jueves, septiembre 30, 2010

Pura Cepa (Murcia). Una vuelta de tuerca a la picaresca con el IVA, ahora en los bares, por Toni

En un post anterior ya hacía una denuncia sobre el incumplimiento de la Ley 44/2006 en muchos restaurantes españoles, al no informar de los precios de platos y vinos con el IVA incluído.

No está de más recordar el artículo en cuestión:

Artículo 1.

Siete. Se modifica el artículo decimotercero, adicionando
una nueva letra, la g), en su apartado 1, y dos nuevos
apartados, el 3 y el 4, y modificando la letra d) del
apartado 1, con la siguiente redacción:
«d) Las condiciones esenciales del contrato, en
particular sobre sus condiciones jurídicas y económicas
y la información sobre el precio completo,
incluidos los impuestos, o presupuesto, en su caso.
En toda información al consumidor sobre el precio
de los bienes o servicios, incluida la publicidad, se
informará del precio final completo
, desglosando,
en su caso, el importe de los incrementos o descuentos
que sean de aplicación, de los gastos que se
repercutan al consumidor y usuario y de los gastos
adicionales por servicios accesorios, financiación u
otras condiciones de pago similares.»


Hasta la fecha esta práctica sólo la había visto en restaurantes, pero por lo menos ya ha pasado a un bar, concretamente a la vinoteca Pura Cepa de Murcia. En una pizarra tenían la lista de vinos por copas y elegimos un Palacio de Bornos Verdejo que marcaba a 2,30€, que ya está bien cobrado por cierto. Cuando le pedimos al camarero que nos cobrara nos extrañó que tardara más de lo normal y al entregarnos la nota nos fijamos que había resaltado el precio final con un círculo rojo que al leerlo nos quedamos "ojipláticos": 4,60 + IVA= 4,97€. Está claro que puso el círculo porque seguro que ya tuvieron problemas con anterioridad a la hora de cobrar. En ningún bar te resaltan con bolígrafo el precio a pagar. Por lo menos yo no lo había visto nunca aunque conociendo la peculiar idiosincrasia de la hostería española no sería nada extraño que esta práctica se generalizara.

Además de no ser legal es una tomadura de pelo y una falta de respeto al cliente. ¿Alguien se imagina que fuésemos a una zapatería, escogiéramos unos zapatos de 70€ y a la hora de pagar nos dijeran "son 82,60€"?. Está claro que no, por lo que es inaceptable que eso se haga en un bar aunque los hosteleros, no todos pero sí muchos, piensen que en sus locales deben ser ellos los que decidan lo que se puede hacer y lo que no, como pone de manifiesto su postura ante la modificación de la Ley de medidas sanitarias frente al tabaquismo, como si tuviesen que tener una bula especial de la que carecen, siguiendo con el ejemplo, las zapaterías.

Así que, amigo lector, la próxima vez que vaya a una vinatería compruebe la nota. A la hora de aumentar los ingresos, la creatividad de la hostelería española no conoce límites.



sábado, septiembre 25, 2010

Crónicas gallegas, verano de 2010. Epílogo. Los caminos llevan a Santiago (y a Acio). Por Jorge Díez



Pese a todas las malas jugadas que me has hecho, Vigo, a la hora de despedirnos me cuesta, no me apetece marchar. De todas maneras saldré rápido, si me dejas, porque tengo un aliciente que me compensa el adiós: me espera Santiago. Y no quiero celos, pero sobre eso no admito discusión. Santiago de Compostela es una de mis ciudades más queridas.

Tampoco se libra de los atascos y las obras, y este año, más, que toca una avalancha que no quiero calificar por respeto, convocada por la etiqueta Xacobeo 2010. Caudal inevitable, supongo. Sin embargo conocer la ciudad da ventaja y puedo hacer trampas para entrar, aparcar… Donde había cuestas ahora hay un juego de niños, después del entrenamiento en Vigo; donde esperaba un paseo tranquilo encuentro tanta gente que no sé ni contarla. Y donde estaba la calle Galeras hay un escenario como de guerra o de catástrofe natural, todo levantado, polvo hasta los tuétanos, unos tablones pequeños para acceder a cada local. Vamos, que hay que echarle arrestos para ir a cualquier sitio allí. No creo que les haga mucha gracia el momento escogido a los hosteleros de la zona.

Le debía una visita a Acio. Ya lo dejé dicho el verano pasado al irme; lo volví a recordar cuando estuvo Toni, así que voy a tiro hecho. Después de mis habituales cafés me acerco para tomar una cañita y dejar concretada mi reserva. Luego toca recuperar Santiago entre tanta gente, esquivar, querer la sombra y la discreción dentro de lo posible. Veo el Abastos 2.0 cerrado, otro que está en mi lista. Y sigue también pendiente A viña de Xabi. Da igual: a Santiago volveré pronto, seguro. Pero esta ocasión era la de Acio.

Cuando vuelvo a comer encuentro a más valientes capaces de meterse entre aquel montón de escombro que es la calle Galeras en ese estado. Buena noticia para los locales: clientela fiel.

Escojo el menú degustación, como suelo hacer en primeras visitas, y lo acompaño con un blanco, un Abel Mendoza fermentado en barrica 2008.

Empezamos con dos aperitivos. Pulpo seco con crema de cebolla y tomate y Mejillón con “casca” y helado de manzana e hinojo. El primero se describe bien él solo. El segundo tiene esas comillas en el enunciado porque la cáscara del mejillón es en realidad un crujiente comestible teñido que imita la original. En los dos casos son mini-platos muy vistosos, sobre todo el segundo, y con gran pegada de sabor, especialmente el primero. No olvidemos que Acio es un habitual ganador o finalista de concursos de pinchos y tapas y algunos se vuelcan directamente en su carta y su menú. A eso sí le veo sentido, no como muchos que se celebran en Asturias y mueren al día siguiente de la concesión de los premios.

Después llegó su Ensaladilla de verano, deconstrucción de ensaladilla tradicional y plato también muy afortunado y fresco. Vegetales con sus puntos de cocción y sus cortes diferentes, sabores netos, aliño alegre, desenfadado. Una espuma que aquí viene muy bien como contraste visual y de consistencia.

La Caballa con sopa de melón explota una vez más la potencia de sabor del pescado azul. Si sobre el papel me hacía dudar la combinación, en la boca me ganó por completo.

Chocos de la ría con papas arrugás, mojo y aire de perejil. Otro plato muy bueno. No os cuento más, que su enunciado ya lo hace. ¿Fusión, hermanamiento gallego-canario? ¡Y a mí qué más me da! Un plato riquísimo y punto. Tanta definición, tanta etiqueta a veces no nos deja centrarnos en lo importante.

Sardina de San Juan, una de sus tapas premiadas y bien conocida, por allí y por la red (podéis comprobarlo). Sencilla y sabrosa, consiste en una tostada de buen pan, un lecho de pimientos y la sardina, exquisita como suele ser. Y como tapa infiltrada en el menú la mantienen, porque invitan a comerla a mano, tal cual está apoyada en el pan. Me vienen aquí a la cabeza esas tostas que plagan las cartas de picoteo ahora y que aparecen con un despliegue de plato, cubiertos y demás… ¿Hemos olvidado lo que es un bocadillo? Bueno, no sigo, que no es el tema.

Bonito de Burela con nueces de macadamia, frambuesas y sopa de pan y tomate. Más pescado azul, más menú de temporada. Buen punto del bonito y buena combinación de ingredientes. Aunque los nombres de algunos platos resulten un poco recargados las combinaciones son correctas y no hay excesos o disonancias.

Por último, un plato de carne a base de ternera gallega. No lo recuerdo con exactitud por dos razones: porque en el menú impreso que me dieron figura otro plato y porque, aun siendo bueno, con buen género y bien elaborado, quedó un poco eclipsado por los pescados, como resultado de unas recetas muy oportunas y de mi debilidad por el pescado azul.

Dos postres, Chocopasión, más fuerte, con distintos tipos y texturas de chocolate combinados; y Pil pil de frutos rojos y helado de vinagre, para rematar con frescura y acidez, para limpiar el paladar y dejarte con el recuerdo de un estupendo menú muy ajustado. Santiago no me iba a fallar.

Y así, bien satisfecho, salgo a dar el último paseo de despedida, ese cafetito tranquilo, esos rincones que quiero volver a ver… Va siendo hora de volver a Asturias con mucha Galicia metida dentro. Paisaje parecido, gente parecida, lengua parecida; paisajes, gentes y lenguas tan distintas también, tan queridas para mí a los dos lados del Eo. Toca volver a casa pero por poco tiempo. Quedáis emplazados porque pronto hubo más Galicia, y por tanto más crónicas.

Nos leemos.

lunes, septiembre 20, 2010

Terraza Carmona (Vera, Almería), por Toni

Uno de los restaurantes más famosos y reputados del este andaluz es sin duda Terraza Carmona, situado en el hotel homónimo de la localidad de Vera.

Nada más entrar me vino a la cabeza el parecido a Casa Conrado de Oviedo tanto en el aire que se da al comedor, en las maneras del personal de servicio y en el estilo de cocina. Ellos mismos dicen en su web: "La cocina de Terraza Carmona se basa fundamentalmente en 3 pilares: cocina tradicional, cocina de producto y cocina de mercado".

Mientras mirábamos la carta, que milagrosamente lleva el IVA incluído en los precios, nos pusieron unas aceitunas y también un rico ali-oli.

Como suele suceder en este tipo de restaurantes la carta era extensa pero no tardamos nada en decidirnos por los entrantes ya que tienen una buena idea a modo de degustación. Los guisos varios, 8,70€ consistieron en cuatro diferentes guisos típicos almerienses. Estupendo el mar y tierra del ajo colorao del levante almeriense , de intenso sabor, igual que el emperador con tomate. Buena también la paella aunque tal vez con menos nivel que el resto sobre todo comparándola con la excelente olla de trigo almeriense que puede compararse a una versión sureña de nuestra fabada y que estaba para comer un perolo entero a pesar del calor del verano andaluz.

El otro entrante siguió en plan degustación, pizarra de aperitivos, 14,60€, que se componía de una tortita de chanquetes con algas de intenso sabor marino pero sin avasallar, berenjenas rellenas, buñuelos de bacalao bien conseguido y para acabar rollito de pescado, una especie de rollito de primavera para entendernos, relleno de pescado. Bien, aunque nos gustaron más los guisos.

Después de esta cantidd de entrantes menos mal que pedimos pescado. Muy bueno el gallopedro horneado con P.X., 20€. El gallopedro es al parecer el nombre sureño del San Pedro ó San Martín, y fue presentado en una buena ración, con un pelín de horno más de la cuenta pero sin estropear el sabor y con un P.X. que era una simple pincelada.

Mejor todavía estuvo el pargo a la espalda, 19€, de intenso y excelente sabor y perfecto de punto. Simple pero con un pescado de esa calidad, perfecto.

Después de todo lo comido no quedó sitio para los postres y eso que los tradicionales tenían muy buena pinta.

De pan nos pusieron unas excelentes tortas de aceite, 1,50€ c/u, para comer varias seguidas y para beber esta vez solo agua, 2,35€ el litro, que había que conducir. La carta de vinos clásica aunque con unas cuantas referencias de la provincia.

Sin duda un magnífico restaurante para probar la cocina tradicional del oriente andaluz. No es extraño que sea una referencia fija en las distintas guías gastronómicas desde hace años y más, aunque las comparaciones puedan parecer odiosas, si lo medimos con el nivel de la restauración de las costas almeriense y murciana. Sin duda lo recomiendo.

Nota general: 7

Emoción: 7

Terraza Carmona

C/ Del Mar, 1 Vera (Almería)
950 390 760 http://www.terrazacarmona.com/


toni



jueves, septiembre 16, 2010

Crónicas gallegas, verano de 2010. Capítulo III. De la expectativa, la sorpresa y la satisfacción. Incluye Culler de Pau (Reboredo). Por Jorge Díez



Más gastronomía, amigos, no se asusten. Todo elegido, previsto y reservado, así que las sorpresas tienen su mérito en otra parte, no en el hallazgo casual.

Otra vez a la autopista, rumbo a Pontevedra. Llegaré con mucha suerte, después de un incidente que directamente pudo haberme matado en esa carretera, y con un causante al que hay que presuponer de la especie humana y por tanto identificable. Esto lo cuento para dar una idea del ánimo con que empezaba la jornada, lo que tiene su importancia para hablar de satisfacción. A lo que íbamos, otra mañana en Pontevedra, que es un bálsamo adecuado para reparar sustos y odios, para olvidar camiones y malnacidos (aunque no matrículas, que arrieros somos…). Podría repetir ese ritual muchas veces sin cansarme. Aunque sea ciudad pequeña siempre hay un rincón en el que no te has fijado bastante, o ese que quieres volver a ver aunque lo sepas de memoria. Paseos calmos, de la Alameda a la Peregrina, de ahí a la Praza da Leña, luego andar y desandar callejas, un café, una cañita… Bajar hasta el mercado, asomarse al río, volver por As Cinco Rúas y llegar a Santa María. Está todo encantadoramente cerca. Voy a apurar el tiempo, a estirarlo hasta el aperitivo, que hay bares que me intrigan, de esos que me gustan, donde es raro que entren visitantes foráneos, donde quiero lograr que no me miren como extraño (al menos, no demasiado).

Y así llego justito a Culler de Pau, yo, eterno impuntual que quizá tenga con los restaurantes la única palabra firme si he quedado a una hora. De momento soy el único comensal; luego llegarán más.

Sobre gustos hay escrito muchísimo y muy poco acuerdo. Esta sala les parecerá sosa a algunos pero a mí me parece estupenda. Diáfana, neutra, nada interfiere. Y con ese ventanal abierto a un paisaje que condensa en pocos metros mucho placer visual: la huerta sugerente –que de comida hablamos-, el caserío tradicional y el más nuevo, mar y montaña; un pequeño catálogo de Galicia, de una costa que también es mía, en ese horizonte. Funcional, sí, y lo cumple a la perfección. Tiene todo lo necesario para que disfrutes con comodidad de los placeres de la mesa.

Servicio con esa virtud del justo medio, ni excesivamente ceremonioso ni campechano. Carta creíble, ajustada, que varía bastante según mercado. Además, un menú degustación apetecible y a buen precio, precisamente lo que elegí. Ningún gesto extraño por pedir cubitera para un tinto, que ya estoy cansado del cuento de la “temperatura ambiente”. Y empieza el festín.

Como aperitivos, Sandía, tomate y pulpo seco, que hacen una buena combinación, con sabor, muy fresca y con contraste de consistencias; y Croqueta de lacón, de la que no hace falta que os cuente mucho más si os digo que estaba bien logrado el rebozado, en su punto, cremoso el interior, y el sabor dejo que lo imaginéis (Ahí queda la idea; no sé por qué no son más frecuentes esas croquetas.)

Llegan los entrantes. Sardina y jurel con tomate y pepino ecológico. A aprovechar y disfrutar el pescado azul, riquísimo y asequible en este caso. Una pequeña bomba de sabor y de frescura, por la del pescado y por el contraste con los vegetales. Hasta me gustó el pepino, que es de mis prescindibles en la cocina.

Navajas con espuma de navaja, vinagreta y algas. Otra variación del mismo tema: contraste de lo salado y lo fresco, de la grasa del producto animal con acidez vegetal, sabores potentes, sutileza en la combinación. Otro bocado excelente.

Y vamos con los principales. Bonito de Burela con sésamo y frutos secos en caldo ahumado. Ya veis que los nombres de los platos, sin complicarse demasiado, describen bien lo que son. Pues eso, el pescado azul que nos faltaba para hacer la ola a la temporada. Un buen taco de bonito sellado y sonrosado con esos acompañantes de insinuación amarga y el ahumado envolvente. Aroma excitante, sabor aún mejor.

Ternera gallega con mostaza y polenta. Una carne para cerrar el bloque salado. De nuevo buen producto, un buen corte con un punto prudente y un acompañamiento armónico y sabroso.

A estas alturas ya hace un buen rato que me llena un calor interior, uno agradable, nada que ver con la odiosa temperatura de fuera; una placidez hogareña: satisfacción. Plena satisfacción.

Ese tinto que estuvo refrescándose y descansando según lo iba pidiendo fue un Régoa 2007, que también generó opiniones encontradas en nuestras tertulias. Yo no lo conocía y desde ahora me uno a los que lo defienden. Se abrió enseguida con mucha fruta roja y algún matiz floral más en segundo plano. En boca daba eso y daba lácteos contenidos, y enseguida tostados suaves y nobles. Aguantó toda la comida sin demasiada variación pero siempre coherente y suave cada rasgo nuevo que aparecía. Buena nota para él.

Helado de fresa, fruta de la pasión y albariño. Aquí el enunciado quizá hace esperar un postre más complejo que lo que era. No nos compliquemos: fruta, dominio fresco y una nota de alcohol para fortalecerlo. Vistoso y refrescante.

Pero el anterior hacía la función de prepostre, era un cortante ligero y frío para limpiar, para despejar el cajón de lo dulce en nuestro cuerpo. Entonces es el momento de la Torrija, helado de leche, galleta de cacao y crema de café, que es tan contundente como suena y que una vez más se describe solito. Todo eso que enuncia y todo rico. Combinación clásica, fácil de reconocer y que funciona.

Ahora es una lástima que no podamos dialogar aquí mismo, porque es el momento de la discusión inevitable sobre las expectativas. ¿Qué esperaba yo de este restaurante? Pues puede que por fama o premios menos que de los anteriores, quizá, pero iba ahí y no a otro sitio por distintas descripciones y opiniones que lo hacían atractivo para mí, así que claro que esperaba buen resultado. Todo lo previo a la comida había tenido más o menos los mismos altibajos que cualquiera de los otros días, pasado el susto inicial; mi ánimo no era muy diferente. Y sin embargo este para mí fue el “tapado”, la gran sorpresa del viaje, el que más me gustó y menos me costó.

Total, que no tiene sentido darle más vueltas. Sorpresa y satisfacción, eso me queda en el recuerdo. Eso y ganas de volver. No vale la pena pararse a muchas más explicaciones. Para amantes de clasificaciones y criterios, de puntuaciones y apartados, podría decir que valoro sobre todo cómo desde la mayor simplificación, desde los platos más pegados “al suelo”, ha llegado a resultados complejos, a armonías muy ricas, a contrastes que funcionan a la perfección, que cautivan. Pero eso sería dar pie a ese debate que no me apetece.

Ya estoy inmerso en ese paisaje, ya me siento en casa (por algo hablé de placidez hogareña). Momento perfecto para parar en el inefable bar (y mucho más) de al lado, un bar de pueblo de los de antes, donde también compras el butano si hace falta. Y acabo hablando con un paisano de por allí, de vida inquieta como tantos gallegos, que vivió allá y acá, que trabajó en esto y en aquello. Acaba invitándome a un café, mientras yo comento con la dueña detalles de las bombonas de Galp, que por Asturias no se ven. Y ya estamos ante otra situación que me gusta, cuando con total naturalidad ellos me hablan en gallego y yo les contesto en castellano y podemos dialogar así bastante tiempo, cuando cada uno está en su casa pero la compartimos, abrimos nuestras puertas vecinas. Estoy cómodo. Satisfacción.

Y ya puedo estirar este buen sabor de boca porque voy a necesitarlo. Si recordáis (es decir, si lo volvéis a buscar) dejé apuntada una reserva sobre los museos de Cambados después de la experiencia positiva en el del vino. Decidido a aprovechar aquella entrada que servía para todos y en cualquier día vuelvo expresamente para visitar el Muíño de Mareas “A Seca”, un mini-etnográfico montado en un antiguo molino. Primero, la habitual pelea con la señalización. Si el acceso por carretera no es desde el núcleo de Cambados, desde uno de sus extremos, ¿por qué lo señalizan por ahí? Que mi coche no es anfibio, hostia, no cruza ríos sin puente. Bueno, unas vueltas después doy con el paso por el dique y cruzo yo, que soy algo más anfibio, me conformo con ese paso. Pero da igual, Jorge, que la hora es correcta, el día es correcto y baja San Murphy y dice que estará cerrado vaya usted a saber por qué. Así que les dejo mis impresiones al respecto en el reverso de la entrada y la echo por debajo de la puerta… para que la encuentre la limpiadora, imagino, que será la que menos tenga que ver con aquello. Hala, media vuelta.

Busco refugio en Pontevedra para consolarme pero el calor es insoportable, más que insoportable, y acabo tirado en un banco junto a una fuente como un peregrino en fase terminal, remojándome cada poco en el agua. Cuando consigo recuperarme un poco me bato en retirada y espero que la caída de la tarde refresque aquello un poco. Intento encontrar algún interés que me compense en Arcade y luego en Redondela pero ninguno de los dos sitios me dice mucho.

En fin, de vuelta a Vigo con algunos de los incordios habituales. Pero hoy lo tienen difícil, hoy vuelvo muy satisfecho y va a costar que me amarguen el día.

Espero no tardar mucho en repetir esta sensación. Es decir, que ya tengo una expectativa (¡Qué miedo!).

Por suerte, Galicia todavía me reservaba más buenos momentos. Los contaremos.


domingo, septiembre 12, 2010

Restaurante Al Grano (Cangas de Onís)





Hace unos domingos que fui al mercado de Cangas de Onís. Después de aprovisionarme de miel de brezo, tomates , huevos, pan, manzanilla en flor y un Picu´l Sella, que tienen un puestín por allí, y de anticipar unos días la visita a la Santina engalanada, por aquello de que somos animales de costumbres, nos acercamos a este restaurante al que tenía ganas.

El sitio está puesto en plan moderno/minimal, con la cocina acristalada al fondo, aunque no entera, y vestido con la mantelería , cubertería,excelentes….que es lo que uno espera de un sitio así, aunque te vayan a cobrar lo msimo que en el chigre de al lado.
Nos decidimos por el ”menú arborio”, que aparentaba apetecible, y que consistió en….
…..un aperitivo que era un vasito de crema de queso azul con gazpacho y una tostadita de bonito con tomate , donde todo funcionaba bien, arrejuntado y por separado.
….una ensalada de queso, que resultó una lechuga rizada, quesos corrientes (cabra y vaca), almendras, nueces, pasas,….pero al que un guiso simple de boletos con orejones en el fondo , junto con el equilibrio en que estaban aplicados dichos ingredientes, salvo en la pimienta negra, logró sacarla de lo anodino.
…..unas verdinas con marisco (mejillones, berberechos y langostinos), servidas en una cacerola de hierro fundido, dignas y prestosas, sin más atajo aparente que un picante con el que se les un poco la mano.

…un arroz (alargado, tipo basmati) con carrilleras (de cerdo) y setas (trompetas de los muertos, supongo que deshidratadas, y los sempiternos boletus), quizás un poco caldosos de más , pero que importaba poco porque el plato resultaba sustancioso.

…un cochinillo confitado que , contra lo esperado, que ya cansa un poco, resultó fantástico, sin ningún exceso de aceite y grasa, muy jugoso y con un fino crujiente,….solo lo acompañaba un fondo de sus jugos con algo de piña y unas patatas bien y recién fritas.
….un prepostre de bizcocho en una sopa de sandía y helado de nata que , bien por lo fallido del helado, o lo insustancial del bizcocho, no terminaba de cuajar.
…. Un arroz con leche correcto, aunque un poco pasado , para mi gusto , de anís…al que llegué con extrema dificultad.
Y todo ello regado con una cervecita , que había que conducir , y abundante agua, que hacía un calor de morirse. Todo ello incluído en los 25 euros (+ Iva) del menú.
Concluyendo, me encontré en el menú una cocina quizás poco trascendente pero con oficio , que conseguía sacarle jugo a una estupenda RCCP, y que me dejó con ganas de adentrarme un poco más en su carta de arroces, por ver si allí , a las buenas maneras , se le añade una pizca más de ambición gastronómica.

Rulando por el interné me enontré con este blog que habla de dos visitas, y en tripadvisor goza también de buenas opiniones.

Nota general: 6 Emoción: 6,25

AVDA CASTILLA 11
,Cangas de Onís
98584848
7

lunes, septiembre 06, 2010

Crónicas gallegas, verano de 2010. Capítulo II. Historia del arte (gastronómico): renacimiento en Yayo Daporta y barroco en Pepe Vieira.Por Jorge Díez




Buenas noticias para lectores impacientes: empezamos a hablar de comida. Una ventaja que tiene Vigo es lo cerca que está de sitios interesantes, tanto en la propia Galicia como en Portugal. Y hay unos cuantos puntos destacados en el mapa de todo gastrópata. Primer objetivo: Yayo Daporta, en Cambados.

Para un recorrido así tiendo a esquivar grandes rutas y peajes y me lanzo a la N-550 pero es mala idea, al menos en esta época: demasiado tráfico, incómoda. Si sumamos un atasco impresionante en Pontevedra frustramos en parte la ida con calma.

Ya en Cambados, nueva pelea para aparcar (la fiesta del albariño tiene el pueblo revuelto) y por fin parada tranquila. Me gusta esta villa, tiene un paseo agradable –bastante sombra- y edificios interesantes. Es un pequeño laberinto también, pero uno en el que te pierdes sólo si quieres, donde algunas casas no sabes si tienen entrada o una vida dentro sin salida (Tengo por ahí una foto que con una pequeña distorsión parece un cuadro de Escher.) Hasta las callejas parece que juegan y se mueven, con ese empedrado irregular. Eh, que esto es antes de comer y de beber, así que sin bromas sobre mi estabilidad.

Yayo Daporta ofrece una carta peculiar con dos opciones: un menú degustación o componer a precio fijo cada uno el suyo con dos entrantes y un principal de una carta de mediana extensión. Yo me quedo con el primero. Para el vino no hay carta sino que pasas a la bodega de cristal y escoges allí mismo con una breve indicación del personal y con una botella testigo en la que figura algún dato sobre cada vino y su precio.

Me ha dado por hacer ese símil artístico del título sobre todo por la sensación que me dejó Pepe Vieira, del que hablaré luego, pero ya puestos a buscar imágenes la cocina de Yayo Daporta me sugiere eso: una relectura de elementos clásicos dispuestos con un nuevo código y un orden preciso, un “renacimiento” culinario.

Me sirven un aperitivo, Cóctel de albariño frío-caliente, combinación de granizado y espuma de vino de esa uva. Un poco alta la acidez pero fresco y agradable.

Luego, Coca de maíz y xoubas, sabrosa, con suficiente intensidad en las verduras de la base y en la sardinilla.

Mejillones en tempura con espuma de mejillón, todo montado sobre un crujiente de algas. Igual que con las xoubas, sabores potentes y conocidos en presentación muy ordenada, quizá falta de un plus de pasión, de arranque de carácter, pero platos sin tacha y que no pueden provocar rechazo en la memoria gastronómica tradicional.

Berberechos en espuma de cachelos, con emulsión de algas y ajada. Quizá aquí hay algún riesgo más en la combinación, se contrastan más sabores (por la ajada), pero seguimos esa misma línea clasicista, de ingrediente conocido y reconocible y de presentación puesta al día pero canónica.

Canelón de pulpo relleno de risotto de pulpo. El canelón lo formaba una lámina fina del pulpo y dentro iba el arroz. Sabroso aunque resultó un poco seco, más por escurrido que por el punto del arroz. Quizá la presentación en este caso perjudica al plato de origen.

Rabo de buey con pasta fresca, que ya sabemos que el “buey” lo es entre comillas pero incluso respetan la nomenclatura más tradicional para que nadie pierda referencias. También conseguido y también dentro de ese ritmo armónico, sin picos ni caídas.

Durante el concierto salado hizo de solista en todas las piezas un Zárate Balado 2006, un miembro desconocido para mí de una familia conocida y respetada. Al principio, el problema de temperatura que parecía perseguirme todo el viaje: caliente. Pronto funcionó la cubitera y cumplió a la perfección en coherencia con el carácter del menú: vino también “de la tradición” en una correcta y puesta al día ejecución. Tal para cual vino y platos, platos y vino.

De postre, Sopa de chocolate blanco con frutos rojos. Cremoso y en contraste con frutillos rojos y unas buenas fresas frescas. Un crujiente de sésamo remata como adorno. La presentación imita unas fresas con nata reinterpretadas y los sabores de nuevo son armonías bien experimentadas.

Y con el café unos detalles muy agradecidos: melón y piña (bolita y dado), una trufa y una orella frita. Un poco de todo lo que puede haber en un postre.

Por cierto, percibidas las conversaciones y situaciones de las mesas vecinas, que en el fondo llegaban a molestarme, me di cuenta de que otra vez el “comensal solitario” disfrutó bastante más él solo de su comida que los vecinos con sus desacuerdos diversos: personales, laborales, propios o con el menú. En fin…

La tarde invita a otro paseo y a acercarme al Museo del Vino, sencillo pero aquí también atendido con derroche de amabilidad. Puedes darle las vueltas que quieras, fotografiar y lo que te apetezca mientras respetes su integridad. Pocas piezas, bastantes paneles con un porcentaje de autobombo para la D.O. Rías Baixas pero ayuda a acercarse a ese mundo a quien no lo conozca. Había una exposición de carteles de las distintas Fiestas del Albariño a lo largo de los años que tenía bastante interés. Y es buena idea cómo lo gestionan: la entrada es única para todos los museos de la localidad y se puede usar en días diferentes. En ese momento y en ese museo me pareció muy bien (ya llegará la decepción otro día)

Al lado, las ruinas de Santa Mariña, que incluyen el cementerio actual. En pocos sitios encuentro cementerios tan pintorescos como en Galicia. Eso daría para un capítulo aparte.

Una última vuelta por el entorno de Fefiñanes pero aprieta el calor, en la plaza falta sombra y me parece que allí arriba, encima del pazo, aquella figura se burla, me toca una vuvuzela de esas tan de moda. Hay que irse.

Me pide el cuerpo seguir por la Ría de Arousa pero hay mucha gente para mi gusto, así que no paro hasta Carril, donde la cosa está más tranquila. Me gustó el pueblito, su relativa conservación frente a la presión turística y su también relativa calma en esas fechas. Empieza a refrescar, baja la luz, es un entorno realmente agradable. Y así tropiezo con una casita de pescador restaurada, con un rincón que seguro que se pelea con la legislación sobre costas (no es aconsejable marchar corriendo del local porque puedes acabar directamente en el agua), con la terraza un tanto onírica del Loxe Mareiro. Sepan ustedes que incluso se puede comer algo allí, parece que muy casero y mejor por encargo. Pero sobre todo se puede disfrutar con su decoración o se puede uno sentar a soñar en esa terraza con una cerveza y todo el mar para ti. Me hubiera quedado horas, hasta que un grupo bullicioso y con exceso de soberbia empezó a enturbiar el paisaje y decidí marcharme. Hay cosas que prefiero ni oirlas. ¿Veis? Este atardecer era tan bonito que hasta lo hubiese compartido. Si no soy tan huraño, hombre.

Al marchar vi incluso que existe un (mini)museo del ferrocarril allí. No le faltan alicientes al sitio.

Al día siguiente ya no hago concesiones a la ruta para aprovechar al máximo el tiempo. Me espera Pontevedra para pasar la mañana. Una delicia llegar a un sitio que visito pocas veces y sin embargo saber a tiro fijo dónde me esperan café y prensa a mi gusto. Una delicia aprovechar las sombras y pasear sin prisa, sin itinerario, a puro capricho. Una delicia volver a vernos, no como me pasa con tu hija descarriada (léase Vigo). Me dejo llevar, me meto en los sitios más ajenos al turista. En Santo Domingo me fijo en la imagen de una santa con aspecto de restauración reciente y me pregunto cuál es la que representan con esa fortificación… (Sí, ya lo sé, Santa Bárbara). Y en la calle, en mitad de nada, me pregunto quién ha colgado ahí arriba ese muñeco de la Rana Gustavo. Hay gente con ocurrencias extrañas. Me gusta Pontevedra. Por muchas cosas, por nada en especial.

Y ahora rumbo a Pepe Vieira que está… que está en ningún sitio, qué sé yo dónde está. Porque ¿qué sitio exacto es ese? De acuerdo, a la primera interpreté yo mal las explicaciones (bien detalladas, eso sí) que me dieron al hacer la reserva, pero una vez que estoy en el camino bueno todavía hay que dar unas cuantas vueltas por el laberinto antes de llegar.


Pepe Vieira está ahí, discreto, sin nada que resalte por fuera toda esa fama y esos reconocimientos que tiene. Dentro, en la sala, empieza el barroco. Empieza en el protocolo de atención y servicio, empieza en aquellos sofás que son cómodos en la sobremesa, aunque menos para comer. Aquí sólo hay dos menús preestablecidos, uno, el degustación tipo, y otro, el denominado gastronómico, más extenso. ¿A que ya sabéis cuál escogí? En cada caso existe una opción de maridaje y aparte hay una extensa carta de vinos. La verdad es que su menú degustación me parecía, sobre el papel, coherente y atractivo y también era acorde la oferta de copas que lo podían acompañar. Sin embargo yo quería probar todo lo posible y el menú gastronómico ponía en más aprietos al vino para combinarse. En este caso no me convencía tanto la oferta de maridaje y me parecía cara, así que preferí elegir por mi cuenta otro vino, un H. Dönnhoff Felsenberg 2006, que provocó en el personal primero cierta sorpresa y luego creo que complicidad. Algo así sí podría plantar cara a tan diversos platos. Todavía iba a tener acidez a toda prueba y fue casi lo máximo que podía remontarme en años para pedirle complejidad.

Se haría interminable describir el menú completo y casi resulta pedante. No es para “desmenuzarlo” sino para reflejar en lo posible la experiencia. Aquel gazpacho con una rebanada de pan en forma de rodaja de tomate (¿eso es un trampantojo?), las vieiras lañadas con picual y manzana, las xoubas guisadas como caldeirada, el rape para terminar en el caldo (¿plato “interactivo”?), el sabroso sanmartiño, el estupendo lomo de vaca… La queimada fría, dentro de una lima y con nitrógeno, hasta aquella gominola de manzana al jengibre de los petit fours. Todo ello me baila en la memoria. Un amplio repertorio técnico, producto de primera, buen hacer. Satisfacción.

Con los postres llegó una copa de otro riesling con más años (esa era la complicidad de la que hablaba). El café sí agradecía aquellos sillones muelles, que invitaban a relajarse.

Entonces, cómo definir el balance de la comida. Barroco. Hubo algo excesivo, hubo algún alarde técnico que hubiera preferido evitar, hubo reiteración en alguna presentación vistosa. No es que me faltase nada, quizá me sobró. Por eso establecí esa comparación artística. Si Yayo Daporta me recordó a la arquitectura del Renacimiento, tan rectilínea, tan ortogonal, todo bien medido y en su sitio pero quizá falto de “fuego”, de pasión, Pepe Vieira me recordó a la del Barroco, eficiente, funcional, bien ejecutada pero decorada con esa exuberancia que a mí me fatiga.

En ambos casos fueron grandes comidas, nada que ver con lo dicho sobre Vigo, pero todavía faltaba ese algo que tocase mi fibra sensible, que me cambiase el estado de ánimo.

Y ahora vendría eso de releer y dar vueltas exhaustivas a los matices, de buscar que se me entienda, que no se malinterprete nada, de anticiparme a sus defensores cuando me repliquen, que no los pongo mal en absoluto, que esos detalles son muy subjetivos, que son mejores que…, que si la RCP… Ya me cansa toda esa mojigatería del bloguero, ya no voy a perder el tiempo así, que todos somos mayorcitos para saber entender y para opinar cada uno lo suyo. Tiempo habrá en los comentarios posteriores de precisar lo que cada cual quiera.

Grandes comidas en sí, sí; la segunda un escalón por encima de la primera, también; satisfacción, con las dos. Paradas gastronómicas en sí mismas, con entidad, recomendables. Pero no fueron la gran sorpresa, que también la hubo.

Después, otra vez la pésima (no) señalización. Armenteira no es para tanto, la verdad; prefiero perderme por Meis y alrededores. Para volver rodeo la península de O Grove y estudio la etapa que aún me falta. El paisaje me encanta, me susurra muchas cosas; el infierno de tráfico que tengo alrededor chilla y chilla para interferir.

Mañana será otro día.

Buena digestión.