viernes, agosto 29, 2008

El Rincón de Antonio (Zamora), por Toni


No. No es un rincón que tenga un servidor en la histórica ciudad leonesa. Que más quisiera yo.

Se trata del restaurante del cocinero Antonio González, visita obligada de los amantes del buen comer en Zamora y uno de los más reconocidos de Castilla y León. Está situado en pleno centro a un paso del ayuntamiento y del Parador. A la entrada tienen habilitado un pequeño bar de vinos y también sirven tapas de cocina creativa con una pinta magnífica.

Como se puede ver en la foto, piedra vista en las paredes y una tenue iluminación en la sala. Llegamos los primeros, por lo que la atención fue inmediata. La primera sorpresa es que los precios llevan incluído el IVA. Por fín parece ser que se está convirtiendo en algo habitual y no en la excepción como ocurría hasta hace poco.




Tardamos poco en decidirnos y menos todavía en llegar el aperitvo de la casa: perdiz en escabeche y verduras. En visitas anteriores ya habíamos apreciado el buen hacer que tiene Antonio con los escabeches y este no fue menos. Muy bueno.


Seguimos con entrantes frescos perfectos para esta época. Extraodinaria la ventresca de atún con sopas de ajo ligeramente infusionadas con salchicha ibérica de Zaratán y aceite de foie. 19,50€. Magnífica la concepción del plato, en el que todos los acompañantes realzan el sabor de la de una de por sí muy buena ventresca dando lugar a un bocado de intenso sabor.




También fresco fue el jarrete de ternera de Aliste, vinagreta de caramelo de naranja, mayonesa de trufa y trufas de verano. 14€. Se podría aplicar perfectamente el comentario anterior. Aquí triunfa el producto. Carne de gran calidad y una sabrosísima mayonesa con la que armonizaba muy bien.

Los platos principales siguieron por el buen nivel. El solomillo ibérico adobado, olivas verdes de Fermoselle, láminas de cebolla secas, reducción de oloroso y frutas, 18€, se comía sólo con verlo. Muy buen producto también. Perfecto de punto como se puede apreciar, aunque no me convenció del todo el acompañamiento de las cebollas. Armonizaba mejor con las aceitunas, que eran más bien negras que verdes, y sobre todo con la compota de frutas que daba el contrapunto dulce a las aceitunas y la salsa de oloroso.

Para mi la sorpresa de la cena fue el salteado de lengua ibérica, langostinos de Huelva, tomates confitados y caldo de pichón. 20€. Últimamente se va viendo en las cartas la lengua. Muy bien mientras no se convierta en una plaga tipo vieiras, carrilleras, foie etc. Esta tenía una textura extraodinaria, perfecta de punto, con un sabor potente pero elegante, profundo y largo con los tomates suavizando su potencia. Coronando la composición había también oreja de cerdo. No probé los langostinos, que también recibieron alabanzas.

Tal vez por no esperado se convirtió en el plato estrella de la cena.



Los postres tal vez no tuvieron tanto nivel como las propuestas saladas pero estuvieron a la altura. Muy ricas las cañas de Zamora rellenas de crema de haba de Tonka, helado de chocolate crujiente sobre una gominola. 8,50€. El helado de chocolate estaba impresionante. Merece un postre como protagonista principal.





El otro postre fue una crema de galletas de nata y manzanas de Bierzo, helado de limón y crujiente de pan frito con vainilla. 8,50€. Agradable, sobre todo en una noche calurosa de verano, pero estando bien fue lo más flojo de la cena.

La carta de vinos es muy buena. Prácticamente todos los vinos de nivel de la provincia de Zamora, por supuesto del resto de Castilla y León, una buena selección del resto de España y algunas referencicas extranjeras. Tomamos un Toro, Gran Colegiata Campus 2002, 35€, que sólo tuvo el fallo de que fue servido caliente. Nada que una cubitera arregle en 10 minutos, aunque problemático en este caso al venir los primeros platos muy rápido. Copas Riedel.

El servicio rápido, eficiente y lo que a veces es lo más difícil: simpático.

Lo que más nos extrañó fue que un sábado de verano, con Zamora llena de gente en las calles del centro y con mucho turista sólo tuvieron 4 mesas de 2 personas, y 2 de ellas llegaron después de las 23. Mal asunto para un restaurante.

La cocina de Antonio González convence. Utiliza los magníficos productos de la tierra y les da un enfoque novedoso, con acompañantes que no enmascaran su sabor sino que lo hacen destacar en composiciones muy bien pensadas y sorprendentes a la vez. Me recuerda a Vivaldi ó al Ermitaño en esa renovación de la cocina tradicional. Merece la pena una pausa para conocerlo en la visita a Zamora.

Nota general: 7,75

Emoción: 8,50

El Rincón de Antonio

Rua de los Francos, 6, Zamora

980 535 370

http://www.elrincondeantonio.com/

toni

martes, agosto 26, 2008

Hinojo cunetero


Llevo unos días en que me ha tocado andar sin parar por carreteras principales y secundarias de esta tierra nuestra. Y entre prisas y trabajo, me ha dado tiempo en fijarme un poco más allá de esa frontera entre suburbio y sentina que son las cunetas, donde entre basura y humos las zarzas son capaces de dar sus morados frutos, dulces y también un poco ácidos , donde crece el desdeñado cardo, que entre espinas y flores violetas guarda un corazón tierno , (como su prima la alcachofa), y donde el hinojo crece este año numeroso y exhuberante . También le da a uno por pensar en que andamos muchas veces un poco tontamente preocupados de si el foie va mejor o peor con la sardina , de las estanterías del club del Gourmet, o de la RCP de tal o cual restaurante, sin saber fijarnos en lo que se da al alcance de la mano, y que me hacen añorar a quien me supiese hacer saber y nombrar mejor ese mundo del que cada vez somos más ajenos. A mi el hinojo me lleva a la infancia, a acordarme de mis abuelas , o de mi madre, trayendo a la mesa algo de la herencia mozárabe cuando echaban un poco de hierbabuena al puchero, o un poco de hinojo al potaje, o al revés . El hinojo tiene algo de mala hierba, del carácter violento de quien se ve obligado a sobrevivir en un medio inhóspito . Pero entre esa rudeza sabe conservar un perfume único, balsámico y anisado, de una delicadeza que embarga platos, gusto y alma. Basta usar un poco de él para que el plato sea otro. Se tiende usar el vulvo, que es su corazón amable. Pero a mi , que debo tener el gusto un poco estragado, me gusta usar también sus ramas tiernas, donde vive la ambivalencia de su carácter. Se me está apeteciendo ya que llegue el otoño ( y las setas ), y preparar un potaje de hinojos como el de esta receta que viene de mi segunda tierra, la de la Axarquía malagueña.

martes, agosto 19, 2008

Al Son del Indiano (Malleza, Salas), por Jorge Díez


Llegar a Malleza no es fácil la primera vez. En contra de lo que parece más directo, y de lo que nos marcan páginas de rutas, es más cómodo ir por Pravia si se accede desde el centro de Asturias, como se encargan de sugerirte en el mismo restaurante. Sin embargo, el paisaje vale la pena. La ruta hasta Pravia o hasta Salas tiene encanto, pero el tramo final desde cualquiera de los dos sitios a la localidad de Malleza es un camino precioso, de curvas entre arboleda bien hermosa, aunque no sea lo más cómodo para según qué conductores o acompañantes. El encanto tiene su precio.

No voy a recordar historias bastante conocidas ya sobre el origen de este peculiar establecimiento, más bien trataré de describir el conjunto de placeres a que te invita. Si el exterior no es muy llamativo, y le hacen sombra otras construcciones cercanas, mucho más vistosas, que pueden confundir al visitante primerizo, el interior sí muestra un carácter propio. En esta antigua casona se han acomodado comedores, salones, bar, en las distintas estancias y su pequeño tamaño da siempre una sensación acogedora. Dado que yo no incluyo fotos, animo a visitar su página web para ver algunos rincones y hacerse una idea bastante cabal. Los comedores, en los pisos altos, reciben abundante luz natural y ofrecen vistas al paisaje apacible que nos rodea. Junto al mobiliario antiguo, coherente con la casa, aparecen muchos detalles decorativos, que a veces pecan de barroquismo, que pueden llegar a ser excesivos. Pero no nos distraigamos, hemos venido a comer.

La atención es sumamente amable, desde la recepción por parte del responsable de este capricho gastronómico hasta el servicio de sala. Nos presenta una carta de tamaño medio, que rota estacionalmente, y una propuesta de menú degustación con tres entrantes, dos platos principales y dos postres, más bodega elegida por la casa, por 45 euros, IVA incluido, más 1,50 en concepto de pan. Dados los platos escogidos es una opción muy recomendable para una primera visita.

La carta de vinos es modesta, aunque se agradece especialmente que aparezca algo más que Rioja y Ribera.

Un problema que afecta en verano a muchos establecimientos es la afluencia de público muy superior a la del resto del año. Y de esto se resienten, y nos resentimos los comensales, porque el mismo personal no puede atender con igual detalle, ni en cocina ni en sala, a un número medio de clientes que a unos comedores llenos. Como en general mis impresiones son buenas, lamento escribir esta crónica ahora y no en mi primera visita, que algún comentario tuvo por el blog, ya que aquella, en temporada más tranquila, me permitió disfrutar más que esta última. No obstante, mis acompañantes, que no conocían el sitio, salieron satisfechos, así que nos quedaremos con esta visión para usarla como medida.

En esta ocasión probamos tres entrantes. Las “Croquetas líquidas de ortigas y queso de cabra con reducción de remolacha”, donde la ortiga, sin hacerse notar, servía para suavizar la potencia del queso, era ese no sé qué que hacía más ligero el relleno. El rebozado resultaba algo rudo para lo delicado del interior pero nos gustaron, con ese ritual juguetón que conllevan las croquetas con relleno fluido. Por cierto, presentadas a temperatura exacta para su consumo, para no tener que esperar o sufrir un percance con derramamiento de queso. El “Escabeche templado de esturión con setas” obtuvo menos halagos. Le perjudicó una costra especiada formada con su piel en la que resultaba demasiado dominante el romero, aunque la textura de la pieza fuera buena. Y el “Montadito de pulpo con su jugo, patata y cremoso de pimentón” es una interpretación propia de plato clásico, agradable y reconocible, con texturas suaves. Hubo quien prefería un punto de cocción un poco más corto para el pulpo pero, dado lo arriesgado que es esto a veces, yo me quedo con el que se presentó, que no era excesivo pero aseguraba un resultado tierno.

Para los platos principales, dos comensales escogieron el “Bacalao confitado con crema de piquillos, aceituna negra y ahumado de Pría”, que fue uno de los triunfadores de la comida, con un punto exquisito del bacalao y un acompañamiento armónico y sabroso de las referidas emulsiones, además de tener presencia estupenda y ser una ración abundante. Otro optó por el “Atún en dos cocciones con terrina de frutos rojos y aceite de eucalipto” que, cuando llegó en su acabado correcto (luego comentaré este extremo), fue un plato pleno de sabor, con buena textura, firme, y con el contrapunto de los frutos rojos y el aceite que buscan refrescar la boca ante un producto fuerte, con tendencia a dejarnos sensación salada o seca en el paladar. Y por último, “Pierna de cordero lechal deshuesada a la miel”, quizá el más flojo de los tres porque, aun bien concebida la combinación, la miel no consiguió aportar untuosidad al plato, que resultó algo seco. Se apreciaba el buen producto, eso sí, pero no alcanzó el resultado de sus oponentes marinos en la mesa.

Sólo dos pedimos postre. Una “Mousse de toffe”, sabrosa y fresca, y su versión del “Tiramisú”, heterodoxa pero muy agradable, con sabor intenso.

Los vinos fueron un “Guitián fermentado en barrica” que gustó a sus destinatarias y un “Dehesa del Carrizal Shyrah”, que también agradó a los que lo bebimos. Sin ser vinos para dejarte huella, acompañaron bien a la comida sin problemas.

Con el postre o en su lugar, tres copas de “Don PX”, de bodegas Toro Albalá, y dos de tokaji que no puedo precisar por completo; en carta figuraba el Oremus pero no era este, creo que podía ser “Disznoko” por lo que he estado buscando por ahí y si la memoria no me falla. Ambos gustaron también. El Tokaji era un 4 puttonyos, con menos dominio del dulzor que en el Oremus pero menos expresivo, a mi parecer. Quizá era un vino para darle más tiempo y más prueba, así que dejo aquí el comentario.

El café es de puchero y me gustó bastante, pero lo indico porque tiene sus detractores. Pusieron para acompañarlo unas galletas de chocolate especiadas, sabrosas y ligeras, pese a lo que pueda parecer.

Con tres cafés, todo lo dicho y agua de un litro, graciosamente denominada en factura “zumo de paraguas”, 172,70 euros.

Hubo algún lunar que yo achaco al número de comensales, excesivo para el personal del restaurante. Por ejemplo, una tendencia a puntos de cocción excesivos que no noté la primera vez, o algún pequeño lapsus del servicio de sala cuando ya estaban los comedores llenos, pero no fue algo que empañase una comida muy agradable en un entorno bonito. Aquí quiero señalar que, cuando me referí al atún en dos cocciones hablé del acabado correcto porque el primer plato que llegó a la mesa estaba muy pasado de punto pese a haberse señalado lo contrario, tanto como para rechazarlo. Sin embargo, la amabilidad de buen anfitrión de Paulino Lorences resolvió el tema satisfactoriamente, sobre todo, por la naturalidad con que aceptó el fallo y procedió a pedir un nuevo plato, que quitó toda incomodidad a la situación. Justo es reconocer el error y su enmienda.

En una visita anterior yo había tomado también el atún en dos cocciones y puedo asegurar que es un plato estupendo. Asimismo había probado el “Bocadito de hojaldre con cebolla confitada, trucha de Barganeiro, afuega’l pitu roxu y caramelo de sidra” y su interpretación del “Arroz con leche”, una mousse del mismo, con helado de canela y gelée de limón, que también son platos sumamente agradables.

En fin, un establecimiento con encanto y una cocina agradable, con precios contenidos. Además, ofrece algunas ofertas que combinan alojamiento con menú.

Me resta añadir que este post no es mérito exclusivo del que firma, sino que cuenta con valiosas opiniones de mis acompañantes, gente dada al disfrute de la mesa y de su entorno.

Y aquí quedamos a vuestra disposición para cualquier comentario.

Salud.

viernes, agosto 15, 2008

Casa Zabala (Gijón)

Casa Zabala fue fundada nada más y nada menos en 1923 ( entonces Casa Calixto) por Antonio Zabala, un patrón de barco retirado de origen guipuzcoano. En su tiempo fue una casa de comidas del barrio de pescadores de Gijón , Cimadevilla, y desde sus comienzos ganó fama de tener buen material y buena cocina, donde se hacía notar la ascendencia vasca. Actualmente las riendas las lleva Guillermo Zabala, bisnieto de Antonio. Su gran transformación vino en 1992 , con una remodelación total del restaurante que les quedó entre acogedor y elegante, y que pasó también por la carta , pasando a adoptar ese estilo de cocina llamado “tradición actualizada”. Yo , a pesar de que guardo un buen recuerdo de mi última comida, llevaba cuatro años sin pisarlo, así que allí fui hace unos días con dos ideas en la cabeza: chipirones de potera y ventresca. De los primeros no había, así que me tuve que conformar con unos calamares fritos. Y fue un buen conformar porque la fritura venía con el dorado limpio de un buen aceite y el calamar con el sabor fresco y un poco dulce del buen calamar de potera que hay por estas fechas (15 euros). De segundo, ventresca (24 euros). La ración era de un bonito pequeño ( pequeña decepción), por lo que no todo era ventresca. Se le dio un golpe muy fuerte de plancha o parrilla (según carta), generando una costra anaranjada y crujiente. Por la parte que no lo era se quedaba un poco seca. Pero en la parte que sí , donde se arrejuntaban grasas , tostados, gelatinas y proteínas caramelizadas, con unas notas de humo (creo que simplemente del propio hacerse a fuego fuerte) que lo perfumaban con su seriedad,...aquello estaba bien rico . Se acompañaban de una crema de pisto (muy muy confitado, casi desnaturalizado) y una salsa de tomate fresco. Bastante buenas, pero prescindibles. De postre, un tiramisú de afuega’l pitu (5,50 euros) que consistía en una base delgada de bizcocho de chocolate concentrada pero no empalagosa, una crema de queso poco dulce que aligeraba una punta de acidez, y una lámina de galleta de chocolate con azúcar glass, fina, crujiente ,que contrastaba con su textura y su punto tostado . Quiero decir estaba muy logrado.

Servicio atento y eficaz. Pan normal. Buen café. Carta de vinos limitada.Yo tomé un Anna de Codorniú (19 eu.) que me gustó más de lo que pensaba que me iba a gustar, con una razonable frutosidad, una aidez correcta y en general un buen equilibrio. No me dio dolor de cabeza.

Ahora en verano la terraza tiene un encanto especial

Precios razonables, con el Iva incluído.

En resumen, me pareció un sitio de esos donde a los que uno se encamina sin esperar nada espectacular ni diferente, pero sabiendo que las cosas se hacen bien y que va a estar a gusto, que no es poca cosa.
Nota General: 6,25
Emoción: 6,25


C/ Vizconde Campo Grande 2. Cimadevilla. 33201 Gijón, Asturias
Tfno.- 985.341.731

domingo, agosto 10, 2008

Casa Laure (Oviedo), por Toni

Andábamos paseando el sábado en la tarde/noche ovetense por el casco antiguo y al pasar por la plaza de Trascorrales nos fijamos en la carta de Casa Laure al que hacía unos cuantos años que no íbamos después de alguna mala experiencia. Un rápido vistazo nos convenció para entrar.

Tienen una terraza con unas pocas mesas y en la parte de abajo de la casa de comidas hay un bar en plan chigre refinado con otro puñado de mesas muy válidas para un picoteo informal. Nosotros subimos al comedor del primer piso decorado en estilo rural con armarios de madera antiguos y en un entorno muy agradable.

Han dado un giro a la carta, por lo que yo recuerdo, y ahora predominan los pescados y mariscos ya que sólo tienen dos platos de carne. Un punto negativo es que sigue sin estar incluído el IVA en los platos algo que afortundamente está cambiando ya en muchos restaurantes.

Como fuimos los primeros en llegar el servicio fue rápido. Sorprendentemente no pusieron ningún aperitivo de la casa antes de los calamares frescos fritos. 17,92€. Muy buenos. En su punto perfecto, con una fritura limpia con su punto de dulzor y textura firme.

Al poco de acabar llegaron los platos principales. El virrey de anzuelo a la espalda, 27,82€, estaba un pelín más pasado para mi gusto, pero para el gusto mayoritario estaría perfecto. La preparación clásica, con unas patatinas muy bien impregnadas del sabor del pescado y del vino blanco. Clásico pero muy rico.

No probé la merluza a la asturiana, 25,68€. Un lomo de considerable dimensión acompañado por unos berberechos y una salsa de marisco. Mi mujer comentó que estaba muy bien de punto, con una salsa de sabor intenso a marisco y unos berberechos jugosos y con puro sabor a mar.

En los postres tienen un pequeño toque más moderno pero sin estridencias. Magnífico el sorbete de mandarina, 5,88€, con el sabor al cítrico muy logrado, y muy correcto el helado de chocolate blanco con frambuesas, 6,42€.

La carta de vinos es sorprendente. En un restaurante claramente orientado a los productos del mar predominan totalmente los vinos tintos, aunque me imagino que es lo que la mayoría de la clientela les solicitará. Una hoja solamente de blancos y cavas, con vinos novedosos y algunos de poca producción. Tomamos un magnífico Palacio de Bornos Verdejo Vendimia Seleccionada 2003. 23,54€.

Salimos con un buen sabor de boca. Cocina tradicional, de buen producto, bien tratado y apta para todos los públicos. Precios altos pero el buen producto se paga. Lo recomiendo.

Nota general: 6
Emoción: 6,5


Casa Laure
Plaza Trascorrales, 10 B (Oviedo)
985 219 044

toni

lunes, agosto 04, 2008

Comer es un placer, por Jorge Díez


Espero a un amigo a media mañana, para tomar un café. Tiene buenas noticias, perspectivas favorables para un asunto pendiente, y la conversación se extiende por ahí. Se aprecia su buen humor nada disimulado y no reparamos en el tiempo pero se nos ha hecho tarde. ¿Vamos a comer? No suele improvisar, por lo que debe de ser la euforia. Hecho; recojo unas cosas, pienso dónde y a ver si hay sitio, que con el verano todo se altera.

La del día siguiente ya está prevista, no surge de pronto. Una amiga que ha estado ocupada estos últimos meses quiere que nos encontremos para contarme novedades: ha conseguido algo que le permitirá mejorar sus condiciones de trabajo. Además, han pasado recientemente nuestros cumpleaños respectivos y no nos hemos visto todavía. Así que, si tengo tiempo, podíamos comer juntos (“Estaré por tu barrio, tú eliges.”)

Como fuere, casi siempre que tenemos ese poco más de alegría cotidiana nos viene a las ganas celebrarlo comiendo. No son, como veis, celebraciones formales, con protocolo. No son sólo casualidades porque se nos hizo la hora y ya no merece la pena irse a casa. Son pequeños placeres en estado puro. Más pensadas o imprevistas, preferimos para esas ocasiones agradables una comida a cualquier otro entorno para la conversación. ¿Qué tendrá el deleite sensorial del paladar para acompañar tan bien los momentos señalados, los que queremos recordar? Qué grato regusto deja esa combinación de buenas noticias y buena compañía.

En nuestra cultura hay toda una paleta de colores para celebrar con comida y bebida cualquier acto significativo, desde el “vino español”, tan institucional –y que llama a tanto oportunista del “pincheo”- a la cena de gala para gran acontecimiento, pasando por las comidas de empresa, celebraciones personales de diverso género, cenitas prenavideñas con los compañeros del curro… Vamos, que poco pretexto necesitamos para atizarnos unos platos más o menos formales.

Y si nos quedamos en el medio de esa escala, en comidas espontáneas del tipo de las que refería al comenzar a escribir, estamos en el territorio de nuestro tradicional tapeo, adecuado para compartir, para compensar comensales con distinto apetito, para jugar con la variedad, y para no excedernos con el precio. Es quizá la forma más popular de comida de celebración hoy día, y ha superado a las más ceremoniosas, que se reservan para usos muy concretos.

Hay multitud de establecimientos donde se puede comer así pero quiero aprovechar visitas recientes para apostar también en este ámbito por una puesta al día. Ya hemos opinado por aquí bastante sobre la relación entre lo que recibimos y lo que pagamos en los locales de hostelería y han salido mal parados algunos con fama, situados en zonas típicas o encuadrados en lo más tradicional de la gastronomía de nuestra región, y casi todos ellos trabajan en esa línea, que seguro deja más dinero y es más fácil que la cocina elaborada, clásica o innovadora.

No tiene que asociarse una comida informal, popular, unas tapas o unos guisos cotidianos con una sala descuidada, unas instalaciones deficientes, un servicio displicente. No tiene que verse como algo barato, para hacer un apaño, y por ello tratarlo con menos cuidado que una comida solemne. Como siempre, cuestión de calidad y honestidad.

Pero podemos ir un paso más allá incluso y pedir, por lo menos a algún local, una gota de creatividad, un plus de cuidado en la elaboración de este tipo de comida. No va a crecer tanto la factura pero sí el placer y el buen recuerdo.

Las situaciones que narraba al principio sucedieron realmente. No voy a entrar en demasiados pormenores, sólo ponerlas como ejemplo de lo que quiero defender en estas líneas: que se pueden incorporar aspectos de nueva escuela, de nuevas tendencias, y esto mejora los resultados de lo que sigue siendo una forma de comer tradicional, típica y perfectamente reconocible para cualquiera de nosotros. Pero el cuidado de esos detalles nos hará más agradable la ocasión. Y que, en realidad, no son aportaciones novedosas ni excelencias académicas; son sólo profesionalidad, tomarse la hostelería en serio y hacer las cosas lo mejor que uno puede y sabe en el oficio que ha escogido. No buscar sólo dinero rápido. Es quizá lo mejor que puede salir de lo que se pregona como momento dulce de nuestra cocina, lo que será valorado por mayor número de gente.

Retomo el relato. Acabé con el amigo en cuestión en “Ca Suso”, que bien puede verse como la actualización de una casa de comidas tradicional. No me detendré demasiado porque ya hay visitas comentadas en detalle por El Diletante. Carta breve, concentrada en elaboraciones bien conocidas, ajustadas a la temporada. Oferta de vinos también parca, pensada para acompañar la comida sin otras pretensiones, y que incluye la posibilidad de copas, no sólo botella entera. Pero todo ello muy bien cuidado: servicio amable, cercano pero cortés; sala bonita, acogedora, en un emplazamiento estupendo, en pleno casco antiguo. En realidad, te lleva a tiempos pasados de comida casera en el Oviedo de siempre; pero lo hace en una instalación moderna, con atención esmerada y con cocina mejorada en presentaciones y puntos de cocción. Un entrante compartido –sus croquetas con relleno fluido de queso- guisos tradicionales –rabo de toro y ventresca de bonito- postres caseros donde destacó su tarta de queso, especialidad de la que presumen con legítimo orgullo, mucha agua, que el día era caluroso, y copitas de vino, que era laborable, y arreglamos la “avería” por menos de 35 euros por persona. (Por cierto, que se han cumplido los buenos augurios para mi amigo. Lo siento, J., pero me debes otra)

Y al día siguiente invité a mi amiga en “La Tabernilla”, que puede entenderse como una visión actual de una clásica taberna, haciendo honor a su nombre, donde te ofrecen tapas para acompañar a sus vinos. Porque en esencia el local es una vinatería, con rotación frecuente de diversos caldos a precio contenido. Pero de su minúscula cocina no paran de salir platos para comensales habituales del barrio. Carta escueta que presenta los habituales embutidos y tostas, tortos y ensaladas, y preparaciones algo más pensadas, acordes con productos de la estación o con jornadas específicas que organizan. Elaboraciones modestas pero mimadas, y profesionalidad en el trato. Las raciones son abundantes, diseñadas para compartir, así que una ensalada de langostinos al comino –toque peculiar pero justo para no enmascarar el producto- y unos fritos de pixín, donde buscan el punto ligero de tempura, no la fritura tradicional más pesada, postres caseros -cum laude para su versión de la tatin de manzana- con agua, que seguía haciendo calor, y copitas de vino, que seguía siendo laborable, por unos 30 por persona. Además, el día acompañó y permitió usar la terraza, interesante opción por estar situada en una plaza amplia y peatonal, nada que ver con una terraza urbana al uso. Y como ambos celebrábamos y pagué yo, lo siento, pero tú también me debes una, M. F. Habrá que ir buscando más locales con encanto.

En resumen, que lo más sencillo y tradicional no está reñido con una profesionalidad propia de los tiempos en los que estamos y de los gustos más educados del comensal actual, que ya no se conforma con cualquier cosa. Y con esto no vamos a descubrir nada nuevo, pero no está de más recordarlo, porque ¿cuántas veces se olvida en tantos sitios? En última instancia, es mercado, señores. Y si voy a pagar quiero lo mejor a cambio. Nuestras siglas favoritas, RCP, pueden salir bien paradas si escogemos un poco más. ¿Quién dijo que sobre gustos no hay nada escrito? Yo por lo menos escribo sobre los míos. Y ahora vengan opiniones, que son bien recibidas.