite de perejil. No, si el chavalote quiere bocados grandes, que lo sé yo.)

El lomo de merluza al horno con espárrago en caldo corto empieza a dar problemas de organización. (“Espera, que faltan platos”. “Es que enfría”. “Bueno, ¿ya estamos todos? ¿empezamos?”) Tanto formalismo no es aconsejable en estas citas, hombre, que aquí venimos a disfrutar, no a un curso de protocolo. Así que con el taco de solomillo en su jugo con dulce de cebolla y morcilla de Burgos ya tenían la lección aprendida y no esperó nadie.

- Oye, a M. este vino le está afectando, mira a ver qué habéis pedido.

- Pero bueno, mira la etiqueta. Si es un sexy wine, qué esperas.

- ¿Dónde dice eso? ¡No jodas!

- Tú dale la vuelta, mira en la contraetiqueta a ver si es verdad o no.

(…)

- Es fuerte, ¿eh?. Seguro que esto pega.

- Qué va a ser fuerte pa un paisanu sidreru como tú, ho. ¿No ves que tamos del sulfito de la sidra y podemos con todo?

- Eso ya nun ye sulfito, ye sulfitón

Como se van llenando las panzas nos preguntan si todos tomaremos postre. Brownie con sorbete de limón para cerrar la comida.

Mientras, Lolo sirve el último vino y da la alarma: “¿Qué es esto blanco?”. “¿Qué dices, dónde ves blanco?”. “Pero mira este vino, tío. A ver, los expertos, ¿qué nos estáis metiendo aquí?” Pues sí, el Corral de Campanas derivó a un blancuzco que hasta dejaba el sedimento en la copa. Sibarita pensó que el frío que le aplicamos –estaba algo caliente al abrirlo- pudo producir alguna quiebra. A mí el color, el polvo tan marcado, me despertó suspicacias. Indirectamente estamos tratando de averiguar algo más. La cosa es que, aparte de aquel aspecto tan poco atractivo, nariz y boca se mantenían como antes de la “mutación”. En fin…


Cafés, conversaciones a las que el vino empuja hacia lo serio (mira que os tengo dicho que de eso, nada)… Claro que predominó lo menos serio. Que si hoy gana el Madrid, que eso ni de coña, que los Marea son muy malos, que copian a Robe Iniesta…

- Tío, tiene letras muy buenas

- Ya, si compite entre letristas paralímpicos

Chorrada va, chorrada viene nos da la hora de irnos, aunque a los organizadores costó trabajo despegarlos de allí y dejar que los de la casa pudieran seguir con su trabajo, que había cenas previstas y tocaba recoger y volver a montar sin mucho descanso.

Un último café en la terraza de la Hostería de Torazo, con aquellas vistas relajantes.

- Qué, ¿qué tal?, ¿quedasteis bien?, ¿os gustó?

- Sí, muy agradable. Lo que importa es pasarlo bien. De vez en cuando una así para desconectar…

- Claro, ye lo que pensé: “hay que sacalos de Uviéu y de Xixón”

- Oye ¿y la siguiente?

No vamos a dar pistas, pero la cuchara virtual parece que apunta a occidente sin que lo sepa el más interesado todavía.

Ya veis que no necesitamos mucho para disfrutar de una buena tarde.


viernes, abril 15, 2011

Excursión de Umm… qué rico a los viñedos de Volvoreta y a la quesería Vicente Pastor. Por Jorge Díez




Para situar a quien no nos siga habitualmente diremos quiénes son los actores protagonistas. Umm… qué rico es una pequeña tienda gastronómica, un lujo del que disfrutamos en Oviedo, cuya especialidad es el queso pero que incluye más productos selectos (vinos, especias, pasta, conservas, galletas, aceites, pan…). Hablamos con frecuencia por aquí de ese establecimiento, de sus productos y de sus actividades complementarias, como catas, presentaciones o por ejemplo esta excursión. Volvoreta es la marca más conocida de los vinos que elabora la familia Alfonso en su bodega de la D.O. Toro, Viña Zangarrón. Y Vicente Pastor es una quesería familiar que produce quesos de oveja acogidos a la D.O. Queso zamorano. Tras una presentación y cata de dichos vinos y quesos en esta tienda surgió la idea de una posible excursión para visitar a ambos productores, ya que tienen sus casas muy cerca. Y en pocos días aquello cuajó en un grupo de veintiséis personas, más o menos allegadas al establecimiento y con ganas de conocer de cerca estas cosas.

Mañana de sábado que se ha metido en llovizna, en orbayu. Un café imprescindible antes de empezar, con mis amigos más directos, a los que he embarcado en esto. Nos desperdigamos los distintos grupitos por el autocar y nos ponemos en marcha.

La organizadora, Marisún, la propietaria de Umm… qué rico, contó con la ayuda de un buen amigo, Juan Luis Suárez Granda, profesor de Literatura (ya jubilado) y autor de libros sobre gastronomía como resultado de su afición. No sé si su carácter o una pequeña deformación profesional le llevaron a hacerse cargo de amenizar de algún modo el viaje. (Imagino que alguna excursión escolar le habrá tocado en su día y…) Así, en cierto momento me propuso preparar una mutua entrevista sobre esos asuntos que nos interesan, sobre la cocina asturiana, nuestros cocineros preferidos, las estrellas Michelin, la literatura gastronómica… Dudo si con aquello amenizamos o amenazamos a nuestros compañeros pero al menos fuimos breves, por si acaso.

Y entre unos y otros comentarios llegamos a Sanzoles, en la Tierra del Vino, Zamora. Nos recibieron Antonio Alfonso y su hija María, visitante frecuente de Asturias para promocionar sus vinos. Ya hablé en alguna ocasión de actos en la tienda y de su presencia en la Feria Ecológica de Llanera. Toca acercarse a los viñedos y aquí me acuerdo del bueno del conductor, que pasó un mal rato para convencer al Setra y a sus ayudas electrónicas para que afrontase aquella subida por el camino de tierra. Muchas gracias por su trabajo y su paciencia.

Pie a tierra y lo primero que observa alguien como yo, de ciudad, ignorante de asuntos del campo y de agronomía, es un suelo de aspecto limpio, sano. Podría equivocarme pero aquello tiene muy buena pinta. Si el tópico tiene algo de verdad, esta fue una visita “borgoñona”: vimos el viñedo, no la bodega. De eso es de lo que están orgullosos y ahí es donde nace su vino, lo otro es el proceso secundario.

Los viñedos están a 800 metros de altitud y tienen una edad media de 20 o 25 años. Antonio nos contó cómo fueron cambiando la manera de trabajar, desde la producción muy abundante, el riego, el laboreo intenso a lo que hacen ahora. De manera autodidacta han ido acercándose a la naturaleza y dejándola hacer. Ya no riegan, no emplean abonos químicos ni tratamientos fitosanitarios, practican una poda tardía y han reducido al mínimo el laboreo. Además, han comprado varias parcelas alrededor que se mantienen sin cultivo, como bosque, para formar un ecosistema cinturón que preserve en lo posible el equilibrio propio de la zona.

Someten a sus vides a un entrenamiento duro, con estrés hídrico y alimentación natural, que las va fortaleciendo poco a poco y que las hace muy resistentes. Se trata de trabajar a favor de la naturaleza, no contra ella. Incluso han buscado un efecto de vacuna al dejar en las cabeceras algunas plantas sin podar ni tratar de ninguna manera, una especie de testigos que enferman y dosifican a las demás sus problemas (parasitaciones, por ejemplo) de modo que las plantas más fuertes se inmunicen, se hagan resistentes. No sé si puede haber algo místico en todo esto pero el resultado visible es muy bueno y el producto justifica su origen.

Uso mínimo de azufre, fomento de la microfauna para que se compense entre sí (ya sabéis, unos bichitos depredando a otros mientras dejan las plantas tranquilas), control de la masa foliar, aclareo… Todo consigue una uva resistente, con un hollejo fuerte que no es del agrado de los pájaros, además de lo que aportará en la maceración. Un buen aliado en el terreno es el cardo, capaz parece ser de extraer nutrientes a más profundidad incluso que la vid. Su presencia en la viña ayuda a que afloren y se aprovechan después cuando se trabaja superficialmente el suelo. Incluso me interesé por la posible presencia del jabalí, que tanto afecta en otros viñedos, y parece que la maduración tardía permite que ya haya bellota en la zona boscosa y puede que eso entretenga al animalejo tragón. El caso es que no tienen problemas con él.

El rendimiento ahora es de 2.000 a 3.000 kilos por hectárea. Sus vinos tienen la calificación formal de ecológicos, como podíais suponer. Esto implica que trabajan con mínimo sulfuroso añadido, que es lo poco que puedo contaros de lo que pasa en bodega. Ahí todavía siguen empeñados en mejorar otros aspectos como consumos, residuos, etc. En la actualidad han reducido la gama a dos con una mejora cualitativa general: su básico Buen Amor y Volvoreta Probus, su máximo logro. El primero ha “crecido” y ha sustituido al antiguo Volvoreta a secas, su antigua elaboración intermedia, y el segundo, en la añada 2009, me parece un vino estupendo y también ha ganado respecto a Probus anteriores, cuando existían tres escalones cualitativos.

A todas estas bondades de elaboración sólo puedo objetar en un aspecto, el enfoque de salubridad. Supongo que será un orgullo para un pequeño productor aislado en su pueblo, que intenta con la máxima honestidad hacer bien las cosas, que universidades e investigadores se fijen en su vino y alaben sus virtudes. Pero sigue siendo una bebida alcohólica y algo que se consume por placer, no por necesidad. Lo que me gusta de sus vinos es eso, el vino. Tanto insistir en las virtudes antioxidantes me da un poco de miedo, pienso que pueden acabar vendiéndolo en farmacias y no en vinaterías. (Téngase esto por broma y dicho desde el cariño)

Después visitamos su viejo lagar, que ya no se usa para hacer vino. Allí abrimos unas botellas de Volvoreta Probus y seguimos contagiándonos del entusiasmo de Antonio Alfonso hasta que María tuvo que frenarlo para poder seguir con lo nuestro. Un placer tratar con gente tan cercana, tan entusiasta con lo que hace.

Aquí se produjo el paréntesis de la comida descrita en el post anterior, así que no vamos a recordarla.

Volvemos al autocar. Parada mínima a comprar pan y hacia Morales del Vino, a la quesería. Llegamos a tiempo para ver el ordeño de la tarde, por lo que tenemos que ir ligeros con las explicaciones para no perderlo.

Nos reciben, nos cuentan sus antecedentes (varias generaciones de pastores que empezaron a hacer queso cuando creyeron que ese era el mejor aprovechamiento de sus ovejas) y su presente, con seis familiares y tres empleados como plantilla total. Si los Alfonso están orgullosos de su viñedo los Pastor lo están de sus ovejas. Siempre la fuente, el producto originario. Trabajan con oveja Castellana, autóctona, aunque eso les suponga obtener solamente 1’2 litros diarios por cabeza en dos ordeños. Son unas 2.000 ovejas que se turnan en hatajos de 500 para producir. Las preñadas y las de ordeño están recogidas mientras las demás están en los pastos, aunque todas se alimentan de la misma materia.

Cuando la oveja llega al cuarto mes de preñez (paren a los cinco) ya la recogen. Los corderos se venden como lechales para carne con cuatro semanas salvo un cupo que guardan para recría, algo más de la quinta parte. Con la intención de conseguir el aprovechamiento integral del ciclo de la leche utilizan el más abundante subproducto del queso, el suero, para alimentar a estas crías. Calculan un 70% de partos dobles –los idóneos para el aprovechamiento- y alguno triple, pero estos últimos son problemáticos. El resto, obviamente, partos únicos.

Sobre la marcha, mientras vemos el ordeño, nos lo explican. 48 ovejas en dos líneas aunque hay sólo 24 pezoneras. Alternan ordeño y masaje para relajar a los animales. La máquina es específica para ovejas y trata de imitar el ritmo de la lactancia de las crías. La leche se bombea a un tanque de frío (4-6 grados) y a partir de ahí empieza el proceso del queso. Igual de ignorante respecto a estas instalaciones vuelve a llamar mi atención la limpieza. Efectivamente, la higiene es esencial en algo así y nos dan detalles de todos los protocolos y de los controles analíticos.

Hablamos de un queso de leche cruda, viva, que cuaja. La pasteurizada precisa la siembra de bacterias para conseguirlo. Antaño usaban su cuajo, que procedía del cuarto estómago de un cordero lactante, que no hubiese comido pienso. Hoy día la normativa exige un registro sanitario de elaborador específico y lo compran. La cuba de cuajado calienta, bate y corta la pasta cuando empieza a formarse. Algo más de dos horas de calor continuo suave para desarrollar el ácido láctico. Otra vez la diferencia: cuando se trabaja con leche pasteurizada se puede usar vapor para el proceso y es mucho más rápido. Luego hacen falta unos 35 minutos para que se forme la cuajada y empieza el corte para obtener el grano del tamaño que se quiere. Se rellenan los moldes con copete, se apilan para prensarlos y se pasan a otro con un paño para desuerar durante hora y cuarto. De ahí irán en baldas a un baño líquido de salmuera y ya están listos para su curación.

La cámara de maduración tiene temperatura y humedad controladas (22 grados y 85%) y allí pasarán las piezas dos meses con volteo cada dos días. Con cuatro meses más de curación como mínimo en otra cámara empiezan a salir, aunque algunos pasan más tiempo. Eso para el curado normal. El viejo o reserva tiene que estar un mínimo de ocho meses adicionales en bodega, se voltea cada dos meses y la corteza se unta con aceite. Además de estos dos en distintos tamaños también elaboran uno troceado en aceite. En su web podéis ver los detalles y fotos mejores que las mías.

Después de las sabrosas explicaciones sólo faltaba probarlo. La organización aportó pan y vino y la casa cortó queso hasta saciarnos, con lo que pronto olvidamos disgustos pasados (ya me entendéis).

Podría hablar del viaje de vuelta, de los cómicos improvisados, incluido uno al volante, de más anécdotas, pero os las ahorraré. Sólo recordaré a algún aficionado del Sporting celebrando un triunfo en mitad de la Tierra del Vino, cosa que tuvo que resultar pintoresca a los vecinos.

Esto dio de sí la excursión. El recuerdo de gente sincera y de productos buenos nos durará más.

jueves, abril 07, 2011

Se llama falta de profesionalidad. Por Jorge Díez

Aquí estoy al fin escribiendo un post que jamás hubiera deseado escribir. Lo primero, claro, porque me gustaría que nunca hubiera pasado lo que voy a publicar. Y después porque son tantos los detalles que hay que tener en cuenta que hacen mucho más difícil escribir esto que contar una comida grata, ese vino que te ha gustado o ese queso cuyo sabor te atrapa.

Como ya os había adelantado tuvimos una mala, muy mala experiencia. Dado que esto es una tertulia informal y no otra cosa (por lo menos para mí, en lo que se refiere a mis post) no me hace gracia hablar sobre lo que no recomendaría a nadie, sobre los sitios que no me gustan, sobre los productos que rechazo. Con ignorarlos, con pasar página, tengo suficiente. Si acaso salen en la conversación doy mi opinión si lo creo oportuno, o ni eso. Describo –y comparto- en cambio lo agradable, que queda expuesto a la opinión de los demás, la vuestra, coincidente o no. En rigor sólo puedo hablar bien o mal de unos pocos productos y establecimientos que conozco bastante como para tener un canon de referencia, no en los demás casos. Todo ello porque muchas veces son experiencias únicas, aisladas, y mal puedes hacer un juicio o querer orientar a nadie a partir de tan pocos datos. Cuanto más conozco este mundillo más lo veo así, para bien y para mal. Pero en todo hay límites, que en esta ocasión se han traspasado.

Se manifestó allí la disconformidad, se pidió la correspondiente hoja de reclamaciones (creo que aún no presentada), se habló con quien había hecho de intermediario y con cuantas personas del establecimiento pudieran arreglar aquello y estaban localizables, por tanto ya hay una dimensión pública de la queja que me descarga de la responsabilidad exclusiva al escribir esto. No es ninguna excusa, podría quejarme por razones de sobra, pero también hay que tener en cuenta otras circunstancias.

Paso a los hechos. Excursión organizada desde Umm… qué rico (tienda gastronómica, para quien no la conozca) para visitar los viñedos donde nace Volvoreta y la quesería Vicente Pastor. Dicha excursión fue muy instructiva y agradable y de hecho hablaré sobre ella en el próximo post, muy pronto. Este es el primer factor por el que me cuesta escribir sobre este lunar en un día magnífico. Eso y que fuese la misma familia Alfonso (los de Volvoreta) quien se encargó de escoger y reservar el sitio. Supongo que además ya lo habrán hecho para algún otro grupo que les haya visitado con mejores resultados. Como tantas veces puede haber “daños colaterales” que acaban afectando a quien no tiene ninguna culpa (caso de los encantadores Antonio y María Alfonso y de los trabajadores del establecimiento en su mayoría).

El sábado 2 de abril de 2011 acudimos al Restaurante Las Aceñas, Zamora, donde ya tenemos reserva para el grupo de 27 personas (excursión y conductor) y un menú concertado. El detalle del mismo, cuya propuesta escrita obra en poder de la organizadora, era: arroz a la zamorana, carne asada con manzana, postres caseros a escoger, agua, café y licores. Precio, 25 euros.

Llegamos a un local muy bonito, instalado como su nombre indica sobre un antiguo molino en el Duero, entre los puentes viejos y con la ciudad a la vista desde allí. Incluso había oído comentarios buenos sobre el sitio, así que me apetecía conocerlo. (Hasta ese momento no sabíamos, no se había anunciado, dónde era la comida, sólo que era en Zamora.)

Nos sirven el arroz, algo salado pero bastante bien hecho, sabroso y con enjundia. Ofrecieron repetir y casi todo el mundo lo hizo. El vino que acompañaba lo ponía la bodega visitada, era algo ajeno al restaurante. Hasta ese momento todo está muy bien, acorde con el resto del viaje.

Cuando empiezan a subir los segundos platos viene el problema. Lo que nos presentan es un filete delgado, cocinado de manera indeterminada pero no asado, desde luego, acompañado de lechuga insípida con un chorro de cualquier sucedáneo de vinagre de Módena de los que se comercializan por ahí. Comienza la confusión. “Esto no es lo que hemos pedido”, “será para otro grupo; debe de ser un error”, “espera, que se lo digo”… Esa cara que se te queda en casos así. Algunos comensales empiezan a comer, los organizadores piden que se espere a aclarar aquello, nos miramos, dudamos. Al insistir en el plato concertado un camarero asegura primero que aquello es carne asada y después que la manzana es la salsa (el Módena). Que me cambien un plato, malo; que me quieran hacer tonto, peor, máxime por parte de alguien que no tiene la responsabilidad sobre lo que estamos reclamando. Bajadas y subidas (el comedor estaba en un altillo), llamadas de teléfono, ningún responsable ni propietario presente en el local… En medio de todos esos movimientos una persona del grupo llegó a ver la comanda rectificada, tachada la carne asada y sustituida por filetes (detalle importante, intencionalidad). Alguien del personal –insisto en que no apareció ningún verdadero responsable- ofertó descontar 5 euros del precio por aquel plato. No se le puede negar coherencia al valorar sólo en ese importe tal carne, como detallaré luego. Los platos, según los casos, se devolvieron intactos o con mermas entre un solo bocado y la mitad del filete. Esos fueron los más audaces o los de mayor apetito.

Como podéis suponer este incidente ya había afectado severamente al buen clima que reinaba hasta entonces. Después de la retirada del plato conflictivo esperamos por los postres. Y empieza a subir un único postre, sin consulta ninguna. Como los ánimos ya no eran precisamente serenos enseguida se pide que no traigan más y se vuelve a discutir sobre la diferencia entre lo acordado y lo recibido. Nuevo movimiento escaleras arriba y abajo y más llamadas. En esta ocasión el mismo camarero de las “explicaciones” anteriores se empeña en convencernos de que no puede haber postre a elegir para un grupo, que nunca lo hacen así, chocando de nuevo con la propuesta por escrito que tenemos. El tono, además, va derivando a lo brusco, a algo inaceptable en este caso. Y otra vez se mete en camisa de once varas, a justificar lo injustificable quien no tiene ni la culpa ni la posibilidad de arreglarlo y con unos modos fuera de lugar. Acaba subiendo la cocinera (seguimos sin ver encargados o dueños) que reconoce explícitamente estar “comiéndose un marrón” y que sólo puede intentar remediarlo ofreciendo por su cuenta los postres disponibles. Estaría bueno que esto todavía le costase un disgusto.

Nos ofrecen tarta de limón, que era lo que habían empezado a subir sin consultar, flan, helado y una cuarta opción que no recuerdo. El helado, curiosamente, es helado genérico, no es de nada concreto. Por lo menos no te contestan cuáles son las posibilidades. Y también es curioso que un supuesto helado casero venga en tarrinas con el anagrama de Frigo. Quizá ahora a los helados les gusta vestir “de marca”, no sé. En cuanto a la tarta, que fue lo que pedí yo, o bien estaba muy poco lograda o era una elaboración un poco cuidada, del tipo de las específicas para hostelería a caballo entre lo casero y lo industrial. No daré marcas aquí, pero casi todos conocemos una empresa asturiana que trabaja esos productos. Si te dicen lo que es es muy digno; si te lo quieren ofrecer como otra cosa es más discutible.

Tomamos el café mientras firmábamos la reclamación y por los licores nadie preguntó, mientras ahogábamos la pena en las últimas copas del estupendo vino que estábamos bebiendo y tratábamos de recuperar el buen humor y de devolvérselo a los organizadores de nuestro viaje y a nuestra anfitriona, María Alfonso, a la que todo aquello hizo abandonar su trabajo para ir al restaurante a tratar de remediar una serie de malas prácticas ajenas. Tanto unos como otra tenían un considerable e inmerecido disgusto.

A ver, sumamos. Me cambian un plato sin consultar (quizá no fuese posible servir el previsto pero eso hay que explicarlo y arreglarlo), me intentan engañar (“eso es carne asada”, “la manzana es la salsa”) y me toman por imbécil para ello (creo que todavía distingo la carne asada y la manzana de un filete a la plancha seco y una imitación de Módena), me vuelven a regatear con los postres caseros que al final no lo son, no hay ningún encargado que asuma el caso y dejan en una situación comprometida a camareros y personal de cocina… Se llama falta de profesionalidad, bien clarito. Y por desagradable que sea sobran motivos para protestar y señalar responsables, que existen.

Voy a dedicar un momento a otro detalle. Aunque el filete hubiera sido lo convenido o hubiésemos aceptado ese cambio, la bazofia que se presentó en las mesas era rechazable en sí. En la nuestra coincidió una persona que trabaja como ayudante de cocina y no acertaba a explicar cómo habían hecho aquello pero apuntaba a varias soluciones chapuceras para dar un último golpe de calor a todos aquellos platos a la vez. El resultado era visualmente desagradable, seco y pese a ser una pieza de carne muy delgada ofrecía mucha resistencia al corte. Sinceramente, el único recuerdo que tengo en mi vida de algo así es de la mili. Para quien la haya sufrido queda bastante bien explicado ya.

Al final el precio se rebajó a 15 euros y desde entonces la organizadora ha recibido la llamada de M. Alfonso explicando lo excepcional de la situación, que nunca les había pasado, y el disgusto que tienen algunos trabajadores, a los que conocen porque al fin y al cabo son sus vecinos. Hay que tener también en cuenta la actitud de algunas personas de nuestro grupo, las menos vinculadas como clientes de la tienda o como participantes en las actividades de cultura gastronómica que se realizan, que dejaron caer la amenaza de que “esto se pone en internet y ya veréis…” Pero en todo caso será difícil que ninguno de nosotros recupere la confianza en este establecimiento ni vuelva o anime a nadie a ir por allí. Es la diferencia entre la repercusión de las malas y las buenas experiencias, que tienen efectos muy distintos.

Es la primera vez que en hostelería he firmado una hoja de reclamaciones. También la primera vez que escribo un post así. Deseo que sea la única vez. Por ello, en cuanto esto cumpla su mínima función será relevado por el post que corresponde al mismo viaje, a todo lo agradable que sucedió en él y a lo que aprendimos. De eso sí me gusta hablar. ¿Y qué función espero que cumpla este? Pues aparte del derecho a la queja –creo que bien justificado esta vez- y del desahogo, el contraste con muchas cosas que contamos otras veces, con mucho trabajo bien hecho. Quizá algo así nos recuerde que hay que valorarlo bien.

Espero que no os desagrade mucho y que pasemos página enseguida.